ID de la obra: 1416

El portal del sexto árbol

Het
R
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
187 páginas, 111.982 palabras, 32 capítulos
Descripción:
Notas:
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25: A lo que se llega por amor

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Rachel no sabía qué se ocultaría tras esa habitación, le preocupaba en sobremanera, pero sabía que no había alternativa. Sus ojos pasaron a la pared frente a ella y al sitio que la pitonisa estaba señalando con su garra escamosa. La roca que le señalaba era igual a las otras, si acaso, era la más polvorienta. Echó una mirada al resto de los chicos, recién encontrados, que la miraban con mucha curiosidad. Pero confiaban en ella, por supuesto. Rachel se volvió a la pared de nuevo para después pasar su mirada a la llave y la ganzúa a la vez. Las mantenía a ambas separadas, una en una mano y la otra en la otra, estudiándolas alternadamente.  —¿Cómo sabes que funcionará? —murmuró. La pitonisa parpadeó— ¿Porqué no habría de hacerlo? —¿La ganzúa es mágica como la llave?  Ella se encogió de hombros— ¿Porqué no lo averiguas?  Rachel se mordió el labio. ¿Quién le aseguraba que no era otra mentira de la pitonisa? Aunque debía decir que después de todo, los había traído hasta aquí y eso ya era toda una proeza, todavía en su cabeza no cabía la idea de cómo había hecho para traer a los chicos hasta esa habitación en la torre, y secretamente la admiraba por eso y más. Pero ¿Podría confiar en la veracidad de sus siseos? La pitonisa había dicho ver que la ganzúa le sería útil cuando llegara el momento, y literalmente le había servido en todo ese absurdo viaje. Nada le garantizaba que esta no fuera la ocasión correcta en realidad pero tampoco que hubiera sido verdad esa visión.  Sintió la cercanía de sus amigos tras ella, inclinados para ver a la luz de esa lampara, qué era lo que iba a hacer al final. En vez de pensar en si esto era o no otra mentira urdida astutamente por esa víbora de pupila vertical, decidió probar su suerte. Las acercó una a la otra, no sabía qué esperaba que sucediera, pero al ponerlas una junto a la otra y no se unieron mágicamente, se sintió casi estafada. Pero aun así, no se dio por vencida y acercó el conjunto a la pared, y entonces se sorprendió de verdad. Cuando el metal de la punta se acercó a la piedra, fue como si acercase una luz y el cerrojo que escondía, como si siempre hubiera estado ahí, se perfilaba ante los instrumentos. Un cerrojo de metal negro, engastado en la roca que antes había estado tocando la pitonisa. Los chicos atrás de ella dejaron escapar un suspiro de sorpresa. —¡Que genial! —exclamó Layne— esto sí que es tecnología. —Es más bien algo mágico —corrigió J— lo que no lo hace ser menos increíble. —Pero magia de la buena, —agregó Geoff—no de la que nos convirtió en lo que somos ahora. —¿Ustedes creen en la magia? —murmuró esa pregunta Earl, los demás lo miraron. —Creo que hemos llegado lo suficientemente lejos en este mundo como para empezar a creer —dijo sombríamente Eli. —¿Qué esperas? úsala —le instó Cesar emocionado. —¡Silencio! —los mandó a callar la reptil con un cascabeleo— escucha lo que harás, dama del infierno. Abrirás la puerta solo un poco, lo único que necesitamos es ver lo que sucede. ¿Entiendes? ¿Entendieron todos? debemos ver el momento exacto para entonces llevar el plan a punto. Y para ello hace falta el silencio más absoluto o... o él lo sabrá. Sabrá que estamos aquí y a lo que hemos venido. Y si él se da cuenta, el plan se irá a pique. Y nos torturará... No somos los primeros que intentamos esta osadía, y si fallamos, otros más lo intentarán. Pero de nosotros depende que no se derrame