El polvillo de los talentos
23 de noviembre de 2025, 16:12
A la mañana del tercer día las cosas cambiaron.
RedLeaf y Vidia habían estado hablando poco, viajando mucho y pasando de un lugar a otro por las rutas más seguras. Habían avanzado una buena cantidad de camino y para ese momento, los dos habían aprendido algo del otro: que era mejor no estar muy cerca. La distancia era lo ideal y el silencio lo mejor.
Él había creído que el hada de vuelo veloz no sería tan distante por mucho tiempo, pero al continuar la forma arisca en la que ella contestaba y sus respuestas cortantes, decidió cambiar de táctica. De esa forma, la mayoría de las veces solo hablaban de ella, cuando se presentaba la oportunidad, RedLeaf le hacía preguntas trampa, como las del primer día. Vidia aún así, soltaba poca información.
Ella consultaba el mapa cada dos por tres y a veces alzaba las manos para sentirlo directamente. No lo decía, pero RedLeaf veía que continuamente observaba las aves y libélulas, todo animal que volase le era motivo de envidia. No hacía falta ser un genio al respecto para percatarse de ello.
Por eso, esa mañana, el ministro le planteó una idea a ella.
—¿Caminar? —repitió ella, confusa.
—¿Porqué no? —había sonreído él.
—Pero es más rápido en nuestras monturas, ministro.
—Llevamos tres días de arduo viaje ¿no quieres estirar algo las piernas?
Vidia hizo mala cara por un segundo, pero luego lo reconsideró. Y con un suspiro de “Qué más da” asintió. Z y Ember los seguían a poca distancia, ellos habían amainado el paso a su vez para ajustarla a la de sus dueños. El colibrí cada tanto iba a más distancia, pinchando nuevas flores y reabasteciendo su energía. El zorro escuchaba y de vez en cuando alzaba las orejas y se detenía, atento, solo para reanudar el paso pocos segundos después.
—Te sorprendería la cantidad de veces que tuve que caminar en mi juventud. —le comentó RedLeaf, mientras Vidia caminaba a su lado.
—¿Porqué un hada del bosque caminaría? —lo interrogó ella.
—Porque pasaba tanto tiempo entre árboles, que a veces olvidaba que vendría la lluvia. Cuando me daba cuenta, ya tenía las alas empapadas.
Vidia sonrió ante esto, pero no fue la carcajada que él esperaba. El vendaje parecía más descuidado que el primer día, mostrando la poca pericia del hada para hacerlo sola. Pero por supuesto, él no dijo nada al respecto.
—Me acostumbré a las caminatas. —continuó él, dejando la mirada vagar en la lejanía, mirando hacia adentro en lugar de hacia afuera— Me hacía sentir conectado aún más a la naturaleza y a los arboles.
—Imagino que debió ser… agradable.
Vidia no sabía mentir, a pesar de todo. Lo escuchaba, aunque fuese más por cortesía que por verdadero interés. Eso le sacó una sonrisa a RedLeaf, a pesar de ello. No podía esperar que un hada que vivía para volar y que valoraba eso más que nada, se interesase en algo más allá del no poder volar.
Ember se detuvo en seco y emitió un suave gruñido muy bajo. RedLeaf alzó una mano para que Vidia se detuviera también, pero ella siguió caminando, distraída por una libélula que se cruzaba coquetamente en su campo de visión. El ministro tuvo que sujetarla por la muñeca.
—¿Ministro? —preguntó ella. Él se llevó un dedo a los labios.
Ambos escucharon por unos instantes, mientras Ember continuaba su gruñido y apuntaba con la nariz hacia adelante. El pelo rojo erizado y las orejas echadas hacia atrás. De la nada, desde la espesura, una criatura inmensa y muda emergió: un oso de niebla, cubierto de musgo y tierra, con ojos lechosos y cuerpo cubierto de enredaderas que recordaban a grandes cicatrices.
