22: Un insecto en una vitrina
23 de noviembre de 2025, 9:32
Tony se sentía mejor. Las náuseas y el malestar general persistían como vidrio opalino delante de sus ojos, pero el dolor de cabeza era varios decibelios más bajo que el que lo aturdió en la celda al despertar. Probablemente el brebaje tuvo que ver, desde el instante en el que lo probó, perdió parte de los síntomas típicos de la resaca.
Pero había algo diferente. No podía precisar qué, pero algo que lo hacía sentir mejor aun por encima del ligero dolor de cabeza. Sentía como si estuviera a pocos pasos de estar totalmente bien. Aunque, no descartaba la posibilidad de que fuese también obra de la conversación y presencia de Rachel.
Sus sentidos se estaban normalizando y hasta mejorando porque, cuando la habitación de al lado calló en el silencio más absoluto, Tony supo que algo no andaba bien.
Rachel se dio cuenta tarde de que Tony no estaba tan loco como parecía.
Dio un paso atrás, dos, tres, hasta que regresó corriendo a la habitación iluminada, solo para darse de nariz contra la pared de la oscuridad. ¿Qué había pasado con las lamparas? ¿A donde se había ido toda la luz?
—¿Tony?
—Aquí estoy —le respondió, algunos metros mas allá.
Rachel suspiró aliviada— ¿Dónde? ¿Dónde estás? —le apremió caminando sin cuidado hacia su voz.
—En la Punta Cana. ¡Aquí, a un lado de la cama! Donde me dijiste que me quedara. ¿En donde más podría estar?
Rachel no evitó sonreír ante eso— y yo que sé, tonto, después de todo, todo esto comenzó porque no pudiste quedarte en el sitio en el que se suponía que debías estar.
—Buen punto. ¿Qué pasó? ¿Dónde están los demás? ¿Los viste en la otra habitación? ¡Espera, cuidado con eso!
Rachel se tropezó con la banca de madera que Tony había puesto cerca del camastro y cayó hacia adelante, sobre el camastro. Es una ventaja el no poder sentir el menor dolor, ni posibilidad de heridas reales por una caída de esas, de lo contrario Rachel estaría pasando una muy mala experiencia.
—¿Rachel?
—Tropecé. —se explicó incorporándose a tientas.
—Eso ya lo sé, diste una voltereta impresionante.
—Si, estoy bien, gracias por preguntar, no te preocupes. —rumió ella con sarcasmo al semi incorporarse sobre un codo para intentar recuperar su dignidad— Solo estoy maldiciendo a quien puso eso aquí.
Una risa seca sonó esta vez más cerca.
—¿No viste la banca?
—¿Tú si la ves? —lo interpeló con sarcasmo un segundo antes de que una mano rozase su hombro.
—Más que tú, eso es evidente —le susurró antes de alejar su mano de la tela que era su piel al ponerla en pie— No es un apagón de rutina ¿verdad?
—Lo dudo. —murmuró ella— además, son lámparas de aceite. No es como si con presionar un interruptor...
—Comprendo. —aceptó él— esperaba que dijeses algo que me tranquilizara.
Rachel suspiró— ¿y si lo hubiera hecho la situación habría cambiado?
—Al menos estaría más calmado.
Rachel se mordió el labio. Tampoco le diría que ella se encontraba en cualquier estado menos tranquila. Se sentía inquieta por lo que pudiera ocurrir, temía que ese presentimiento que Tony había tenido antes hubiera sido más que solo un ataque de locura.
—Gritar a los chicos no sería prudente ¿cierto?
Tony negó antes de recordar que ella no podía verlo en esa oscuridad de tinta.
—No, no sería lo más inteligente.
—Eso pensé... Pero iré a ver. Has el favor y quédate aquí. —le ordenó tanteando en la negrura— esta no es buena señal.
—Tampoco está tan oscuro.
—¿Bromeas? Esta negrura es más profunda que la del universo.
—Ajá si. —bufó sarcástico— Lo que tú digas... Voy contigo.
—No seas tonto, te matarán si tienen la oportunidad.
—Me capturarán y luego si me matarán, pero contigo no tendrán esa consideración. —el tono de su voz, aunque seguía en el rango de los murmullos, sonaba ligeramente irritado.
