ID de la obra: 1416

El portal del sexto árbol

Het
R
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
187 páginas, 111.982 palabras, 32 capítulos
Descripción:
Notas:
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26: Cuando sus ojos se encontraron

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J y Earl, los más fuertes de todos ahora eran títeres del rey calabaza. Ambos, despojados de su voluntad, se volvieron contra Cesar, Geoff, Eli y Layne. La pitonisa rechinó los dientes, era claro que esto infringía cualquier plan que hubiera estado urdiendo cuidadosamente por medio siglo. La balanza estaba ahora a favor del rey, y no sería fácil nivelarla. —Cobarde alimaña de sepulcro —rugió lanzándose contra él que la esquivó sin problemas— Sabes que no podrás con todos ellos juntos. Pelea como el hombre que alguna vez fuiste, deja de jugar sucio. —Es mi mundo, cariño. —Dos gruesas dagas curvas de obsidiana se materializaron en sus manos de la misma oscuridad— Aquí jugamos con mis reglas. J, o el J títere, arremetió contra Geoff que sostenía la lampara. El zarpazo iba certero a su cabeza con la intención de dejarlo fuera de combate de inmediato. Pero él logró esquivar el ataque haciéndose a un lado y dando un traspiés hacia atrás, estuvo a nada de pisar las líneas de fuego blanco en el suelo. No tenía ganas de averiguar si podía sentir el dolor de una quemadura, aunque era improbable nada le aseguraba lo contrario. Después de alejarse dos pasos más de la línea que casi había pisado, se volvió hacia J. —J, hermano... —murmuró el muñeco haciendo acopio de toda su inteligencia para pensar en qué hacer— este no eres tú. ¡Reacciona! Tú nunca nos lastimarías. J dio un zarpazo certero que lanzó a Geoff más allá, al otro lado de la habitación, pasando por entre los paneles que dividían las habitaciones e impactando en contra de la de la otra habitación circular. Una nube de polvo y tierra se desprendió de él y quedó flotando como Layne en el ambiente viciado de esa sala de sacrificios. Por suerte, había sido un impacto seco, no lo había rasgado ni herido, pero aún podía hacerlo. —Me harás reconsiderar el reintegrarte al grupo —le gritó levantándose torpemente, algo atontado, pero ileso— ¿Me oyes? No más colaboraciones entre Jnone y Voiceplay. —¿Estás bromeando? ¡Es el favorito de los fans aun ahora que no está —le contradijo Eli, escandalizado. Él intentaba mantener a Earl a raya mientras Cesar y él pensaban atropelladamente en qué hacer. —Si me da de zarpazos ¿crees que me quedan ganas de cantar con él? —le gritó en respuesta esquivando otro golpe. La lampara había caído por ahí fuera de su alcance, y no tenía tiempo para ir a por ella, debía decidir qué hacer ahora, porque el hombre lobo se aproximaba a paso rápido hacia él. Geoff no sabía qué hacer, por supuesto. J era su amigo y lo menos que quería era lastimarlo, así que solo huyó de él. —Pues mira, tampoco es que lo esté haciendo por querer. —siguió defendiéndolo Eli. —¡Ya lo sé! —se exasperó Geoff— pero talvez esa amenaza le despierta. —Amenázalo con dejarlo sin la barbacoa y la subida a la montaña, eso me despertaría a mi. Layne fue flotando hasta Geoff y se interpuso entre ambos, blandiendo la daga para alejar a J. —Eres muy lento, tienes que anticipar sus movimientos —le aconsejó mientras blandía la hoja de la daga para evitar los zarpazos de J. —Tío, te debo una. —gimió Geoff agradecido, escondiéndose tras el espíritu— te besaría, si pudiera, pero... eres una voluta de humo. Porque sino... —No me des pesadillas ¿quieres? —le chistó el fantasma, aunque con un deje divertido por ese comentario— Aun no digas nada. No pienso herir a uno de mis mejores amigos. —Tienes razón, yo tampoco —aceptó Geoff y mientras J gruñía y daba pasos cada vez más cerca, se dirigió a él en otro intento para intentar traerlo a la realidad— J, por favor, recuerda