ID de la obra: 1428

Guardiana de los vientos

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El perfume

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Esta vez, habían decidido montar el campamento sobre la misma rama alta donde antes se habían escondido. Desde allí, la vista era imponente, el aire más fresco, y los sonidos del bosque quedaban amortiguados por la altura. Ember, agradecido, le había dejado la cara llena de baba a Vidia antes de refugiarse entre las raíces, donde se hundió en un hueco protegido por musgo y hojarasca. Nadie lo encontraría allí. Pero para las hadas, el cielo ofrecía más consuelo que la tierra. RedLeaf se había acercado con intención de ayudarla a subir, pero Vidia lo anticipó. Silbó para llamar a Z, y antes de que el ministro pudiera decir algo, ya había montado sola. No pensaba volver a sentirse como antes: como un peso muerto en brazos de otro, como un fardo roto que había que rescatar. Ahora, sentada con las piernas cruzadas sobre la madera viva, cambiaba el vendaje con la ayuda de la pequeña araña que había sacado de la caja. Mientras la criatura hilaba pacientemente un nuevo tramo de tela brillante, Vidia miraba hacia el horizonte sin realmente verlo. Z estaba más allá, durmiendo en un nidito improvisado a pocos centímetros de ella. El cielo, tremendamente estrellado, con tanta luz como para iluminar y rivalizar con la misma luna. Y ella, un hada de vuelo veloz sin poder volar. Que historia tan patética. El sonido tintineante de las alas del ministro acercándose la sacó de sus pensamientos. El Hada del otoño aterrizó con suavidad en la rama, con ese sigilo que parecía propio de los que han aprendido a moverse con respeto entre las hojas. —Ember está como un cachorro de zorro —soltó, a modo de saludo, yendo al sitio donde estaba su lado de la rama—. No tiene ni siquiera cicatrices. Vidia se rió nasalmente, sin levantar la vista de la telaraña. Se dio cuenta de que por haber estado distraída, se había puesto mal el vendaje. Con cuidado empezó a desenrollar todo mientras la araña volvía a hacer otra tanda de tela. —¿Qué tal esa ala? —indagó él, observándola rompiendo por segunda vez el vendaje. Parecía nerviosa. —Sanando. Pero considerando que usted casi me aplastó el ala buena... —lo miró para recalcarlo, pero se detuvo al ver lo que él llevaba en las manos— ¿Y eso? —Nada —respondió él, con la voz baja—. Solo me tomó media hora encontrar esto. Una flor espinosa de peral, blanca con bordes púrpura, intacta a pesar del camino. Las espinitas que traía adheridas brillaban con un tono igual de cerúleo. Vidia parpadeó. Sus manos dejaron caer la venda rota. —¿Cómo supo que…? —Tardé un buen rato en recordar de dónde conocía ese olor. —dijo él, y la colocó con delicadeza frente a ella, en una hoja amplia que servía de bandeja natural—. Creo que esto es lo minimo que puedo hacer por ti por lo que hiciste por Ember. Sacrificaste tu perfume por distraer al oso. Así que me tomé la libertad de buscar la flor exacta y lo encontré en una parte baja del bosque. No hay muchas, ni florecen a esta hora. Pero ésta aún no se había cerrado del todo. Vidia la miró, sin saber qué decir. El aroma la envolvió suavemente, como un recuerdo de sí misma que no esperaba recibir de otros. Esa flor no era solo su favorita, era su firma. Y que él la hubiera reconocido… RedLeaf dudó unos segundos, como si estuviera recordando qué hacer. Tomó la flor en sus manos y un brillo creció desde el centro de la flor hasta los extremos de cada pétalo. Entonces, la flor se deshizo en gotas finas de rocío que descendieron en espiral hasta caer dentro de un pequeño vial que él sostenía. El aroma llenó el aire con una suavidad misteriosa, y cuando lo cerró con un trocito de corcho, la magia pareció ocultarse dentro. —Pensé que te gustaría recuperarla, ahora que estás tan lejos de volar y eso evidentemente te tiene triste —añadió él, sin