ID de la obra: 1428

Guardiana de los vientos

Het
R
En progreso
2
Compartir:
2 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Una posibilidad

Ajustes de texto
Z regresó de volar por el interior de la galería poco después. Traía en una pata una flor morada que le ofreció a Vidia. Era de la misma especie que usaba para su perfume: una de las espinosas del peral, lo que indicaba que más allá de esa galería debía de haber más árboles. Aunque el vial de perfume aún estaba por encima de la mitad, Vidia sintió el impulso de pedirle al ministro que lo rellenara, pero no se atrevió. RedLeaf ya no parecía molesto, solo levemente abatido. Observaba el árbol con una copa de vino entre las manos, sumido en un silencio reflexivo. Era turno de Vidia de encender la fogata con el pedernal y la yesca, que para su sorpresa seguía seca. Mientras trabajaba en ello, lo miraba de reojo de vez en cuando. Nunca lo había visto tan severo como momentos antes, y sin embargo deseaba acercarse a hablarle, aunque no supiera cómo. —Usaremos el polvillo del talento del agua —declaró de pronto, justo cuando RedLeaf terminaba de dar un sorbo lento a su copa—. Eso sacará el agua por donde se pueda, y trataremos de curarlo como usted hizo con el árbol del pueblo de los seres verdes. Trató de sonar lo más optimista posible, como Tink, aunque el resultado fue un tono forzado. El ministro pareció no escucharla, pues se llevó la copa de nuevo a los labios, con la misma lentitud silenciosa. —¿Ministro...? —murmuró ella con cautela—. ¿Aún se puede hacer algo, verdad? —Es posible... —aceptó él, terminándose el vino y sirviéndose más con un gesto distraído—. Pero no es tan sencillo, Vidia. ¿Te has puesto a pensar en cómo trasladaremos el agua fuera sin envenenar al resto de los árboles circundantes? El mar se oye desde aquí, sí. Embravecido como debe estar por el luto del cielo, es comprensible que su sonido llegue hasta aquí. Pero aún está lejos... quizá a un par de kilómetros... Requeriríamos mucho más que hacer fluir el agua salada hacia fuera... tendríamos que transportarla volando hasta el mar o excavar un canal que la conduzca allá, corriendo el riesgo de que el océano lo use a su favor y termine inundando esta galería, ahogando definitivamente a nuestro árbol... RedLeaf se puso de pie y revisó sus alas a la luz del fuego que Vidia había encendido dentro de la gruta que conducía hacia el exterior, para evitar que la lluvia lo apagara. Esas palabras le habían caído como piedras a la chica y ahora se sentía en parte tan desolada como RedLeaf. El ministro comprobó que sus alas ya estaban secas, extrajo una pizca de polvillo de su saquito y lo espolvoreó con delicadeza sobre las membranas. Vidia nunca habría imaginado que ese gesto, tan rutinario, tan mecánico, pudiera parecer tan elegante e hipnotizante en un hombre gorrión. Pero durante todo lo que duró el proceso, ella se negó a voltear hacia otro lado. Las alas de las hadas masculinas eran diferentes a las femeninas, tenían las nervaduras más marcadas, más densas, con un diseño menos ornamentado, pero de una firmeza casi escultórica que recordaba las líneas de la madera. Las del ministro, por alguna razón, le parecían especialmente armoniosas. Tal vez era el modo en que se inclinaba para tratarlas con cuidado, o la precisión de sus dedos al esparcir el polvo sin desperdiciar una sola partícula. Había algo hipnótico en esa solemnidad suya. Algo que en otro tiempo hubiera calificado de ridículo o cursi, pero que ahora solo era, y eso la irritó un poco consigo misma, atractivo, en un sentido que no sabía del todo cómo clasificar. —Ahora que la lluvia ha amainado un poco —dijo RedLeaf, volteando hacia el lago oscuro donde sobresalía el árbol—, lo más sensato será ir a sondear qué tan grave es el asunto. Su voz sonaba derrotada, con un matiz leve de tristeza, lo que provocó en Vidia un impulso repentino de hablar. —Voy con usted. RedLeaf se volvió hacia ella y arqueó una ceja, pero