El asedio de la oscuridad
23 de noviembre de 2025, 16:12
Antes de que Vidia pudiese protestar más, RedLeaf la tomó de la muñeca y, con un empuje firme pero medido, la llevó volando al pie del árbol. El viento se arremolinó en sus ropas y en su cabello.
Arriba, en el tronco, los hombres de Sarmiento intentaban contener el avance de las enredaderas con picas, hachas de piedra y lanzas improvisadas. Pero la planta parecía anticipar sus movimientos, enroscándose y azotando con fuerza. Algunos caían al suelo, maldiciendo, y otros retrocedían cubriéndose el rostro de la savia corrosiva.
—¿¡Qué cree que está haciendo!? —le gritó Vidia al aterrizar, zafando su brazo con brusquedad— ¿¡Piensa que no puedo ayudar, acaso!?
RedLeaf se limitó a mirarla un segundo con esa serenidad otoñal que la irritaba tanto. Luego reprimió una sonrisa cansada y negó con la cabeza.
—Escúchame —dijo, con voz grave pero calmada—. Tenemos que hacerlo con inteligencia. Yo iré a calmar el dolor del árbol. Necesito sostener el vínculo con él, indicarle a dónde dirigir su savia sana, enseñarle a resistir. Y también dirigiré a los hombres de Sarmiento para contener las enredaderas en los niveles altos.
Señaló con el mentón hacia la base ennegrecida de la enredadera.
—Tú cortarás de raíz la planta. Tendrás que matarla allí, en su núcleo.
Vidia frunció el ceño con rabia.
—¡Pero usted escuchó a Sarmiento! —espetó, moviendo un brazo hacia la base pétrea de la planta— ¡Dijo que era dura como roca! ¡Si ellos no pudieron romperla con hachas, ¿Qué voy a hacer yo sola!?
RedLeaf se acercó un paso más. Su tono bajó, templado, casi afectuoso:
—No lo sé —admitió, sin perderle la mirada—. Pero sé que tú encontrarás la forma.
Vidia lo fulminó con la mirada, alzando ambas manos en señal de exasperación.
—¡Por Dios, ministro...! Eso es... es lo más sabio que ha podido decir —bufó con sarcasmo— ¡y también lo más inútil!
RedLeaf ladeó apenas las comisuras de los labios en una sonrisa paciente.
—Así suele ser el consejo de los ministros —musitó—. Deberías hablar con SunFlower o con Hyacinth más seguido.
Se volvió para ver hacia arriba, más enredaderas se habían sumado a la batalla por el árbol. Corrientes de viento torbulento lanzaban despavoridos a algunos de los seres verdes tanto como pedazos de la enredadera. La savia manchaba gran parte del costado de la corteza.
—¿Cuento contigo? —le insistió RedLeaf, volviéndose a ella para sonsacarle una respuesta.
Vidia se mordió la lengua antes de replicar. Sus ojos azules brillaron, esta vez no solo de rabia, sino de determinación. Finalmente asintió y se giró hacia la raíz infestada.
—Está bien —dijo a regañadientes, casi para sí misma—. Lo haré.
RedLeaf apoyó brevemente una mano en su hombro. Fue un toque rápido, casi imperceptible, pero cargado de respeto.
—Se contarán leyendas sobre tí, Vidia, de eso estoy seguro.
Ella apenas asintió y empezó a avanzar entre raíces nudosas, mientras RedLeaf batía sus alas para elevarse de nuevo, dirigiéndose hacia el tronco cubierto de guerreros verdes y enredaderas furiosas.
En ese momento, el chico verde que antes había sujetado a Vidia se descolgó de una raíz aérea lateral y aterrizó con agilidad a su lado. 🙄
—¡Alas! —la llamó en voz baja, jadeante— ¡Por aquí! Conozco un túnel bajo las raíces. Lleva directo a la base. ¡Te ayudaré a llegar antes de que crezca más!
Vidia se detuvo en seco, lo miró de arriba abajo. Sabía que RedLeaf no aprobaría confiar en él, pero alzó la barbilla con desafío.
—Guíame... Verde.
