Cuando el fuego domina tus pensamientos
23 de noviembre de 2025, 9:09
Scarlett se retorcía las manos con impaciencia volteando cada dos segundos hacia la banda de Robin, que se encontraban en iguales condiciones. Esposados de manos y pies, obligados a caminar por kilómetros hasta perecer en el color del día y ante la tortura del hambre y la sed. Eran muchos, todo el pueblo y llevaban varias horas, lo más aterrador era el silencio en el que se oían los pasos amortiguados por la arena. Scarlett estaba asustada, por Mariam en específico, la gran mayoría del pueblo estaba ahí con ella en ese enorme desierto, siendo pastoreados por guardias a caballo con lanzas y espadas. Pero lo primero en incendiarse había sido el castillo y sus guardias, junto con el príncipe Juan, o eso era lo que ella sabía, probablemente su mejor amiga se encontraba entre las cenizas y carbones aún calientes del palacio.
Parte de este pensamiento era lo que había teñido de tristeza al pueblo, que el día que debería haber sido de los más felices para el reino entero, se volviera el más doloroso.
A su derecha, y manteniendo el paso trotado, se aproximó el pequeño Juan. Siempre hubo una leve tensión entre ambos, leve, pero que se hallaba presente alrededor de ellos, aún ahora entre el dolor y el terror del momento final, hubo una mirada cómplice. A su izquierda, Tuck, arrastró los pies para alcanzarlos.
—Propongo un motín —murmuró en un jadeo sediento.
El pequeño Juan asintió— Esperaremos a la noche, tendremos la oscuridad de nuestro lado.
Scarlett negó casi inmediatamente— Estoy más que segura que el pueblo no podrá resistir mucho más.
De nuevo hubo silencio.
El pequeño Juan resopló en seco tropezando con los grilletes que arrastraban sus tobillos. Al mismo tiempo, un hombre adelante se desmayó frente al trío, simplemente se desvaneció y cayó a tierra. Scarlett no perdió tiempo y se aproximó a ayudar, pero antes de que pudiera acercarse un soldado enemigo la tomó del hombro.El pequeño Juan, envalentonado por esa situación, y valiéndose de una piedra que había tomado al tropezar, lanzó su proyectil con certera puntería a la frente del soldado que se desplomó idénticamente que el hombre.
—Y David mató a Goliath —comentó riendo Scarlett dándole una mirada de aprobación a su salvador.
—No lo mataste ¿o si? —murmuró asustado Tuck llevándose las manos al rostro.
Antes de responder afirmativa o negativamente, antes si quiera de sonreír por la temprana victoria del dilema, se vieron metidos en otro. El filo de una espada se halló a centímetros de la suave piel del cuello de Scarlett, lo mismo que Tuck y el pequeño Juan.
—Una pena que no puedan acompañarnos hasta el final del recorrido, muchachos. —escupió uno de los guardias.
—Esto es lo que le pasará a todos los que intentan jugar al héroe —anunció otro, que sostenía por la frente a Tuck alzándole la barbilla para que, al momento de decapitarlo, el corte fuese limpio. El pueblo observaba, consternado, impotente, que había estado atento a cada movimiento—la muerte.
Un grito gutural rasgó el aire. No fue de ninguna de los tres, ni de los soldados, ni del hombre que había caído y que ya estaba recibiendo ayuda, sino de una de las campesinas en la multitud que señalaba con manos atadas el cielo azul, que de un momento a otro se volvió del color de la sangre.
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Se había quedado paralizada en el umbral, con una aureola de vapor tibio alrededor de su figura. En sus ojos, el reflejo de las llamas escarlatas bullía en un incendio similar al que observaba. Llevaba varios minutos intentando, todos los hechizos para bajar el calor del fuego, extinguirlo, ahogarlo, erradicarlo, y todos los demás verbos que tuviesen cabida en este contexto, tuvieron resultados infructuosos de una u otra forma. No cabía duda, ahora que ella era la bruja mayor, nada que no tuviese cualidades mágicas, podía representarle un problema. Lo que significa que esto era fuego mágico. Había terminado por arrancarse el vestido y quedarse únicamente con la suave tela de la ropa interior, era más fácil hacer pasar, en flujo constante, un manantial de agua viva por una ropa más pequeña y pegada a la piel, que un vestido.
Su rostro tenía trazos de hollín y sus manos leves quemaduras, el fuego parecía querer lamer sus talones, alzados en sus tacones. Resopló, no podía darse por vencida. Se abrió paso una vez más por el salón, con el fuego rodeándola, a grandes zancadas. El vapor eclipsaba su paso, buscando aquí y allá, habitación tras habitación. En un momento el techo del pasillo se vino abajo y se quedó atrapada en un cuarto, la alcoba del príncipe Juan.
La cama adoselada ardía al igual que las cortinas y la madera del suelo, esto era un verdadero infierno, si ya le era difícil respirar con el humo, el vapor de agua era simplemente sofocante. Ya estaba cansada, se la había pasado de un lado del castillo al otro y no había ni rastro de vida, el fuego mágico devoraba todo. Esos eran los pensamientos de Mariam cuando las llamas, implacables como si realmente tuviesen consciencia, dieron la ilusión de acorralarla en la esquina donde se encontraba, creciendo hasta emular su altura.
"Huye" le murmuró una voz al oído "El príncipe no lo vale... Eres hermosa y joven, conseguirás mil príncipes como esos si quieres. Éste no significa nada"
Mariam miró en derredor aterrada, no sólo por la situación, por la voz que se arrastraba por su mente o por su propia respiración cada vez más pesada y dificultosa, sino porque lo que oía era tentador y sonaba con un sentido que nunca antes le pareció más lógico y más acertado. —Pero ¿Qué estás pensando? —se preguntó en un grito ahogado, por encima del ruido atronador de la madera crujiente— No desistiré hasta salvar a Juan.
Como respuesta, el suelo se desquebrajó bajo sus pies.