Vidia ya se había colocado el bolso con el paquete de polvillos de los talentos. Se paró frente a él y alzó apenas los brazos, dándole permiso tácito para que la cargara como antes. El ministro sonrió. —¿En serio? —dijo, cruzándose de brazos con suspicacia, pero también con una sonrisa de ternura—. Creía que no te gustaba que te cargara. Un rubor incómodo subió por las mejillas del hada. —Bueno, yo... ¡Yo no he dicho que me guste! —se defendió, frunciendo el ceño con fastidio— yo solo... quiero ayudar, eso es todo... El ministro contuvo una risa ante el nerviosismo de la hada de vuelo veloz, que de repente parecía haberse convertido en una hadita de un solo ciclo, enfurruñada y a la defensiva. Pero a RedLeaf eso no le pareció mal, al contrario, hizo que el sentimiento que llevaba albergando por Vidia desde hacía ya varios días se volviese más cálido en su interior. —Bien —dijo con suavidad—, yo apreciaré en gran medida tu ayuda. Se inclinó hacia ella y la tomó por la cintura con esa firmeza que no perdía el cuidado y esa delicadeza que parecía tener reservada solo para momentos como aquel. La levantó sin esfuerzo, hasta que sus ojos quedaron a la misma altura. Hubo un instante suspendido entre ambos, un parpadeo detenido por la cercanía. El calor de sus manos atravesaba las capas de su vestido húmedo aún, pero no fue eso lo que la desconcentró. Fue su mirada, que aunque intensa no era inquisitiva, pero tampoco severa. Solo fija, paciente y atenta, estudiando sus rasgos a la débil luz de la fogata y la mortecina de la tarde de tormenta. Vidia sintió que debía decir algo, desviar la atención, hacer una broma tonta o comentar algo sarcástico quizás, pero no lo hizo. Tal vez porque él tampoco apartó los ojos. Tal vez porque, por una vez, no quiso romper el momento. Con la misma lentitud con que se mueve una hoja al caer, RedLeaf la atrajo hacia su pecho. Ella volvió a apoyarse contra él, igual que la noche anterior, solo que ahora era consciente de cada punto de contacto. Su respiración se acompasó con la de él sin quererlo, con la cadencia de una hoja al caer. Y algo en su interior, esa parte suya que siempre se mantenía alerta y con alas desplegadas, no supo si acomodarse como lo hizo cuando buscó consuelo en sus brazos o huir como la noche en la que él acarició su ala. —Ministro... —dijo, con la intensión de protestar, pero el nombre le salió como un suspiro de frustración— Deje de jugar, perdemos tiempo valioso. Pero desvió la mirada al decir esto, negándose a apoyar la mejilla contra el pecho del ministro. RedLeaf dejó escapar una risa suave, mientras sus brazos se acomodaban de la forma más respetuosa contra ella antes de salir de la pequeña gruta hacia la orilla. Desde ahí, el vuelo fue hacia arriba con rapidez, en dirección al árbol moribundo. Seguía lloviendo, pero ahora se podían esquivar las gotas y llegar hasta el árbol donde la copa grisácea detenía la mayoría. Ambos se posaron en una rama y un vago sentimiento de familiaridad llenó a Vidia cuando se separó de RedLeaf. Fue como revivir de algún modo la primera vez en la que el ministro la sostuvo en sus brazos, cuando el oso de niebla.  Por eso Vidia permaneció en silencio unos segundos, donde quedó tras bajarla, mientras que RedLeaf desvió su atención directo a la madera de color enfermizo. Algo había cambiado en la vuelo veloz, porque fue en ese breve instante de separación, cuando notó que no estar cerca de él no era lo que realmente deseaba. RedLeaf por su parte puso ambas manos sobre la corteza y extrapoló su mente a la del ser vivo apenas bajo su tacto. Después de unos segundos, se retiró y se quedó observando la madera, con seriedad, la arruga característica de la preocupación se perfiló en su entrecejo mientras pensaba. —¿Y bien? —quiso saber Vidia— ¿Qué hay que hacer? El ministro iba a decir algo, pero pareció cambiar de opinión, volviéndose hacia el lateral de la rama donde estaban para ver hacia abajo, al agua que rodeaba al árbol. Allí, Vidia observó que habían formas más oscuras que el agua que se movían, quizá cardúmenes completos de peces.  —Talvez todavía exista una posibilidad. —masculló el ministro— Si logramos drenar el agua y pudiéramos remover la tierra fangosa del sedimento del lago y rellenar con tierra del bosque abonada y seca... y darle los cuidados precisos, por supuesto... talvez se podría salvar. Vidia soltó un suspiro de alivio. —Eso es suficiente ¡con una posibilidad basta! ¡Hay que hacerlo! —No es tan simple. No deberías cantar victoria tan pronto —la reprendió casi con severidad, volviendo a mirarla de hito en hito—. Esto no es coser y cantar. Llevará tiempo, nos retrasará, y además no disponemos de más de unos días... El árbol tiene gran parte de las raíces podridas. Es casi imposible salvarlo, a menos que se use una gran cantidad de magia, y... —¡Olvídelo! —interrumpió ella, tozuda, dando un pisotón— ¡Hay posibilidad! eso me es suficiente a mi y a él. RedLeaf vio como señalaba el árbol y se dio cuenta de que otra vez, la vuelo veloz tenía razón. La observó en silencio mientras ella lo desafiaba a continuar, a aferrarse a esa única posibilidad, a recordarle que era necesario actuar en vez de dudar tanto. El ministro se permitió sentir una gratitud cercana a la euforia. —Hagámoslo ya —continuó ella, impaciente, extrayendo los polvillos—. Empecemos, en vez de seguir quejándonos de esa forma. Seguro que incluso hay algún tipo de ducto natural por donde drenar el agua. Bastará con que busque la forma de hacerlo, y yo... Él se acercó a Vidia y, tomándola por ambos lados del rostro, le plantó un beso en la frente con ternura. Sin soltarla, aprovechando el shock que le había producido, le dijo: —Hazlo.  Sin decir más, la dejó y emprendió el vuelo hacia arriba, hacia el techo tachonado de huecos por donde se filtraba la lluvia. Vidia, por fin, comprendió lo que acababa de pasar y se sintió tanto irritada como feliz. —¡Oiga! ¡Eso no es justo! ¿Qué hará usted mientras tanto? —¡Ya lo verás! Una sensación cálida se había instalado en el interior de Vidia, una sensación extraña y diferente que apenas ahora estaba conociendo. Entre el calor que ahora tenía en las mejillas y la leve sensación de que el ministro se había burlado de ella, le tenían confundida, pero bastante a gusto, a decir verdad. Con un bufido de fastidio, a pesar de estar sonriendo, Vidia se concentró en sacar los polvillos y escoger el azul. Como la última vez, con Stormir, tomó solo una pizca de polvillo para ambas manos y se acercó al final de la rama. Acercó las palmas brillantes de ese tono turquesa y se dedicó a invocar los poderes que usaba para crear el viento. El resultado fue una explosión de agua saltando hacia arriba, hacia ella, que la hicieron retroceder. Vidia se echó hacia atrás en el momento justo, pero cayó de espaldas contra el árbol. Su ala herida se quejó con una punzada de dolor que le quitó el aliento por unos segundos. —Te equivocaste si pensaste que eso me detendría. —gruñó incorporándose de nuevo. Yendo de nuevo al borde, volvió a intentarlo con un resultado parecido. Descubrió que así como había tenido mayor facilidad con el talento del jardín que con el de la luz, así ahora le iba fatal con el del agua. Simplemente no le funcionaba. La sensación que la boca de RedLeaf había dejado en su frente fue olvidada por la de la frustración y cierta ira. Pero esas cosas para una vuelo veloz no significaban un ataque de ira, sino uno de determinación. Vidia se acercó al borde de nuevo, esta vez pensando antes de actuar. Cuando le fue mejor con la enredadera fue cuando se concentró completamente y usó ambas manos. Y cuando Fern estuvo con ella, cabía resaltar. Pero claro, ahora estaba sola... Quizá si tenía contacto con el agua como lo tuvo con la enredadera...  