Sus pasos no hacían ruido, a pesar de ser tan monumental para ambas hadas. Era una criatura que solo se encontraba en NeverLand, completamente ciego, pero con la capacidad de percibir el aire y los latidos.
Lo siguiente fue rápido, RedLeaf reaccionó de inmediato. Le cubrió la boca y la envolvió con los brazos, antes de dar un corto salto y ascender volando hacia una rama alta. Lo justo para esconderlos.
Ella forcejeó un instante pero no hizo amago de gritar. Vidia buscó quitarse la mano de la boca y susurró entre dientes:
—Me está aplastando el ala sana, ministro.
—Es por tu bien y puede que más por el mío —murmuró él, sin dejar de mirar al oso.
Desde arriba, ambos vieron cómo Ember, que se había quedado más atrás, intentaba esconderse tras unas rocas cubiertas de líquenes. El zorro, quieto, intentó con prudencia no hacer ruido. Hubo un momento de marcada tensión mientras el oso se movía por la espesura, olfateando y escuchando.
Sus cuerpos permanecieron inmóviles por largos segundos. El silencio, la tensión, la respiración que debía silenciarse, todo se volvió más palpable que el aire mismo. Vidia se movió apenas, para liberar el ala que había quedado semi aplastada. La posición que adoptó la dejó de frente al ministro, apretada contra él. Solo entonces notó que el brazo que rodeaba su cintura era firme y protector.
RedLeaf, por su parte, se dio cuenta demasiado tarde de que su rostro había quedado peligrosamente cerca del de ella. Podía oler el polvillo de Vidia en su cabello, así como el aroma de su piel. Algo dulce, mezclado con un leve perfume que no supo identificar de inmediato. Era algo muy particular, penetrante, con una dulzura áspera y al mismo tiempo evocadora.
No sabía si lo había elegido a propósito o si era simplemente su olor natural. En cualquier caso, lo desarmó.
Y por un momento, solo uno, sus ojos se encontraron.
Solo fue un segundo, porque el sonido abajo los alertó. Ambos hicieron como que eso no pasó y se centraron en espiar al oso moviéndose con lentitud, casi por pasar de largo al zorro.
Vidia pensó que talvez no pasaría a mayores, pero entonces la mochila que cargaba se deslizó de la espalda de Ember. se le había desajustado del lomo con el roce de la carrera y ahora colgaba de una raíz expuesta. Una bota de vino se escurrió fuera, golpeó el suelo con un clink tenue, pero suficiente.
El oso alzó la cabeza de inmediato.
—No, no, no… —murmuró RedLeaf, apenas audible.
El oso de niebla comenzó a caminar hacia Ember.
Vidia se impulsó hacia adelante, pero RedLeaf la sujetó del brazo.
—¡Lo va a lastimar! —le espetó ella, furiosa, tratando de soltarse.
—¡Nos vería a nosotros también! ¡Piensa! —replicó RedLeaf, apretando los dientes.
Ella se sacó una pequeña cápsula del cinturón, una de olor de flor nocturna, la última que tenía, y la lanzó con toda la fuerza que pudo hacia un arbusto, lejos del zorro. El frasquito estalló con un suave "pop", liberando una nube fragante y oscura.
El oso se detuvo en seco. Giró lentamente el hocico hacia el nuevo aroma.
RedLeaf aprovechó el momento. Soltando a Vidia, planeó hacia una raíz baja y se deslizó con rapidez, haciendo señales con las manos. Ember se movió con agilidad, pero una raíz podrida crujió bajo su pata trasera.
El oso rugió, un sonido sordo, como el estallido de un trueno ahogado, y lanzó una zarpa. El golpe rozó el costado de Ember, que se escurrió justo a tiempo, aunque no sin soltar un quejido lastimero. La mochila cayó del todo, golpeando el suelo con un chasquido.
