ID de la obra: 1418

Muchos secretos para un monorrail

Het
PG-13
Finalizada
1
Tamaño:
25 páginas, 11.305 palabras, 10 capítulos
Descripción:
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Carlos/Lila: 4

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—Yo sinceramente lo dudo.  Todos miraron de soslayo al chico que acababa de hablar. Rolando no era de ser negativo, no siempre, por lo menos, por eso cuando mostró su desaliento con respecto a encontrar vivos a Carlos y a Lila, el resto se contagió de la misma desesperanza.  Era comprensible hasta cierto punto, llevaban caminado, siguiendo los rieles desde hacía cinco días. Si ahora Topa estuviera consciente las cosas serían mejores, pero el capitán había sufrido una insolación fruto del calor y la falta de agua. No había riachuelos cerca, aunque los habían buscado sin descanso y las reservas de comida, gracias al cocinero y al mesero, se racionalizaban con medida justa. Eso, hasta que a los rulos les había dado un ataque de hambre a media tarde del tercer día y las reservas habían pasado a ser la mitad de lo que tenían al principio. Doris les había confeccionado ropa de hojas, lo que era sumamente incómodo, pero que había servido para usar la tela como mochilas improvisadas, obra de Josefina, para acarrear la poca agua y comida existentes. Melody tenía a mano su botiquín, que en esta pausa del camino era única y exclusivamente de Topa. Aun no había logrado despertar, el calor le había dado con bastante fuerza, y es que él más que nadie sentía un cargo de consciencia tremendo por haber perdido a Carlos y a Lila. Había caminado bajo el sol cuando los demás descansaban de una noche muy mala de lluvias y truenos, tanto que no tardó en caer fulminado por el cansancio. Natalio lo había encontrado bajo un árbol a la mañana siguiente, en un estado lamentable, y todos habían decidido turnarse para cuidar de él y no dejarlo solo en ningún momento.  —Tienes suerte de que Topa aun siga dormido. —le murmuró en reproche Harmony— no le conviene escuchar que sus esfuerzos de ayer fueron inútiles. —Ya lo escuché... —musitó el enfermo. Todos se inclinaron hacia él. —Lo siento, topineitor... —se disculpó Rolando— es que ya han pasado varios días... y vos mismo viste como quedó el monorrail. Es probable que hayan muerto instantáneamente. Sino electrocutados, aplastados... Topa se incorporó en su asiento y todos retrocedieron, era la silla de Lila en la que estaba sentado. Natalio la había encontrado también, sobre un árbol, con las ramas atravesándolo. Una imagen que no les dio tampoco ningún buen augurio sobre los dos desaparecidos.  —Lila no se dejará morir tan fácilmente. —les indicó, con su marcado acento argentino— ay, mi cabeza... Harmony y Melody lo tomaron cada una de un brazo y lo sujetaron mientras Francis le daba de beber más agua de coco. —De todas formas, si sobrevivieron a la caída de los rieles, les espera las inclemencias del bosque —añadió Ricardo— Carlos es bastante reflexivo, aunque muy miedoso.  —No tengo idea de quien están hablando, pero esas personas que están extraviadas, las únicas posibilidades existentes de sobrevivir las tienen juntos. —concluyó Natalio. Los presentes asintieron. —Ojalá estén juntos. ***************************** —Estúpida... —se repetía a si misma Lila, sentada en esa cueva cerrada con ramas y rocas— no debiste haberte negado a besarle. El suceso se había repetido en su cabeza incontables veces. El hecho de que Carlos le hubiese confesado su amor y ella a él, pero ambos se quedaron en eso, en palabras. No había nada más ridículo que eso, ni lo habría nunca. ¿Por qué tenía que haberse negado? si le hubiera dicho que no estaba lista para hacerlo hubiera sido más simple, pero no, ella tenía que negarse y ya. Estúpida... Sabía que Carlos se había sentido rechazado, nunca lo mostró en su rostro, casi siempre inexpresivo, pero era obvio porque en delante su trato con ella se había enfriado. No le había creído que ella lo amara porque Lila en ningún momento lo demostró. Si realmente lo hubiera amado el beso habría salido solo, sin tener que pensarlo, sin tener que pedirlo, sin tener que ponerse a dudar estúpidamente como había hecho ella. Se llevó ambas manos a los ojos, cubriéndose de su propia vergüenza. Desde ese momento, los delicados acercamientos que habían tenido se disiparon como si nunca hubieran existido. Cinco días habían pasado desde que se produjo el accidente, tres desde lo del beso fallido, y Carlos cada vez parecía más