24: La llave de plata
23 de noviembre de 2025, 9:32
En poco tiempo estaban de nuevo en la superficie y de ahí, bordearon los bosques y el pueblo caminado rápido pero en silencio. La colina por la que habían ascendido para escapar del laberinto estaba a la vista cuando por fin llegaron a la torre. Aquella torre en donde los hombres lobo los habían metido y convertido en monstruos. La torre en donde, según la pitonisa, tenían a Tony. Rachel sentía una mezcla de sentimientos raros. Ira, desolación, miedo, ansiedad. Quizá más, mucho más. Pero pensar en Tony en ese sitio le escalofriaba de maneras muy extrañas.
La visión de la torre, alta, mortecina ante la luz de la luna y las antorchas que regaban las inmediaciones, era como para ponerse a temblar. Pero los tres monstruos no podían darse ese lujo. Eli había estado empujando con la lanza a la pitonisa, sin lastimarla pero aun así, siendo firme y seguro, no permitía que hiciera movimientos bruscos. Ella parecía mostrar un completo desinterés antes la afilada punta de la lanza, solo tenía ojos para la torre a la que se aproximaban, lentamente.
La luna había surcado ya una gran pare del cielo en toda esta desventura, no faltaba mucho para el amanecer pero tampoco se alejaban tanto de la media noche. Había estrellas, cosa rara, porque antes no habían visto ni una. Y parecían brillar malignamente. Debían apresurarse, rápido, o no llegarían a tiempo.
Rachel estaba feliz dentro de lo que cabía, por el hecho de que no habían tenido que salir por aquellos arboles de antes. Los que se los habían tragado. Ese bosque bien podría ser llamado el bosque de los susurros, pero la verdad es que había mejores títulos para ese sitio. Todo el camino había sido efectuado por un túnel que se iba abriendo en la roca según la pitonisa caminaba hacia adelante, perforando la roca a su paso y cerrándose tras ellos. La llave que el rey calabaza le había dado a cambio de Tony era una llave maestra, le abría caminos en todas direcciones en el mundo de pesadilla en el que estaban, incluso servía para escapar de él... y regresar si era necesario.
Ahora, serviría para entrar a la torre sin ser vistos e impedir el sacrificio.
La torre era tal y como aquella que en su momento vieron, la torre del centinela hereje, pero esa estaba al otro lado del pueblo, cerca del lago. Esta otra, era idéntica, salvo el hecho de que había actividad en ella. Cinco guardias se hallaban apostados alrededor de la base de la torre, según podían ver, cada quince segundos se rotaban las posiciones y ellos intercambiaban con el de la derecha. Como si fuera un reloj. Cada uno portaba una alabarda, espada, lanza o cualquier otra arma.
La pitonisa había ordenado el alto un poco antes, tras unos arboles desde donde estaban sondeando la situación.
—Esto es sencillo, pero tiene que ser rápido. —les anunció la pitonisa— Síganme en todo momento, debemos interceptar a los demás en breve. El resto tendrá que encontrarse con nosotros entonces.
—Espera ¿Dónde están los demás? ¿Adentro? —se sorprendió Eli— ¿Cómo pasaron el circulo de guardias?
—Ellos se lo contarán todo —silabeó ella, en tono mordaz— ahora, debemos ser rápidos.
Eli y Rachel asintieron y la pitonisa dio un paso al frente con la llave aun asida firmemente en la mano. Sacó de entre sus ropas un frasco como el que había contenido a Layne antes. Grande y de vidrio opalino con volutas de humo brillante en su interior. Eli, inseguro, alzó la lanza en guardia. Pero contrario a lo que pensaron, ella lanzó el frasco lejos, al otro lado de donde los guardias veían. Rachel se cubrió la boca para no hacer ningún sonido esta vez, pero no fue necesario el silencio para que este plan surtiera efecto.
El frasco se rompió más allá, llamando la atención de los monstruos mientras docenas de fantasmas traslúcidos como Layne se escapaban de los cristales rotos llenando toda el área de niebla y algarabía. Los fantasmas hablaban a voz en grito por la confusión y pedían respuestas entre lamentos quejumbrosos, los lobos también exigían respuestas pero a ellos nadie les escuchaba. Reinó el caos por un momento, suficiente tiempo como para que la pitonisa ordenara salir de detrás de los arboles en dirección de la pared exterior de la torre. Rachel, asombrada, siguió de cerca a Eli hasta que se abrió una brecha en las rocas de la pared y ellos pasaron hasta el interior como si nunca hubiera habido pared.