Vidia, desde arriba, contuvo la respiración. Cuando RedLeaf volvió a alzar el vuelo y se reunió con ella, el zorro ya había huido por una grieta húmeda entre las rocas. El oso permaneció un momento más, olfateando el aire, hasta que el olor de la flor nocturna lo convenció de seguir en dirección opuesta.
Solo entonces, Vidia exhaló con fuerza.
—Vientos...
RedLeaf no dijo nada. Lo que había pasado era catastrófico, pero pudo haber sido peor en muchos sentidos.
Cuando Vidia quiso bajar del arbol a la vieja usanza, empleando manos y pies para bajar, RedLeaf la tomó por la cintura sin pedir permiso. Ambos descendieron en cuanto fue seguro. Y Vidia, molesta, no le dio las gracias cuando él se alejó en busca del zorro, dejándola en pleno bosque, sola y en silencio.
Ember estaba tumbado, con la respiración agitada. Tenía una zanja superficial en el costado, más asustado que verdaderamente herido. No era profundo, pero si preocupante. La mochila estaba completamente destruida.
—Perdimos… vendas, comida, un mapa tradicional, la bolsa con yesca… —enumeró RedLeaf, agachado observando el desastre al rededor, parecía resignado, pero no derrotado.
—Y ahí se fue mi última cápsula aromática. —añadió Vidia, mirando su propio vendaje sucio con un deje de fastidio— Pero la araña puede ayudarnos a reparar la mochila.
RedLeaf volvió a mirar a Ember, acariciando con suavidad el pelaje despeinado. Una leve arruga de angustia se formó en su entrecejo. No habían pasado ni tres días, aunque estaban ya casi por encontrar el primer árbol, esta perdida era monumental.
—Lo salvamos. Eso importa. —murmuró, consintiendo a Ember con un trozo de huevo cocido que el zorro se comió de buen gusto.
—Casi no lo logramos —replicó Vidia, en voz baja. Luego lo miró, ceñuda— No vuelvas a taparme la boca.
—No vuelvas a ignorar cuando alzo la mano —dijo él, alzando una ceja.
Se miraron un momento en silencio. Y quizá al mismo tiempo, ambos pensaron en lo cerca que antes estuvieron, en lo alto del árbol. Y desviaron la mirada. El zorro gimió suavemente, rompiendo la tensión.
—Tenemos que curarlo y reorganizar el equipaje —murmuró Vidia, más para sí misma que para él, mientras evaluaba con la mirada las heridas del zorro y el desastre de la mochila abierta—. Y revisar el camino... si había un oso de niebla aquí, podrían haber más.
—¿Quién manda ahora, tú o yo? —preguntó RedLeaf con una media sonrisa, no del todo burlona, pero sí con intención de provocarla un poco, tal vez para aliviar la tensión del momento.
Vidia apretó los labios, el ceño levemente fruncido. La ironía no le pasó desapercibida.
—Usted, ministro... —dijo sin entusiasmo, aunque sin sarcasmo, con ese tono seco tan suyo.
RedLeaf asintió con satisfacción y se puso en pie con lentitud, dejando que el silencio se alargara unos segundos. La miró con atención, como si estuviera evaluando algo más que la situación inmediata. Vidia se estaba acomodando el cabestrillo de nuevo, con apenas una expresión de seriedad ante el dolor.
—Gracias a ti, Ember está vivo.
Vidia se incorporó con sorpresa, parpadeando como si no esperara escuchar eso, y le sostuvo la mirada. Él continuó, con un tono más serio:
—Tuve varias ideas en ese momento, pero no ejecuté ninguna. Tú pensaste y actuaste. Lo hiciste rápido y salió bien.
Por un segundo, pareció que ella iba a contestar con una de sus típicas respuestas sarcásticas, pero no lo hizo. Solo bajó un poco la vista, y cuando volvió a levantarla, sus ojos tenían un brillo suave.
—¿Acamparemos aquí?
