La ruta del zorro y el colibrí
23 de noviembre de 2025, 16:12
Vidia guiaba, pero solo porque tenía el mapa y conocía la ruta a seguir. Hacía un cuarto de hora que habían pasado los límites de la tierra de las hadas y habían recorrido lo equivalente a un diez por ciento del camino hacia el primer árbol. El paisaje había dejado de ser conocido y cada nuevo trecho le sorprendía con nuevos arboles y más sitios diferentes.
El colibrí avanzaba rápido, pero el zorro lo seguía a buen ritmo abajo en tierra. Vidia, que en su momento juzgó la estabilidad de esa montura, se sorprendió ante lo bien que Ember corría. RedLeaf se veía bastante atento y tranquilo en su asiento, parecía que no tenía nada que decir.
Vidia bajó del colibrí y marcó el alto por agua en un manantial. El zorro frenó con suavidad y el ministro se tomó el tiempo de salir volando hasta la copa de los arboles para reconocer el terreno aéreamente. Ella lo envidió silenciosamente por poder disfrutar de sus alas.
—Me impresionas, Vidia. —la voz pausada y solemne de RedLeaf la sacó de su ensimismamiento al aterrizar con elegancia a su lado— Creí que nos tomaría más tiempo salir de las inmediaciones de Pixie Hollow, pero es evidente que te subestimé.
Vidia no respondió de inmediato. Ladeó la cabeza, como si considerara ignorarlo, pero la sombra de una sonrisa ladeada le tembló en el rostro.
—¿Eso fue un cumplido, ministro? ¿O está sorprendido de que sepa usar el mapa y el sentido de la orientación?
—Ambas cosas —respondió con naturalidad, sin traza de ironía—. Aunque reconozco que el mérito también es del colibrí.
Vidia bajó la mirada por un momento. Ember se acercó a beber de igual forma y RedLeaf le acarició con familiaridad una de los poderosas patas.
—Supongo que habrás decidido un lugar para pasar la noche con anticipación. —afirmó, mirándola de reojo con una suave sonrisa.
Ella tomó asiento en una de las rocas cercanas al agua y sacó el mapa de madera. Repitió el proceso de antes, el que había embobado en su momento a RedLeaf. De día, a plena luz, seguía siendo un espectáculo digno de contemplar. Vidia señaló un punto alto en el mapa.
—Ahí, es dentro de pocas horas de camino. —de alguna forma consiguió que el mapa se agrandara y la imagen se volviese más apreciable— Hay un campo de flores ideales para Z, además de muchos lugares para instalar el campamento.
RedLeaf la observó en silencio por un segundo. Vidia, como buena vuelo veloz, no dejaba de ser distante y cortante con él. Parecía que todo el mundo era su enemigo y el hecho de que no dijese más de lo necesario le confirmó que le costaría trabar confianza con ella, a menos de que se lo propusiera.
Luego, como si no quisiera interrumpir el momento, se arrodilló con calma junto al agua y dejó que sus dedos la rozaran apenas.
—¿Porqué se llama Z? ¿le has puesto ese nombre tú?
Vidia alzó los ojos hacia él, sorprendida. Se hubiera esperado cualquier cosa menos eso. Regresó el mapa a su funda y, tras guardarlo en el bolso, se inclinó a mojarse la nuca con el agua fresca.
—Ese es el nombre que le dio su madre —ella soltó en voz baja.
El ministro dejó la mandíbula floja por un instante— ¿Cómo sabes eso?
—Un hada de los animales me lo dijo, ella habla con ellos y los entiende.
Nuevamente una respuesta seca y fría que podría poder punto final a la conversación. De verdad que Vidia no era la mejor conversadora, especialmente porque seguía tratándolo con todo el protocolo que el titulo de ministro exigía. No era algo que le molestase a RedLeaf, pero no imaginaba el hecho de pasar todo el viaje así.
—...Debo admitir que esperaba algo más ingenioso. —dijo al fin, con suavidad— Z por “zumbido” o “zoom” o algo por el estilo.
Vidia, sin mirarlo, dejó que el agua resbalara por sus muñecas mientras respondía:
—Podría preguntárselo usted mismo si aprende a entender su canto. —y por primera vez, aunque no del todo, su voz pareció menos filosa.
RedLeaf se permitió una breve risa nasal, sin burlarse, más bien sorprendido de haber obtenido una respuesta que no terminaba en una pared. Después del silencio que se instaló, no supo si debía dejarlo allí o intentar algo más, y eso no le ocurría muy seguido.
Ella se incorporó y volvió a enroscarse el cabello sobre el hombro. Al ajustar el cabestrillo por el brazo del ala vendada, volvió a recordar lo que Tink había dicho esa mañana sobre los silencios cómplices, y el leve escalofrío de incomodidad volvió a treparle por la nuca.
—¿Estarás bien? —preguntó él, con tono más neutral, señalando su ala vendada.