Una vez dentro, reinó el silencio otra vez. Las voces fantasmales no podían atravesar la piedra del muro, Rachel no estaba segura, pero a lo mejor los fantasmas estaban tan desorientados como para poder atravesar las paredes. Si mal no recordaba, a Layne le costó algunos minutos volver siquiera a flotar con normalidad. Tan normal como podía ser flotar para un fantasma, después de todo.
Adentro, volvía a haber oscuridad. Eli masculló algo con respecto a las lamparas cuando la pitonisa los mandó a callar.
—Escuchen. Es un buen momento para que hagan sus preguntas. —les dijo, y una luz se encendió en la penumbra— pero guarden el máximo silencio posible o nos escucharan.
Eli se sorprendió apuntando la lanza a la pared cuando la pitonisa estaba al otro lado de la estancia. Era un sitio que no había sido limpiado en siglos, tanto que se podían ver las partículas de polvo brillando en el aire con la luz de la lampara de aceite. El sitio era estrecho, como de dos metros de anchura y quien sabe cuantos de largo, la luz de la lampara no encontraba un final a esa oscuridad.
—¿En donde estamos? —quiso saber Rachel.
—Entre las paredes de la torre. Es un pasadizo bastante útil. Vamos, síganme, no tenemos tiempo que perder.
El diablillo y la muñeca iniciaron la caminata junto a la pitonisa. El ambiente estaba bastante cargado de polvo, tanto, que la pitonisa se cubrió su boca y nariz de reptil con su misma ropa harapienta. Eli la imitó y Rachel solo podía aguardar la esperanza de que su piel de tela no acumulase demasiado polvo.
—¿Por eso es que no veíamos más fantasmas en el pueblo? —preguntó Eli, con la voz ahogada bajo la tela— ¿los tenías tú encerrados en ese frasco como a Layne?
—No en vano han pasado cincuenta y cinco años de planeación —siseó su guía— ha sido más fácil de lo que piensan. Los monstruos aquí no se preocupan mucho por los demás y no tienen la suficiente inteligencia como para notar que de una década a otra han desaparecido los fantasmas. Por suerte, el rey calabaza tampoco se ha apercibido de ningún cambio.
—¿Y los tenías guardados todos en el mismo frasco? —insistió Eli— ¿Cuándo capturabas uno no se te escapaba otro?
Rachel no evitó una risilla ante la cara de fastidio de la pitonisa.
—Desperdicias tus preguntas, diablillo. —se burló sardónicamente.
—¿Qué es lo que hará éste sacrificio? —preguntó la muñeca entonces— ¿Cuál es su propósito y por qué quieren específicamente a Tony?
Ambos corrían tras la reptil que andaba a hurtadillas entre las paredes, lo más rápido que podían pero sin hacer ruido. La pitonisa daba pequeños golpes a ciertas paredes y cuando se encontraban en un callejón sin salida, ella volvía a empuñar la llave y pasaban sin problemas. Cuando Rachel preguntó eso, la pitonisa se quedó un instante pensativa.
—Volverá a prolongar la vida del rey calabaza otro siglo más. Prácticamente será inmortal hasta que los planetas vuelvan a estar en los sitios correctos, como esta noche. Su vida acaba al salir el sol y con él todo este mundo. —se tomó un momento y luego alzó la vista al cielo raso que no era más que el suelo de madera de uno de los pisos de la torre— Ahí debería estar el ala oeste... Entonces debemos subir en la siguiente vuelta.
—No has contestado a mi segunda pregunta —insistió Rachel, le daba miedo la respuesta, pero aun así deseaba saberlo— el rey calabaza dijo que era irónico que yo lo preguntara. ¿Porqué?
Llegaron a esa vuelta y la pitonisa abrió un segundo pasadizo pero en el techo. Ahí habían vigas que ascendían hacia arriba, casi como peldaños de una rustica y peligrosa escalera que fue construida por un loco. La primera en subir fue la reptil, la siguió Eli y después Rachel.
—Quieren al mortal por su corazón —siseó la pitonisa.
—Eso ya lo sabemos, pero ¿porqué? en esa fiesta habían muchas personas. Estoy segura de que ninguno tenía el nivel de alcohol en la sangre tan alto como el de Tony, pero dudo que esa sea la razón.
—El corazón en el sentido espiritual es más complicado de lo que crees, dama del infierno. —le respondió con una sonrisa en la voz, de esas que se traslucen entre las palabras— para empezar, quiero decirte que hay muchas mentiras en el mundo. Una de ellas es que el bien vence siempre el mal. Esa es la más grande de todas, muchas veces, el mal instaura su reinado y lo mantiene por generaciones sin que nadie sea capaz de detenerlo. Hay fuerzas poderosas, que los que las saben usar, emplean para sus propósitos. Una de ellas es el sufrimiento.
