ID de la obra: 1417

Un hechizo de oro

Het
G
Finalizada
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
33 páginas, 15.028 palabras, 15 capítulos
Descripción:
Notas:
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Ojos de hielo y plata

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El espejo le reveló un rostro que expresaba preocupación contenida, se sentía acongojada y culpable. Primeramente porque no sabía si el hechizo había funcionado, de lo contrario moriría quemada en la hoguera. Por otro lado, estaba levemente preocupada por el príncipe mismo, el hechizo lo había dejado inconsciente al instante y llevaba más de doce horas dormido, sin mostrar más signos de vida que unos cuantos balbuceos ininteligibles. —¿Y si lo asesiné? ¿Y si quemé su cerebro o su voluntad y no es más que un cascarón vacío? —No creo... —contestó Scarlett acabando de organizar la cama de la princesa— Therkie ha dicho en repetidas ocasiones que ningún hechizo puede matar, a menos de que realmente hayas querido matar al príncipe Juan. Caviló por un momento, que a Scarlett le pareció muy incómodo ya que Marian nunca permanecía en silencio por mucho tiempo. —No. —respondió tajante— Mi intensión predominante al lanzar ese hechizo era cambiarlo, más que borrarle la memoria. Pero nunca matarlo... no soy ninguna asesina.  La sirvienta se acercó a su amiga y le acarició suavemente el cabello, reconfortándola. —No lo dudo, Marian, nunca lo dudaría. Pero el príncipe Juan no despierta y aunque es mejor para el pueblo, ya que Robin ha estado repartiendo la justicia sin contratiempos... el reino se quedará sin príncipe. —Y yo sin prometido. Scarlett se sorprendió ante esto último y fijó sus ojos en su mejor amiga a través del espejo, en busca de algún deje de jugueteo o algo que le indicara que le tomaba el pelo. —¿Desde cuando te ha importado casarte con él? pensé que tu lealtad estaba con Robin. —Marian no aguantó más y con lagrimas mojando sus mejillas le contó todo, llegando a especificar el plan que tenía de vengarse en contra del chico— En ese caso, esto es mil veces más complejo de lo que pensé... Pero no te equivoques, Marian, Robin si necesita un escarmiento para dejar ese egocentrismo que lo persigue desde niño. —Da igual, ahora que Juan no despierte Robin podrá hacer lo que le plazca. Y estoy segura de que pensará que la paz que reinará es gracias a él. Scarlett suspiró, tomando la bandeja de las galletas para llevársela a la cocina. —No te desanimes, siempre podrás casarte con Robin después de muerto el príncipe. A lo mejor si es el rey que todos esperan. ************************************* A media noche, cuando las tinieblas reinaban y la joven lady se encontraba por el tercer sueño, o mejor dicho la tercera pesadilla, de la noche, un sirviente entro a su cuarto a despertarla.  —¡Venga pronto! El príncipe quiere verla. —El príncipe... ¿El príncipe Juan? El sirviente pareció tener deseos de lanzarle agua fría al rostro para despertarla porque seguía dormida, sin embargo se limitó a responder. —Su majestad quiere verla, Lady Marian. Lo antes posible.—y diciendo esto, la tomó por los hombros para llevarla ante el ya no tan bello durmiente. Los pasillos seguían a oscuras cuando pasaban ambos, Marian y el sirviente, con la escasa luz de la vela que el segundo portaba. Fue tiempo suficiente para que la joven Lady se hiciera todo tipo de horribles finales en su cabeza sobre lo que Juan le haría al recordar todo lo ocurrido la noche anterior. Su corazón iba a estallar, porque sonaba en todo el castillo, o eso sentía ella. Tras girar y atravesar en innumerables pasillos, o así le pareció a ella, estuvieron delante del cuarto real. Puertas dobles se alzaban frente a ella y el sirviente, como si tal cosa, empujó una revelando una enorme cama en su interior. —Su majestad...