Devastadora verdad
23 de noviembre de 2025, 9:09
Marian abrió desmesuradamente sus grandes ojos, estos se llenaron de la exquisita luz dorada que había en el bosque de sherwood. Se encontró riendo, saltando de alegría como una niñita de cinco años entre las enormes ayas y los frondosos cedros. Los olores y las melodías que bailoteaban a su alrededor eran sencillamente mágicas y singulares, tanto así, que le era imposible no danzar al son del canto de los arboles.
Rió de nuevo, solo para encontrar cortada de cuajo su carcajada por un sonido que nunca esperó, el sonido del silencio más absoluto. Una ausencia de ruido tal, que pronto la hizo estremecer al tiempo que se daba cuenta que el bosque había desaparecido y el terreno que pisaban sus pies descalzos era una mezcla de ceniza y arena oscura.
Dicha ceniza seguía cayendo del cielo con una abrumadora lentitud, tapizando el suelo y tragándose hasta el más mínimo ápice de luz dorada. Marian se sentía intrigada por la locura que estaba viviendo, no sabía como había pasado pero algo era seguro, tenía que salir de ahí de inmediato. Tenía la sensación de que el peligro la acechaba. El olor era nauseabundo y el silencio abrumador, había algo, en la lejanía, oculto entre la cortina de ceniza que no se detenía por ningún medio, algo que era sin duda hostil.
¡Culpable!
Marian no tuvo que volverse para saber de quien era la rotunda voz. Cayó de rodillas en menos de un segundo.
—Eres culpable.
—Lo sé, lo soy... soy culpable... lo siento. L-lo siento mucho.
Una mano enguantada en cuero la tomó por el hombro y la obligó a mirar a su interlocutor, haciéndola darse la vuelta, quedando sostenida por esa mano, quedando a merced de su atacante. La persona que más había estado temiendo que le echara en cara todas y cada una de sus faltas. Su rostro se hallaba inexpresivo frente a ella, pero en esa inexpresión no tardó en aparecer lentamente un tinte de dolor que cambió su rostro.
Una espada se alzó hacia Marian, empuñada con firmeza por la mano enguantada y, sin dolor y tampoco sin mucho miramiento, atravesó su corazón. Y Marian despertó en su cama.
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—Ya has perdido la cabeza.
—No —intervino el hamster, a su favor para variar— Una bruja no puede dejar escaparse a los sueños lucidos como agua entre sus dedos. Si para un humano común y corriente, los sueños son pistas sobre el futuro, para una bruja son más que instrucciones precisas para el por venir.
Marian se llevó las manos a la cabeza, sin querer escuchar realmente a ambos hemisferios de su propia alma, que así era como sentía a Therkie y a Scarlett, sus ahora únicos amigos. Que no daría para haber tenido un abrazo o un beso consolador de su héroe en un momento como ése, pero el solo recordarlo le hervía la sangre y la venganza iluminaba sus ojos de una manera poco natural. No sabía porqué, pero hubiera querido aún más que el rey Ricardo le diese unas palabras de aliento, la paz que fluía del corazón puro y noble de ése monarca sería más que suficiente para apaciguar gran parte del fuego que quemaba su interior.
—Pues para los humanos comunes y corrientes los sueños como estos quieren decir que debes hacer algo y pronto. La magia no tiene nada que ver. Marian se siente culpable por lo que le hizo al príncipe. No hay vuelta de hoja.
—¡En eso estoy de acuerdo, niña gritona e impulsiva! a lo que me refiero es a que siendo que la magia es parte de ella es un hecho que llegue a poseer talentos como éste, la última bruja que entrené podía hacer caer las estrellas a voluntad.
—Nada hay que ver en eso con lo que Marian está sintiendo, ella es una chica de dieciocho años, no una bruja sádica que hace caer fuego del cielo.
—Pero puede ser una vidente que vaticina el caos y la muerte.
—¡Ya, Basta! —chilló ella dando un golpe demasiado fuerte a la mesa, logrando así destrozarla. Ambos la miraron un instante hasta que sus ojos volvieron a ser turquezas.— lo siento... pero no me están ayudando y francamente, ambos están en lo correcto. Soy culpable de querer hacer del príncipe Juan alguien que no es solo para poder vengarme de Robin, que tampoco me ha hecho nada malo... Pero también puedo enmendar mi error.
Scarlett sonrió, dulce y comprensiva.
—Esa es mi mejor amiga, pero... ¿Como piensas enmendar tu error?
Marian caviló un instante hasta dar con lo primero que se le ocurrió.
—Cancelar la boda.
—No puedes hacer eso —se burló Therkie.
El ceño de la lady volvió a fruncirse y sus ojos a estrecharse.
—¿Y tú que sabes?
El hamster cruzó sus peludas y adorables patas delanteras en un remedo de lo que pudo haber hecho siendo un imponente y agresivo dragón.
—Puede que le hayas extirpado a Juan su iniquidad más grande y lo hayas hecho madurar y ver de otra forma el mundo y su reino. Pero el amor que le he visto manifestarte, ya estaba presente antes de que lo hechizaras.
—¿Sabes qué? —le gritó ella— te llevaré, para que veas cuanto me ama cuando lo haya vuelto a la normalidad.
Marian literalmente agarró al roedor y lo metió en su bolsa sin preocuparse por sus quejas y sin prestar atención a lo que acabada de decir, no era que le creyera tampoco y mucho menos que tuviera sentido para ella. Lo único que necesitaba saber era que no hacían más de dos segundos que el reloj del campanario había dado las nueve de la mañana, la hora en la que había quedado de ir al bosque de Sherwood, el lugar de su pesadilla, de mano del príncipe Juan.
—Suerte, Marian.—le deseó su dama de compañía con un abrazo— ten cuidado, por favor.
Marian asintió con millones de dudas agolpándose en su interior, pero dispuesta a presentarse ante Juan, su prometido. Therkie suspiró en el interior de la bolsa de Marian, al menos se desengañaría, pero estaba seguro de haber notado chispas de amor verdadero entre la bella lady y ese príncipe ya no tan avaro.
Ese sueño se haría realidad tarde o temprano, aunque, si era optimista, esperaba que fuese más tarde que temprano. No esta tarde, por lo menos.