empeñado en alejarse de ella. Por ejemplo, en ese momento, estaba fuera, buscando algo que ella no había podido entender cuando se lo dijo. Algo con respecto al trozo del monorrail, la cabina de control, la cual habían dejado hacía ya varios días. Lo poco que se había podido rescatar eran la radio y otras cosas que podrían servirles en el camino, como las herramientas más indispensables de Lila, con las que ella arreglaba su amada nave. ¿Cómo era posible que esta situación le pareciera tan avasalladoramente grande, si solo habían pasado una semana solos en el bosque? sentía como si hubieran sido meses, en vez de horas. Miró hacia la pila de frutillas y nueces que habían encontrado hasta ese momento. Nada verdaderamente sustancioso, como un buen desayuno, pero casi lo suficiente para tener energía y seguir. Desde que descubrieron que en ese bosque había lobos, empezaron a escoger mejor sus escondites y sus refugios nocturnos. Los arboles habían servido de maravilla para esa causa, subir a las copas parecía más sencillo en compañía de Carlos. Entonces, la puerta improvisada se desplegó hacia un lado y el chico pelirrojo entró con los brazos llenos y le dedicó una sonrisa que inmediatamente desapareció. —Buenas. —la saludó. Le había salido la sombra de la barba descuidada, cosa que le recordaba que este no era un chico como tanto se daba a pensar en los shows. Era, como sus hermanos, un joven hombre al igual que todos los que estaban bajo el mando de Topa. Y así, con el rulo deshecho y la débil sombra, no cabía duda de que era verdaderamente un chico atractivo. Lila sonrió ante él. —¿Qué traes ahí? En una bolsa que había hecho con la manta, Carlos había acarreado pocas cosas, pero bastante importantes: un montón de manzanas, una navaja que era de Topa y una caja de fósforos. —Estaban alrededor de donde caímos. —Carlos, esto es maravilloso... pero, si me hubieras dejado ir contigo, hubiéramos traído el doble de cosas. Él no respondió, simplemente tomó una de las manzanas, cerró de nuevo la bolsa y se la puso al hombro, antes de que pudiese agarrar la otra bolsa Lila, él ya la tenía puesta también en la espalda. —Apa... que pesado. —¿Porqué no quieres que te ayude? con facilidad podemos andar ambos con una bolsa cada uno. Pero él negó, con su rostro inexpresivo de siempre, aunque Lila llegó a percibir que Carlos pensaba a la vez que respondía. —Tú misma has dicho que recordabas esta zona. Que estamos cerca del otro lado del monorrail. Quiero protegerte de todo, y la mejor forma es ayudando todo lo posible para que regresemos rápido. Lila de pronto se halló desconcertada, Carlos quizá no había dicho nada tan de prisa ni a reglón seguido de una sola vez. Lo suyo eran frases sueltas, sin mucho más que una o dos palabras. Pero últimamente parecía pensar con mayor rapidez, como si se estuviera sobre esforzando para poder sacarlos de ahí. Lila deseó poder leer sus pensamientos, ya que, con solo ver su rostro, no podía saber mucho de él. Sus ideas, problemas y preocupaciones no estaban escritas en su frente, como en la de Topa o la de Francis, Carlos era... diferente. Se sonrió al pensar en eso. Por irrisorio que pudiera sonar, esa idea tan gastada e impuesta solo por el aspecto de Carlos, no lo definía, pero sí que podía usarse para lo poco que ella sabía por ahora de él. Era diferente y le gustaba por eso. En el camino, silenciosos ambos, hallaron por fin un riachuelo. Agua fresca, ya no el extraño brebaje que había en las botellas de agua de lluvia que recogieron en la última tormenta que habían estado bebiendo a sorbos pequeños y que Lila sospechaba que Carlos tocaba muy poco.  —¿No crees que tenemos suerte, Carlos? —intentó iniciar una conversación con él. Carlos la observó en silencio, con una suave sonrisa en sus labios. —¿Porqué? —Porque este arroyo nace al pie de los rieles y corre hacia abajo paralelo a ellos. No nos hará falta agua en todo nuestro viaje si el agua está de nuestro lado. Carlos miró entonces el agua y Lila lo estudió en silencio, mientras él se sacaba la camisa y el pantalón. El clavado que se dio en el agua la salpicó hasta a ella, que estaba a una distancia considerable de él y aun así terminó empapada. —¿Carlos? —preguntó asombrada, no sabía que ese chico tuviera tanta determinación. De pronto, desde lo más profundo, salió el rulo pelirrojo ascendiendo hasta la superficie y apresurándose a salir tan rápido como entró. El agua pegada su flequillo a su frente y, aunque Lila se hubiera perdido con