—saludó el sirviente. —¿Ella viene contigo? La voz que surgió de la oscuridad era parecida a la que el príncipe Juan ostentaba normalmente, pero más... seria. Parecía que había crecido por el sonido, ya no daba la impresión de poseer dieciocho sino unos veinte o veinticuatro. ¿Que sabía ella? sea como fuere, le sonó lo más adulto que nunca hubiera podido sonar ese inmaduro y bobalicón principito de cuarta. —Si, señor. —Hazla pasar y retírate. Él le hizo una pequeña reverencia y procedió a desaparecer tal y como había aparecido. Marian mas tarde supo que ese sirviente había sido amenazado con la espada del príncipe si no accedía a sacarla de su alcoba y traerla ante él. Todo era demasiado raro, demasiado sospechoso. Marian se tomó la libertad de respirar hondo antes de ingresar en la habitación, muy lentamente. La tela del camisón de noche producía un único rumor suave en la habitación, mientras se aproximaba hasta el pie de la cama con dosel. Algo en esa figura, que se hallaba en medio de la enorme cama, le producía demasiados escalofríos como para animarse a decir algo. Temía que la idea final del príncipe fuese cortarle la cabeza con la espada que refulgía a la luz de la luna, aún firmemente empotrada a su diestra. Ella lo oyó pronunciar su nombre, lo tomó como una señal para acercarse otro tanto más. Y así lo hizo, hasta que llegó a sentarse al borde de la cama. Tardó mucho en darse cuenta de que temblaba.  ¿Porqué de pronto le temía? Nunca antes su primo le había inspirado temor. Pero ahora lo rodeaba un alito de seriedad, de madurez, que hacía pensar que sería capaz de tomar la justicia en sus manos y darle muerte ahí mismo.  —Lo siento, señor... —dijo de pronto, presa del miedo. ¿Miedo al príncipe? debía estar bromeando, pero algo le decía que este no era el noble que ella y todo el reino conocían. No en parte, por lo menos. No podía ver su rostro, las tinieblas lo ocultaban, pero estuvo segura de ver que no sonreía cuando se dispuso a bajar por un lateral de la cama para acercarse a ella. Lo siguiente que pasó no pudo sino contemplarlo aterrada y seriamente conmocionada. Juan la tomó de la mano y la arrastró a la ventana hasta que la luz lunar desveló su rostro y el suyo. Ahí lo vio. Era... él. No la malinterpreten, era el mismo en todo sentido físico. Eso saltaba a la vista, pese a que la luz lunar tornaba de plata su cabello y  los mares de sus ojos en hielo. Pero era el mismo príncipe con fama de embustero e inmisericorde que tenía al reino en la pobreza. Pero algo había cambiado y ese algo, aunque Marian no sabía describirlo, era demasiado notorio pues podía ser el mismo rostro, pero algo en la esencia que le daba la vida había cambiado.  En resumen, parecía que realmente existía preocupación genuina hacia algo en especifico que lastimaba el alma de Juan. Su mirada, atenta y más despejada que nunca se fijaba en los ojos de la joven Lady. La misma que llegó a una conclusión alarmante... Estaba preocupado por ella. Marian se halló a si misma aferrándose a él en cuanto la hubo soltado y, avergonzada y con un rubor agresivo pintando sus mejillas, inmediatamente hizo lo mismo.  Juan hizo ademán de hablar, pero pareció no encontrar las palabras de momento. Por lo que guardó silencio y ella hizo lo mismo. La situación estaba tomando un rumbo que Marian no había predicho en ninguno de los finales que se había planteado. Tal vez hubiera sido mejor si le hubiera cortado la cabeza o quemado en la hoguera. Permanecieron así otros instantes, evitando sus miradas hasta que él volvió a hablar con el mismo tono de madurez que antes. —Me alegra que este bien, mi Lady. Marian, que seguía abrumada, murmuró —Lo estoy... pero ¿porque no habría de estarlo? el que sufrió el mayor daño fue usted, príncipe. Él negó —No... Los recuerdos están borrosos, Mariam, pero sé que perdí el conocimiento ante ese dragón —Marian sintió que el corazón se le detenía a la vez que la sangre se espesaba en sus venas— y te dejé sola, al merced del peligro. Mi cobardía fue mayor y no pensé más que en mi mismo en vez de defenderte. Pero ahora que sé que estás bien, solo me queda ofrecerte mis más sinceras disculpas. Ella esperó a que el rubio dijese algo más, pero el no hizo más que implorar el perdón con palabras suaves y agradables, como si hablase a un bebé. Ella, ya cansada de tantas nuevas sorpresas, decidió correr, huir de este fantasma que no era el príncipe que ella tanto conocía. Y tan pronto como se lo permitieron sus pies, regresó a su habitación, en silencio y a oscuras. Esto, sin duda, era una pesadilla, porque ella no podía haber cambiado tanto al príncipe. Casi prefería ser quemada en la hoguera, a saberse responsable de semejante enredo.
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