El chico sonrió apenas y se giró, internándose en la abertura. Vidia lo siguió, agachándose para deslizarse tras él. Descendieron por un pasadizo húmedo, iluminado por setas luminosas que proyectaban un resplandor verdoso en las paredes de tierra. Pequeños guijarros incrustados parecían marcar distancias como cuentas de un collar subterráneo. Cruzaron raíces nudosas, insectos que huían de la luz, e incluso un fino hilo de agua cristalina que serpenteaba entre las piedras.
Finalmente, llegaron a una galería más amplia, con el techo apuntalado por raíces gigantes que se entrelazaban como columnas. Allí, el hedor era más fuerte. El inicio de la enredadera estaba en alguna parte, sus ramas invasoras cubrían casi todo el suelo, colonizándolo todo, aferrándose a las raíces del árbol como parásitos hambrientos.
—¡Ahí! —dijo Verde, señalando un nudo más oscuro.
Vidia se adelantó. Movió las manos con rapidez, invocando el viento en ráfagas concentradas. Remolinos surgieron y barrieron capas de raíces, intentando despejar la visión. Las enredaderas resistían, retorciéndose, aferrándose con saña.
—¡Muévelas! —ordenó a Verde sin alzar demasiado la voz— ¡Empújalas a un lado!
Él obedeció al instante. Usó su fuerza y un cuchillo de piedra para cortar partes superficiales mientras ella mantenía el viento controlado. Juntos despejaron la base, dejando al descubierto el lugar donde la planta estaba anclada: un bulto rugoso y pétreo, cubierto de grietas de las que supuraba savia oscura como brea.
Cuando finalmente lo vio, Vidia se detuvo, con el corazón golpeándole las costillas.
—Nada puede romperla —le recordó Verde—, lo hemos intentado todo. Hachas, fuego, piedras…
—¡Lo sé! —Su voz salió más rabiosa de lo que esperaba— Estoy pensando.
¿Cómo haría para cortarla? la batalla que había afuera seguía escuchándose incluso ahí, RedLeaf no la ayudaría si estaba ocupado con sus propios problemas. El árbol vibraba y gemía de dolor de vez en cuando. Debía apresurarse.
¡Los polvillos de talentos!
Su mano voló hacia la pequeña bolsa en su cadera. Solo ellos podrían ayudar ahora. Tenía que agradecer a Tinkerbell en gran medida cuando la volviera a ver, sus inventos atolondrados servían de mucha ayuda. Rebuscó frenética, sacando y abriendo cajitas con temblor en los dedos. Una se volcó y dejó caer briznas doradas que chisporrotearon en el aire.
Se puso a hacer inventario de los que contaba: Luz, animales, artesanos, polvo de hadas, vuelo veloz, agua, hielo, flora... ¿Cuál debía usar?
—¿Qué es eso? —murmuró Verde, con un temblor casi reverente.
—Magia. —dijo Vidia con los dientes apretados. Alzó la vista, con los ojos brillando— Pura magia de hadas.
Sabía que tendría que decidir en los próximos segundos. Afuera RedLeaf y el árbol dependían de ella. Sus dedos se cerraron sobre la que tenía grabada la runa de las hadas del jardín: el polvillo rosa pálido que olía a savia fresca. Flora. Si quería ayudar al ministro, debía hacerlo como él lo hacía.
Abrió el saquito y dejó escapar una pizca de polvo rosa sobre su mano temblorosa. Lo extendió en ambas manos como una crema humectante. El resplandor iluminó su rostro y sus manos. Alzó la vista hacia la raíz monstruosa.
Se lanzó y, con ambas manos puestas sobre la raíz, se concentró en ella como lo había hecho RedLeaf. Visualizó lo que quería: que la enredadera se secara, que la sabia dejara de fluir, que la vida y el crecimiento se detuviera. Pero la savia negra salió a borbotones reventando la celulosa, y aunque algunas grietas se sellaban, otras se abrían más, liberando un olor nauseabundo que le quemó la piel al contacto.
Vidia frunció el ceño con rabia, alejándose unos pasos.
