Hielo agrietándose
23 de noviembre de 2025, 16:12
Ember plantó la pata delantera sobre el hielo con desconfianza, gruñendo bajo. El zorro era grande para un hada, pero pequeño para un zorro normal, aunque no se los pareciera a ambas hadas. Cada paso parecía resonar en la corteza helada del arroyo.
Vidia, sobre Z, lo siguió desde arriba con el ceño fruncido. Dio varios giros alrededor para sondear el terreno, ver desde todos los ángulos y todos los puntos. Todo estaba congelado desde ese punto, tanto varios metros atrás y adelante. Incluso una suave niebla se desprendía de la superficie helada.
RedLeaf acarició el pelaje del zorro para calmarlo, los ojos amarillos de Ember estaban inquietos, pero confiaba en su dueño y seguía adelante, paso a paso.
—Tranquilo, viejo amigo...—murmuró el ministro y una voluta de vaho acompañó sus palabras— solo un poco más . Mira eso, Vidia. No es solo la superficie, el hielo es absoluto hasta el fondo. ¡Está completamente congelado!
Z agitó las alas con un chillido bajo, fastidiado por la corriente fría. Vidia observó al hombre gorrión, con los brazos cruzados mientras flotaba junto al arroyo, evitando posarse.
—¿Está temblando Ember o usted? —preguntó con ironía.
—Ambos. —admitió él sin vergüenza— Tú no lo sientes por estar ahí arriba, pero aquí... parece que de la nada se hizo invierno... Avanza más aprisa, Ember. O mis alas se romperán.
El zorro avanzó un poco más, con sus uñas dejando líneas en el hielo. RedLeaf miraba cada paso como si contara los segundos, trataba de entender qué era lo que pasaba. Sacó su capa de entre el equipaje y se cubrió la espalda, escondiendo sus alas bajo las hojas gruesas.
Nunca juzgó al Lord Milori por lo que hizo por la reina, pero debía admitir que siempre admiró su valor. Un ala rota no era ningún chiste, era perder la fuerza y la magia. Era perder el lugar entre las hadas, era perder el cielo. RedLeaf lo respetaba por su gran entereza, no cualquier hada soportaba tanto.
—El frío es peor aquí —comentó RedLeaf, con la voz más grave, llegando a la mitad del arroyo—. Se siente... sucio... No como el de la estación que sirven nuestros hermanos.
Vidia lo miró con curiosidad, aunque intentó disimularla.
—¿El frío puede ser limpio? —enarcó una ceja, incrédula, bajando hasta su altura para observar más de cerca.
RedLeaf asintió.
—El invierno verdadero es quieto, justo y silencioso. Te avisa que vendrá, te enseña a prepararte, puede ser crudo, pero nunca es así como... como este frío. Este frío... —miró la superficie helada del arroyo— este no tiene ley ni piedad, solo quiere matar.
Vidia ascendió en vertical con Z cuando observó su aliento condensarse en el aire, el colibrí odiaba el frío como la mayoría de las aves. Se estremeció y se dedicó a revolotear alrededor de todo. Vidia trató de calmarlo de la misma forma, apacentando sus plumas encrespadas y repentinamente frías. Ambos compartían esa aversión por el invierno, así que se podía decir que lo comprendía.
—Suena como el hada que lo está causando... —comentó ella, preocupada— ¿Ha pensado quien podría ser?
—Conozco varias hadas del invierno —RedLeaf asintió otra vez, con un suspiro—. Ninguna con un corazón oscuro como para dedicar su tiempo a matar con su talento... Pero si así fuera, eso no explica que lo que estuviera matando el primer manantial del viento, fuera una planta maligna. Por eso debemos detenerla... parece que nos enfrentamos a más de un hada...
El zorro soltó un gruñido más fuerte, como si les reclamara silencio para concentrarse. RedLeaf observó la escarcha en el pelo rojo de Ember, así como su avance tortuoso. Su aliento se volvía grandes bocanadas de humo blanco al resoplar, opacando la visión del ministro sobre él.
Parecía que al zorro se le estaban entumeciendo las patas a medida que seguía adelante, eso lo molestaba y lo hacía quejarse.
—Lo mejor es seguir adelante. —reiteró RedLeaf, con la mirada algo perdida en el ancho blanco bajo él.
—Dígaselo a su montura, ministro. —Vidia rodó los ojos— Creo que está a punto de darse la vuelta.
—Ember, cobarde —reclamó el ministro, con suavidad y hasta un poco de diversión—. Este frio, por antinatural que sea, no es lo peor que has pasado. Mira, solo falta un metro más ¡Fuerza! no falta nada para regresar y ver de nuevo a esa zorrita que tanto te encanta.
Vidia soltó una risa poco disimulada.
