El inicio del viaje
23 de noviembre de 2025, 16:12
Con un ala esguinzada, Vidia ya había asumido que no podría cargar demasiado peso. No le gustaba pensarlo, pero era un hecho: no podía volar. Aun así, se colgó un bolso al hombro con determinación, cuidando de no rozar la zona dolorida.
Había decidido llevar consigo al mismo colibrí que la había ayudado a alcanzar lo alto de la guarida de las vuelo veloz. No aceptaría menos que lo más veloz; si no podía usar sus propias alas, entonces tendría las segundas mejores. “Z” —porque no tenía tiempo para nombres largos— se posaba ahora junto a un pequeño tazón de néctar fuera del ciruelo agrio que Vidia llamaba hogar, recuperando fuerzas.
Mientras ajustaba un par de bolsas livianas a su espalda, se aseguró de empacar lo esencial: algo de comida, una escudilla hecha con cáscara de nuez, y el encendedor que Tinkerbell le había regalado para su cumpleaños (aunque todavía se negaba a admitir lo útil que era).
—¡Escuché que te vas de viaje!
Vidia soltó un suspiro, sin necesidad de girarse para reconocer esa voz irritantemente alegre. Era curiosamente la hada artesana que Vidia menos soportaba.
—Hola, Tinkerbell —respondió sin ocultar su desgana.
—Te he traído algunas cosas —dijo la rubia, sacando un par de paquetes de su bolso—. Vas a necesitar mucho néctar para ese colibrí. Fawn dice que si no comen lo suficiente, caen como piedras y no se levantan hasta volver a probar algo dulce.
—No te preocupes por eso —replicó Vidia, alzando una ceja—. Z es el colibrí más fuerte, más rápido y más obstinado que he conocido. Casi tan cabezón como tú.
El colibrí pareció mirar a Tinkerbell como la misma Vidia lo hacía, un poco como juzgándola. Eso hizo sonreír a Vidia, pero no dijo nada al respecto, se lo guardó para si misma.
—Gracias, lo tomaré como un cumplido —respondió Tinkerbell, ya acostumbrada a su tono—. También traje esto.
Vidia contempló el conjunto de los saquitos de polvillo que Tink le mostraba. Estaban todos en una pequeña cajita, organizados con su nombre. Había una ración de cada color, incluso uno morado como el color del talento de vuelo veloz. Ver esos polvillos de colores despertó en Vidia algunas memorias de la última aventura que compartió con esa rubia.
Se hallaba pensando en el desafortunado día en el que le tocó a ella que ser hada artesana por un tiempo y no evitó estremecerse ante ese recuerdo. Casi se le fríe el orgullo.
—En un viaje puedes llegar a necesitar muchas cosas. Créeme, sé de lo que hablo. Así que, cuando me enteré que ibas a recorrer todo NeverLand, no me pude resistir a darte esto. Por si necesitas algo de ayuda de otros dones.
Vidia no lo diría, pero de verdad que sentía que iba a ser un viaje complicado. Quizá tedioso por quien iba a ser su compañero, pero sumamente importante de una forma u otra. Apreciaba el gesto de Tink, pero no quería decirlo abiertamente.
—Me serán útiles. —se limitó a decirle, como todo agradecimiento— Pero te aseguro que si llego a usar el verde, será solo porque me han cambiado por otra hada.
Le sonrió de lado y la rubia rodó los ojos.
—Solo me quedan tres cajitas enteras de estas —dijo, haciendo sonar suavemente las bolsitas—. Uno se lo di a la Reina hace unos días, pensé que si alguien debía poder tener todos los talentos era ella. Pero este es para ti... y me iba a guardar uno, pero no lo encuentro.
—¿No lo encuentras? —arqueó Vidia una ceja.
—Bah, seguro alguien lo tomó prestado sin avisar —bufó Tink, dando un manotazo al aire con fastidio—. O el culpable sea el típico desorden del taller de un artesano, ya sabes. Igual, con esto te bastará para varios usos, si no se te ocurre gastarlo todo en un solo uso. Me han dicho que vas a viajar con el ministro del otoño.
Vidia había estado empacando la cajita del polvillo de talentos en una funda de hojas cuando Tink dijo eso. Sus manos, antes seguras y precisas, de la nada se detuvieron sobre la funda. Por un segundo solo se escuchó al colibrí succionando el néctar y el zumbido de sus alitas.
—Así es... —se apresuró a responder al apercibirse de que se había quedado en silencio demasiado tiempo.
Tinkerbell no pareció captar esto, para su mayor suerte. Vidia tenía presente el hecho de que no podía hablar sobre el verdadero porqué de su misión, pero no estaba de más decir con quien iría.