más sangre inocente. Rachel se preguntó si la reptil decía la verdad o no. Se preguntó si era cierta su historia con respecto a Rosaura, esa chica con la que Tony compartiría el destino si no se apresuraban. Se preguntó si esa hermana que decía tener existía siquiera o si sería otra mentira más para que su historia sonara más verídica al final. Pensó infinidad de cosas, mientras introducía la llave de plata y la ganzúa en la cerradura con mucho cuidado. Pensó en sus hijos, tanto había pasado en tan pocas horas, que ella se preguntó si estarían bien solos en la casa de campo... Con su esposo. También dedicó un pensamiento a él, uno largo y lleno de remordimientos.  Los chicos seguían como ella, atentos, tanto que habían dejado de respirar, los que aun tenían pulmones qué llenar. Rachel giró con cuidado las dos herramientas y, para su mayor sorpresa, la cerradura produjo un clic suavísimo, como si fuera un mecanismo nuevo y recién engrasado y no hubiera aparecido apenas un segundo antes. Inmediatamente, fue soplado hacia ellos un aire frio del marco interior de una puerta que apareció en ese instante, el polvo los hizo dar unos pasos hacia atrás. Eli volvió a cubrirse la boca y nariz, J y Earl lo imitaron. Rachel y Geoff acumularían muchas de esas partículas en su piel de tela sin quererlo. —Yo iré primero y ustedes me seguirán de uno en uno. Cuando estemos ahí, quiero que cada uno se ubique en una entrada diferente. —les ordenó la pitonisa— Habrán suficientes... según recuerdo... Pero deben ser rápidos. ¿Me oyen? Muy rápidos. Y muy cuidadosos. No deben ser vistos y a la vez ustedes deben poder ver todo mientras se mantengan escondidos ¿entendieron? del resto yo me encargo. De mi cuenta corre que el plan resulte o... o fracase. Los chicos, recelosos de lo que estaban a punto de hacer, asintieron. La pitonisa chasqueó con anticipación la lengua mientras llevaba sus dedos escamosos a un interruptor en la lampara de aceite, apagando la luz en el acto. Solo entonces pudieron ver la claridad mortecina, nocturna, que se colaba por el resquicio ahora creado de la puerta. Rachel tiró de la llave y la ganzúa, ahora trabadas en el cerrojo, tan suavemente como sus manos ansiosas le permitieron y la puerta se abrió un poco. Afuera de esa habitación estrecha en la que siete monstruos se apretaban entre sí, había mucha luz. Todos se agolparon para intentar ver mejor, la curiosidad los estaba matando. Pero la escena que se estaba llevando a cabo no era agradable en lo absoluto. Por lo que se podía apreciar a primera vista, la habitación con la cual conectaba la puerta, daba a otra más. Y esta segunda, tenía diversos paneles de piedra que estaban corridos a un lado como puertas a otra habitación más. Esa tercera habitación estaba plagada de sombras oscuras que giraban en descontrol e impedían ver más allá de reflejos de blanquecina luz lunar. Rachel sacó la llave y la ganzúa del cerrojo, cuando al fin pudo hacerlo, y sostuvo con la otra mano la puerta para que no osara cerrarse de nuevo o abrirse más sin que ella así lo quisiera. No temblaba porque se obligaba a no hacerlo, pero por lo visto no tenía el control de su corazón mecánico. Éste sonaba a paso rápido, demasiado rápido, con una fuerza que martilleaba en su pecho. Como un corazón de carne bajo los efectos de la adrenalina, del miedo, de la emoción. Rachel se llevó la mano con las herramientas al pecho y por unos segundos, mientras miraba hacia afuera con el resto de los chicos a su espalda, sintió más terror del que nunca había experimentado en toda su vida. Pero a la vez, el fuego de la emoción acalambraba su cuerpo por lanzarse a la aventura. Temía por Tony, temía no llegar a tiempo y perderlo, pero quería con todas sus fuerzas salvarlo y eso implicaba actuar y dejar de permanecer escondida.  