quien eres. Recuérdanos a nosotros ¡Somos tus amigos! somos buena onda. —Algo me dice que esa no es la mejor forma de hacerlo entrar en razón —resopló el esqueleto. La lampara había caído cerca de Cesar y Eli. El catrín la tomó con firmeza y, ante una nueva embestida de Earl, Cesar le dio en la cabeza. La parte de cristal de la lampara de aceite se quebró en cientos de trozos de vidrio minúsculos que llovieron a su alrededor junto al aceite que avivó aun más el fuego. Las partes metálicas vibraron en sus manos unos segundos sacudiendo todos sus huesos pero a Earl no pareció molestarle en absoluto. —¡Oye! —le gritó Eli— ¡es de los buenos! —Ah ¿sí? Díselo a él, parece que no se acuerda. —le gritó con irritación Cesar aún temblando. El golpe no le había hecho ni cosquillas a Earl, era demasiado fuerte para que algo así lo hiriera. Todo lo contrario, solo sirvió para que supiera en quien colocar su mira. Su gran mano verde se movió rápido a Cesar y con un puñetazo certero, lo hizo caer al suelo desbaratado. Eli, de un salto, se interpuso con la lanza en mano hacia Earl impidiendo que se lanzara a rematarlo. —¿Estás bien? —le gritó por encima del hombro. —Creo que perdí un diente. Pero dentro de lo que es estar bien para un esqueleto, pues si, estoy bien —replicó éste recuperando a toda prisa las costillas y vertebras para volver a unirse. Entre ellas, vio una pierna entre el fuego que tuvo que rescatar antes de que fuera quemada— espero que esto no tenga efectos adversos más adelante.  Rachel no se quedó a mirar, no tuvo corazón para hacerlo. Las peleas se estaban tornando más rápidas, con movimientos certeros con la intención de matar, y aunque los chicos se defendían bien, Earl y J eran muy fuertes y bastaba uno de sus golpes para ganar cada vez más terreno a favor del rey calabaza. De seguir así, estas peleas no terminarían en nada bueno. Se dio la vuelta y silenciosa pero rápida atacó las ataduras de Tony. Él si estaba atento a lo que ocurría por lo que representó una sorpresa para él cuando sintió las manos de la muñeca en las sogas negras de su tobillo derecho. —Rachel —la llamó en un murmullo y ella se volvió a él— ¿Qué te parece si haces bien el trabajo de heroína? Hay una navaja en alguno de mis bolsillos. —Me alegra que a pesar de todo aún no pierdas tu buen humor —le sonrió nerviosamente antes de acatar las ordenes, lanzando una mirada furtiva a el rey calabaza y la pitonisa que seguían en una batalla encarnizada y frenética. La muñeca deslizó su mano en el bolsillo derecho donde empezó a rebuscar. —Estoy por estallar de risa ¡Date prisa, quieres! —había una nota de nerviosismo crónico en su voz— mientras más rápido me desates, más rápido dejará en paz a los chicos. Tenemos que centrar su atención en mi, talvez así evite las muertes de los demás. —¿Cómo es que tienes tú una navaja? —preguntó para desviar la conversación a algo que no fuera la muerte, a pesar de que el ruido de las peleas llenaba todo el recinto. En el bolsillo derecho habían tres dólares y una etiqueta de Starbucks pero ni rastro de la navaja. Probó con el izquierdo. —No te ilusiones mucho, quizá se quedó frente a la casa de campo ensartada en el corcho de alguna botella. —masculló atropelladamente con los dientes apretados por la impaciencia— es para lo único que me sirve ¿sabes? —¿La usas mucho? —Cada vez que bebo —se encogió de hombros. —Layne me dijo que ya no bebías —murmuró ella— que era imposible hacerte sostener una botella siquiera. Lo decía feliz, con orgullo.  —Hay cosas que... Cosas que Layne no tiene que saber —respondió, con voz muy suave, para que sólo ella lo escuchara, pero en la que se traslucía la culpa— se preocuparía otra vez e intentaría sacarme a muchos sitios para que... Bueno. No estoy seguro, pero creo que temía que me suicidara. Rachel se detuvo un instante por la impresión, pero siguió buscando. Ella también sentía culpa, mucha más de la que podría admitir nunca. Esta nueva confesión le cayó como un balde de agua helada. No tenía que preguntar la razón de que Tony siguiera bebiendo como un pez nueve años después, la respuesta era obvia. Y aun así, el hecho de que él no se lo estuviera recriminando, o culpándola de ello, la hacía sentir peor. Significaba que él de alguna forma ya la había perdonado, pero seguía sufriendo por ella. Cuando él miró hacia su amigo fantasma, Rachel se permitió un instante de consternación y otra lágrima bajó por su mejilla antes de que ella la apartara. Parecía que, cuando recordabas como llorar, ya nunca podías parar de hacerlo. Pero le consolaba la forma en la que estas lágrimas liberaban parte de su propio dolor emocional. Pasó al bolsillo trasero cuando el izquierdo no le ofreció más que la identificación y un boleto para una atracción en Disneyland. —Ay, espera —cuchicheó él, con una respiración ahogada. —¿Qué ocurre? —preguntó, sorprendida ante su reacción. —¡Está en mi zapato! —¿Qué demonios? —casi gritó ella, frunciendo profundamente el ceño— ¿Y me lo dices hasta ahora? —No hay tiempo para explicar ¡Rápido! —remachó removiéndose inquieto— Ya me estarías desatando. —Solo tengo curiosidad de saber porqué tienes una navaja en el zapato —se sonrió nerviosa cuando bajó hasta el pie con zapato— ¿seguro que era este y no el que perdiste? Los zapatos de Tony eran particulares, llevaba años usando la misma marca de acolchados zapatos masculinos. Rachel sospechaba que un bailarín debía cuidar lo que ponía en sus pies, por lo que no le extrañó ver que parecían tan caros como los que usaba cuando eran jóvenes. —Estoy un sesenta por ciento seguro, —calculó Tony mordiéndose el labio— tuve que sacarla para ayudar a Earl con la carne asada pero la guardé a toda prisa cuando Layne pasó cerca.  Rachel sintió cierta lastima por Layne, sobreprotegiendo a su mejor amigo y socio en un estado de depresión tal que sospechara que estuviera pensando en acabar con su vida. Y encima, Tony fingiendo una recuperación milagrosa para evitar preocupaciones, pero tragándose sus sentimientos oscuros todos los días para estallar en soledad. La desgraciada navaja apareció entonces. —¡La encontré! —sonrió triunfal Rachel, la extrajo y procedió a abrirla. —Bien. ¿Qué esperas para abrirla? —le apremió. —Dedos de tela —suspiró frustrada— había olvidado lo inútiles que son... —Está bien... está bien —inhaló y exhaló en varias ocasiones para calmarse— tomate tu tiempo pero no te detengas ¿de acuerdo? Cuando la abras dale con todo a esa cuerda. Después, ya veremos. —¿No te preocupa que pueda lastimarte? —Tras un par de intentos de sus dedos de tela meramente inútiles y faltos de fuerza, logró abrirla al noveno intento y Rachel se dirigió a la cuerda. —Después de esas malditas sombras ya nada puede ser peor. —resopló él— además, será un rasguño que soportar por una buena causa.  Rachel se puso de rodillas frente a la pierna derecha del destinado a sacrificar y sin pensar echó un vistazo, por curiosidad, a Tony hacia arriba. No había tenido tiempo de examinarlo por la tensión y las peleas alrededor, salvo cuando lo había visto al entrar y disiparse las sombras. Y en ese momento, relucían en su piel anormalmente pálida varias heridas recientes, algunas que le habían parecido hasta profundas y peligrosas. Pero ahora, tan cerca de él, lo miró de arriba a abajo y comprobó que su piel no tenía ni un solo rasguño.  —Pero... —balbuceó, en confusión total.  —Rachel, apresúrate —le devolvió la mirada desde arriba, con sus impresionantes ojos que reflejaban su impaciencia— no te distraigas.  