RedLeaf tomó una de las botas de vino que se había salvado, mientras se tomaba el tiempo para curar debidamente la herida en el costado de Ember. Dio un sorbo tranquilo al vino mientras pensaba. Ember soltó un gruñido bajo.
—¿Dónde sino?
Vidia siseó algo como una queja, pero él no la escuchó. Ella estaba recogiendo las cosas que se salvaron mientras la araña reparaba la mochila con hilos de seda. Z estaba arriba, en las flores de un manzano, ajeno a todo lo que había ocurrido abajo, y Vidia lo prefería así. Sentía pena por Ember, el pobre zorro había sido valiente y se había llevado la peor parte.
Ella pensaba en eso, cuando encontró el bulto de los saquitos del polvillo de talentos que Tink le dio. Y una idea se formó en su mente.
RedLeaf llevaba un rato degustando su vino, pensativo, cuando Vidia apareció a su lado, frente al zorro. No dijo nada al principio, solo acercó las manos al pelo rojizo de Ember. Entonces, el ministro observó el brillo de esas delicadas manos.
—¿Qué haces? —le murmuró, por alguna razón, sabía que esta era una cuestión de solemne importancia, como cuando ella leía los mapas del viento.
Las manos de Vidia estaban revestidas de un polvillo suave color ámbar que resplandecía como la sabia de los copales. Un tono luminoso de dorado, muy diferente al color habitual del polvillo, este tenía un aire místico o exótico.
—Intento... —ella dudó por un segundo, pero luego volvió a acercar las manos a la herida— Vi a un hada de los animales hacer esto hace unos ciclos... En teoría, es posible.
RedLeaf esperó, observando con atención, mientras Vidia intentaba... algo.
Entonces, algo empezó a suceder. De los surcos de la piel desgarrada, empezó a emanarse un brillo suave y ambarino. Pocos instantes después, empezó a regenerarse con mucha suavidad, reparándose casi instantáneamente. Entonces, Vidia retiró las manos y miró, estupefacta como el mismo ministro, a Ember levantarse y sacudirse.
—¡Hojas de arce! —se atragantó él con el vino y empezó a toser.
Vidia sonrió enormemente al zorro que se veía recompuesto, como si nada hubiera pasado. Animado, dio un par de saltos antes de empezar a correr alrededor de ambas hadas, feliz como el que más.
—¿Cómo es posible? —jadeó, dándose golpes en el pecho para recuperarse, mirando con incredulidad al zorro— Nunca escuché que las hadas de los animales pudieran hacer eso.
El hada de vuelo veloz llevó ambas manos a las caderas, con su orgullo recompuesto ante su propio ingenio. Alzó un poco el mentón y cerró suavemente los ojos, disfrutando de la satisfacción que le daba el no solo haber tenido la razón, sino haber logrado su cometido.
—Es algo de Tinkerbell. —aceptó por fin, dejando que la gloria pasase a esa hada artesana— Ella hizo este polvillo de talentos. No solo logra que adquieras el talento que quieras, sino que se potencia según el potencial que ya tienes. Yo, soy un hada muy talentosa, rara y especial, por eso en mi cualquier talento se vuelve excepcional.
—¿Terminaste de regodearte? —alzó una ceja él, con una suave sonrisa de burla.
—Si, ya terminé. —suspiró Vidia, irritada— Todo el mérito para Tink, por supuesto.
Y sin más, tomó la bolsita del polvillo ambarino y la regresó a la bolsa con las demás. Ember seguía saltando más allá, aunque pronto se calmó y regresó con su amo. RedLeaf aún no salía de su sorpresa y una suave sonrisa seguía en sus labios cuando empezó a montar el campamento.
Él pensó que ya había entendido a Vidia. Y sin embargo, allí estaba: cada vez que creía conocer el límite de su carácter, el hada hallaba otra forma de desmentirlo. Tal vez por eso no podía dejar de mirarla.