ID de la obra: 1428

Guardiana de los vientos

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Los mapas del viento

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RedLeaf alzó una ceja, visiblemente sorprendido. —¿Sabes de ellos? Tu líder, Stormir, no dio señales de conocer nada al respecto. —Es que nuestro líder es, en general, un puesto decorativo, ministro —respondió ella—. Quien lo ocupa no es siempre el más capacitado, solo el que escala más rápido y vence al anterior líder. —Tiene lógica —le concedió él—. Pero regresemos a los mapas. ¿Dónde están? ¿Y cómo sabes de ellos? Vidia se incorporó con dificultad, aunque logró ponerse en pie tras un breve esfuerzo. —También tuve mi tiempo como líder de las hadas de vuelo veloz —confesó—. Hará seis años fui la jefa, por unos meses, hasta que las aventuras de Tinkerbell nos llevaron fuera de la Tierra de Nunca Jamás por primera vez. Al volver, DustSparrow ya había ascendido en mi lugar. Y cuando a él se lo tragó un sapo, Stormir lo sucedió. Señaló unos pasillos al fondo, ocultos desde la perspectiva en la que antes se encontraban. —Hay un área más al fondo del complejo. Si me lo permite, puedo llevarlo hasta allí. —Guíame —asintió RedLeaf. Vidia echó a andar con él tras ella, y mientras avanzaban, él preguntó: —¿Por qué DustSparrow y Stormir no saben de los mapas? —¿Ha conocido a Stormir, ministro? —Ya tuve el gusto… hará unos minutos. —Pues creo que eso responde a su pregunta —suspiró ella. Luego, más seria, añadió—: No es prudente que líderes tan poco expertos tengan acceso a conocimientos como ese, ministro. Mientras caminaban, RedLeaf hizo una discreta seña a Lórien para que aguardase. Él continuó solo tras Vidia, atento a cuanto decía. Sus ojos serenos se posaron fugazmente en el vendaje de su espalda, el cabestrillo y la entablilladura que asomaba por debajo. Pero no comentó nada al respecto. —¿Porqué tú si sabes de ellos? —continuó indagando. Vidia no dijo nada al principio, luego se volvió para mirarlo con cierto orgullo. —Un líder anterior me instruyó en los saberes de las hadas de vuelo veloz. Me dijo que yo tenía madera de líder, pero también de guardiana. Por eso se me encomendó la tarea de recopilar todos los secretos de mi gremio. Soy la única hada de vuelo veloz que sabe leer los mapas. RedLeaf asintió, satisfecho con esta versión educada y elegante de Vidia. Aunque, no iba a negar que en su momento prefirió al hada rebelde del vino. Su orgullo le parecía excesivo en algunos sentidos, pero no molesto completamente. En una sala, Vidia tomó una farola de hongos luminosos antes de seguir adelante. Pasaron de una sala a otra y de esa a una cámara en el centro del complejo. Las paredes eran de la madera del árbol y todavía bajaron otros trechos más. Ahí, vidia le mostró unas estanterías en las que se veían toda clase de mapas. La mayoría eran placas esferoides, algunas de madera petrificada, otras talladas en piedra lunar, y unas cuantas en un material translúcido parecido al ámbar, con vetas internas que parecían contener un oleaje detenido. Eran de tierra firme, de los mundos del hombre. Pero los más antiguos y sagrados estaban cubiertos con hojas suaves como el terciopelo, hojas que no se marchitaban jamás. Estas hojas estaban recubriendo la superficie, como piel viva, y sus bordes se agitaban apenas con la cercanía del movimiento. —¿Estos son los mapas del viento de NeverLand? ¿Los auténticos? —murmuró él, con solemnidad, retirando de su cabeza el sombrero de hoja de otoño. —Los originales, ministro. —musitó Vidia— Demasiado importantes como para caer en manos de irresponsables como Stormir... —Es comprensible. —asintió él— Dime, Vidia ¿Qué se puede saber o conocer con estos mapas? —Al ser el viento una fuerza superpuesta a todo lo fisico, se puede conocer la ubicación de cualquier objeto que esté al aire libre. Además de saber con exactitud hacia donde y de donde viene hasta la menor corriente de brisa, todo lo que toca el viento puede ser visto en los mapas del viento.  RedLeaf sintió cosquilleos de emoción en el interior de su pecho ante algo tan profundamente simbólico e importante. Entonces, Vidia se acercó a uno de los estantes que se hallaban casi en el centro, los que probablemente eran los más importantes. Hizo un sonido de sorpresa que no pasó desapercibido para RedLeaf. —¿Sucede algo? —No, solo... —frunció el ceño, pasando los dedos sobre el hueco tallado en la madera—Hay algo curioso... Este vacío no debería estar. Aunque podría equivocarme, solo bajé aquí una vez, cuando me formaba como lectora de mapas.  —¿No llevas un conteo de inventario o algo parecido? —No, los vuelo veloz son hadas enfocadas en lo suyo... —Vidia encogió un hombro, algo irritada— No va a ver a alguno de nosotros perdiendo el tiempo con cosas como esas... Nadie ha hecho un mapa nuevo en mucho tiempo, de todas formas. Los que hay en esta biblioteca son todos los que existen. Vidia tomó el que estaba al lado del espacio vacío, sin pensarlo demasiado. —¿Qué es lo que quiere saber? —insistió Vidia. Vidia descubrió esas superficies aterciopeladas, abajo, sobre una madera tan ricamente tallada como si ese mismo día hubiera sido terminada, se veía NeverLand al completo. Los relieves mostraban lugares icónicos: la Roca Calavera, la Bahía de las Sirenas, la Cueva de los Caníbales, el claro central de Pixie Hollow, los nidos de dragones dormidos, los cementerios de globos de los hombres atrapados entre ramas y los embarcaderos de los piratas, más allá. Y sobre la superficie habían unas líneas de cristal traslúcido como filigranas de las corrientes del viento. Líneas delgadas como cabellos de hada, grabadas con un arte tan minucioso que no se podían abarcar todas con mirarlas de cerca. Cada una serpenteaba, se curvaba, ascendía o desaparecía, imitando los verdaderos movimientos del aire por todo NeverLand.  Cuando Vidia colocó el mapa sobre una mesa de madera. Se ubicó frente a ella y colocó a su vez sus manos desnudas sobre el mapa principal, el efecto fue inmediato: las líneas comenzaron a brillar con un resplandor nacarado y a moverse suavemente, como si el mapa fuera oleaje de un océano con sus corrientes y afluentes. El oleaje de las líneas se reconfiguró frente a sus ojos, mostrando el viento en tiempo real, cómo cruzaba el mar, cómo danzaba entre los árboles, cómo se arremolinaba en las montañas. Algunas corrientes se tornaban rojizas, señal de turbulencias mágicas; otras palpitaban con azul profundo, señal de calma. RedLeaf observó en silencio, comprendiendo que lo que tenía frente a él no era un mapa cualquiera, sino el corazón mismo de la atmósfera de Nunca Jamás, codificado en arte natural y memoria viva. A pesar de que su lógica y sentido común le decían mucho de lo obvio, realmente no entendía qué estaba viendo como tal, más allá de un oleaje salvaje y destructivo, así como suave y delicado. —Quiero saber la ubicación de los cuatro árboles primigenios. Vidia alzó la vista hacia él, confusa. —Hay una gran cantidad de arboles en la tierra de las hadas, ministro... —se excusó, con la cabeza ladeada y mirándolo atentamente— Y muchos son de hace miles de ciclos, antes de que hubiera hadas... RedLeaf suspiró. —Tienes razón, fue mi error, no me expresé con claridad... Busco los cuatro arboles más antiguos de la tierra de las hadas. —Ministro... —alzó una ceja, con un deje de irascibilidad— hay muchos... La mayoría. Quizá si me dice qué tienen esos arboles para ser tan especiales... El ministro del otoño se lo pensó unos segundos. Se suponía que debían permanecer en silencio con respecto a todo el asunto, eso había dicho la reina. RedLeaf había apalabrado a sus hadas que lo acompañaron la noche anterior y sabía que los demás ministros hicieron lo mismo con las suyas. No se podía dar el lujo de soltar información valiosa así como así. —Busco los cuatro arboles que encierran los Vientos Guardianes... —se limitó a decir. Vidia parpadeó con comprensión. —¿Se refiere a los manantiales del viento?  —Es posible. —RedLeaf no quería admitir desconocimiento, la sensación de la ignorancia no era de sus favoritas— ¿Puedes mostrármelos? Vidia asintió, y volvió a colocar sus manos sobre la superficie del mapa. Esta vez, sus dedos se movieron como si buscaran entre los hilos de cristal. Entonces, cuatro puntos comenzaron a brillar con un fulgor más intenso. Desde ellos, las líneas grabadas emergían como ríos de luz, propagándose hacia el resto del mapa. Emitían ondas circulares, como anillos que se expanden en el aire, y desde ellas nacen nuevas líneas de viento. Las filigranas del mapa parten de estos árboles y se ramifican como si fueran venas. —Aquí —musitó ella—. Estos árboles no son solo antiguos, ministro. Son los nodos primordiales del viento. Las corrientes madre nacen de ellos: las primeras, las más viejas, las que siguen soplando desde el inicio del tiempo. No todo el viento nace de ellos, pero sin ellos... el aire se estancaría. El cielo