Rachel se estremeció. No le gustaba a donde iba eso.
—En la antigüedad, los miembros de etnias adoraban dioses y les rendían sacrificios, normalmente humanos. Esos sacrificios tenían la cualidad de poder apaciguar o encolerizar a los dioses. Y de esa forma hacían llover o detenerse la lluvia, que llegase la abundancia o que sus enemigos fueran derrotados en guerras. Pues, ellos quizá no lo comprendían del todo, pero no eran sus dioses quienes hacían esos "milagros" sino la energía del sufrimiento derramado en los sitios estratégicos. En puntos de poder como esta torre, creaban pirámides y demás construcciones en esos puntos energéticos, prácticamente haciéndole acupuntura al planeta, soltando esa energía de las profundidades y aumentándola con la del sufrimiento.
Eli se veía más pálido que nunca, si Rachel no se equivocaba, su amigo estaba pasando por un mal momento. Pero no lo culpaba, a ella tampoco le estaba sirviendo de mucho esta conversación, más que para que su inexistente estómago se removiera.
—El rey calabaza no es idiota, es un mago negro muy experimentado. No por nada es que supo como crear el condensado de pesadilla que después de todo, es el responsable de que nos veamos así. —la pitonisa chasqueó la lengua— ha leído los pergaminos, los que ahora yo poseo. Ya no los necesita, se los sabe de memoria. Ha tenido tiempo para aprendérselos, créanme. Incluso antes de venir aquí era ya un sabio.
—¿Venir aquí? —repitió Eli— ¿es acaso que él no es de este mundo?
Rachel sabía que hacía ya un rato que él había dejado de apuntarla con la lanza, pero no porque estuviera confiado o relajado, el arma temblaba en su diestra lobuna casi imperceptiblemente. La pitonisa miró un instante a ambos, sus rostros trastornados por el peso de esa información. Luego reanudó la marcha, Eli y Rachel caminaban detrás, tratando de seguirle el ritmo.
—Él también fue como nosotros. —parpadeó con el tercer parpado— pero de eso hace quizá un milenio. Talvez más.
Rachel tomó un respiro, aunque no respirara. Subió a una viga alta con una capa considerable de polvo y volvió a insistir— ¿Qué tiene que ver esto con Tony y su corazón?
—El rey calabaza sabe que mientras más sufrimiento, más energía y por tanto más poder. La poción que le dará la inmortalidad, la poción de las mil auroras, se hace con un corazón de una persona que sufre mucho. Y no hay ninguno que sufra tanto como uno roto.
Rachel se quedó de piedra unos segundos. Todo tenía sentido. Ahora comprendía demasiado bien.
Se habían vuelto a detener, esta vez porque la pitonisa volvía a dudar sobre la dirección qué tomar. En ese instante, Rachel estaba procesando lo que todo esto significaba. La pitonisa volvió a hablar entre murmullos.
—Rosaura, la chica que fue raptada de nuestro grupo de amigos hace ya un siglo, también tenía el corazón roto y por eso la escogieron de entre nosotros. Había sufrido un desaire amoroso terrible, por eso estábamos ahí, para animarla. Pero de haberlo sabido... —los ojos de la pitonisa se tornaron vidriosos de pronto, pero fácilmente podía ser a causa del polvo— Esto siempre se ha tratado de muerte de inocentes, de personas reales que sufren para que ese malnacido viva eternamente. Además de hacerlo inmortal, la poción y el sacrificio le confiere el poder sobre cada ser animado en todo este mundo hasta que pasen otros cien años. Por eso es que esta noche y la anterior he podido hacer esto, porque el control del rey calabaza se ha debilitado hasta casi desaparecer. Pero si no hacemos algo, nosotros también seremos sus súbditos hasta que nuestros recuerdos sean borrados al completo y seamos como ellos. Como el resto de los monstruos. ¿Entienden ahora porqué esto es tan importante? ¿Porqué deseo más que nada destruir esta monarquía tiránica y vengarme?
Eli asintió, contagiado por el deseo de rebelión que inundaba a la pitonisa. Rachel seguía paralizada por esta revelación, pero nadie reparó en su mutismo.