—¿Ahora quien está jugando a ser el héroe? —le respondió con la misma irritación ella— seguro afuera estarán los chicos, y lo mejor será reunirse con ellos. Algo me dice que no tenemos ninguna posibilidad si estamos lejos de ellos.
—No. Iré. —las manos que tanto conocía se posaron en sus hombros dejándola paralizada al contacto— Escúchame, no me harás cambiar de opinión. Y deberías comprenderme, tú tampoco quisiste dejarme cuando estábamos en la celda. Esto es lo mismo.
Rachel debió considerarlo poco más de cinco segundos hasta rendirse. Llevó sus manos hasta las suyas y las retiró de sus hombros con mucho cuidado, no podía pensar mientras lo sentía tan cerca y mucho menos si sus manos entraban en contacto con su piel.
—Pero tienes que ser silencioso. —con un movimiento de equilibrio, se quitó una zapatilla y luego la otra— silencioso y rápido.
—Me subestimas, Rachel —se volvió a reír Tony.
Dudó un instante de qué camino tomar, la oscuridad era tal que no podía ver ni su propia nariz. Tony se mantuvo en silencio, esperando, Rachel no quería decirle que al quitarse el zapato había dado un par de vueltas que la habían desorientado de hacia donde ir. Gruñó frustrada por sentirse de pronto tan incompetente.
—Y... ¿Qué esperas...? vamos. —y se sorprendió al sentir el agarre de Tony en su mano derecha, guiándola con seguridad hacia la puerta y de ahí, habitación tras habitación.
Quizá no era nada que ver con Tony, sino los ojos de Rachel los que estaban mal y por eso es que no podía ver más que la oscuridad. Después de todo ¿Qué se podía esperar de un par de ojos de vidrio que se suponía que no debían ver? No dijo nada al respecto, debían hacer silencio, ser cuidadosos. El hecho de que los chicos no estuvieran era la primera mala señal, la segunda la oscuridad, el silencio atronador se podía contar como la tercera.
Cuando su cabeza dio con una lampara, estuvo a punto de dejar escapar un grito.
—Lo siento. Dejé de estar atento. —se disculpó Tony.
—No importa, igual no lo sentí. —pero si la había asustado más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Ya estamos fuera.
—¿En serio? —Rachel miró en derredor, oscuridad, nada había cambiado a lo que antes veía dentro. Pero el aire frio del exterior la recibió en el rostro confirmándoselo. Si, en efecto, estaban fuera de la casa, aun dentro de la fría cueva.
—¡Ah, mira esto! —la volvió a sorprender la voz de Tony, sonaba triunfante— He encontrado un soplete, pásame esa lampara, por favor. No nos vendría mal algo más de luz. —dijo Tony soltando la mano de Rachel, ella se sintió de pronto a la deriva en ese mar de tinta negra.
—¿Cuál soplete? ¿Dónde? —masculló ella, frunciendo el ceño e intentando ver algo— me estás gastando una broma para nada graciosa.
Una luz se encendió entonces y las facciones tan conocidas de Tony se perfilaron ante la luz anaranjada de la lampara de aceite recién encendida. Él cerró la puertecita de latón de la lampara y le lanzó una mirada de ligera arrogancia a Rachel mientras alzaba una ceja.
—¿Segura de que no eres tú la que me está engañando?
Rachel se mordió el labio. Francamente no lo sabía.
—Mira, toma, iré a encender otras dentro. —le entregó la lampara y le sonrió— no pasa nada, deja de preocuparte tanto. Talvez volverán pronto.
Ella recibió la lampara sin decir nada, lo dejó irse al interior de la casa. Rachel se preguntó qué estaría pasando con sus ojos, cuando una sombra en la pared de la cueva contraria se retorció un instante antes de fundirse con la negrura. Un escalofrío la recorrió.
Que bueno que Tony volvía a estar dentro.
Rachel dio unos pasos al frente y alzó la lampara para que la luz inundara cada rincón oscuro de esa enorme galería subterránea. Pudo no ser nada, la verdad, sus ojos de vidrio ya habían demostrado no ser del todo confiables, pero uno nunca sabía. La sombra reapareció unos metros más allá, esta vez más clara a su visión y por la forma, la muñeca de trapo creyó saber a qué se enfrentaba.