—Me han dicho que es muy aburrido, inflexible, predecible y excesivamente protocolar. ¿Qué vas a hacer tú con alguien así?
—Probablemente desesperarlo hasta que quiera echarme al primer lago que vea —dijo Vidia, encogiéndose de hombros—. Pero si quiere llegar a donde vamos, tendrá que aguantarme. Me necesita. Y bueno… tampoco está tan mal. Tiene algo de árbol viejo, pero no cae fácilmente.
Tinkerbell soltó una risita con un cierto aire a picardía.
—Vas a terminar encariñándote con él.
Los dedos de Vidia se crisparon sobre el bolso cuadrado que contenía el mapa del primer hada de vuelo veloz. El colibrí le lanzó una mirada de reojo, cuando su dueña dejó el bolso en su espalda. Fue como si el mismo pajarillo respaldase las insinuaciones de Tink.
—Voy a terminar regresando por la puerta grande, en el colibrí más rápido de Nunca Jamás —respondió Vidia, cruzándose de brazos con arrogancia—. Lo demás es ruido de hojas.
—Claro. —le siguió la corriente ella con una sonrisa suave— Deberías considerar buscar pareja, Vidia, eres mayor que yo y aún no has...
—¡Tinkerbell! —la cortó ella con un salto seco y la mirada filosa.
—¿Recuerdas cuando me fui en globo con Terence? —dijo Tink mientras observaba cómo Vidia ajustaba el bolso al lomo tornasolado del colibrí.
—Vagamente. —respondió ella, sin mirarla, centrada en que nada quedara colgando.
—Fue el viaje más largo que hice fuera de Pixie Hollow... y pensé que me iba a volver loca. Terence hablaba demasiado, y estorbaba más que ayudar.
—Qué adorable. —ironizó Vidia, aún concentrada en los broches.
Estaba dándose cuenta de que era demasiado peso para un colibrí. No era broma ni exageración que un animalito como ese se fatigaba rápido. Lo mejor sería pasar parte de su carga a la montura de RedLeaf... Considerando que él llevase una.
Pensándolo bien, no había hablado con RedLeaf desde el día en el que le mostró los mapas. Habían quedado de verse esa mañana para partir, pero Vidia aún sentía muy extraño que él la hubiese escogido para la misión. Más aún después de lo que pasó con el vino la noche de la ceremonia.
—Fue adorable, si... después del principio. —Tink sonrió con nostalgia— Cuando dejas de ver solo lo molesto, empiezas a notar otras cosas. Pequeños gestos, la amistad verdadera, silencios compartidos, ese momento en que el otro también se esfuerza sin decirlo.
Vidia se detuvo un segundo. No por las palabras, sino porque una de las correas estaba torcida. O eso se dijo a si misma. Sabía que Tink y Terence eran novios desde hacía unos meses y que se veía a leguas que la conexión que tenían era verdadera.
—Esto no tiene nada que ver con RedLeaf. —dijo sin girarse, extrañada por las palabras de la rubia y el rumbo que había tomado la conversación.
—Claro que no. —Tink se rió musicalmente— Solo digo que viajar acompañada tiene sus cosas. Incluso si al principio crees que vas a odiarlo.
Vidia por fin se volvió hacia ella, con una ceja alzada.
—¿Tú quieres que yo me divierta con el ministro del otoño?
—No, quiero que te permitas divertirte. —Tink la miró con una sonrisa suave— Quizá hasta llegues a conocerlo un poco. O a reírte con él.
Vidia se llevó la mano al cuello, rascando distraídamente justo en la base. No dijo nada por un momento. Ella no tenía amistades muy íntimas. Solo hablaba con las hadas del circulo de Tink, y no era como si hablara mucho. Apenas lo suficiente. De eso, a tener una verdadera relación de amistad y confianza con cualquiera de ellas, le parecía muy pero muy remoto... Y ya imaginarse algo como lo que Tink describía con el ministro, le parecía muy pero muy poco probable.
—¿Y qué? ¿Después de eso me enamoro y tejemos bufandas juntos? —espetó con una burla y genuina incomodidad.
—No sería tan descabellado. —canturreó Tink, y luego bajó la voz— Cuando regresé con Terence, me pasé semanas extrañando su voz. Y su ruido al comer.
Vidia rodó los ojos, aunque sin mucha fuerza.
Se volvió al colibrí para hacer un conteo mental de lo que llevaba y lo que podría estar olvidando. Llevaba el nectar extra, por cualquier situación imprevista en el camino, como falta de flores con las qué alimentar a Z. Llevaba ropa extra, comida liviana y fácil de transportar para el camino. En un bolso estaba el encendedor y la navaja, los cerillos que Tink le enseñó a hacer, la cantimplora y las botas extra. La cajita del polvillo y el mapa de los vientos.