Ella asintió y bajó la mirada, avergonzada en muchos sentidos. Por un instante, esos ojos le habían parecido más atractivos que nunca y se había quedado prendida a ellos demasiado tiempo. Tony tuvo que darse cuenta, porque no le dijo nada más por un momento, como si estuviera pensando, y se dedicó a mirar las peleas de los demás chicos. Rachel empezó a cortar las gruesas cuerdas negras. El rey calabaza estaba en un duelo a muerte con la pitonisa, se veía a leguas que él estaba ganando por mucho. A la reptil ya no le quedaban fuerzas para seguir luchando, tenía una herida en el hombro y otra en la espalda. Lo había subestimado en gran medida, él era demasiado poderoso. Pero lo que él no se estaba dando cuenta, y que sí era parte del plan de la reptiliana, era la forma en la que el cielo se iba aclarando sobre sus cabezas y el fuego del suelo perdía su intensidad aterradora.  El murciélago del que todos se habían olvidado hasta ése momento, apareció volando atravesando a Layne y despojándolo de la daga de piedra. Al dejarlos desprotegidos, J tuvo oportunidad de lanzarse contra Geoff y agarrarlo por el cuello. Era obvio que no podría ahorcarlo, pero si despedazarlo con mucha facilidad. Geoff pataleó y llevó sus manos a la garra lobuna que se cerraba con poderosa fuerza alrededor de su cuello. Por otro lado, Earl tomó la lanza por la punta, sin importarle que le hiriera, y se la arrebató a Eli de un tirón para después lanzársela a Cesar. Este tuvo la suerte de tener muchos espacios vacíos entre las costillas y ningún corazón que palpitase en él para ser lastimado. De lo contrario, habría quedado ensartado a la pared como en su momento quedó Rachel. Pero la lanza dio en el suelo, más precisamente en uno de los canales con el aceite ardiendo, con tal fuerza que levantó gotas de fuego liquido hacia J. Estas se prendieron de su pelo creando fuego, pero apagándose al instante. La impresión lo hizo soltar a Geoff que salió despedido en el aire, trazando un arco perfecto, hasta atravesar la cúpula abierta del techo y caer por uno de sus lados. Tuvo la suerte de agarrarse al último momento de la cornisa de la misma con fuerza, pero estaba a nada de una caída vertiginosa. Sin mencionar que abajo estaban los demás hombres lobo.  —Rachel, por lo que más quieras ¡Apresúrate! —Apremió Tony y ella gruño de exasperación. —Esto es imposible, Tony ¡Tiene muy poco filo! —apretaba con mucha fuerza la herramienta entre sus dedos— ¿Seguro que la utilizabas solo con los corchos o también con tapas de rosca?  —Pues... —Tony dudó un instante, aturdido por las batallas que estaban ocurriendo en esa misma sala. Repitió esa respuesta, como haciendo memoria y miró en varias direcciones mientras pensaba en lo que Rachel había preguntado— Ahh... No sé, pero no importa ahora. Tú intenta, has tu mejor esfuerzo.  —Eso hago —le reiteró ella apresurando sus movimientos— no dejaré que te lastimen otra vez.  Tony suspiró ante eso, como si esa afirmación le diese ansiedad antes que esperanza. Rachel podía sentir su mirada sobre su nuca mientras ella trabajaba a toda prisa. Sus manos se agarrotaban levemente, pero conseguía continuar así.  —No necesito que me recrimines otra vez el que esté aquí. —se adelantó a sus palabras.  —¿Y de qué serviría? —admitió cansado— Se ve que buscas la aventura sin importar el costo.  —Te busco a ti, tarado —casi le gritó— estamos en este embrollo para salvar tu corazón. —Voy a hacer como que no me insultaste —murmuró removiéndose en las ataduras, pero en su voz también había un deje de sonrisa— porque en parte te agradezco que arriesgues todo por mi. Por lo menos por acompañarme. Tal vez los deseos si se hacen realidad.  —Lo siento. Tony se volvió lentamente hacia ella. No tuvo necesidad de preguntarle qué había dicho y hacer que lo repitiese, la había escuchado fuerte y claro. La miró a los ojos y ella le devolvió la mirada, él estudió su rostro buscando cualquier señal de engaño. En cambio, vio compasión en sus ojos que nunca había encontrado en ningún otro lugar. Ella bajó los ojos y siguió en su tarea. —¿Porqué? —indagó él, sin apartar sus ojos de ella aunque ésta ya no lo mirase. —Porque de no ser por mi, tu corazón seguiría entero y no estaríamos en este problema. Yo te orillé a esto. Es mi culpa —Las palabras se congelaron en el interior de su garganta. Entonces Tony la vio llorar por primera vez en nueve años— lo siento mucho.  