—No me diga que el zorro tiene mejor vida amorosa que yo. —se burló, Z se posó sobre una rama más allá del arroyo.
—Te sorprendería —le sonrió él, bajando la voz para si mismo—. Le va mejor incluso que a mi.
Ember por fin apoyó las patas del otro lado del arroyo, temblando como un cachorro empapado. Pero la escarcha se deshizo de su pelaje sin ningún problema, volviéndose agua helada que resbaló como si nada. RedLeaf le pasó la mano por el lomo para felicitarlo, mientras Vidia descendía de Z.
—Perfecto, creo que vamos a hacer una pausa aquí. —anunció el ministro, bajando a su vez para volverse de nuevo al arroyo congelado— Tengo curiosidad por este hielo.
—A decir verdad yo también. —ladeó la cabeza la vuelo veloz— Nunca había visto un pedazo de invierno escondido en pleno bosque en verano.
—No es nada bueno. —concertó RedLeaf, acercándose de nuevo y acuclillándose en la orilla para posar sus mágicas manos sobre la blanca superficie—. No dejo de pensar en lo que dijo la oráculo y en todo lo que soñé la otra noche.
—No sé si quiero revivir el tema. —masculló Vidia, de pie a su lado.
—No te preocupes. —suspiró él— Solo que creo que valdría la pena...
RedLeaf entornó los ojos, agudizando la vista en el resplandor blanco. Vidia notó este cambio y buscó el sitio donde él veía, debía ser muy importante como para interrumpir a alguien como el ministro. Pero por más que ella buscó, no vio más que el hielo.
—Espere... —dijo de pronto, con voz ronca.
Algo asomaba más adelante, algo se veía resaltar apenas entre tanto blanco, como un tronco seco cubierto de escarcha. Estaba muy dentro del arroyo, aunque en la superficie, parecía semicubierto por la nieve, escarcha y hielo. RedLeaf se llevó las manos a la capa, para desprenderse de ella.
—Ministro ¿Qué locura se le ocurrió ahora? —murmuró ella, con aire de resignación.
Tenía la impresión de que, hiciera lo que hiciera, no podría impedir que el hombre gorrión llevara a cabo su plan. Sin contestar, RedLeaf alzó el vuelo y atravesó volando todo el trecho que lo separaba de ese objeto como una ráfaga de viento. Vidia frunció el ceño.
—Presumido...
Dos segundos después, el ministro regresó, pero contrario a lo que Vidia imaginó, en brazos no traía un pedazo de madera. Se reveló como algo mucho más horrible: un cuerpo. Era un hada.
Las alas, inconfundibles en forma de aguijón alargado, estaban cubiertas de placas de hielo, astilladas como cristal roto. Una de ellas se quebraba al más mínimo toque del viento. El cabello oscuro, estaba apelmazado con escarcha, endurecido en mechones duros como roca. Su piel tenía un tono gris azulado, los labios amoratados y algunos dedos ennegrecidos por la necrosis del frío.
Vidia se quedó petrificada. Reconocía esa mirada incluso ahora: aunque vidriosos y semicerrados, los ojos de Stormir aún conservaban algo de aquella ferocidad de cazador, un desafío mudo al hielo que lo estaba matando.
RedLeaf se arrodilló junto a él, con manos temblorosas, intentando tantearle el cuello.
—Está vivo —susurró, incrédulo—. Apenas... pero está vivo.
Vidia recobró la movilidad ante esto y se lanzó a su lado, casi tirando a Z del susto. Sus dedos se crisparon de rabia e impotencia.
—¡Stormir! —le gritó— ¡Stormir, mírame!
El ministro tomó su capa para cubrirlo con ella e hizo señas a Ember para que se acercara. Aún así, él acortó la distancia volando para alcanzar el equipaje. Con rapidez tomó la bota de vino, y más mantas antes de volver al vuelo veloz. Vidia había tomado por los lados de la cabeza al chico, tratando de hacerlo reaccionar.
Los ojos del vuelo veloz se abrieron apenas, empañados. Stormir reconoció a Vidia, cuando la vio tan cercana y parpadeó con reconocimiento. Un débil vapor salió de sus labios al tratar de decirle su nombre.
Eso rompió a Vidia, una lágrima involuntaria se congeló en la mejilla.
—¡RedLeaf, haga algo! —sollozó, temblándole la voz— ¡Ayúdelo!
El ministro acercó la bota de vino a los labios del chico para hacerlo beber un poco. Sus manos empezaron a darle frotaciones rápidas en brazos y piernas al chico, buscando darle calor bajo las mantas, para que la sangre se moviera por sus venas.
—Si lo movemos demasiado, le romperemos las alas. —advirtió el ministro cuando vio como Vidia intentaba reanimarlo— Debemos calentarlo primero. Que gusto verte de nuevo, Stormir, aunque sea en estas circunstancias.