La pitonisa se adelantó un paso y luego retrocedió a los demás. Acercándose mucho a ellos, les susurró, lo más quedo que fue capaz: procuren ser silenciosos. Entonces reanudó el paso y apartando a Rachel de en medio poniéndose a la delantera, tiró de la puerta, lo más lentamente que pudo, hasta que hubo un espacio suficiente como para pasar en medio. Al pasar, se agazapó al suelo y se arrastró hasta estar a un lado de uno de los paneles de piedra. Con la ropa oscura que portaba, casi pasaba por otra de las sombras. En la penumbra que creaban los paneles, casi desapareció, pero Rachel adivinó su figura entre las tinieblas cuando una mano escamosa se movió en el área iluminada haciéndoles señas para que la siguieran. Rachel no entendía qué hacían ahí, no entendía nada, no sabía si Tony estaba o no ahí. No sabía si debía o no confiarse a esa serpiente rastrera, pero la imitó y salió con lentitud y cuidado. Hizo lo que le mandó y a gatas por el suelo, ya sabía que se tardaría, porque el siseo de las hojas secas de su interior era un sonido que la acompañaba a donde fuera. Solo moviéndose muy lento, podía reducir ese sonido, pero no el de su atribulado corazón mecánico. Con dificultad pasó por el área iluminada a la oscuridad del panel contiguo al que la ocultaba a ella. Fue seguida por Layne, que apaciguó su luz lo más que pudo, hasta ser solo una figura borrosa, sin líneas, apenas diferente de una sombra pero aún visible, y se fue a ubicar tras el panel siguiente. A éste, lo siguió Earl y el resto de los chicos a su vez. Fue bastante aterrador, la tensión era palpable, por que las sombras aun se movían en círculos en la tercera habitación. Cuando todos estuvieron fuera, todos aguantaron la respiración. Según se alcanzaba a apreciar con ese claroscuro juego de luces, los paneles estaban ubicados en círculo rodeando la tercera habitación, en la que las sombras hacían su aquelarre. Esa habitación tenía algo macabro, Rachel no se imaginaba bien qué lo haría especial, pero tenía la idea de que podría tener que ver con Tony.  Rachel llevó ambas manos al pecho como una forma inútil de apaciguar el mecanismo de su corazón. Echó una mirada por el borde del panel y miró atentamente el desfile macabro unos segundos, hasta que el movimiento empezó a amainar. Fue como una corriente caudalosa empezando a apaciguarse de a poco hasta que sus aguas oscuras permitieron ver lo que ocultaban de fondo.  Y en ese fondo estaba el hombre por el cual todo este mundo estaba esperando esta noche. Tony se encontraba una vez más atado de manos y pies en el centro de un marco de piedra en forma de triángulo. Se veía tan pálido como nunca antes. Tenía surcos en la piel, rasguños y heridas de todo tipo que parecían recientes, solo que no había ni una sola gota de sangre en ellas. ¿Lo habían estado torturando? Rachel apretó los puños que tenía sobre el pecho y en un movimiento rápido se dio la vuelta para no ver más, no lo soportaba, era demasiado dolor para ella. Demasiado. Le dolía infinitamente por él y deseó más que nunca, poder intervenir. Era su culpa, Tony estaba ahí por su culpa. Si no se hubieran separado y no le hubiera roto el corazón ahora nada de esto estaría sucediendo. La muñeca de trapo apoyó la espalda en el panel y para su enorme sorpresa, tuvo que ahogar un sollozo.  Al principio no supo lo que estaba pasando hasta que se llevó las manos al rostro y sintió las tan conocidas lágrimas en sus mejillas. Las contempló en sus dedos, perlas de tristeza que no se consumían en su piel de tela. No eran lágrimas normales, porque no eran lágrimas de mujer, sino las de una muñeca. Entonces Rachel descubrió que las muñecas de trapo, en este mundo al menos, también lloran, pero solo cuando el dolor y la pena son insoportables y su alma humana, en caso de tenerla, no puede contenerlas por más tiempo.  