ID de la obra: 1428

Guardiana de los vientos

Het
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Las Mariposas verdes

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Lo siguiente que pasó, sucedió de golpe, a una velocidad que ni siquiera Vidia alcanzaría con las alas sanas.  Ella y RedLeaf habían llegado a un punto en que volaban casi hombro con hombro. De reojo, Vidia le dedicó un par de miradas desafiantes, cargadas de pura competencia. Él, picado, aceleró apenas más, aceptando el reto sin palabras. Z aún podía ir mucho más rápido, pero Vidia estaba dosificando al colibrí. Quería jugar un poco con el ministro, dejar que se envalentonara antes de derrotarlo de forma limpia. Pero entonces, una hoja grande y seca pasó rozando a RedLeaf, obligándolo a inclinarse bruscamente para esquivarla. Antes de que pudiera recuperarse, otra hoja, más ancha y coriácea, pasó aún más cerca, haciéndolo perder el ritmo del vuelo. Por unos segundos vertiginosos, el aire se llenó de hojas secas y retorcidas que volaban a gran velocidad con ellos, arrastradas por la misma corriente. El viento se tornó más traicionero. Vidia y RedLeaf tuvieron que maniobrar entre esa lluvia de proyectiles improvisados, girando, frenando y zambulléndose entre ráfagas de hojas que cortaban como cuchillas. Vidia gritó algo, pero el rugido del viento se tragó sus palabras. RedLeaf giró la cabeza en su dirección, intentando ubicarla, pero todo lo que vio fue un destello morado que se desvanecía, el colibrí. Vidia había desaparecido. Por un instante breve y brutal, RedLeaf sintió un terror frío que le apretó el pecho. Fue justo entonces cuando una hoja gigantesca se le vino encima. Todo se volvió un estallido de colores otoñales: marrones, ocres, dorados. Sintió el impacto húmedo de la hoja que se cerraba sobre él con un sonido hueco y sordo, envolviéndolo por completo y proyectándolo hacia el suelo. Todo sucedió en apenas un par de segundos vertiginosos. Cuando consiguió arrancarse la hoja de la cara, se dio cuenta de que no podía mover ni las manos, ni los pies, ni las alas. Estaba completamente inmovilizado, enredado entre fibras vegetales húmedas y resistentes que se habían tensado como cuerdas vivas. El suelo estaba cubierto de musgo, hojas podridas y raíces entrelazadas que se retorcían apenas perceptiblemente. Un aroma terroso le llenó la nariz. Frente a él, emergió un rostro que lo miraba con seriedad: parecía un hada, pero no del todo. Tenía la piel de un verde oscuro y húmedo como la corteza, y el cabello enredado y oscuro le caía en mechones como raíces. Sus ojos eran negros y húmedos como pozos. Por un instante, RedLeaf pensó en uno de esos espíritus antiguos que habitaban en el alma de los árboles, pero más pequeño... y con mucho menos paciencia. —Saludos… —logró decir con voz grave y forzadamente tranquila. Pero antes de obtener respuesta, se percató de que no era solo uno. Alrededor suyo, casi una veintena de esas criaturas emergían del follaje y la penumbra del bosque, con la misma piel verde y la misma expresión de desagrado. El ministro tragó saliva. Algo era seguro: estaban rodeados, y esos seres no estaban nada contentos. —¡Ministro! En su campo de visión apareció una hoja enorme, sobre la que iban dos individuos, planeando hasta llegar al suelo. Eran Vidia y uno de esos seres verdes, que la sostenía por la cintura mientras se acercaban cada vez más a tierra. RedLeaf se suspiró de alivio. Pero esa sensación se quebró en cuanto se fijó bien en el modo en que aquel ser la sujetaba. Era protector, casi posesivo, con la mano bien plantada en su femenino costado. Algo desagradable y áspero se revolvió en su interior.  Pero cuando Vidia regresó a su lado, separándose de ese ser extraño, parte de esa sensación se esfumó a tal punto que él pudo concentrarse en lo que había delante de si. A su alrededor, esa veintena de figuras se había dispuesto en un semicírculo vigilante. Parecían parte viva del bosque mismo, y a la vez tan... parecidos a ellos. Un descubrimiento profundamente perturbador. Una raza diferente, pero inusualmente familiar. —Ministro... —empezó Vidia en voz baja, sin apartar la vista de las criaturas— ¿Recuerda que le hablé de que me parecía que había muchas mariposas alrededor del árbol? RedLeaf tragó saliva, asintiendo con un movimiento casi imperceptible. —Creo... que lo mencionaste... una vez. Ella giró apenas el rostro para mirarlo con un dejo de ironía, pese a todo. —Pues resulta que no eran mariposas El árbol aún estaba a distancia de ellos, se veía más allá, a varios metros más allá, pero su enormidad ya llenaba todo lo que se alcanzaba a ver de ese lado. Estaban muy cerca de su primer objetivo, y estos pigmeos los detenían cuando estaban por llegar.  