—¿J? —pronunció suavemente.
En eso un borrón oscuro salió de la nada y voló hacia ella, como controlada por un titiritero invisible. No tuvo tiempo de esquivarlo, cuando entendió lo que era, ya estaba casi en ella. El impacto fue certero y cargado de fuerza. El filo metálico de una lanza atravesó su brazo derecho, el que mantenía alzado con la lampara en alto, empujándola varios metros hacia atrás hasta que su espalda chocó contra la pared exterior de la casa.
Quiso gritar de dolor pero no había dolor de ningún tipo, por más que una sensación lacerante, fantasmal, le inundase el área de la herida. La lampara se soltó de entre sus dedos cayendo al suelo y rompiéndose, la luz no se apagó, sino que el aceite se derramó por el patio de la casa hasta el cerco de piedra y el fuego se extendió de igual forma creando una ilusión dantesca y perturbadora.
No tuvo tiempo de sacudirse el shock de la impresión cuando una segunda lanza fuese lanzada a su muslo izquierdo, con la misma fuerza y precisión. Sin ser capaz de impedirlo, Rachel había quedado clavada a la pared, como una muñequita con alfileres ensartada en la bandeja de un torturador. Y su torturador salió entonces de las sombras.
No tuvo que mirarlo más de dos segundos para poder ver de quien se trataba. Rachel se dio cuenta de qué tan mala era su suerte cuando el hombre lobo de antes salió de entre las sombras hacia ella.
—¿Qué esperabas, pequeña y traviesa muñequita de trapo? ¿Qué no me volverías a ver? ¿Qué podrías escaparte de mi? —el tono de su voz no auguraba nada bueno y Rachel llevó su brazo libre a la lanza de su brazo para intentar soltarla.
Era inútil, por supuesto, de haber tenido un mínimo de la fuerza que antes tuvo como humana, tampoco lo hubiera conseguido. La lanza atravesaba su brazo y había desquebrajado la pared de piedra tras ella, hundiéndose en ella hasta casi la mitad, no había forma de soltarla sin romper o desgarrar su tela en el intento. La desesperación empezó a inundar su pecho ¿Qué podía hacer ahora?
El lobo esbozaba una cruenta sonrisa de dientes tan afilados que eran equiparables a esquirlas de vidrio. Y la miraba como si esperase que las llamas la alcanzaran pronto.
Rachel trataba de pensar a toda prisa en una alternativa, pronto, lo más pronto posible. Ella esperaba poder mantenerlo así, talvez Tony ya estaba enterado de lo que ocurría, era indudable que habría oído algo para éste momento. Si podía darle tiempo, como en la celda, para que escapara, todo valdría la pena. Claro, si esta vez al muy idiota no se le ocurría regresar, quizá podría salvarlo. A pesar de lo que el hombre lobo decía, era obvio que no había venido por ella, lo veía en sus ojos negros en los que se reflejaba el fuego, era a Tony a quien buscaba. Su mirada se deslizaba de ella a la puerta de la casa.
—Está bien —Rachel resopló después de un nuevo intento fallido de sacar la lanza de su brazo— me tienes. ¿Qué piensas hacer conmigo?
—Por el momento, nada —coronó esa frase con una retumbante risa— tu belleza resalta más de esta forma, como un insecto en un vitrina. Hecha para admirarse. Probablemente esa es tu única función... por ahora.
La lengua oscura trazó un barrido por el labio superior antes de volver a sonreír.
—Pero como te darás cuenta, tengo cosas más importantes que hacer que ocuparme de ti ahora. —dio un paso adelante y Rachel gritó.
—¡No! ¡No permitiré que lo toques! —obligó a su voz a mostrar algo del valor que ya no conservaba.
La risa volvió a brotar guturalmente de su garganta como un gruñido— No me hagas reír, estás dando vergüenza ajena con ese teatro, sabes que no puedes impedirme nada. Si yo lo quisiera, ahora mismo te echaría a las llamas, y no me llevaría ni un segundo.