—Si hay más personas con el destinado a ser sacrificado, los obligan a venir para que presencien el acto. Eso, como ya lo habrán imaginado, aumenta el sufrimiento y por tanto el poder del rey calabaza. En este caso, las cosas cambiarán, eso se los puedo prometer. Ahora hay muchos con Tony que no dejarán que sea asesinado.
Los tres se quedaron en silencio, esas últimas palabras eran más fortalecedoras que un soplo de aire fresco. En especial para Rachel que no respiraba. Siguieron adelante, meditabundos y silenciosos, otro tramo más hacia arriba, luego horizontalmente y hacia arriba otro poco hasta que, pasados unos instantes, la torre al completo empezó a vibrar y luego a sacudirse como si se estuviera en un terremoto.
—¿Qué ocurre? —gritó Eli a quien la lanza se le escapó de las manos. Estuvo a nada de caer entre unas maderas sueltas a través del suelo para después desaparecer en la oscuridad, pero quedó atrapada entre las vigas.
—Ya empezó. —la pitonisa dijo una maldición y les instó a que corriesen tras ella— rápido. O no llegaremos.
—¿Y más o menos como es que piensas impedirlo? —murmuró Eli, recuperando nerviosamente el arma antes de seguir a la pitón.
La pitonisa dio un rodeo, como si no hubiera escuchado lo anteriormente dicho y estuviera viendo hacia otro sitio. Rachel repitió la pregunta, con una leve impaciencia. La pitonisa volvió a hacer oídos sordos hasta que volvieron a hacer otro alto para decidir el camino. Entonces ella al fin respondió.
—No he dicho nada sobre impedirlo.
Rachel y Eli se vieron a los ojos, el pánico estaba en ambos con grados parecidos.
—¿Lo dejarás morir? —se escandalizó Rachel.
—No he dicho eso.
—Si no impedimos ese sacrificio ¡morirá! —Eli dio un paso hacia adelante con la lanza— no tiene lógica lo que dices.
—Tiene más lógica de lo que crees.
—Dijiste que lo salvaríamos. —gritó Rachel.
—Silencio. Nos escucharán. Y si, eso dije y eso es lo que haremos. —siseó amenazante— pero no lo entiendes ahora, solo...
—¿Qué? ¿Qué confíe en ti otra vez?
La pitonisa desvió la mirada y apretó los labios.
—Les prometí que esto saldría bien y así será. Solo debemos hacer las cosas como lo he planteado y el rey calabaza caerá junto con este mundo. Podrán regresar a su mundo, quizá hasta volver a la normalidad de nuevo.
Eli y Rachel se miraron otra vez. ¿Qué podían hacer ahora? ambos miraron a la reptil, ella les sostuvo la mirada, con seguridad. Era la mirada de alguien que sabía que decía la verdad, que no tenía mucho más qué ocultar, que creía en lo que decía y estaba dispuesta a todo para lograrlo. Con la carrera la tela colocada sobre su boca y nariz se había caído y ahora la lengua viperina saboreaba el aire con astucia.
Tal vez captó que Rachel volvía a dudar, porque se dio media vuelta y miró por encima del hombro hacia la muñeca y el demonio.
—No tenemos tiempo, apresúrense.
Ambos la siguieron por inercia, caminando rápidamente tras ella. Si la pitonisa no iba a impedir el sacrificio, ¿Cómo es que iban a salvar a Tony? ¿El resto de los chicos sabía que esto sucedería? Rachel tenía mil dudas diferentes, estaba aturdida por la idea y ahora más que nunca quería saber qué ocurría en la cabeza de la pitonisa. ¿Qué intenciones podría tener realmente?
Los pasillos angostos parecían cerrarse cada vez más a cada paso, o talvez era solo la opresión en el pecho de Rachel, que parecía nunca irse, solo menguar hasta ser pasable para volver con renovadas fuerzas. Eli le puso una mano en el hombro y ella regresó a la realidad, si a eso se le podía llamar realidad.
—Todo va a estar bien —ella asintió en respuesta.
La pitonisa les hizo una señal para que se detuvieran.
—Espero que esto sirva para que reconsideren creerme. —les miró otro instante antes de sacar la llave de plata y dar un paso adelante. Ellos la siguieron.
La sala a la que entraron era aun más angosta que el resto de las que habían estado atravesando hasta entonces. Pero no había nada de tétrico en ella, quizá Rachel no había estado más feliz que nunca. Layne, Geoff, Earl, Cesar y J estaban ahí. Todos juntos. Habían estado esperando en esa cámara por más de una hora a que la pitonisa volviera.