mismo se volvería mudo. RedLeaf observó con reverencia el espectáculo. Cada uno de los cuatro puntos parecía un corazón palpitante, del que se desprendían filigranas que se extendían como venas vivas. Las líneas serpenteaban, ascendían, se entrelazaban y se ramificaban por todo NeverLand, en una respiración constante que renovaba el aire a cada segundo. —No sabía que fueran visibles en los mapas —dijo él. —Porque no lo son —replicó Vidia, con cierto orgullo—. No si no sabe dónde mirar. Y menos si no sabe cómo tocar. Luego lo miró de reojo, alejando las manos del mapa para cruzarse de brazos con una sonrisa ladina. —Pero claro, eso Stormir no lo sabría nunca. RedLeaf no pudo evitar sonreír apenas, divertido ante el descaro, aunque no del todo dispuesto a alentarla. —Hiciste bien en conservar este conocimiento lejos de otras alas. —Lo sé —respondió ella, sin modestia alguna—. Alguien tenía que hacerlo. Y no siempre es el líder quien está más cerca de entender lo esencial.  RedLeaf permaneció en silencio por un momento, observando cómo las líneas del viento seguían ondulando bajo las manos de Vidia, como si fueran hilos vivos que solo respondían a su toque. El brillo nacarado de las corrientes se proyectaba en su rostro, y por un instante, parecía más una figura de leyenda que un hada herida y desafiante. Él desvió la mirada hacia su espalda entablillada. El vendaje seguía firme, pero el dolor no debía haberse ido. Y aun así, ahí estaba, altiva, de pie, con ese aire que no permitía compasión. —Solo tú puedes leer estos mapas? —preguntó él. —La única que queda viva de los que aprendimos a hacerlo —respondió, sin bajar la vista—. Ahora solo quedo yo. RedLeaf asintió lentamente. Luego, apoyó ambas manos en la mesa, cerca del borde del mapa, dejando que sus propios dedos rozaran las vetas y cristales tallados en la madera viva. La decisión se había gestado en silencio, desde que la vio descubrir los árboles sin titubeos, desde que habló de los manantiales del viento con una familiaridad que ni él poseía. —Entonces vienes conmigo —dijo con firmeza. Vidia alzó la cabeza con rapidez, el ceño levemente fruncido. —¿Cómo dice? —Iremos juntos. Tú puedes guiarnos hasta los árboles y yo puedo abrirlos. Ella frunció aún más el entrecejo, desconfiada. —¿Abrirlos? ¿De qué está hablando, ministro? —Son arboles antiguos, manantiales de vientos primigenios. No se puede acceder a sus corazones sin una señal viva del bosque. Algo que les hable en su idioma... —se detuvo un momento, luego bajó la voz—. Aún soy un hada del bosque, Vidia. Ministro o no, puedo hacer que los árboles escuchen. RedLeaf le explicó la profecía, el peligro del otoño y la fuerza destructiva que tendría el invierno una vez más. Le habló de la importancia que esa misión, la de soltar Vientos Guardianes en los cuatro árboles primigenios y de cómo la oráculo dijo que necesitaban los mapas del viento. Le habló de que él tenía que ser el que lo abriese, porque era su otoño y era una misión peligrosa. Vidia lo miró en silencio, midiendo el peso de sus palabras. Había algo incómodo en la idea de necesitar ayuda, incluso cuando sabía que era cierto. Y al mismo tiempo, algo distinto a la costumbre en la forma en que RedLeaf la observaba. No paternalismo, no superioridad sino una especie de respeto. —Mi ala aún no se cura del todo, ministro —advirtió, más por orgullo que por fragilidad—. No puedo volar ni cargar demasiado. —Entonces volaremos lento y yo te llevaré —respondió él—. O caminaremos. No será un viaje corto, ni fácil. Pero es necesario. Los otros ministros están al tanto y nos ayudarán. Yo debo hacer lo que la oráculo dijo que sería lo mejor, la única esperanza. Ella lo observó aún con cautela, pero el brillo en sus ojos delataba que la idea no le disgustaba del todo. —¿Y si me niego? —No puedes —respondió él, sereno—. Porque ya tocaste el mapa, ya viste los vientos nacer. Ningún hada que haya sido testigo de eso puede quedarse al margen. Vidia resopló apenas, apartando la mirada. —Qué conveniente suena eso... —No es conveniencia —dijo RedLeaf, mientras daba la vuelta a la mesa—. Es destino. El hada del destino lo ha dicho y esta vez no podemos atenernos a Tinkerbell, ella tiene mucho que hacer para primavera y más para verano. Y los destinos no siempre piden permiso. Luego, hizo una pausa, y con un gesto más suave, añadió: —Si tu orgullo no te permite que te lo pida... considera que te lo ordeno.
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