Rachel apretó los puños y desvió la mirada, el fuego casi se apagaba, eso era bueno, no llegaría hasta ella. Pero de la misma forma, la luz se extinguiría con él privando a Rachel otra vez de visibilidad. Tampoco quería eso. No sabía si el hombre lobo hablaba en serio o simplemente quería amenazarla para que no hiciera nada, pero la verdad era que si se ponía a pensarlo, tenía razón. ¿Qué podía hacer ella? Antes incluso de estar ensartada a la pared, antes de convertirse en una inútil muñeca de trapo, era incapaz de nada.
Para su sorpresa, de la nada hizo acto de presencia la pitonisa, pareció como si siempre hubiera estado tras el hombre lobo al salir de su sombra. Se dispuso a su lado y extendió ante él su mano escamosa. Éste no le dedicó ni una mirada cuando dejó sobre su húmeda garra una llave de plata con figuras de calaveras que sobresalían de su metal como si pequeños esqueletos estuvieran en su interior queriendo emerger a la superficie.
Rachel sabía lo que era, era obvio, era la llave que la sacaría de este mundo. Los había vendido a cambio de su pase fuera.
Una sonrisa de reptil estropeó aun más la faz de la pitonisa al recibir esa paga. Rachel quiso borrársela de un puñetazo, quiso decirle mil cosas diferentes, pero la ira mantenía apretadas sus mandíbulas. De seguro ella era la responsable de que ninguno de sus amigos estuvieran aquí ahora. La llave desapareció en el bolsillo de la traidora. Ésta le dedicó un parpadeo altivo a Rachel con su tercer parpado antes de irse hasta la pared de roca de la cueva y largarse por un pasadizo que se abrió ante ella a su paso.
—Es imposible saber en quien confiar ¿no es cierto, Rachel? —le sonrió el monstruo. Ella, abatida, bajó la mirada— No te culpes, de todas formas, ella estaba involucrada en esto desde el principio.
Alzó la vista cuando el hombre lobo alzó la garra para mostrarle algo que ella no pudo ver al principio, solo cuando separó las garras y una voluta de humo rojo escapó de entre sus dedos.
—No me has dicho qué te ha parecido mi condensado de pesadilla. —el humo salía a una velocidad considerable y en vez de llenar el ambiente, lo rodeó a él— después de todo, tu nueva forma me la debes a mi.
Rachel no entendió que era lo que estaba ocurriendo entonces, pero había reconocido la niebla roja desde el principio y eso había capturado su atención. La niebla, espesa y de un profundo color carmesí, se deslizó en carrizos apretados alrededor del hombre lobo, ocultando por un instante su forma lobuna, girando, enroscándose como un ser vivo solo para él hasta que desapareció totalmente. Entonces, pareció ocurrir una regresión del tiempo y el humo, en vez de disiparse, retrocedía de la misma forma en la que en un principio avanzaba a él, de su alrededor a su mano que se convirtió en un apretado puño y el humo se diluyó en el ambiente hasta que no quedó nada.
Tampoco quedaba nada del hombre lobo. En su lugar, una mujer le sonreía a Rachel con petulancia.
Un instante de desconcierto dejó a Rachel en silencio antes de comprender. Frente a ella ahora se hallaba su reflejo exacto. Era otra Rachel, pero no como muñeca de trapo, como mujer. Era Rachel antes de que todo esto ocurriese, de hecho, era ella mucho antes. Quizá nueve años antes.
La mujer que le sonreía era más delgada y más joven. Su piel sonrosada y sana y sus ojos brillantes al igual que su cabello. En su mirada ardía el mismo fuego que en las cuencas malignas del hombre lobo y, en sus ropas oscuras, resaltaban perlas negras. El vestido era largo, soberbio, y más fino que cualquier cosa que ella hubiera usado nunca en su vida, eso era seguro. Y no sabía como, pero sentía que a esa doble le sentaba mejor. La mujer delante suyo rezumaba una belleza demoníaca que solo recordaba la lozana, delicada y afilada de los vampiros, pero al sonreír sus dientes perfectos la deslumbraron.
La Rachel original, la que seguía clavada a la pared, la que observaba boquiabierta a su clon perfecto, comprendió por fin.
—Fuiste tú quien lo trajo hasta aquí —jadeó ahogadamente, no se lo podía creer— cuando él dijo que yo estuve con él, que lo traje hasta aquí...
