Una espada en contra de una varita
23 de noviembre de 2025, 9:09
La palmada se oyó en gran parte del bosque y su gruñido llegó el doble de lejos.
—Malditos mosquitos.
No estaba seguro de porque se tomaba la molestia de ir por su prometida, en vez de mandar por ella a algún esclavo o sirviente. Francamente, quizás solo estaba aturdido. Nunca imaginó que Ricardo se tomaría tan bien el compromiso de su hermano con su prima, era... algo complejo la verdad. Pero era una buena alternativa para quien no deseaba compartir su oro.
Además, Ricardo había dicho que a su regreso, para asistir a la boda, les otorgaría la mitad de su reino. Quizá por eso le daba por querer que este matrimonio funcionase. Ricardo no otorgaba regalos tan bondadosos a su hermano menor todos los días y por ello, Marian tenía que amarlo.
Llegando a ese tema, se encontraba en el bosque, matando a manotazos los mosquitos que lo perseguían, en busca de su prometida, en busca de su reino. Pero ella se empeñaba en esconderse en el bosque de sherwood, ¿no se ponía a pensar que Robin podría robársela? Bufó sacando su espada. Quería estar listo para atacar en cuanto apareciera ese bandolero ladrón. Sus ojos azules se fijaron en el horizonte. Estaba por anochecer, pronto el bosque sería terriblemente peligroso y no podría regresar al castillo. No es que sus facultades de la orientación estuviesen exactamente desarrolladas para que, solo, pudiese emprender la retirada si algo le atacaba sin perderse.
En eso, a sus oídos llegaron unos murmullos desde lo lejos, justo cuando se extinguió el último rayo de luz solar y el bosque entero se sumía en la más absoluta oscuridad. El príncipe desentonaba claramente con el panorama, su piel blanca y cabello dorado aún reflejaba un ápice de luz cuando se movía, tembloroso, para seguir los murmullos que hacía momento había escuchado. Sus pies tropezaron con mucha frecuencia en enredaderas y raíces que daban la impresión de crecer justo cuando él pasaba. Lo mismo y este era un bosque encantado.
Ninguna planta encantada le impediría el paso, el filo de su implacable espada lo confirmaba. Se aproximó hasta los murmullos, hacía tiempo que se había olvidado de su reino y prometida, ahora lo importante era su propio bienestar. Donde había gente, había algún asentamiento o pueblo, eso significaba salvación.
Acercándose lentamente, se dispuso a espiar primero, ya que era un príncipe precavido. Sus ojos azules se abrieron a proporciones inhumanas.
—¡No! ¿Qué tienes en la cabeza, niña tonta? —Estalló una pequeña y peluda bola de furia impaciente. Marian echó una mirada hacia el seto al que debía hacer de color azul, se había transformado en una taza grande con hojas.
—Bueno... pero debes admitir que esto es más original —dejó escapar una risa, pronunciando mal otra vez el hechizo e incendiando el seto-taza— Bueno... ahora si puedes enfadarte.
Therkie, dragón de naturaleza, lanzó una bola de fuego por la boca que encendió a su vez un tocón a unos pocos metros.
—Me niego a enseñarle a una alumna tan patética como tú, Marian. No eres capaz ni de cambiar de color un inocente arbusto de moras.
Ella frunció su gesto femenino y dio unos pasos hacia él, amenazante como era y de mayor tamaño, hizo retroceder al roedor.
—Te convertí en hámster y podría transformarse en taza también.
—Ah ¿sí? —Contraatacó Therkie, tratando de mantener la compostura ante su discípula rebelde— Pues antes de que lo hicieras yo ya te hubiera asado y devorado, niña. ¿Olvidas que soy un dragón?
—¿Olvidas que soy la elegida? —Marian se alzó por sobre él con su varita brillante con un fulgor azulado— Fui elegida por el libro para ser la primera bruja que Sherwood ha tenido y eso me convertí en...
—¿¡Bruja!?
Ambos miraron al príncipe Juan, que salido de entre los árboles y con el brillo anaranjado del fuego reflejándose en sus ojos y espada, parecía un espíritu bélico de los bosques. No hubo necesidad de preguntas, ni explicaciones. El príncipe, sintiéndose victorioso por una vez en su vida alzó la espada hacia la traidora mientras gritaba a viva voz.
—Marian, quedas condenada a la hoguera por hacer brujería.
Lady Marian se agachó a tiempo y la espada quedó atorada en una rama baja. ¡Él había estado a nada de partirla en dos! pero ese contratiempo le dio oportunidad a correr, solo eso podría hacer ahora que su secreto era conocido por el príncipe, su prometido. Pudo haber corrido más, pero el príncipe no era tan tonto como parecía y le cortó el paso por su línea de escapatoria, la mataría si tenía oportunidad.
—Espere, su majestad... no es lo que usted cree...
Entonces de la oscuridad, tras la joven Lady se alzó una imponente y roja figura envuelta en espeso humo plomizo. Therkie había estado esperando por mucho tiempo una oportunidad como esta para jugar con un pequeño caballero como en las cruzadas de siglos anteriores, en las que un dragón todavía era temido y evitado. Dos garras de imponente tamaño se posaron a ambos lados de Marian, que se tambaleó con la tierra al tiempo en que caía hacia atrás.
Ahora volvía a aparecer la faceta cobarde del orgulloso y avaro príncipe Juan, al desaparecer su petulante sonrisa y darse a la fuga más penosa, completamente indigno de un heredero a la corona.
—Es el príncipe —exclamó ella saliendo de entre las patas del dragón— No puedes comértelo.
—Entonces lo distraeré, y le lanzarás el hechizo para borrar la memoria, no debe saber nada sobre ti o sobre mi.
Marian titubeó, aún no dominaba al cien por ciento ese complicado hechizo. Sacó su libro y se dispuso a seguir al dragón que perseguía al rubio. El libro se abrió instantáneamente en una página marcada y las letras del hechizo desmemorizante aparecieron ante sus ojos turquesa, pero un vestigio de pensamiento se interpuso en sus actos. ¿Y si hacía el hechizo que planeaba para su venganza? total, podría hacerlo fácilmente si quería. De cualquier forma, era su varita y su libro de hechizos... y su prometido.
—¿En que estas pensando Marian? —vociferó el dragón expulsando una llama carmesí por el hocico— Me terminaré aburriendo de él y volveré a ser un hámster, date prisa.
El príncipe corría y esquivaba las garras que se recreaban en atraparlo sin dañarlo, como un gato siguiendo la pista de un escurridizo y rubio ratón. Lady Marian bufó bajito y, con el ceño fruncido comenzó a pronunciar la enredada palabrería rítmica alzando bien la varita, pero al tiempo en el que estaba por el último verso, su lengua volvió a trabarse y pronunció terriblemente mal la última silaba. El rayo que debió salir de su varita debería de haber sido violeta, pero aunque este azul marino combinaba admirablemente con sus ojos, no significó más que problemas.
Claro que esto no fue notado por ninguno de los presentes, porque Therkie se reducía a su forma más concentrada y esponjosa dejando al príncipe al merced total del rayo de Marian, y ella se precipitó hacia atrás por la onda expansiva, yendo a caer al río más cercano.
La luz azul se vio más allá del bosque, hasta el castillo donde se buscaba al príncipe y Lady Marian, desde donde no tardaría en llegar la ayuda.
Pero el daño ya estaba hecho.