—Puedo encargarme. —respondió ella al instante, con una rapidez defensiva que anuló cualquier compasión que él pudiera haber sentido.
RedLeaf no insistió. Solo se puso en pie y se volvió hacia Ember, como si la conversación hubiese terminado. Pero antes de avanzar, se detuvo.
—Entonces iremos hacia el claro de las flores. —dijo, y alzó ligeramente el mentón— Solo por el bienestar de Z, claro está.
Vidia ladeó la cabeza, casi con una sonrisa, aunque lo suficientemente escondida para que él no la viera.
—Los colibríes son rápidos incluso al hablar —dijo ella, como para sí misma—. Su dialecto solo usa sonidos de letras. Hablan muy poco y sienten mucho. A la madre de Z le gustaban unas raras zinnias color ciruela que encontró al otro lado de NeverLand. En ningún otro sitio del mundo hay unas iguales. Eran del mismo color que su plumaje tornasolado.
RedLeaf la observó con atención, sin interrumpirla. Había algo en el tono que ella usó —más íntimo que hostil, más suave que antes— que lo llevó a guardar silencio. inclinó apenas la cabeza, con un gesto pensativo.
—Toda una historia resumida en una única letra. Una herencia. —dijo con voz baja, más enunciando que preguntando.
Z revoloteaba más allá, entre las ramas. Pasaba de una flor a otra sin ningún miramiento, iba y venía a gran velocidad para después regresar a Vidia. El color del vestido de ella y las delicadas plumas del ave eran parecidas en color, y RedLeaf no pudo evitar preguntarse si ella sería igual. Hablando poco y sintiendo mucho.
Sus ojos se cruzaron, apenas por un instante. Luego Vidia carraspeó y se giró hacia su bolso, rebuscando dentro sin necesidad. Se puso a jugar con una hebra suelta entre sus dedos.
—¿Y bien? Todavía hay bastante luz, y no me gustaría que la noche nos alcanzara tan cerca de este bosque.
RedLeaf asintió, poniéndose de pie con lentitud.
—Tú tienes el mapa, tú guías, eres quien decide si nos vamos o no.
—Debemos comer algo antes de continuar. No quiero que tengamos hambre a mitad de camino, y tú aún no te acostumbras al ritmo de vuelo de un colibrí.
RedLeaf sonrió con una leve sorpresa.
—¿Eso fue consideración o solo sarcasmo?
—Tómelo como quiera. —respondió, mientras desmontaba otra vez— Pero yo sí tengo hambre.
—Entonces ni hablar. —asintió él, dirigiéndose a Ember.
Ella sacó de su bolso uno de los paquetes con comida liviana. Pan fino con semillas, trozos de fruta seca, y un poco de queso envuelto en hojas. RedLeaf también traía lo suyo, más sobrio y empaquetado con cuidado en tela encerada en el equipaje del zorro. Antes de comer, le dio una palmada a Ember, quién salió caminando al bosque a buscar su propio alimento.
Ambas hadas se sentaron a una distancia prudente. Por un rato, solo se escucharon los sonidos del bosque.
Por un momento, los ojos de Vidia pasaron a las libélulas que revoloteaban por encima del agua. Y sin darse cuenta su ceño se frunció levemente. El ministro, que no tenía más que hacer que observar, se apercibió de esto.
—¿Esa ala estará en funcionamiento al finalizar la misión? —indagó con suavidad.
Vidia se removió, tomándose un instante para tragar lo que tenía en la boca.
—Eso espero. —admitió— ¿De qué sirve un hada de vuelo veloz que no vuela? Stormir sería capaz de expulsarme del gremio por mucho menos. Agradar a un líder tan voluble es una pesadilla todos los días aún siendo la más rápida, será un infierno sin siquiera alas funcionales.
El desprecio con el que imprimió estas palabras no era menos notorio.
—¿Es por eso que accediste a robar el vino? ¿Por agradar al líder?
Vidia soltó una risa seca, incrédula. Aquella pregunta en específico parecía molestarle más de lo esperado.
—No. —respondió finalmente, mirando a un punto invisible entre los árboles— Lo hice porque nadie más lo haría. Porque si algo se necesita con urgencia, y nadie está dispuesto a mancharse las manos, entonces lo hago yo.
RedLeaf se mantuvo en silencio, procesando sus palabras y atento a ella por si decía algo más. Había algo en la forma en que lo dijo que lo convenció más que cualquier justificación anterior.
—Y porque sabías que podrías salir impune —añadió él, sin juicio en la voz.
—También eso. —replicó ella, encogiéndose de hombros— Aunque me atraparon y casi pierdo el ala además de la dignidad.
—Lo cual no cambia el hecho de que lo lograste. —dijo él— El vino se esfumó de nuestras arcas y el resto se derramó.
Ella desvió la mirada, incómoda con el elogio disfrazado.