—¡Maldita... cosa! —escupió.
Verde la miraba, boquiabierto. Luego sus ojos negros pasaron del polvillo a la raíz y de regreso a Vidia.
—¡Dame! —le dijo de pronto, con voz decidida, alargando las manos— ¡Dame un poco! ¡Te ayudaré!
Ella se detuvo. Lo miró como si se hubiera vuelto loco.
—¡¿Tú?! —un acceso de irritabilidad dio paso a una risa medio histérica— ¿Pero sabes siquiera qué es esto?
—¡Por su puesto que no! —admitió él, con la respiración agitada— Pero si es vida... vida de plantas... ¡yo soy parte de este bosque! ¡Puedo sentirla! —Se golpeó el pecho con fuerza— ¡Déjame intentarlo contigo!
Vidia apretó los labios, dudando solo un segundo. El árbol temblaba de nuevo, un gemido profundo y dolido retumbaba bajo sus pies. No tenían tiempo. RedLeaf le dijo que ella debía encontrar la forma de hacerlo. Y probablemente la forma era simplemente no hacerlo sola.
—¡Está bien! —abrió la bolsita y vertió polvillo rosa en las manos ásperas de Verde— ¡No lo desperdicies! tengo muy poco y es muy valioso.
Él miró el polvo con solemnidad y miedo por un segundo. Probablemente sería su primer contacto con el polvillo o con la magia siquiera. Sus dedos verdes se cerraron en un puño, sintiendo el cosquilleo mágico. Verde se posicionó a su lado, ambos frente a la raíz.
Vidia juntó sus manos con la de él, el polvillo brillaban al contacto. Las chispas rosadas se mezclaron, vibrando como si reconocieran un propósito compartido.
—A la cuenta de tres, imagina en tu mente la enredadera secándose —susurró Vidia, con firmeza—. Uno... dos... ¡tres!
Ambos colocaron las manos sobre la raíz a la vez y se enfocaron en lo mismo. Mientras la savia seguía fluyendo y quemándoles la piel en los brazos, cuello y rostro. Las grietas en la celulosa se iluminaron desde dentro con un resplandor rosado intenso. Un chillido extraño brotó de la planta, como si tuviera una garganta y gritara.
Vidia sintió un frío brutal le mordió la espalda, como si se abriera un abismo invernal dentro de su mente. Sus ojos se nublaron.
De pronto se vio a sí misma rodeada de ventiscas furiosas, escuchó el rugido de un viento asesino que partía árboles centenarios como si fueran ramitas. Vio escarcha cubriendo hojas y ráfagas tan frías que quemaban la piel.
Un latigazo de pánico le cruzó el pecho.
Pero entonces, la savia negra empezó a solidificarse en costras secas. Las raíces retorcidas se sacudieron con violencia, pero poco a poco fueron quedándose rígidas, inertes. Secas como si llevaran días muertas y no apenas un segundo. Con un estallido, todas se transformaron en cenizas.
Ambos quedaron temblando, con las manos cubiertas de costras de polvo rosa ennegrecido y savia seca. Vidia respiraba agitada, le dolían las quemaduras, pero estaba bien. El chico sin alas estaba arrodillado, con las manos aún sobre la raíz muerta, sus hombros sacudidos por el esfuerzo.
Se quedaron en silencio unos segundos, escuchando el murmullo suave del viento que volvía a filtrarse entre las raíces.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó ella a Verde, sin pensarlo.
—Fern. —murmuró él, retrocediendo por fin.
—Vidia. —dijo ella, con media sonrisa.
Entonces, RedLeaf entró, volando. Sus alas brillaban con el polvillo en la penumbra de la galería. Hasta ese momento, Vidia no se había dado cuenta de que la savia había quemado los hongos luminiscentes y la única fuente de luz era la que se colaba por el pasadizo por donde ellos habían venido.
—¡Vidia! —la llamó él.
—Aquí, ministro. —tosió ella incorporándose— ¿Le remordió la consciencia por dejarme sola?