Sin embargo, llegaron en el momento menos propicio, porque ahora no se podía permitir soltarse a llorar como una niña desamparada, no se podía ni permitir más sollozos si no quería echar a perder todo el plan de medio siglo urdido por la reptil. Debía actuar cuando fuera el tiempo, aunque no supiera si en ese plan había alguna acción para ella.  Se regañó a sí misma y echó a un lado las lágrimas por tanto tiempo extrañadas y se obligó a ver de nuevo por el borde del panel. Pero al verlo, indefenso y a merced de quien lo quisiera lastimar, las lágrimas regresaron. Fluían como si quisieran limpiar de su corazón mecánico la pena, la añoranza, el miedo.  En el suelo, diversos canales llevaban de aquí a allá un líquido espeso, oscuro y con leves reflejos rojizos, que alimentaba un fuego blanco. Los paneles que les servían como escondite, reflejaban el cielo nocturno, y mostraban lo cercana que estaba la aurora. Ya casi no había estrellas y había más luz que antes, pero aún debía ser muy temprano. En el centro de la habitación, en el marco de piedra, Tony se hallaba colgando penosamente de sus ataduras como un títere enredado en sus propias cuerdas. Cabizbajo. No podía verle el rostro, pero sabía que era él. ¿Quién si no?  —Mira a lo que se llega por amor —proclamó una voz sardónica entre una risa gutural— ¿Cuánto tiempo llevas en ese... deplorable estado? ¿Meses? ¿Años?  La voz no tenía rostro, Rachel no la había escuchado antes y no la reconocía, pero también sabía a quien pertenecía. Solo alguien que sabía lo poderosas que eran sus palabras podía hablar de esa forma tan imponente y a la vez tan burlesca. El rey calabaza estaba ahí, en algún sitio de la sala circular en la que Tony era el centro de atención. El aludido no se dio por enterado, más bien parecía desmayado por lo inerte de su cuerpo. Pero Rachel lo vio tomar una inhalación leve y mover la cabeza para cambiar de posición por lo menos su cuello.  Estaba consciente. Hasta ese momento, había tenido los ojos cerrados, pero después de un segundo separó los parpados y sus ojos se fijaron en ella. Fue una mirada que pareció venir del otro lado del universo, encontrándola a ella en la oscuridad, precisamente a ella, para de inmediato volver la vista al frente. Y Rachel, además de la impresión poderosa que esa sola mirada tuvo en ella, percibió en esos ojos algo diferente. Esos ojos claros le habían transmitido miedo, él sabía que ella estaba ahí y nuevamente estaba asustado. Porque la imprudencia de Rachel la había traído a donde menos debería haber estado. Sus ojos habían sido una tormenta de verdes y grises, luminosos, aunque extraños. ¿O solo le había parecido que así era? —Pero debo agradecerte. —prosiguió su discurso el rey calabaza, desde algún sitio indefinido de la habitación— Tu mediocridad me hará más fuerte y tu corazón me volverá inmortal por otro siglo. Esta noche eres la estrella que nos alumbra con su presencia, deberíamos inclinarnos ante ti ¿no es cierto? Es lo que se hace en estos casos.  Parecía que el rey hablaba en nombre de alguien más también. ¿Se refería acaso a las sombras que aún giraban en torno al destinado a sacrificar?  