RedLeaf se inclinó hacia Vidia. —¿Hablan nuestro idioma?  —No lo sé... no he probado a hablarles. Uno de los seres se adelantó con paso seguro pero cauteloso. Vestía hojas trenzadas de un verde más oscuro, con pequeños frutos secos como abalorios. Su porte y la atención que le brindaban los otros delataban que era el líder. Sus ojos, profundos como tierra húmeda, se clavaron en los de RedLeaf. —¿A qué han venido, seres alados? Tanto RedLeaf como Vidia se sorprendieron. Hasta ese momento, no se habían dado cuenta de que estas hadas, no tenían nada parecido a las alas. Ni siquiera muñones o vestigios. RedLeaf se aclaró la garganta y, con su voz solemne de ministro, dio un paso adelante. —Venimos en paz. Somos dos hadas en una misión. En nuestra tierra, todos tenemos alas y volamos. Buscamos llegar al Árbol del Viento. Es de vital importancia para nosotros. Si fallamos, todo nuestro mundo podría verse destruido. Solo pedimos permiso para pasar. —¿Porqué ella no vuela? —alzó la voz uno de ellos— ¿Está rota? Vidia se irguió con rapidez. Su ala vendada tembló ligeramente cuando respondió: —Me he lastimado, pero no estoy incompleta. Aún podré volar pronto. RedLeaf percibió cierta altanería y presunción en la voz de la vuelo veloz. Era claro que le molestaba tener siquiera un parentesco con esos seres. Y resaltar el hecho de que pronto volaría no resultó como planeaban. Algunos de los guardianes fruncieron el ceño. Uno de ellos, una anciana menuda, soltó algo así como un resoplido de burla. El líder alzó una mano para calmar los murmullos. —No tener alas no nos hace incompletos. —Su voz fue firme, sin ira, pero sí con gravedad— Aquí nadie vuela por cuenta propia. El viento del Árbol es el que nos permite danzar en el aire. Sin él, seríamos como los animales de la tierra. ¿Vienen a quitarnos eso? RedLeaf sintió un nudo en la garganta. Dio un paso más. —Jamás. Nadie quiere arrebatarles nada. Solo queremos restaurar el equilibrio que nace con las estaciones. —en sus manos se formó de la nada una flor blanca como sus intenciones— Si fallamos, si no logramos llegar, el viento mismo morirá en todas partes. Aquí también. La flor empezó a secarse hasta que se marchitó por completo y se volvió cenizas. Cuando estas cayeron al suelo entre sus dedos, RedLeaf puso las manos tras la espalda, con naturalidad. Esta era magia muy avanzada, algo que solo podían hacer las hadas más versadas en el talento. RedLeaf había tenido tiempo para aprender todos los secretos de las plantas. Esto bastó para que todos los seres retrocedieran y miraran con otros ojos a los dos extranjeros alados. Uno se acercó al líder y hablaron en murmullos. RedLeaf se preguntó si no había sido demasiado brusco al mostrarles eso. De la nada, se sintió inseguro ante la forma como esos seres pudieran tomar su magia. El líder entrecerró los ojos y apretó los puños con suavidad mientras cuchicheaba con su segundo. —Ministro... —le dijo ella, acercándose a él tanto que RedLeaf volvió a percibir su perfume— Z está arriba, y Ember se ha quedado tras los arbustos... Bastará con que los llamemos para que vengan... No tenemos porqué confraternizar con ellos. Él la miró a los ojos azules. Ella parecía firme, muy seria, una ligera arruga se formaba en su entrecejo. Podía ver lo tensas que estaban sus alas. No era una mala idea, pero si algo le había enseñado la diplomacia todos esos ciclos, era que las cosas se resolvían mejor y de forma más duradera si se hablaba y se llegaba a un acuerdo. —Dejémoslo como idea de respaldo —ordenó, con la misma suavidad—. Lo mejor será ganarnos su confianza. Esto no pareció dejar contenta a Vidia, que se enfurruñó todavía más. Pero RedLeaf tenía el conocimiento de su lado, sabía que podía negociar con ellos, talvez incluso lograr una amistad futura que ayudase más adelante a la tierra de las hadas. Era una oportunidad que no podía desaprovechar. —Mostraste muerte en tus manos, alado —alzó la voz el líder, con cierto