—Talvez te termines acostumbrando al ministro. Después de todo, serán solo ustedes dos ¿no? —le sonrió con inocencia la rubia— ¿Quién sino te ayudará con el vendaje?
Fue como recibir un golpe en la coronilla. ¡El vendaje! Había olvidado que tendría que cambiarlo todos los días y agregar el ungüento diariamente. Le hacía falta la araña que el curandero le dijo que consiguiera y más de esas hierbas curativas. Los últimos días había estado yendo al curandero para que este le ayudase a envolver y entablillar su ala de nuevo cada mañana. No se había detenido a pensar que necesitaría ayuda con eso en el viaje...
—Maldición... —murmuró, una de sus manos se había puesto a juguetear con el extremo de su cabello— No pensé en eso... No puedo pedir ayuda al ministro, Tink ¿estás loca? debo hacerlo yo misma.
Vidia bufó, pero el sonido no tenía verdadero enojo. Seguía enriscando el mechón de cabello entre sus dedos, cada vez más rápido.
—Bueno, supongo que con un poco de practica y talvez un espejo, podrás aprender a hacerlo sola. —se encogió de hombros la rubia— Pero tampoco deberías descartar el pedirle ayuda a él. Por lo menos de vez en cuando.
El mechón de cabello se soltó de sus dedos y cayó sobre su hombro como una hoja cansada. Se le había formado un rulo despeinado y fofo al final de su coleta alta.
—Esto es una catástrofe.
—No, solo es un contratiempo. —le restó importancia Tink— Si me lo hubieras dicho antes, te habría hecho una máquina que te cambiara los vendajes. Pero ya es muy tarde.
—Supongo que si... —murmuró ella volviendo la vista al colibrí— Ni modo, tendré que arreglármelas. Igual solo será por otra semana más, según ha dicho el curandero. Solo será un viaje. Nada más.
—Un viaje con vendajes, cenas junto al fuego, silencios compartidos y tal vez una que otra sonrisa. Nada más.
Vidia fingió no escucharla y se subió al colibrí sin mirar atrás. La rubia, ya acostumbrada a sus arrebatos, solo se encogió de hombros con paciencia.
—Déjalo ya, artesana. —dijo entre dientes, el hada de vuelo veloz— Voy al árbol del otoño entonces... hasta pronto.
Tinkerbell sonrió y alzó la mano a modo de despedida mientras el ave ascendía con rapidez y se perdía de vista en menos de un segundo. La pequeña rubia tenía un presentimiento agradable de todo esto y le hacía mucha gracia ver como hasta el momento parecía que todo apuntaba a que tendría razón.
—Frutos secos, néctar espeso, raíces dulces y pan de bellota. —contabilizó Lórien, revisando su lista a la vez que inspeccionaba los paquetes— Son suficientes para tres meses, ministro.
—¿Eso no es excesivo? —preguntó RedLeaf, contemplando los paquetes— No creo estar fuera tanto tiempo y supongo que mi compañera de viaje no es tan glotona como tú.
La pelirroja bufó con falsa indignación.
—Ministro, uno nunca sabe lo que puede pasar en el camino. —puso las manos en las caderas— Pero si usted cree que es excesivo, podemos prescindir de algunas cosas, como el vino de color profundo que a usted tanto le encanta.
El hada del otoño dio un pequeño respingo.
—No, creo que así estaremos bien. —le sonrió a modo de disculpa y el hada asistente pareció victoriosa— Solo no olvides la cuerda de fibras de sauce o el impermeable.
—Como ordene, ministro.
RedLeaf estaba al pie del árbol, sereno y solemne, supervisando el como unas hadas de los tintes cargaban sobre un zorro rojo una cantidad prudencial de paquetes. Aunque era Lórien quien había hecho el trabajo más dificil trayendo todas las cosas, RedLeaf se contentaba con aceptar o negar el ingreso de algunas de ellas.
Él traía ropa de viaje, en vez de su manto ceremonial de hojas secas de otoño, portaba pantalones y una levita hasta las rodillas. Su sombrero de hoja de otoño estaba bajo su brazo en ese momento, y de vez en cuando lo sostenía con ambas manos, nervioso. Se veía más terrenal, pero ni un ápice menos estirado y protocolario que como Tink lo describió antes.
El colibrí descendió suavemente con Vidia y sus paquetes. Ella desmontó sin mucha elegancia, aun la descompensaba el desequilibrio. Lórien la vio primero y llamó la atención de su señor.