jactancia, solo con sinceridad—. Quise darte este pequeño regalo para agradecerte a mi manera. Soy un hada del jardín, a pesar de todo, aún puedo hacer este tipo de cosas, pero... no estoy seguro de haberlo hecho a la perfección. Abrió el frasco apenas un segundo y aspiró profundamente, cerrando los ojos. —Puede que no... El tuyo tenía un aroma tan impredecible como tú misma, a mitad de camino entre la miel y el humo, entre flor y espina. Mm... puede que mi capacidad para los perfumes esté oxidada, esto es diferente a la refinación de los tintes para las hojas de otoño. Pero creo que el perfume que usas... no es tan diferente. Ella la tomó entre los dedos y la acercó a su nariz. Respiró hondo. Por un momento, sus hombros bajaron, la frente se relajó, y una sonrisa muy breve cruzó sus labios antes de volver a ocultarse como una luciérnaga en la noche. Apoyó la yema del índice contra la boca del vial y lo inclinó apenas, dejando que solo una gota rozara su piel. Luego la llevó a los puntos exactos: bajo las orejas, sobre las muñecas, en ese ritual breve pero ancestral que sólo las hadas conocían para que el aroma ascendiera por su cuerpo con el viento. —Gracias ministro. —murmuró, sin mirarlo— Debo decir que pudo ser un hada perfumista muy bueno si se lo hubiera propuesto. —¿Tú crees? —RedLeaf se sentó cerca, a prudente distancia, como quien ha hecho lo necesario y no necesita aplauso— Nunca pensé en qué podría haber hecho si no me hubiera convertido en ministro del otoño. Pero perfumista, puede que no entre en mis estándares. —No sea modesto. —se sonrió ella— Esta esencia es incluso mejor que la que Rosetta me regaló. Creo que es porque tiene parte de usted en él. Vidia se dio cuenta de lo que dijo y desvió la mirada con rapidez ante esto. Trató de aferrarse a la idea de que el ministro no entendió lo que implícitamente le había dicho. RedLeaf era demasiado inteligente como para no entender lo que Vidia había dicho. Él se levantó con soltura y, tras darle un breve vistazo a la herida del ala de Vidia, a modo de confirmación de que no empeoraba, le hizo una leve inclinación de cabeza. —Me toca preparar la cena —dijo Redleaf con sencillez, y se alejó al otro extremo de la rama—. ¿De verdad no necesitas ayuda con esa ala? Ella negó enérgicamente, con una súbita irritación que apareció de la nada. Y le dio la espalda mientras terminaba de dar las vueltas y dar por acabado el cabestrillo. Sin decir nada, decidió olvidar todo e ir a consultar el mapa de nuevo.  Las formas se perfilaron con la normal ondulación y el árbol al que se dirigían se mostró grande y frondoso. De él manaba un caudal de viento por varios puntos en él que Vidia imaginaba que debían ser agujeros en la corteza o algo así, por donde manasen las corrientes que llenaban toda esa zona. —Si seguimos este paso, mañana llegaremos a la primer fuente del viento. El Árbol del Sur. El ministro agregó hojas finamente picadas de tomillo silvestre a la sopa, brotes tiernos de trébol y cebollinos de bosque. Pero cuando Vidia mencionó la proximidad del primer árbol, él sonrió, emocionado. —¿Cómo es? —quiso saber RedLeaf, echando una mirada por encima de su hombro para espiar— He visto muchos árboles centenarios en nuestros bosques de otoño y los de verano. Pero más allá de la tierra de las hadas, me temo que solo me adentré una vez por una conífera y de eso hará mucho tiempo. Dime, como es. Así podré estar preparado para cuando lo vea. —De tronco gigantesco y, según el aire que desprende, cálido. Redleaf estaba removiendo con una ramita la sopa de hongos en una concha grande de nuez. La pequeña fogata sobre la rama había sido dificil de mantener, pero con algo de ingenio, se había logrado hacer sobre una roca plana traída del suelo. La sopa, calentada sobre el fuego de ramitas, soltaba un aroma que prometía. Vidia seguía ensimismada con el mapa, pasando su vista remota por toda la