Apretones de seda y cuero
23 de noviembre de 2025, 9:09
Pese a lo que Marian había pensado, nadie notó el cambio del príncipe Juan. Principalmente porque ahora volvía a ser el mismo de siempre, irascible y respondón. Salía a montar por el reino y practicaba esgrima y era muy bueno con las espadas. Pero, lo veía claramente ahora, lo que Marian había esfumado de la personalidad del príncipe era su avaricia. Cayó en ello cuando, la mañana siguiente, los impuestos no se duplicaron. Cuando no ordenó la sustracción de algo que la gente tenía y él no. Cuando se encontró al sheriff aburrido en el salón, sin nada que hacer ni vidas que arruinar.
Pero no por eso dejó de observarlo. Los siguientes días fueron raros por eso, por su insistencia en buscar más pruebas de que el príncipe había dejado atrás su obsesión por el oro. Y no tuvo que esperar mucho para conseguir lo que buscaba, ya que bastaba con ver la urna que guardaba anteriormente con tanto recelo, la cual contenía más oro del que Marian había visto en su vida, ser obsequiada a un campesino por las mismas manos del príncipe.
—Espiar a los demás se considera una ofensa, Lady Marian.
Todo su cuerpo se tensó. Había que tomar en cuenta que se hallaba tras las cortinas desde hace un buen rato, así que estaba casi aliviada de poder moverse al fin, sus entumecidas piernas protestaron cuando salió de los amasijos de tela.
—No estaba espiando —gruñó.
Los ojos azules se fijaron en ella, y Marian estuvo a nada de huir de nuevo. No había frialdad en esas orbes, y eso era justamente lo que la asustaba, porque en vez de eso había... cariño.
—¿Ah sí? —le sonrió socarronamente— En ese caso jugabas a las escondidas, ¿o me equivoco, princesita?
Cuando niños, Juan usaba ese termino para hacer rabiar a su prima. Era el sonido burlón que le agregaba lo que le daba ese tilde de insulto. Pero ahora, casi adultos, era más como un alago, un dulce y casi respetuoso apelativo que, lo quiera o no, removía algo en su interior.
Quizá era que ya no era el príncipe de antes el que se lo decía. Simplemente. Y que éste nuevo le empezaba a caer mejor.
—Algo así... yo sólo quería... bueno, no importa.
Él pareció sonreír, daba la impresión de comprenderla— Hazme el honor de sentarte a mi lado, Marian. Para que pueda compartir contigo mi nuevo plan para Sherwood.
La joven Lady, aún ruborizada se aproximó al asiento real, pero permaneció de pie hasta que vio los planos que Juan sostenía entre sus manos enguantadas. En el momento en el que se hubo sentado, el príncipe sonrió más grandemente y comentó, desviando la mirada.
—Sí, tu príncipe es un artista.
Marian agradecía que por lo menos el sarcasmo, cierto porcentaje de la vanidad y las ambiciones no se hubieran ido del rubio, sería como arrancarle todo cuanto lo hacía Juan. Por lo que ignoró sus comentarios con una sonrisa propia. Los planos, trazados con lineas seguras pero llenas de errores, pintaban la distribución de las casa en el reino. Marian observó que era todo el reino y no solo la parte que Ricardo les entregaría por su matrimonio.
—¿Que significan esas marcas rojas?— cuestionó con una mirada inquisitiva hacia el príncipe, esperando encontrarlo devolviéndole una mirada malefica, pero lo encontró enteramente concentrado en el pay que la madre de Scarlett había puesto sobre la mesa hacía unos segundos.
—Las chozas que necesitan reparación. He destinado gran parte del oro de la corona para las reparaciones. —Marian lo miró con los ojos ensanchados hasta que él dejó su pay y repondió algo irritado— Alguien debe hacerlo, Lady Marian. Y ya que Ricardo sigue en las cruzadas, es de vital importancia que yo ponga de mi parte. Por algo estamos delante del reino.
Ella miró el suelo. Ahora que Juan había adquirido esa voz de seriedad parecía tener más empoderamiento que nunca, la hacía sentir como una niña. A él esto no le era indiferente, porque inmediatamente su mano se aferró a la suya a modo de consuelo o disculpa. Marian se encontró queriendo interiormente que el cuero y la seda de sus guantes desapareciera, para sentir el verdadero calor de su piel nívea.
Sus ojos conectaron en un segundo y ella lo contempló sonriendo dulcemente.
—¿Quieres ver el vestido de novia que se está haciendo para mi prometida?
Marian separó los labios, desde que la magia había cambiado a Juan, este se había convertido en un verdadero príncipe. De hecho, incluso ella misma estaba comenzando a quererlo y su cuerpo a responder a sus pequeños gestos de cariño. Y se preguntó primero si lo que había lanzado no había sido un hechizo de amor en vez de uno desmemorizante o cambia-personalidades.
Luego se preguntó de golpe— Espera, ¿seguimos comprometidos?
La sonrisa desapareció al mismo tiempo en que la mano era retirada. Con la mirada al frente se metió otro bocado de pay a la boca para luego murmurar gravemente— Entiendo que no me ames ahora, Marian. Yo mismo no lo hago. Si lo prefieres... aun estas a tiempo de desposarte con algún mozo del pueblo o algún príncipe de los reinos vecinos.
Ella sintió su corazón estrujarse, nunca antes se hubiera planteado que le fuera a doler tanto que el avaro príncipe Juan rompiera el compromiso que tanto la había mortificado esos días. Quizá fuera por eso, porque éste no era Juan el avaro, era un nuevo príncipe el que se hallaba a escasos centímetros de ella y por eso sentía miedo de lastimarlo.
Su propia mano enguantada en seda turquesa se asió a la del príncipe aplicándole un sutil pero afectivo apretón que acarreó los zafiros de Juan a sus propios ojos. Marian hizo todo lo posible por mostrar una sonrisa segura que no desvelara sus propios terrores y culpas .
—Muéstreme ese vestido, su alteza.