—Ministro... —la pelirroja voló lo suficiente como para estar a la altura del oído de RedLeaf y murmurarle con aprensión— aún siento que no es la mejor idea haber solicitado la presencia de esa hada para el viaje.
—Juzgas muy a la ligera a las hadas, Lórien. —le dijo, pero sin real molestia— No hay hada más calificada para este viaje. Solo ella es capaz de leer los mapas del viento que me llevarán a los cuatro árboles primigenios y a los Vientos Guardianes.
—Pero, ministro... —insistió ella, contrayendo el rostro ante el vendaje del ala en la espalda de Vidia— No tengo que recordarle el altercado con el vino de la noche de la ceremonia.
—No, no tienes que hacerlo. —aceptó RedLeaf con comprensión— Pero son tiempos desesperados, Lórien, y lo mejor es actuar deprisa... de lo contrario, las consecuencias serían devastadoras para todo ser tanto de tierra firme como de NeverLand...
Ambos compartieron una mirada de preocupación antes de que Vidia se acercase caminando. Su semblante era cauteloso, pero no parecía tener malas intenciones. RedLeaf, que había estudiado en gran medida a la hada, respondió a su reverencia con un asentimiento.
—Tu colibrí lleva demasiado peso, Vidia. —comentó él— ¿Estarías dispuesta a pasar algo de tu equipaje a mi montura?
—Precisamente iba a solicitárselo, ministro. —dijo ella, aliviada— Pero, ministro ¿Un zorro? ¿Eso es su montura o su guardaespaldas?
RedLeaf notó desde el principio que esta no era precisamente el hada más prudente para hablar de toda PixieHollow. Aún así, se sorprendió de las libertades que se tomaba con alguien tan importante como él. Era extraño, pero no desagradable.
—Ambas cosas —respondió sin alzar la voz, ignorando la forma grosera en la que Vidia se había referido a su zorro—. También es un excelente compañero de viaje y tengo puestas muchas esperanzas en él. Se llama Ember, es más silencioso que un espíritu. Pero si algo intenta herirnos, lo sabrá antes que nosotros.
El zorro rojo levantó las orejas al oir su nombre y lo miró con sus ojos dorados, serenos y atentos. Era tan rojo como un atardecer que anuncian un buen tiempo y tan imperturbable como parecía ser el mismo RedLeaf. Vidia alzó una ceja, impresionada a su pesar ante la belleza del animal. Era grande y fuerte, seguro que su estabilidad podía llegar a ser dudosa al correr, pero en apariencia era una montura formidable.
—¿Y también cocina? ¿O sabe hacer fogatas?
A Lórien que estaba más allá casi se le escapó un grito ahogado ante tal impertinencia, pero decidió no decir nada por su señor.
—Supongo que prefiere cazar, pero se lo preguntaré en tu nombre si te hace sentir más tranquila. —respondió RedLeaf sin inmutarse.
Vidia sonrió de medio lado, divertida y sorprendida a partes iguales por la capacidad del ministro de tomarse una burla como tal y seguir siendo igual de calmado. Talvez después de todo no sería un mal viaje si lograba guardarse sus comentarios fuera de lugar y sus quejas.
Los sirvientes de RedLeaf pasaron todos los paquetes del colibrí al lomo de Ember, el que pareció no notar la menor diferencia en el peso. Cuando estuvieron listos, Vidia montó a Z y se volvió para contemplar al ministro.
RedLeaf estaba despidiéndose de Lórien, a quien dejaba a cargo del otoño en su ausencia, y de sus hadas más confiables. Ella pensaba que por su parte no se hubiera despedido ni siquiera de Tinkerbell, pero que ante el cariño que le prodigaban al señor del otoño, se sintió repentinamente vacía por no tener amistades cercanas.
Si ella no volvía, era probable que nadie se doliese por ello.
—Bueno... ¿nos vamos o va a esperar escolta, ministro?
RedLeaf ya se había girado, ajustando el equipaje sobre Ember con precisión. Alzó la vista para contemplar a Vidia con cierta diversión.
—Solo si me lo pides con cortesía. —dijo sin mirar atrás, y por primera vez quizá solo por un segundo, ella creyó haberle oído sonreír.
Vidia rodó los ojos. Era la primera vez que alguien la hacía sentir torpe, sin necesidad de levantar la voz ni entrar en una competencia.
—Por favor, ministro —dijo, exagerando la cortesía con una reverencia burlona—. ¿Contento?
RedLeaf se subió sobre Ember con una agilidad que no desentonaba con su figura esbelta ni con su carácter mesurado. Se llevó una mano al sombrero de hoja sobre la cabeza, luego giró ligeramente el rostro hacia ella.
—Satisfecho —respondió simplemente.