Fue entonces cuando sus ojos se posaron en un ser de auténtica pesadilla. Rachel se tapó la boca para no gritar. Un gran murciélago negro de algo más que un metro, erguido en dos patas, arrastrando dos enormes alas como la misma oscuridad. Su nariz chata y protuberante como hocico de cerdo, sus dientes agudos como alfileres y chorreantes de baba. Sus ojos negros, mucho más negros que las tinieblas. Y no era cualquier murciélago, era el que los atacó en la casa de campo. El que los distrajo mientras se robaban a Tony. Era el mismo solo que ahora podía verlo con claridad absoluta y le horrorizaba poder hacerlo. Hubiera pensado que ese sería el rey calabaza si no hubiera visto a un hombre de pie junto al ser de pesadilla. Éste, por el contrario, era un hombre alto, delgado, que no aparentaba ni un día más que treinta años. Vestido con una túnica que se asemejaba mucho a la vestimenta que la falsa Rachel había portado antes. Podía ver sus ojos desde donde estaba, fríos y mordaces, negros como la obsidiana pulida. Éste era el rey calabaza real. El hombre que se dedicaba a reinar el mundo de las pesadillas.  El hombre hizo una teatral, pero elegante, reverencia sin despegarle los ojos de encima. Tony conectó su mirada con la del rey al alzar la vista. Si bien el rey calabaza destilaba maldad, Tony no se dejaba intimidar, le retaba con la mirada, aunque no respondiera a sus provocaciones verbalmente. El rey lo estudió de arriba a bajo antes de pasar su lengua negra por sus labios otra vez y le sonrió.  Rachel se preguntó qué esperaba la pitonisa. ¿Realmente quería impedir el sacrificio y todas las cosas que antes había insinuado? ¿O los había traído al fin para que simplemente vinieran a presenciar esta masacre y aumentaran el sufrimiento que le daría el poder al rey calabaza? La muñeca de trapo percibió el sabor del odio en la lengua y en su corazón, como un temblor, y maldijo su propia debilidad. Si tan solo tuviera la fuerza para hacer algo lo haría en ese mismo momento.  El rey calabaza se irguió de nuevo y en unos pasos cortos estuvo frente a Tony, a un palmo de él. Y ni entonces sus ojos se apartaron de los del otro. Se estudiaron el uno al otro, con atención, grabando los rasgos contrarios en sus memorias, solo unos segundos antes de que el rey volviese a hablar.  —Me hubiera gustado conocerte antes —cuando hablaba en voz baja no se adivinaba la fuerza que podía desplegar su voz— si te hubiéramos capturado algunas horas antes... si tan solo la aurora no estuviera tan cercana... hubiera sido divertido.  Tony alzó una ceja, pero no dijo nada, tampoco desvió la mirada. Cuando el Rey calabaza alzó una de sus manos al rostro del destinado a sacrificar, y vio como estaba a punto de agarrarlo otra vez por la garganta, Rachel se dio cuenta de que era suficiente.  No supo en qué momento dejó de soportar ésta visión, sólo que sus pies se movieron, esquivando con agilidad el fuego, y la llevaron hasta estar entre la maldad y Tony. La rigidez de su pierna no fue ningún obstáculo que impidiese que Rachel hiciera lo que se suponía que la pitonisa llevase acabo. Se plantó frente a la maldad y disfrutó por un segundo, de la sorpresa en la mirada del rey calabaza.  —¿Tú no estabas empalada a la pared de esa inmunda choza? —preguntó con aspereza, retirando la mano que hasta hacía un momento iba a cerrarse alrededor de la garganta de Tony.  —No permitiré que lo toques —remachó la muñeca de trapo con los dientes apretados actuando como un escudo— no harás nada con él si yo puedo evitarlo. No. Lo. Lastimarás.  —¿Qué se supone que te propones? —masculló Tony, la voz rasposa y cansada, en la que se oía un tilde muy marcado de desesperación.  Ella no contestó, porque no tenía respuesta para él ni para nadie. No tenía respuesta ni para sus lágrimas que aunque ya no fluían en tormentosa cascada, habían dejado rastro en sus mejillas. Pero sabía que esto era lo correcto, impedir éste sacrificio era lo menos que Rachel podía hacer por Tony, se lo debía ya que por ella él se encontraba ahí. No era la primera ni última vez que ella lo defendería y si podía lo seguiría haciendo hasta que su vida se extinguiera.  