—¡Chicos! —se sorprendió Eli al verlos. Que bueno era ver sus rostros de nuevo, aunque estos fueran los de unos monstruos que se parecían remotamente a los de sus amigos. Ellos también se sorprendieron gratamente y estuvieron a nada de hacer otro escándalo de esos que solo un reencuentro puede hacer, cuando Eli se quitó un guante y arremetió a guantazos a todos.
—Está bien, está bien Eli, ya aprendimos la lección —se cubría Cesar la cara con las manos esqueléticas— ¡De haber sabido que este sería tu recibimiento... !
—Eli, cálmate, hermano —se defendió Earl quitándole el guante. Pero Eli aún tenía otro que se quitó de inmediato para darle esta vez a Geoff.
—También te extrañamos —gimió Geoff, intentando interponer las manos para defenderse.
—Creo que ya les has dado todo lo que merecen —Layne se cubría su fantasmal boca pero una risilla llenaba toda la diminuta galería.
—¡Se merecen más, buenos para nada! —mascullaba entre guantazo y guantazo.
J sostuvo del brazo al demonio y lo alzó en el aire un metro.
—Eli, estás haciendo el ridículo ¿te das cuenta? —no evitó reírse el hombre lobo, que de paso le quitó el guante— eres un peligro a veces.
—¡suéltame! cuento hasta tres y ya van dos. ¿Cómo se les ocurre irse sin avisar? —explotó Eli, las gafas se le habían resbalado por el puente de la nariz.
—Todo es parte del plan de la pitonisa—resopló Geoff volviendo a sacar su nariz del interior de su cabeza.
—¿y quien les dijo que podían hacer tratos con esa serpiente sin decirnos? —restalló Eli cuando J por fin lo dejó en el suelo.
—Ella nos dijo que ustedes ya lo sabían todo —Earl se encogió de hombros.
Todos miraron a la pitonisa que pasaba sus manos escamosas por las paredes polvorientas, de espaldas a ellos sin mirarlos, completamente ajena a lo que estaba sucediendo, hasta que sus manos se detuvieron en una roca en especifico.
—Es aquí —anunció la reptil.
Todos miraron la pared de roca.
—¿Aquí qué? —ladeó la cabeza Cesar.
—Creo que quiere decir que aquí hay algo —reflexionó Layne en voz baja.
—Pero ahí... ahí no hay... —Earl se aclaró la garganta al darse cuenta de que estaba diciendo algo obvio— nada. No hay nada ahí.
Rachel ya extrañaba las voces de todos, aunque sonaran levemente monstruosas.
—La entrada. —dijo la pitonisa— el rey calabaza es astuto.
Los chicos se acercaron para observar con atención. Hasta donde alcanzaban a ver, este era otro callejón sin salida más. Tres altos metros de piedra mohosa y polvorienta. No había entrada o salida posible. Si acaso usara la llave de plata para abrir una abertura nueva, pero la pitonisa no la sacó en ningún momento, en lugar de eso, extrajo de entre sus ropas un instrumento más conocido: la aguja.
—Aproxímate, dama del infierno.
Rachel no tenía que preguntar si se refería a ella, solo avanzar hacia ella. La pitonisa le tendió la ganzúa. La muñeca de trapo la tomó de su mano y la observó a la luz de la lampara de aceite. Era su ganzúa, la misma que la ayudó en innumerables ocasiones en todo ese viaje, estaba como nueva, algo chueca, pero considerando que se había partido y estropeado bastante y ahora estaba en una pieza ya era mucho decir.
—Cuando te vi en esa plaza, tuve una visión. —confesó la pitonisa— vi muchas cosas, en realidad. Algunas que no comprendo. Pero entre ellas, te vi a ti usándola.
Eli se acercó inclinándose para ver la aguja más de cerca y luego a Rachel.
—¿Usarla? ¿Donde? aquí no hay cerraduras.
La pitonisa negó con la cabeza— El rey calabaza tiene un gusto especial por las trampas. Se cuida las espaldas de formas bastante incomprensibles. Esta llave maestra no sirve en esta habitación. —extrajo la llave de plata de su bolsillo y se la entregó a Rachel también.
Los ojos de vidrio conectaron con los de pupila vertical por unos segundos, hasta que esta última parpadeó con el tercer parpado.
—¿Me viste abriendo una puerta a esta habitación? —musitó la muñeca.
La pitonisa volvió a sonreír, no con esa locura desquiciada que todos parecían tener en ese pueblo, sino como una persona que sabe que lo que está a punto de ocurrir era lo que desde un principio debía pasar.
—¿No te dije antes que esto te serviría cuando llegara el momento?