estructura, casi en tercera dimensión. En búsqueda de algo que tuvieran que saber antes de llegar. El viento alrededor se sentía cálido y había variaciones, pero no las de animales voladores grandes, sino insectos como polillas y mariposas. —Creo que habrá muchas mariposas. —le anunció— Eso es bueno, porque significa flores para Z. Ultimamente no deja de alejarse para conseguir más néctar, y si no encontramos una buena cantidad de flores, es probable que tenga que recurrir a mi reserva, que no es más que para emergencias. Ella distraída, pensando en las flores y sintiendo las corrientes del aire en el mapa. Envidiando la suerte de esas mariposas y de cualquier ser en general que pudiera usar alas que si funcionasen. RedLeaf extrajo con un cucharón una cantidad de sopa para él mientras servía la de ella de la misma forma. Era un caldo espeso, oloroso y de agradable color crema. —Si no te apresuras, la sopa se enfría. —le dijo como quien habla del tiempo, tomando la primera cucharada— Y no pienso dejarte el panecillo más grande esta vez. Vidia soltó un gruñido bajo sobre que la última vez él le dejó voluntariamente el panecillo sin que ella se lo pidiese, pero no lo hizo en voz alta. Dejó el mapa en su funda y se aproximó al fuego, no sin antes destapar el perfume de nuevo, aspirando el aroma antes de acercarse a RedLeaf. —Son buenos hongos. —murmuró ella al tomar un sorbo de la sopa.  —Si, claro... dale todo el crédito a los hongos. Vidia no reprimió una suave risa.  —Bueno, talvez el cocinero también tenga parte del mérito. —aceptó, con reticencia, pero no evitó sonreír— Esta sopa es mejor que la de los artesanos y las hadas del jardín.  —¿En serio? —se sonrió él, con esa calma solemne— Lórien ha dicho algo sobre que le falta sal siempre que le cocino. Y no lo negaré, eso ha minado en gran medida mi confianza al practicar cualquier receta. Vidia alzó una ceja de inmediato. —Claro —su voz se endureció apenas perceptiblemente, aunque ella misma no parecía darse cuenta—. Seguro a ella le sobran opiniones para todo. RedLeaf parpadeó, extrañado por el tono. Desde que estaban juntos en esta desventura, Vidia había usado todo tipo de tonos despectivos, agrios y airados. Pero este era diferente. RedLeaf no creía haberlo escuchado nunca antes. Vidia se apresuró a mirar hacia otro lado, removiendo la sopa con su cuchara. —Digo, claro... Que bien que tengas tantas críticas constructivas a la mano. —añadió con voz algo más neutra, pero los bordes seguían filosos— Muy... útil. Se llevó la sopa a la boca con un sorbo deliberadamente fuerte, sin saborearlo, como para no tener que hablar más. RedLeaf la observó, sin borrar del todo su sonrisa, pero con un destello curioso en los ojos. Vidia se olvidaba qué tan inteligente era el ministro. —Útil, si. —repitió él, sin proponérselo.     Por la mañana, Vidia despertó más animada. Z iba volando a buen ritmo, contento como si nada hubiera mejor que volar hasta llegar a la primera fuente del viento. Ember estaba de un humor igual, aunque más calmado. Galopaba de forma elegante siguiendo al colibrí.  RedLeaf no había dejado de pensar en lo que Vidia había dicho. Bueno, no en lo que dijo como tal, sino el cómo lo había hecho. El tono que había empleado. Esos pensamientos, hacían que el ministro del otoño desviase la mirada con más frecuencia hacia el punto de color morado que volaba por encima de su cabeza. ¿Podría ser posible que Vidia estuviera manifestando algún tipo de sentimiento por él?  —Mírala... tan joven. —murmuró con cierta resignación— ¿Qué haría con un cascarrabias otoñal? Un hada como ella, tan rebelde y tan diferente.  