Tony iba a decir algo, pero entonces la primera cuerda se rompió y todo lo que pudo hacer fue gruñir de dolor ante el ardor de la piel magullada. Estas ataduras no dejarían cicatrices, pero si rozaduras ardorosas. —Lo siento por eso también —murmuró ella, saltó y fue a la otra cuerda, empujando las lágrimas y obligándose a continuar con su trabajo. No había tiempo qué perder. Había encontrado un punto de la navaja que aun conservaba un exiguo filo y estaba usándolo más para hacer fricción que para cortar las fibras, pero tenían la misma función: liberar al destinado a sacrificar. —No fue tu culpa —respondió— no me refiero a la cuerda. Todo esto está pasando porque así debía ser, Rachel. Yo no te culpo por nada. Son mis decisiones las que me han traído hasta aquí. Yo decidí aferrarme a lo que tuvimos cuando debí seguir adelante como tú lo hiciste y buscar a otra persona y... y talvez formar la familia que nunca pudimos tener. Debí aceptar que ya no me amabas. Rachel sintió que su corazón mecánico no podría sufrir más y un sollozo se le escapó. No había dejado de cortar la cuerda, pero ya se sentía desesperanzada. Quizá por eso, porque ya no podía soportar más, fue que las palabras salieron solas sin pasar antes por el filtro de su raciocinio. —Nunca he dejado de amarte. El rey calabaza sonreía, sus ojos estaban atentos a las respiraciones poco profundas de su oponente así como a sus gestos de dolor. Pero también veía con atención lo que pasaba frente a los ojos de J y Earl, podía sentir como se resistían a su poder pero de igual forma el como eran incapaces de rechazar su control sobre ellos. Pudo ver como lentamente se había deshecho del muñeco de costal, o eso creía él, y ahora también del diablillo que se había desplomado inconsciente por un certero golpe en la cabeza. El fantasma ya no representaba ningún peligro sin la daga y el esqueleto era incapaz de hacer nada de importancia. Tenía todas las de ganar. Por eso no se había molestado en matar de inmediato a su adversaria, sino que planeaba torturarla un rato más, disfrutar su sufrimiento, su sed de venganza frustrada y el como sus cómplices iban cayendo uno a uno. El murciélago apareció otra vez, con un frasco parecido al de la pitonisa y tardó menos de un instante en aprisionar de nuevo a Layne y guardarlo como se atrapa una mariposa exótica. Cesar era el último, y lo sabía, pero no por ello estaba asustado. Todo lo contrario, al verse acorralado por el hombre lobo y el horco a la vez, no sintió miedo. Alzó ambos puños, listo para contraatacar. Los ojos de pupila vertical despedían chispas de odio y temor, eso le encantaba al rey. No había nada que adorase más que el ser temido. Lo hacía sentir poderoso, fortalecido e invencible. Le recordaba que nada podría vencerlo nunca. Había escuchado lo del plan de esa reptil y había escuchado los pensamientos de los dos monstruos que controlaba, un plan de medio siglo. Habían estado planeando derrocarlo y escapar. Como si tal cosa fuera posible y con solo planear a medias se pudiese destruir a alguien como él. ¡Que dulce sabía esta victoria anticipada! otra más de miles, pero esta singularmente dulce. Lo veía en esos ojos reptilianos, ella también lo sabía. Sabía que él los aplastaría a todos y reconstruiría su impero sobre sus cuerpos mutilados por otro siglo más antes de repetir la acción otra vez.  