Francis/Lila: 2
23 de noviembre de 2025, 10:48
Separó sus pestañas y se levantó de golpe creyendo por un instante que estaba de nuevo en el monorrail y tenía que cocinar y se había atrasado y Arnoldo lo iba a sacar a patadas de su cocina para nunca volver a dejarlo pasar. Pero se sorprendió aún más encontrándose en un lugar distinto. Tardó unos minutos en recordar la noche anterior, a Lila y el convenio del viaje que harían juntos.
Se le había espantado el sueño y por consiguiente se dio a la tarea de pasar los ojos por la habitación enumerando los objetos con los que se topaba. Luego se dirigió al baño y afuera, al pasillo así en piyama directo a la cocina ya que estaba acostumbrado a desayunar muy temprano y de paso le prepararía algo a Lila para agradecerle la hospitalidad.
Preparó dos omelette y dos tazas de café con azúcar y leche, su desayuno preferido. Después de callar a la bestia que dormía en su estómago, pensó en llevarle el desayuno a la cama a Lila. Eran las cinco de la mañana y él ya llevaba dos horas despierto, pero tenía miedo de despertar a la castaña pues no conocía sus patrones de sueño y temía ser una molestia para ella. Por eso empujó suavemente la puerta dejando la bandeja en la mesita del pasillo para asegurarse que ella aún dormía, no quería despertarla.
Pero para su mayor sorpresa Lila tenía la lámpara de su mesa de noche encendida y estaba muy despierta con un libro en el regazo y una sutil pero encantadora y expresiva sonrisa.
—¿Tan pronto despierto, Francis?— Las cejas de Francis subieron tanto que a lo mejor desaparecieron en el nacimiento de su ruloso cabello.
—¿Interrumpo?— fue la única palabra que salió inteligible de su garganta, lo demás fueron balbuceos por el nerviosismo.
—La verdad que no— contesta risueña ella cerrando el libro e incorporándose para levantarse —Ya te había oído acercarte por el pasillo— Francis no pudo evitar ruborizarse levemente por ser atrapado mucho antes de que pudiera darse cuenta.
—¿Necesitas algo?
—No... Todo esta perfecto— murmuró sintiéndose como un mirón —Le preparé... digo, te preparé el desayuno.
La expresión en el rostro de la mujer pasó por la sorpresa y luego por la apreciación.
—Que lindo de tu parte, Francis— dijo con la mano en el corazón —Espérame en la cocina que al no más vestirme lo acompaño. Como yo siempre digo, la comida se come en el comedor.
—Muy bien,— dijo controlando su emoción por no recibir ningún regaño —permiiiiso— murmuró clásicamente cerrando tras de sí la puerta. Francis continuó sonriendo hasta que se volteó a la bandeja con el ahora roído omelette. Un ratón blanco de ojos azules y bigotes muy largos lo observaba con sus pequeñas orbes brillantes y un bocado entre las patitas. Francis le tenía miedo a los ratones.
—¡¿Francis?!— exclamó Lila saliendo con la blusa torcida y un zapato de un par y otro de otro —Escuché un grito ¿Qué pasó?— Francis paralizado y pegado a la pared contraria lo más lejos posible miraba y señalaba la bandeja en donde el inocente ratón volvía a hacer de las suyas. Lila miró al ratón y al aterrorizado y descolorido Francis y nos pudo evitar carcajearse.
—N-n-no es gracioso— tartamudeó el camarero con el cabello de punta.
—No Francis, es Fiera, el ratón de mi hermano. A lo mejor lo dejó aquí olvidado cuando se fue ayer— le explicó ella riendo extendiendo una mano hacia el roedor que olisqueó y trepó hasta estar en la palma de su mano.
—¿Fiera?— cuestionó asustado —y con razón.
—Mi hermano trabajaba en un laboratorio de experimentos con ratones.— explicó — Este pequeño es uno de cinco ratones que presentaron una mutación genética en su ADN— al ver el gesto interrogante del joven intentó explicárselo de otra forma —Es un ratón especial, con ojos azules.
—Ohh.
—Oww pobrecito fiera mía, a lo mejor mi hermano te olvidó por completo, no te preocupes ¿Qué piensas de un viaje para tomar un poco de aire fresco?
Francis fijó los ojos en un punto fijo.
—¿Lila? No llevaremos al ratón... ¿O si?
—La verdadera pregunta es ¿Y porque no? Fiera no es peligroso en ningún sentido, es más, es un amor y vamos a llevarlo. Mientras más mil veces mejor.
Lila ignoró el desayuno mordisqueado y al aún tembloroso Francis y se llevó el ratón. El camarero casi pudo ver una sonrisa, de esas maliciosas, en los bigotes de Fiera. De nuevo sus buenas intenciones fueron pisoteadas, esta vez por las patitas rozadas de un ratón.
Lila se preparó inmediatamente un mini desayuno con los huevos restantes, esquirlas de chocolate, leche, harina, esencia de cacao en una taza y el microondas. Minutos después había un bollo de chocolate humeante y perfumado a la espera.
—Que práctico— murmuró Francis con una pequeña sonrisa.
—Todo debe ser así en mi vida, nunca me quedo mucho tiempo en ningún sitio y un desayuno así no le resta tiempo valioso a mi día— explicó entregándole un trozo de pan al ratón fiera que lo mordisqueó a gusto.
Francis anotó mentalmente ese dato por si lo utilizaba luego.
—Yo soy más de comidas elaboradas.
—Lo sé Francis, tú y Arnoldo siempre lo dejaban muy claro en cada receta— recordó riendo suavemente —Me hará falta la tripulación del monorrail. Doris, los rulos, Topa, Natalio, Melodí, Arnoldo... y tú.
Francis se tensó involuntariamente. —¿Yo? Pero si no compartimos casi ningún momento— dijo nervioso y sin saber por qué. Quizá se negaba a creer que una mujer tan hermosa lo extrañara. Aún ni siquiera consideraba que Lila fuera hermosa, el nunca se imaginó que ella entraría en el concepto de tal palabra y sin embargo ahí estaba la prueba ante sus ojos. Con su cabello castaño medio despeinado, la blusa torcida y los claros ojos concentrados en el bollo casi terminado de su vaso.
—Pues no, pero Francis, igual te extrañaré a pesar de no haber salido casi nunca de la cabina de control y tú del vagón comedor— se llevó a la boca el último bocado y dio un sorbo a su café —intercambiamos palabras varias veces, y aunque no fuéramos tan cercanos yo siempre lo consideré mi amigo.
Francis se relajó suavemente mientras Lila hacia unas llamadas imprevistas y daba ciertos mimos al ratón de laboratorio que se acicalaba la carita de ojos saltones y azules. Pero por alguna razón nunca la palabra amigo le pareció tan hueca.