Si tan solo su corazón se calmara, podría creerse su propia valentía. El rey calabaza la contempló con sumo interés, como si un animal exótico hubiera irrumpido por equivocación en su sala de sacrificios.  —¿Eso es lo que piensas, niña traviesa? —la voz se tiñó de esa acaramelada seducción que antes el hombre lobo había usado al rasgar su rostro— ¿Piensas que tienes el poder para evitar mi voluntad sobre éste corazón?  Le contestó el silencio, Rachel no sabía que decir, pero se daba cuenta de que de nada le servirían las palabras más floridas o valerosas. Al final, seguía siendo una triste muñequita de trapo, rota, sucia, mojada, abandonada. Frágil en todo el sentido de la palabra. Si acaso, lo único que podría hacer sería retrasar la muerte de Tony, pero evitarla estaba realmente fuera de sus posibilidades. De verdad ¿Qué podía hacer ella en contra del mal?  A la luz del fuego blanco, el rey calabaza alargó su mano al murciélago. Rachel había olvidado la presencia repulsiva de ése ser. Este sacó de entre su ropa una daga de piedra. La hoja parecía de hielo o cristal y lo bastante afilada como para herir a tres hombres de un solo tajo. En algunos lugares aún llevaba adherida sangre de algún otro sacrificio, como un óxido sobre la superficie brillante. —De todas formas, llegas tarde para salvarlo. —casi ronroneó de satisfacción— Pero no tanto para morir con él.  —¡Maldita sea, ese no era el plan! —Todas las miradas en la habitación se fijaron en la pitonisa que salió de entre los paneles de piedra hecha una furia. Con paso altivo enfrentó al rey calabaza como lo había hecho Rachel, solo que su aspecto si aterrorizaba. Se habían desplegado en su cuello dos membranas como semi círculos verde oscuros que la hacían ver como un prehistórico reptil amenazado que estaba listo para dar pelea hasta el último momento. Su cuerpo estaba en tensión, con el ansia de saltar sobre su presa. Los afiliados colmillos prestos a desgarrar y envenenar. Empezó a acechar al rey calabaza acercándose a él y girando a su alrededor, obligándolo a moverse ante su avance y colocarse en guardia como ella, atrayéndolo a un baile peligroso para ambos. Pero Rachel supo que realmente, lo estaba alejando de Tony.  —¿De qué se trata esto? —reclamó a voz en grito el rey, que no se quedaba atrás en malignidad, sólo sus ojos transmitían la indignación suficiente para que Rachel diese un paso hacia atrás, cubriendo definitivamente a Tony con su cuerpo— ¿Buscas algo más? ¿Otra llave? ¿No te ha bastado el peso de tus propias acciones, traidora. La pitonisa parpadeó pero no retrocedió— Vengo por ti. Por tu cabeza. No me iré de aquí hasta verte muerto. —¿Se creen capaces de detenerme ustedes dos? ¿Creen que pueden arrebatarme el corazón que es mío por derecho? —alzó su impresionante voz y todos los presentes se estremecieron en mayor o menor medida— ¡Yo lo atraje hasta aquí! Y él aceptó su destino al seguirme tan voluntariamente. No sean ridículas. Éste hombre morirá y no podrán evitarlo. Seré más fuerte y reinaré por otro siglo sobre ustedes, infelices escorias. Pero las haré pagar su rebelión por el resto de la eternidad con torturas inimaginables.  