—¡Cállate! —gruñó con fastidio, tajante y autoritario— No nos pondremos a recapitular. Ya lo sabes, eso es todo, no lo tienes que presumir.
Si Rachel estaba asombrada antes, ahora, estaba atolondrada. Reconoció su propia voz en esa boca de labios pintados de negro y dentadura perfecta. Pero claro, el tono tenía la misma frialdad burlesca que el del hombre lobo. Porque era él y a la vez esta nueva y mejorada imagen de Rachel...
—¿Quién eres realmente?
—¿Porqué preguntas lo que ya sabes, niña estúpida? —alzó una grácil ceja al tiempo que la lengua negra volvía a pasarse por el labio superior. Solo eso era lo que quedaba de su antigua forma y le recordaba a Rachel la repugnancia que le inspiraba ese ser.
Rachel sonrió a su vez, pero la suya era una mueca amarga.
—El rey calabaza. —el eco de ese nombre flotó entre ambos, como si ese nombre fuese supremo y su mundo lo reconociera como su señor.
Las femeninas manos se colocaron en sus caderas al reír de nuevo— por fin un descubrimiento del que puedes enorgullecerte. Lastima que no hay premio para ti esta vez. Consuélate con saberlo, es mucho más de lo que le he permitido a la mayoría de los que he traído a mi mundo. Y este juego dejó de ser divertido hace rato. Si me disculpas...
—Una pregunta más, solo eso —casi rogó ella. Tiempo, solo eso necesitaba, debía obligarlo a perder más tiempo para concedérselo a Tony. Era obvio que nada podría hacer por él más que intentar darle de lo que ella misma carecía.
—Tú dirás —concedió, solícito el monstruo.
—¿Porqué él? ¿Porqué lo has escogido a él?
Otra sonrisa estalló en su rostro ajeno y el rey de las pesadillas echó la cabeza hacia atrás al reír de nuevo largo y tendido. Un sonido inhumano.
—Es curioso que seas tú específicamente la que lo pregunte. —antes de que Rachel pudiera insistir, el monstruo alzó un brazo y la caverna se llenó de viento. Ráfagas de aire gélido se arremolinaron entorno a ambas mujeres, pero contrario a la Rachel original, el rey calabaza no se veía afectado por el viento huracanado, como si no existiera realmente para él... O ella.
El cabello de lana de Rachel se dejó mecer al compás movido dócilmente ante el vendaval, y por un instante le impidió ver. Se lo apartó del rostro con el brazo libre justo a tiempo para ver como algo pasaba a su izquierda. Tony. Había salido por la puerta, así sin más ¿Cómo se le ocurría? ¡Lo mataría! ¡el rey calabaza lo sacrificaría ahí mismo!
Estaba hipnotizado, iba hacia su muerte. Rachel gritó su nombre para despertarlo, pero él ni se inmutó. Tony no iba precisamente obligado, él caminaba directo a ella, pero no a la Rachel real sino la que lo dejó hace nueve años. Se volvió a la original un instante cuando ella tiró con demasiada fuerza de su brazo y la tela emitió el sonido seco del desgarre. Tony, dudoso, con el entrecejo fruncido levemente, la miró como si no recordara haberla visto en su vida.
Entonces, como si despertara de un sueño, se volvió a la Rachel que quería ver. La hermosa, la mujer de la que una vez se enamoró. O eso creía él. El rey calabaza lo esperaba como una princesa a su príncipe, con expectación.
—Engañoso es el corazón más que todas las cosas —rió atronadoramente al tomar con una de sus manos la garganta de Tony— mira lo que amar te ha hecho, despreciable mortal. Y lo que le ha hecho a quienes te rodean.
Lo giró con brusquedad a la Rachel original, la que seguía clavada a la pared, la que no era ni el eco de lo que había sido en el pasado, la que no pudo protegerlo. Sus ojos se encontraron y, por un instante, Tony dio señales de reconocerla.
—Este es un bonito sitio para permanecer por toda la eternidad. ¿No te parece, Rachel? —le dijo el monstruo, dedicándole una mirada de suspicacia— adecuado para ti, una muñeca abandonada para toda la eternidad. Me suena a una buena historia.