Su vista se paseó por las ramas hasta que ubicó una que tocaba con sutileza la superficie del agua y se mantenía a flote. Si quería que esto funcionase, debía acercarse de verdad al lago, así que no le quedaba otra alternativa. La vuelo veloz pasó rápido por la rama, pasando a otra y de esta saltando a la que había escogido. Ante el movimiento y lo delgada de la rama, esta se balanceó en la superficie del lago, salpicando apenas y haciendo a Vidia mover los brazos en busca de equilibrio. Cuando pudo sostenerse sin bambolearse, emprendió la carrera hacia el agua. Tan pronto como llegó al área semi sumergida, Vidia se sentó a horcajadas sobre esta y se aferró bien al tiempo en el que bajaba ambas manos a la superficie fría. Al instante un barullo de información le llegó de todas partes, y Vidia supo que el agua salada que venía del enorme océano, conservaba dentro de si parte de todos los seres que habían vivido y muerto dentro de si desde el principio de los tiempos. El resultado fue una explosión.  Vidia casi salió despedida cuando el agua presentó olas como las del mar y todo el recinto terminó empapado por el movimiento violento de la espuma y el poder del océano encerrado en esta pequeña parte de sí. Por poco y se resbala, por poco y se ahoga al tragar más agua salada de la que era capaz de soportar, pero Vidia se mantuvo en su posición. Las manos seguían color turquesa, así que seguía teniendo más oportunidad. Vidia respiró hondo y esta vez decidió posar las manos con delicadeza en vez de sumergirlas de golpe. Así y solo así, el agua se abrió ante ella. De la nada, pasó algo similar a lo que ella sentía al leer los mapas del viento con sus manos. Ante sus ojos, el agua dejó de tener secretos, Vidia pudo ver los peces y las algas, las piedras y el fango abajo, algunos cangrejos y demás, pero también vio que el agua no se quedaba ahí, vio que habían galerías secundarias que conectaban con esta del árbol. Identificó además unas tuberías naturales que con la presión suficiente podrían ser destapadas y usadas para eliminar el agua salobre a acueductos marinos que conectaban al océano.  Vidia entonces ubicó el ducto menos dificil de destapar y buscó la forma de hacer presión contra el lodo y el fango sedimentarios para desbloquearlo. Buscó empujar con un dedo, desde la superficie, se dio cuenta del tremendo poder que residía en las hadas del agua, aunque parecieran las más tontas. Se prometió tratar mejor a Silvermist si regresaba con vida y no se ahogaba ahora. Sintió como las piedrecitas y el lodo cedían hasta que una forma oscura se interpuso entre ella y el ducto. Vidia se sorprendió, retrocediendo y alzando las cejas, buscó ver de qué se trataba. El cardumen de ante, acaso. Pero cuando buscó la forma de desvelar lo que se interponía, la forma oscura se movió y un azote de agua le salpicó el rostro como una bofetada. Escupiendo un chorro como un delfín, Vidia se retiró el cabello húmedo apelmazado del rostro antes de gruñir y volver a intentar. La forma oscura se movía por todo alrededor con rapidez, demasiado como para que Vidia la ubicase bien y supiera qué era de verdad. Sea lo que fuere, cuando antes tuvo la explosión de información, sin duda alguna no vio nada parecido. Meintras pensaba que probablemente tuvo que venir de una galería secundaria, la forma oscura se hizo más grande y la vuelo veloz se dio cuenta con horror que se estaba acercando a la superficie. Concretamente, al sitio donde ella estaba, sobre la rama delgada. En el último momento, dio un salto de esa a otra rama a su derecha, más alta y menos rugosa que la hizo perder el equilibrio y no lograr aferrarse bien. Al voltear hacia atrás, vio como la forma oscura ascendió y rompió la superficie del agua con una explosión como de un géiser al erupcionar. Cerró los ojos cuando eso pasó y al abrirlos vio la rama arrancada de cuajo. —¿Pero que...? No pudo acabar de hablar porque la figura regresó y antes de que pudiera decir o hacer nada más, la explosión de agua la envolvió de nuevo y Vidia fue arrastrada hacia el interior del lago salado.
2 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)