total razón en esa imagen de su rostro, prefirió observar su torso desnudo. Húmedo y más fuerte de lo que ella hubiera imaginado que un chavalillo como ese pudiese llegar a ser. —Apa... Malísima idea... El agua... Muy fría... —castañeteó al regresar cerca de ella. Lila estalló en una carcajada, al verlo frío y tembloroso como la vez en la que la lluvia los atrapó en el vagón roto. No obstante, Carlos esta vez reía con ella, si, había sido muy ridículo, no se había imaginado que las cosas terminarían así. Él riendo por primera vez en ya bastante tiempo, ella a su lado disfrutando de ese momento. —Encenderé una fogata, eso te calmará los temblores. Una suerte tener los fósforos de nuestro lado. —La suerte es tenerte cerca.  Lila se paralizó en su posición, era lo más lindo que le había dicho desde aquel momento. Se volteó a mirarlo pero él ya no estaba a su lado, sino a unos metros, recogiendo leña para la fogata. Ella se preguntó si Carlos había recuperado un poco de su confianza con ella o simplemente había olvidado el incidente del beso. Cruzó los dedos para que fuera la segunda. Ansiaba que fuera la segunda opción. Hicieron la fogata, la que encendió con ganas en pocos minutos. Lila se hallaba observando los arboles circundantes para ver cual de ellos sería un buen refugio para esa noche. No era confiable estar en el suelo a pesar de que ahí estaba el fuego. Algunos lobos se acercaban a las fogatas y no le tenían miedo a quemarse un poco el pelo, si con eso conseguían comida. En eso, Carlos se sentó frente a ella. Sus miradas se encontraron. Los ojos claros de Carlos no eran como el resto de él. Sus ojos si expresaban emociones, y decían muchas cosas que Lila no entendía, pero la escencia de todo era un sentimiento fuerte y cálido como el fuego que ardía entre ambos. Así que cuando él se acercó más a ella y se sentó a su lado, ella lo abrazó. Este momento no era como cuando la lluvia los había atrapado, tampoco era como en el desayuno escaso e infructuoso con palomitas y jugos de frutas. Este momento era diferente. La piel de Carlos seguía al descubierto, blanca y fresca, aunque con el contacto estaba empezando a entrar en calor. Y Lila sentía una revolución en su interior. Todo un inefable mundo de sensaciones acudieron como una súbita luz en su propia piel al contacto con las manos del chico en sus hombros. —Quiero que sepas que el otro día... —se detuvo, incapaz de hilar las palabras en su cabeza. —No importa. —aseguró él, y sus brazos la rodearon con más seguridad que antes, apoyando su mentón en la coronilla de su cabeza.  Si importaba. Y mucho. Pero Lila quizá no estaba de humor ni tenía las fuerzas par ello, así que no dijo nada y se concentró en escuchar la respiración de Carlos. —He encontrado el resto del monorraíl —anunció. Lila se separó de él para mirarlo a los ojos, la incredulidad se reflejaba en los suyos. —¿Cómo has dado con él? —Lo he encontrado esta mañana, antes de salir. —le restó importancia, alejándose de ella par vestirse de nuevo, cosa que Lila lamentó grandemente y que nunca admitiría en voz alta. Haber visto la piel desnuda de Carlos era, graciosamente, bastante agradable. Ella se emocionó de pronto. —¿Sabes lo que eso significa? Que Topa y los demás no deben de estar lejos, considerando que aquí está su lado de la nave. Carlos tomó la camiseta, que aunque seguía estando levemente andrajosa, era mejor que nada. Al enfundársela, le sonrió. —Es genialoso. —ambos volvieron a reír— ya quiero ver la cara de mis hermanos. Entonces, Lila fantaseó un poco mientras comían esa tarde el pescado que habían atrapado con mucho esfuerzo, era pequeño, pero suficiente. En su cabeza, volvía a conducir el monorraíl, en su mente estaba de nuevo en una pieza y no había problemas en seguir adelante, ni siquiera las tormentas eléctricas más fuertes podían con ellos. Se vio a si misma, con su uniforme pulcro y serio, con su peluca pelirroja y su silla. Y la palanca del timón. Y Carlos estaba también ahí, y todo sabían de ambos, sabían que estaban juntos, y los felicitaban. Entonces, su fantasía se esfumó. Carlos y ella, a pesar de decir que se querían, no habían avanzado nada en los últimos días. Ni siquiera ese pequeño abrazo de hacía unas horas. Mirando de reojo al rulo, que engullía su parte, mientras contemplaba el fuego y de vez en cuando a ella. Algo era seguro, esa noche, algo entre los dos cambiaría y Lila estaba preparada para hacer que pasara.
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