Esos ojos de la pitonisa, se volvieron al cielo con un súbito interés antes de volver a los suyos como si no pasara nada. Entonces el rey calabaza se congeló en su lugar al entender por fin el plan de la pitonisa. Fue como una revelación tardía. La angulosa cara del rey se nubló tan bruscamente que la pitonisa supo en el acto que había cometido un grave error. No obstante, la reptil desgranó una sonrisa filosa al notar el cambio en la expresión de su oponente.  —El rey calabaza, protector del mundo de pesadilla, quizá un milenio a su espalda de cruel tiranía y sacrificios de inocentes, engañado como un mortal en su propio juego y con sus propias reglas. —se dejó caer de rodillas, con las manos puestas en el suelo, empapada en sudor frío, su corazón latía salvajemente, su respiración entrecortada y un hilo de sangre bajando por la herida del hombro. Pero el cansancio no evitó que le dedicara una mirada altiva de triunfo anticipado con sus pupilas verticales— ¿Quién lo diría?  —¿Te crees muy lista? —intentó que su voz sonase sarcástica e indiferente, pero quedó reducida al graznido de un cuervo moribundo. Las facciones del soberano del reino de pesadilla se ensombrecieron de ira, por unos minutos, ella lo había tenido justo donde lo quería, eso ya era suficiente para avergonzarse. Poco quedaba, pero aun había tiempo. El sol no había salido y la muñeca todavía no liberaba al destinado a sacrificar. —Lo único que creo es que a tu reinado solo le quedan algunos minutos —la pitonisa disfrutó de su expresión y de su odio— y que tal y como lo dije, presenciaré tu muerte y nadie más perecerá en esta habitación. El rey calabaza adelantó los labios como si paladeara un sabor desagradable. Se le hincharon las venas de las sienes, oscuras sobre la piel casi traslúcida de lo fina que era. —Haré que ruegues que te mate para terminar tu sufrimiento... Que pidas entre gritos que libere a tus amigos y que los deje en paz cuando escuches sus lamentos y veas su sangre correr. —y descargó un golpe en la frente de la reptil con el mango de una de las dagas que la dejó fuera de combate— Pero no habrá paz ni descanso para ti. Te demostraré lo que pasa cuando desafías a un rey. La segunda cuerda se rompió al fin pero Tony esta vez no pudo pronunciar nada. Se hallaba anonadado. Rachel también, a su manera, por esa confesión que sinceramente no esperaba hacer. Ella se rehusaba a mirarlo pues sentía sus ojos sobre ella y temía enormemente a lo que estos podrían transmitirle. Temía que él se riera en su cara y le dijera que ya no le importaban sus sentimientos. Aunque en el fondo sabía que eso era mentira. Tal vez temía darle nuevas esperanzas siendo como eran falsas. Rachel no dejaba se estar casada con otro hombre solo porque su corazón siguiera latiendo por Tony. No se habían percatado del silencio que había en la sala ni de como las llamas del suelo se habían avivado con una violencia infernal, o de como las sombras salían de Earl y J después de haber terminado su trabajo. Ambos títeres cayeron de rodillas al suelo, completamente vencidos como lo estaba la pitonisa en un rincón de la sala. El murciélago de antes, en un vuelo silencioso y preciso, dejó caer la daga para que el rey calabaza la atrapase en el aire. Las dos dagas que había usado fueron dejadas tras de si, en el suelo, donde ya no eran necesarias. La muñeca se incorporó para desatar las últimas ataduras de Tony, las que había alrededor de sus manos, cuando sus ojos se encontraron por fin y las palabras sobraron. Ella desvió una mano para acariciar suavemente al hombre que amó por mucho tiempo en la mejilla, él le respondió con una sonrisa calmada, pacifica, como si las respuestas de todas las incógnitas del universo se encontraran en esos ojos marrones. Antes de que ocurriese nada, o se consumase un final feliz, el rey calabaza tomó a Rachel por el antebrazo y la separó bruscamente de la cercanía de Tony. Sin esperar ninguna reacción por parte de ambos, usó la daga contra el mortal.
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