ID de la obra: 1418

Muchos secretos para un monorrail

Het
PG-13
Finalizada
1
Tamaño:
25 páginas, 11.305 palabras, 10 capítulos
Descripción:
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Carlos/Lila: 3

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Carlos no estaba esa mañana que despertó. Se encontró a sí misma envuelta en la cálida manta, que resultó ser de un color morado oscuro, y apoyada en un lateral del vagón. Pero sin señales de que el rulo hubiera estado con ella la noche anterior. Si se concentraba, aún podía evocar la presión de su brazo atrayéndola contra él.  —Lila, por favor —se recriminó con una mueca— Estás en una situación de vida o muerte ¿y tú mente, dónde está?  Bufó y se desperezó al tiempo que el rulo que había ocupado su pensamiento aparecía tras una esquina.—¿Lila? Buenas.  Por un momento, casi se avergonzó por lo que había estado pensando, como si el chico pudiera escudriñar su mente y encontrarse a sí mismo en ella— Buenos días, Carlos.  —Habrá pochoclos para desayunar.  Ella se quedó un momento en silencio para luego repetir— ¿pochoclos?  El rulo se encogió de hombros y salió tal y como apareció. Francamente, Lila no había pensado en el desayuno, considerando que la noche anterior no hubo ni siquiera cena, pero... ¿Pochoclos? Se apresuró a levantarse para salir del vagón estropeado y ver de que hablaba Carlos. Tuvo que improvisar un par de zapatillas con el material que el día anterior servía como recubrimiento para el timón del monorrail. Sus medias se habían arruinado y su chaqueta era un deprimente montón de jirones de tela, tenía que hacer algo.    Cuando Carlos la vio salir, experimentó otra vez el sentimiento magnético que atrajo sus ojos a la joven frente a él. Lila sólo traía la camisa de tirantes amarilla que normalmente asomaba tímidamente por su escote y la falda. La piel blanca de sus piernas y brazos brillaba tenuemente a la luz del alba.  —... Apa...—murmuró bajando la vista al suelo, en un suspiro.  —¿Dónde están los dichosos pochoclos, Carlos? —preguntó con ademanes divertidos en las manos— mi estómago está rugiendo.  —Ah.. Sí... —resolló el rulo, evitando mirarla directamente. Lila sonrió, algo le decía que su nueva apariencia ponía levemente nervioso a Carlos, desde su cabello natural castaño hasta sus zapatos improvisados.  Desayunaron en silencio. Resultó que, cuando la tormenta partió en dos al monorrail, Carlos traía consigo dos bolsas de pochoclos.  —¿Para... Compartir conmigo? —quiso saber ella, lanzándole una mirada interrogante.    Carlos se llevó la mano a los ojos, haciendo visera para el sol, o eso aparentaba, cuando asintió. Lila atrapó esta mano del rulo y la apartó del camino para poder verlo a los ojos, cansada de la actitud infantil del rulo. El chico, aún más nervioso alzó la otra mano para cubrir sus ojos. Hubo un momento de infantil, pero divertido, forcejeo en el que Lila trataba de verlo a los ojos y el se esforzaba en cubrirlos.  Llegó un instante en el que la conductora del monorrail sujetaba ambas brazos de Carlos y este terminó por cerrar los ojos, no se daba por vencido.  —Señor Rulo, le ordeno que me mire al responderme —Rió Lila en broma. Pero para su sorpresa, lentamente, las pestañas fueron separándose y Lila tuvo lo que quería. Un par de orbes claras que se fijaban en ella.    La impresión fue tal, que casi olvidó la pregunta que deseaba hacerle, ahora que los verdes ojos se ensancharon levemente y unas llamas crepitantes se enarbolaron en su interior. Carlos era muy hermoso, no era mentira que Lila había pensado en eso antes, pero nunca había tenido la oportunidad de confirmar sus sospechas. Ahora, frente a Carlos, a un palmo de su rostro, la respuesta era obvia.  Se obligó a mantener la calma, ya que su corazón se aceleraba por momentos, y tomando una suave bocanada de aire logró ordenar sus palabras. —¿Qué hacías en la cabina de control? Lila y Carlos se sumergieron en un nuevo momento incómodo, un largo silencio flotó entre ellos hasta que Carlos relajó sus brazos, aún sostenidas con firmeza por las manos de uñas barnizadas de Lila. Si antes su mirada era juguetona y traviesa, ahora era nerviosa y ruborizada. Ambos tenían las mejillas encendidas, la verdad, por lo que se podría decir que era un empate.  —Quería decirte que te quiero.    La sonrisa avergonzada reapareció en las comisuras de esos delgados labios y con suavidad, después de volver a conectar sus miradas de forma ardiente, se inclinó para besar de nuevo su mejilla quedándose unos segundos con los labios pegados a su piel, aspirando su aroma a lavanda y sintiéndola temblar ante el toque de sus manos.  Lila, aterrada y en shock, se vio a sí misma paralizada, mientras Carlos le acaricia la mejilla con los labios. Sus manos perdieron la firmeza con la que atraparon con anterioridad las muñecas del rulo, y al compás de los besos, se deslizaron hasta caer a ambos lados, donde Carlos las tomó entre las suyas con una suave presión.  La abrazó y su boca se separó de su piel— No puedo creer que lo dije al fin —suspiró divertido— y fue tan fácil.  Lila, aferrada al rulo, suspiró consternada— ¿Quieres saber qué pienso sobre ti... ? ¿Qué es lo que siento? Supo que sonreía, por el timbre de alegría que destilaba su voz— Te seguiré queriendo aunque me digas que me odias.    Ella también sonrió, separándose del abrazo y volviendo a mirarlo a los ojos— ¿Y si te digo que también te quiero?  Ambos rieron con euforia, sus sentimientos eran correspondidos, pero de pronto Carlos volvió a adquirir un semblante de seriedad al decir— ¿Puedo... Pedirte un beso?  —¿Otro? —se rió Lila bajando la mirada al suelo. Sus manos estaban juntas, entrelazados sus dedos con los del rulo sobre su regazo, y el contacto con su piel tibia era una locura de sensaciones perfectas.  —Uno más —rogó, con voz repentinamente suplicante— uno real...  Eso, por pequeño que suene, hizo que el corazón de Lila diese un poderoso vuelco. Hacía mucho tiempo que no besaba a nadie, ya ni siquiera recordaba como se hacía ni mucho menos como se sentía. Carlos debió ver su expresión, porque sonrió en una risa eufórica. —no importa.  —¿En serio? —¿Me quieres?
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