RedLeaf soltó una risa profunda y se acercó al sonido de su voz, aterrizando frente a ella. Con suavidad él se dio a la tarea de empezar a contabilizar las heridas de la vuelo veloz. Vidia tenía muchas áreas rojas, incluso en el rostro.
—Fuiste muy valiente. —le dijo con suavidad.
—No lo hice sola. —ella le señaló a Fern.
RedLeaf alzó la vista hacia el joven sin alas, que aún respiraba con dificultad, las manos negras y rosadas de polvo y savia, la frente perlada de sudor. La mirada del ministro se sostuvo en él un par de segundos más de lo necesario, en silencio, con esa calma otoñal.
—Veo que has hecho un amigo. —le dijo a Vidia, con una sonrisa que no le alcanzaba los ojos.
Fern se secó el sudor de la frente con el brazo. RedLeaf inclinó la cabeza, con cordialidad casi solemne, antes de volver su atención por completo a Vidia.
—¿Ya está? —quiso saber ella— ¿El árbol está libre?
—Si, pero está muy débil... debemos esperar a que recupere fuerzas para abrirlo.
Vidia suspiró de alivio y, solo entonces, el temblor en sus piernas se hizo evidente y buscó con la mirada dónde sentarse. RedLeaf le sostuvo los hombros, ejerciendo una presión tranquilizadora antes de jalarla suavemente hacia él.
—Vamos. —murmuró, rozándole el cabello con los dedos para apartárselo del rostro— Sarmiento dice que hay curanderos entre sus hombres. Van a limpiar esas quemaduras.
—Usted también está herido. —replicó ella, con algo de fastidio— No sirve de nada que se haga el fuerte.
RedLeaf soltó un suspiro entre divertido y cansado.
—Yo tengo más magia en la sangre que tú, Vidia —le dijo, divertido—. Sanaré más rápido. Tú eres la que me preocupa.
Vidia, dispuesta siempre a demostrar toda la fuerza posible, buscó la forma de ponerse en pie. Limitó la ayuda del ministro a ser un bastón para poder continuar hasta el exterior. Detrás de ellos iba Fern, sin mediar palabra, mirando de vez en cuando sus manos.
—Ministro... —empezó Vidia, aún con el aliento entrecortado mientras salían por el pasadizo— cuando estaba secando la enredadera... sentí algo extraño. Un frío oscuro. Era como una desolación enorme, en la magia de esa planta.
RedLeaf la miró con gravedad mientras avanzaban.
—Lo sé —admitió en voz baja—. Yo también lo sentí antes. Esa frialdad no era natural, ni siquiera en las peores zarzas que crecen en tierra firme. —Se detuvo un segundo, pensativo— Cuidado con el frío, eso dijo la oráculo…
Vidia frunció el ceño, inquieta.
—Seguro la ministra del destino sabía mucho más de lo que quiso decir. —Su tono estaba cargado de recelo— Alguien más sabe de este viaje, de usted y de mi. Alguien está un paso por delante de nosotros para impedir que realicemos esta misión...
—Alguien que entiende de magia oscura. Un hada del jardín que además sepa de la profecía. —Le lanzó una mirada seria— Tendremos que mantener los ojos muy abiertos a partir d ahora, Vidia.
Fuera, la enredadera empezaba a caer en pedazos grises y marrón. El árbol era libre y su viento era suave, cansado, pero uniforme. La brisa volvía a ser cálida y tranquila. Las hadas sin alas estaban de un humor parecido, había muchos heridos, pero RedLeaf y Vidia fueron rápidamente asistidos.
—¿Qué haremos ahora si no podemos abrir el árbol? —quiso saber Vidia, con varios parches de hojas machacadas calmando la irritación de la piel.
—Quédense. —les dijo Sarmiento— Será un honor tenerlos como invitados. Lo que han hecho merece que les demos la vida.
Vidia miró a RedLeaf y él la miró a ella. No les quedó más remedio que asentir.
—Descansen hoy. —añadió Sarmiento, tenía uno de sus ojos negros cerrado e hinchado y le faltaban dedos de una mano— Mañana, podremos hablar con más calma. Quizá el árbol tenga algo que decirles.