RedLeaf le untó un poco del vino fuerte en los labios agrietados, buscando hacerlo reaccionar de a poco, sin brusquedad.
—Vamos, chico. No me hagas malgastar buen vino contigo. —El aroma agrio cortaba el olor de escarcha y muerte.— Respira... Vamos, trágalo, Stormir. Quema como fuego, lo sé, pero te mantendrá con nosotros un poco más
Vidia no podía creer la forma en la que el ministro podía permanecer en calma. Ella estaba en pánico y ni siquiera tenía una buena relación con el vuelo veloz. Debía estar enojada con él, por su culpa ella tenía esa ala medio inservible, pero nadie podría ser tan malo.
—Darle calor... —murmuró ella, entendiendo exactamente lo que debía hacer.
De un salto, se separó de RedLeaf y de Stormir y fue a la carrera hacia donde Z volaba. Hizo señas desesperadas mientras gritaba su nombre, para poder llamar su atención. El colibrí bajó entonces y ella pudo hacerse con su bolso, donde estaban los polvillos.
Rápida como solo una vuelo veloz, Vidia sacó el polvillo dorado, el polvillo que era el del talento de la luz. Cubrió sus manos con una cantidad pequeña, apenas una pizca, y, a la carrera, se detuvo a buscar un rayo de luz y a experimentar con la fuerza que se necesitaba para manipular la luz.
RedLeaf seguía dándole unos rudimentarios primeros auxilios a Stormir, pero no evitó mirar a la vuelo veloz.
—¿Vidia? —intentó entenderla, pero ella no respondió, por eso el ministro volvió su atención al vuelo veloz— Quédate con nosotros, Stormir. Estoy seguro de que tú tienes la clave de todo lo que está pasando.
—¡Esto servirá! —restalló Vidia, acercándose a ambos— ¡Tiene que servir!
En sus manos traía una bola de luz dorada. RedLeaf entendió entonces qué era lo que la hada quería hacer y en un movimiento rápido, retiró las mantas para que ella tuviese acceso al chico. Ella oprimió la luz contra el pecho de Stormir hasta que la luz penetró en su cuerpo, entre sus costillas, iluminando de dentro hacia afuera. Hasta que el resplandor se extendía por sus miembros en una onda expansiva hasta desvanecerse. La escarcha se resquebrajaba con un crujido agudo.
Esto lo hizo dos, tres, cuatro veces, hasta que el hielo sobre la piel y el cabello del hombre gorrión se derritió, empapándolo. Vidia hubiera seguido, si RedLeaf no la hubiera detenido tomándola por los hombros.
—Déjalo respirar, Vidia. —le aconsejó, con una calma bastante fuera de lugar en un ambiente semejante— Basta. O lo quemarás por dentro... Stormir... ¿puedes oírnos?
Stormir se arqueó al recibir la última oleada de luz. Sus alas astilladas se estremecieron, soltando fragmentos que se deshicieron en agua sobre la capa. Abrió los ojos de golpe y un jadeo rompió sus labios, echando vaho.
Con suavidad, RedLeaf empezó a secar al chico, examinando su cuerpo en busca de heridas. Sus dedos se habían ennegrecido totalmente, así como tonos amoratados se perfilaban en varias áreas de su cuerpo.
—Incluso si sobrevive, perderá parte de ellos... —el ministro examinó los dedos con una expresión de suma preocupación— pero al menos vivirá para contarlo...
Vidia sin embargo había roto a llorar, el polvillo dorado se había acabado en sus manos y ella aún sentía el calor entre sus dedos. Stormir respiraba, resollaba con dolor, pero para ese punto, sonaba más tranquilo.
—Vi... dia... —el nombre se le quebró en la garganta, transformándose en un hilo gélido de aire.
—Te recuerda. —alzó una ceja el ministro.
—Los hombres en tierra firme dicen que se tiene más presente a los enemigos que a los amigos —recitó ella, apenas un murmullo—. Stormir... ¿Qué haces aquí tan lejos de Pixie Hollow? ¿Porqué este hielo está aquí tan lejos del valle del invierno?
—Por... favor... no dejen... que...
—¿Qué?
Vidia se acercó al vuelo veloz, que se veía luchando aún con temblores y dolor para poder decir apenas unas palabras. RedLeaf volvió a humedecerle los labios con el vino y a pasar una de las mantas por su frente, el cabello estaba mojado en gran medida. Stormir, con esa fuerza de voluntad que retaba a la muerte que solo los vuelo veloz tenían, volvió a intentar hablar.
—Detengan... el frío... —alcanzó a decir, con la mirada perdida ya—...no... dejen... que gane...