Debía de estar loco. Eso nunca funcionaría. No solo por los rangos: que eran abismalmente diferentes. Aunque cabía la posibilidad de que Vidia subiera de puesto cuando terminaran la misión. Sus personalidades no podían ser más dispares... RedLeaf bajó la vista al zorro que avanzaba con dignidad felina. Luego, volvió a alzarla. Por un momento, el sol atravesó el ala buena de Vidia y proyectó un color morado en el claro. Ella quería seguir sintiendo el aire, anhelaba volar más que nada. Y, si él era honesto consigo mismo, no recordaba haberla visto volar nunca en calma y confiada, antes del accidente.  Él recordaba que alguien le había dicho que los vuelo veloz podían ascender a alta altura sin mucho problema. ¿Volaría él a su nivel si ella quisiera dar un paseo?  Sacudió la cabeza. ¿En qué estaba pensando? solo por lo que dijo Vidia la noche anterior, no quería decir nada en ningún sentido.  —Has pasado mucho tiempo solo, viejo arce... —se reprochó— tanto, que ahora eres demasiado optimista en tus suposiciones. Recordó la forma en que Vidia había presionado el perfume contra sus muñecas, con esa concentración casi solemne. El aroma flotó en su memoria. Ese tono entre la miel y el humo tan particular... ese aroma estaba en su cabello y probablemente en la piel misma.  —Ridículo... —bufó, con humor seco— El ministro de otoño soñando con hadas imposibles, Hyacinth y SunFlower se partirían de la risa si lo supieran. Lo próximo será componer poemas. De la nada, Z se detuvo y RedLeaf hizo a Ember frenar de golpe. Lo que tenían los colibríes de extraordinario, era que podían volar a gran velocidad y detenerse de golpe en el aire sin el menor problema. Pero eso era algo que los zorros no hacían. RedLeaf dio un fuerte tumbo hacia adelante, lastimándose el cuello. Pero nada más. —¿Vidia? —preguntó en voz alta esta vez, pasando una mano por la nuca— ¿Puedes hacerme partícipe del motivo que te llevó a ese alto tan abrupto? Arriba, el hada de vuelo veloz seguía en silencio, y permaneció así unos segundos más en los que el ministro se tomó el tiempo para recuperarse. Cuando el colibrí bajó a tierra, él llevaba ya unos instantes recompuesto. —Bueno, está claro que soy la mejor líder de la tierra de las hadas. —le sonrió con suficiencia, llevándose una mano al pecho mientras se daba aires de importancia—. No va a encontrar mejor hada lectora de mapas en todo NeverLand. —De eso estoy seguro —aceptó él—. ¿Qué seas la única con la capacidad para leer esos mapas no tiene nada que ver, cierto? A Vidia se le agrió la expresión por unos segundos, pero se recuperó con rapidez. —No se puede fanfarronear con usted ¿verdad, Ministro? —pero había una sonrisa torcida en sus palabras, acompañada de una ceja alzada— el primer árbol fuente está adelante. Como yo dije. RedLeaf sintió un acalambramiento de emoción que le recorrió desde la punta del sombrero hasta la punta de las alas. Dejó la montura y salió volando como un cohete hacia el punto por encima de los árboles donde Vidia estaba antes. Lo primero que vio, fue una enorme copa de árbol más allá, más grande de lo que nunca había visto antes. Las hojas color verde oscuro resaltaban por un tono cercano al azul en sus reflejos. Quizá era la distancia, pero parecía que las hojas caían de entre sus ramas creando cabriolas y graciosas piruetas hasta perderse más abajo entre las copas de los demás árboles menos mágicos. —¿Ese es? —murmuró, con suavidad. Vidia subió con Z hasta él, y contempló lo mismo que él veía.  —No cabe duda de que es nuestro árbol —dijo ella, con seguridad—. ¿Una carrera, ministro? RedLeaf se volvió a ella y sonrió. —¿Un hada del jardín y un hada de vuelo veloz en una carrera? ¿hay siquiera posibilidad? —No, pero considerando que soy un hada de vuelo veloz con un ala torcida... —hizo un ademán de restar importancia. —Entonces prepárate, Vidia.  Ella le sonrió con desafío, y, antes de que él pudiese decir algo más, Z partió volando en dirección al árbol. RedLeaf se quedó boquiabierto unos segundos, pero de inmediato buscó seguirla, mientras una sonrisa suave y algo boba se perfilaba en sus labios acostumbrados a la seriedad.
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