Rachel apretó los puños, en un intento por insuflarse a si misma más valor del que realmente sentía. No se movió ni un milímetro. El mundo se había convertido de repente en un lugar vacío con sombras de desesperanza flotando entre ellos como única compañía. La dureza con la que arremetió contra el rey se había esfumado, trayendo de regreso a la muñequita de trapo de nuevo y volviendo a esconder a la mujer empoderada que antes había sido. Pero no se movería. No si aún tenía control sobre su cuerpo. —Esta historia no ha concluido y su muerte aún no está escrita, —alzó la voz la reptil, destilando el deseo de venganza que por tanto tiempo había envenenado su interior— pero la tuya te la susurraré al oído por lo que le has hecho a Rosaura y a los inocentes que has tomado. Presenciaré tu muerte y nadie más perecerá en esta habitación. El rey dedicó una penetrante mirada a la pitonisa, como si intentara averiguar qué sangre corría por sus venas para que después de tanto tiempo siendo testigo de las atrocidades que él había cometido en ese siglo, aún conservara la determinación para hacerle frente. Entonces aferró con fuerza la daga de piedra y una sonrisa retorcida se desplegó en su rostro. Sus ojos rebozaban odio y maldad. —Te enseñaré como se debe tratar a un rey.  En un movimiento rápido, quiso descargar un golpe contra el pecho de la reptil. Ese golpe tenía toda la intención de ser mortal, iba dirigido al sitio correcto para provocar una muerte instantánea y el mutismo que el rey calabaza ansiaba. Rachel vio la hoja resplandecer al ser alzada y a la pitonisa intentando en vano retroceder, pero no fue lo suficientemente rápida.  El brazo del rey calabaza bajó con fuerza y arremetió, pero el arma se le escapó de las manos y salió flotando en el aire. Rachel sintió como si el grito que estaba a punto de soltar se le quedara atascado en media risa. Ella sabía con exactitud qué había ocurrido.  Layne apareció en ese sitio, con la daga en su fantasmal mano. Sonriendo triunfal como un espíritu vengador, agitando el arma asesina que en su mano perdía su apariencia terrorífica y se volvía un mero juguete.  —Ellas no están solas. —puntualizó con un grito de júbilo y el resto de los chicos salieron de sus escondites y dieron la cara ante el rey calabaza. —Nosotros las ayudaremos a derrotarte. —Eli alzó su puño lobuno con todo y la lanza. —Tú reinado se viene a bajo esta noche —se unió a los vítores J.  —No volverás a lastimar a nadie inocente, brujo inmundo. —apretó sus puños Earl.  Geoff portaba la linterna apagada, pero se veía igual de seguro que el resto. Cesar, con las manos en las caderas tampoco se quedaba atrás. Eli, de nuevo con los guantes, sostenía la lanza con fuerza. Rachel sintió de pronto, que amaba a esos chicos mucho más de lo que imaginaba en un principio y no pudo evitar compartir una mirada esperanzada con Tony al ver a todos reunidos y listos para la batalla. Aunque no supieran bien como luchar.  —Somos más que tú y no puedes traer aquí a los hombres lobo —se burló Geoff. —¿Qué harás ahora, rey moja camas? —continuó la broma Cesar. El aludido bajó la vista y suspiró en una risa suave que confundió a todos los presentes. ¿Porqué se estaba riendo si ellos literalmente lo estaban amenazando con derrocarlo? Los chicos intercambiaron miradas de preocupación. —¿Nadie les ha dicho que... —dijo cuando su risa se apaciguó— que nunca deben cantar victoria antes de tiempo?  Mirando al suelo se llevó las manos al estómago cuando su risa se transformó en el grito escalofriante de un loco. Echó la cabeza hacia atrás y alzó los brazos, abarcando con ellos la inmensidad del cielo nocturno que se veía por la cúpula abierta y las sombras que aún quedaban en el aire girando cambiaron instantáneamente de rumbo e impactaron en el pecho de J y Earl, deshaciéndose en el acto y dejando un aura oscura a su alrededor.  —¡Pues jugaremos todos! La lengua oscura volvió a humedecer los labios del rey calabaza al tiempo que una luz negra se encendía en los ojos de los chicos elegidos.
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