—No estoy buscando aprobación, ministro.
—No estoy dándotela, ni mi intención de constatar los hechos debe ser tomada como una aprobación a tu conducta.
Se instaló otro silencio entre ambos. Z regresó, posándose cerca del agua de donde bebió con un pequeño chillido reconfortante.
—Lo hice porque odio sentirme inútil. —dijo, en voz baja, como si se lo dijera solo a Z— Y ya que no puedo ser más que la guardiana del conocimiento de las vuelo veloz, por lo menos buscaré sentirme menos invisible.
RedLeaf sacó varias conclusiones de aquella breve conversación. La primera: Vidia era un hada de lo más interesante, con matices que se revelaban poco a poco, como los colores de sus alas bajo distintas luces. La segunda: no tenía un solo pelo de tonta. La rebeldía que él había notado en ella aquella noche no era más que la superficie de un fuerte sentido del deber, una necesidad profunda de ser útil para su gremio y de honrar el talento que la definía.
Y la tercera, quizá la más preocupante: Vidia parecía atar su identidad a su capacidad. Sin vuelo, sentía que no valía. Eso era peligroso, porque podía empujarla a tomar riesgos innecesarios solo para probar que seguía siendo capaz. Anhelaba recuperar su lugar como líder entre las vuelo veloz, aun sabiendo que nadie iba a cubrirle la espalda. Había aprendido a no esperar que lo hicieran.
Terminada la comida, ambas hadas montaron a sus animales y continuaron avanzando hasta que el sol se perdió por completo en el horizonte. Para entonces, ya habían alcanzado el claro cubierto de flores. Tras una cena breve y sin más palabras de las necesarias, cada uno, desde extremos opuestos del campamento, se dispuso a dormir bajo los altos tallos. Encendieron un pequeño fuego, ubicado con cuidado para no arriesgar las plantas cercanas.
Z eligió el interior de un tulipán amarillo como nido, y pronto su arrullo suave se volvió el único sonido más allá del susurro del viento. Vidia colgó una hamaca entre dos tallos justo bajo la flor de Z. Sacó de su bolso una pequeña caja de madera. Al abrirla, una diminuta araña, de esas de patas largas como hilos que anidaban en el polvo de los rincones, delgada y reluciente se asomó desde dentro, desperezándose.
RedLeaf, que aún no dormía sobre el lomo de Ember, desvió la vista hacia ella. La vio desenrollar con paciencia el cabestrillo, vendaje y el entablillado de su ala, aunque sus gestos eran rígidos. Era comprensible, trabajaba completamente a ciegas sin un espejo que le dijera si lo que hacía estaba bien. El no ver qué era lo que hacía la frustraba y llenaba de impaciencia.
Él se incorporó lentamente— ¿Necesitas ayuda?
Vidia alzó la vista por un instante. El reflejo del fuego hacía brillar su cabello oscuro y el sudor leve en su frente.
—No se moleste, ministro. Tengo manos que me son suficiente ayuda. Y Silka tiene hilo. —respondió, sin dureza pero sin espacio para más.
RedLeaf se quedó en el sitio, sin volver a hablar. Observó cómo Vidia limpiaba la herida con un algodón antes de secar ambos lado y aplicar el ungüento de hiervas olorosas. Se colocó un vendaje ligero antes de extraer dos tallos finos. La vio batallar con el entablillado, haciendo movimientos erróneos muchas veces antes de conseguir el efecto deseado.
Para cuando tuvo la estructura triangular que mantenía el ala quieta, la gasa de seda que la arañita había tejido estaba lista. Su rostro no mostraba dolor, pero sus movimientos eran cada vez más lentos, la posición era desgastante e incómoda. Más de una vez se detuvo para volver a respirar correctamente antes de devolver los brazos a la espalda.
Cuando terminó, guardó a Silka con cuidado y se recostó de lado en la hamaca sin añadir palabra.
Él bajó la mirada. Por alguna razón, no pudo evitar pensar en lo fácil que sería que ella confiara, al menos un poco, en alguien más. Aunque fuera él. No se trataba de orgullo ni de deseo de ayudar por cortesía. RedLeaf sentía admiración por muchos aspectos que había descubierto en ella y deseaba ayudarla por voluntad propia, porque sentía que ella merecía estar bien.
Vidia tenía un rostro agraciado, con una belleza más madura y regia que muchas hadas que él había conocido. Una belleza que incluso rivalizaba con la de la reina. Pero tenía un carácter que dejaba mucho que desear, por mucho que su rebeldía y orgullo la hubieran mantenido viva en el gremio de los vuelo veloz. Si no amainaba esas espinas que pinchaban sin provocación, sería imposible disfrutar de compañías y amistades reales.
RedLeaf suspiró muy bajo y volvió a acostarse, con las manos unidas a la altura del estómago. Iba a ser un viaje complicado, sin duda.