recelo—. Dices que el viento puede morir si no llegan a nuestro árbol. Pero no somos tontos: si ustedes interfieren ¡podrían matarlo hoy mismo! RedLeaf bajó la cabeza apenas en señal de deferencia. —Es cierto. —de nada le valía el contradecirlo— Nuestra intervención puede ser peligrosa si no se hace bien. Prometemos hacer nuestra tarea de la mejor forma posible, pero si no se hace será mil veces peor. La muerte que les mostramos vendrá aunque nosotros estemos lejos. Necesitamos su ayuda, déjennos pasar y podrán seguir sus vidas tranquilos. Hubo un susurro de inquietud. —¿Para que luego ustedes se vayan con su viento y nos dejen caer al suelo? Vidia se tensó, dio un paso atrás y su hombro se apoyó sin pretenderlo contra RedLeaf. Él sintió su vibración contenida y por un momento le pareció sentirse más valiente. —Eso no pasará. —Porque yo tampoco puedo volar —respondió Vidia antes de pensarlo demasiado—. No nos llevaremos el viento.  Les dio la espalda un momento, para mostrarles el ala vendada y en el cabestrillo. Muchos de los seres expresaron su asombro al ver el amasijo mal puesto de tela de araña, palitos y polvo pegado. RedLeaf se dijo mentalmente que la próxima vez buscaría la forma de ayudarla aunque ella no quisiera. —No somos peligrosos. Como ustedes, nosotros también tenemos una sociedad, un estilo de vida y un equilibrio. Su viento llega hasta nosotros y mucho mucho más lejos, hasta un mundo de seres diferentes a ustedes y a nosotros. Ellos también merecen vivir y seguir con su equilibrio.  Los seres verdes se quedaron quietos mientras Vidia volvía a estar de frente, para enfrentarlos cuando respondieran. El líder la estudió con atención nueva, sus ojos se posaron en el vendaje con algo que no era lástima, pero tampoco comprensión. Era comprensible que siguiera reticente, pero aún así, pareció ceder un poco. —No tenemos alas pero volamos. Solo vivimos gracias al viento. ¿Cómo sabemos que no mientes? ¿Qué no te vas a ir y olvidar a los que viven del árbol? Aquí RedLeaf iba a intervenir, pero fue Vidia la que se adelantó. Con sus manos, creó una corriente de aire que levantó las hojas del suelo y elevó el polvo. De pronto, un remolino se alzó del suelo y recorrió a la multitud con una brisa bastante impaciente. Una brisa que exteriorizaba todo lo que Vidia estaba sintiendo en ese momento. El líder la miró, estupefacto. —Porque no venimos a robar el viento. Tenemos el nuestro, pero precisamos el del árbol para todos. No lo robaremos, les damos nuestra palabra. RedLeaf sintió hinchar de orgullo, probablemente él mismo no lo habría dicho mejor. El respeto que sentía por la vuelo veloz se intensificó a grandes rasgos. Con voz firme pero serena, él reforzó a su compañera: —Ella no olvida. —Miró a Vidia con un deje de ternura inesperada— Y yo tampoco. Yo soy el ministro del otoño, soy importante de donde venimos. Entiendo la muerte y la renovación porque eso es parte de mi estación. Si el árbol falla, todo el ciclo falla incluyendo mi otoño. Incluidos nosotros. No queremos que nadie perezca, no queremos que nadie pierda el viento que le permite vivir. El silencio fue profundo. El líder respiró hondo y bajó la vista, pensativo. —Necesitarán probarlo —murmuró al fin—. Ningún forastero pisa el tronco del Árbol de nuestro pueblo sin antes ganarse el viento que sostenemos. —¿Cómo? —preguntó RedLeaf, alerta. El líder levantó la barbilla y clavó la mirada en ellos: —Ya que han mostrado tener el poder de la vida y la muerte de las plantas y además el del viento... Ayúdennos. Un problema grave aqueja nuestro árbol. Resuélvanlo y hablaremos de su misión. RedLeaf se irguió, diplomático. —Si está en nuestras manos, lo haremos. Vidia respiró hondo, cruzando los brazos con cuidado. Sus ojos se clavaron en el líder con la misma concentración que usaba para leer corrientes de aire. —¿Cuál es ese problema? El líder se giró hacia su gente. Los murmullos comenzaron, tensos pero con un atisbo de esperanza. —Síganme. Les mostraremos. Vidia y RedLeaf intercambiaron una mirada. Las cosas habían cambiado, pero seguían afrontando en todo momento esas dificultades. Ahora, lo único que debían procurar era mantenerse juntos y buscar arreglar el problema del árbol. Si las cosas salían bien, talvez les permitirían abrirlo y liberar el viento.
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