ID de la obra: 1428

Guardiana de los vientos

Het
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El guardián del lago

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Nunca imaginó que el tener el talento en sus manos no la eximía de hundirse como una piedra cuando cayera al agua.  Vidia forcejeó contra lo que la sostenía, pero cada segundo esto la arrastraba más y más, jalándola hasta lo profundo del lago, hacia las algas. El polvillo en sus manos se estaba deshaciendo y si no pensaba en algo qué hacer, moriría ahogada. La presión empezó a sentirse en sus oídos con una sensación extraña, podía sentir como a cada segundo el agua la aplastaba más y más. Lo que sea que la sostenía por las piernas pareció cansarse de ella, porque la abandonó en medio del agua al poco rato. Vidia solo veía el agua oscura y el polvillo del talento había dejado de mostrarle lo que había a su alrededor. Estaba ciega y abandonada. Pataleó con fuerza, buscando ascender, pero era inútil, su pequeño cuerpo liviano para el aire era aquí pesado. Llevó sus manos frente a sus ojos y el resplandor azul le trajo una débil esperanza. Sus pulmones quemaban, pero aún no estaba todo perdido.  Vidia pensó en las ráfagas de aire e hizo lo que haría si hubiera tenido aún su talento de vuelo veloz. De sus manos se movilizaron las corrientes de agua en direcciones diversas, creando remolinos que por momentos solo hicieron que se hundiera más. Vidia luchó por proyectar su poder hacia abajo y, de esta forma, tratar de impulsarse hace arriba. El resultado fue un par de cañones de agua que la lanzaron fuera del lago con una velocidad semejante a la que antes la acompañaba al volar. Pero que la hicieron aterrizar estrepitosamente contra las ramas más altas del árbol. Escupió agua salada y se talló los ojos mientras tomaba bocanadas de aire con desesperación. Sus oídos zumbaban y su cabeza dolía, por no mencionar el estado en el que sentía sus pulmones. Sentía que ni todo el aire del mundo le bastaba ahora. Sintió las manos de RedLeaf, calientes en comparación con su piel helada y empapada. Aún tenía los ojos cerrados cuando él buscó reanimarla mientras le hablaba, primero con calma, después con premura. —Vidia, porfavor... Ella volvió a escupir el agua salada y se dio cuenta de que la oscuridad era casi total. Solo veía el rostro del ministro y una inmensidad de oscuridad a su alrededor. —RedLeaf —dijo ella, tosiendo aún— ¿es de noche? —Dioses, Vidia —suspiró de alivio antes de volver a su faceta de regaño paternal—. No se te puede dejar ni dos segundos...  —¿Ha dejado de llover ya? —murmuró ella, ignorándolo y buscando levantarse. —Si, es de noche y si, ha dejado de llover —respondió él con molestia, pero feliz de tenerla de vuelta—. Ahora tú contesta ¿Qué pasó allá abajo? apenas regreso y vi como si el agua hirviera y luego un pequeño maelstrom se formó en medio del agua y tú saliste despedida de su centro hacia afuera. Vidia observó que RedLeaf estaba empapado, como ella, pero él tenía un mejor aspecto. Parecía cansado, pero preocupado por su seguridad a pesar de su tono de amonestación. Traía un par de hongos luminosos, que dejaban ver apenas lo suficiente. Cuando sus manos sintieron la corteza bajo ella, supo que seguían sobre el árbol moribundo. —Hay algo dentro del lago. —se limitó a decir— ¡Un bicho espantoso que ha buscado ahogarme! De pronto toda esa inclemencia que la caracterizaba regresó de golpe, recordándole quien era ella y que un desafío nunca se rechazaba. Buscó ponerse de pie con la intención de regresar al agua. —¡Oye, Vidia! —RedLeaf la tomó del brazo y evitó que la hada se lanzase de clavado— ¿Has perdido el juicio? eres vuelo veloz, ningún polvillo azul te hará saber nadar.  —Suélteme, esto es personal. —casi escupió ella, buscando apartarlo. —No, no lo haré —su mano se mantuvo firma—. No dejaré que saltes como loca a tu muerte. Si ahí hay un tiburón o un pez agresivo, ¿crees que un aumento en la hostilidad haría algo más que traer problemas? —Usted no lo entiende —se quejó, pero cesó en sus tentativas de escape—. Esa cosa tiene inteligencia, no quería que yo destapase los ductos naturales, se interpuso entre mis manos y ellos. Y cuando yo insistí, eso buscó ahogarme. RedLead abrió la boca, pero cambió de opinión. Mantuvo su agarre, pero no dijo mucho más por un momento, solo bajó la vista hacia el agua oscura.  —¿Y crees que podrías pelearte a golpes con eso o algo así?  El toque de ironía en la voz pacífica hizo que Vidia se ruborizara de vergüenza. Hasta ese momento, buscar venganza aún a costa de su vida le había parecido lógico mientras estaba enojada, ahora se sintió la hada más tonta de NeverLand. —Olvídelo —bufó, con fastidio—, ya entendí... fue una estupidez... El ministro sonrió con cariño y su mano sobre el brazo de Vidia se aflojó. Sin embargo, sus dedos se demoraron más de lo debido en su piel blanca antes de separarse de ella.  —Lo bueno es que sigues viva y con la misma actitud encantadora de siempre —solo entonces la soltó, casi a regañadientes—. Repasemos el asunto ¿te parece bien...? Hay un animal dentro con inteligencia que además de consciente de nuestro propósito es lo suficientemente inteligente como para saber qué pasará cuando destapemos los ductos. No obstante... debemos drenar el agua para intentar salvar el árbol. —¿A donde fue antes? —Vidia de pronto recordó que él la había dejado sola y la irritación de casi ser comida por un monstruo marino o morir ahogada la tenían a la defensiva. —Fui en busca de tierra abonada —explicó, sin alterarse por el tono de la joven—, en el bosque hay una zona con tierra oscura perfecta. Eso me trae a la idea que se me acaba de ocurrir. Mira, Vidia, si hay algo ahí abajo luchando por vivir como lo hace el árbol, no es justo preferir una vida por sobre otra. —¿Porqué no? —se irritó ella, recelosa. RedLeaf, paciente y bastante paternal, se sonrió. —Porque va contra la naturaleza. ¿Si me estás entendiendo o debo esperar hasta que el agua salada salga de tu cerebro de hada caprichosa? Vidia volvió a enfurruñarse, pero suspiró. Buscó calmarse y olvidar lo que acababa de pasar. Sus ojos dieron un rodeo por la fría oscuridad del interior de la cueva antes de llevar sus manos a sus antebrazos, frotando en busca de alguna ilusión de calor que no podía alcanzar. —Continúe, pero vamos al refugio y a la fogata, muero de frío. RedLeaf volvió a cargarla en brazos mientras atravesaban el aire por encima del lago hasta la orilla. Desde fuera, cantaban las ranas y se oían grillos, pájaros nocturnos y demás seres amantes de la noche. Pero ambas hadas eran del calor, lo que más necesitaban era acercarse al fuego que languidecía más allá. Después de avivarlo con unas pocas ramitas, Vidia se dejó caer a un lado, cansada. Vio que el resto de los bultos también estaban ahí, completando el equipaje desde donde RedLeaf extrajo el vino fuerte de las hadas sin alas y le sirvió una copa a su compañera. Ella la tomó gustosa, pero la bebió a sorbos discretos, con prudencia. —Bien, lo que he pensado es que... —continuó por fin— si no podemos desecar el lago porque mataríamos al animal que cuida celosamente el agua, no nos queda más remedio que buscar que el árbol salga de ahí. Vidia escupió el vino antes de atragantarse y empezar a toser de nuevo. —Es un vino fuerte, lo sé, pero no es para desperdiciar. —alzó una ceja el ministro. —No es que lo haga intencionalmente —se defendió ella— ¿se está oyendo a si mismo, ministro? ¿hacer que el árbol salga del lago? RedLeaf se encogió de hombros y dando unos pasos hacia atrás buscó las provisiones para empezar la comida de nuevo. La cena los había encontrado un poco tarde, pero nada les impedía ahora llenar el estómago. —No es imposible. Las hadas de la antigüedad estaban íntimamente relacionadas con las náyades y las ondinas que vivían dentro de cada árbol. Ahora es diferente, por supuesto. Con las guerras de los hombres, las plantas apenas y tienen sus propias consciencias simples y primarias. Pero eso no les impide escuchar cuando un hada del jardín les habla y obedecer a una voz autoritaria, cuando tiene razones loables que van de la mano con su supervivencia.  Vidia consideró grosero interrumpir, así que buscó entre sus cosas más ropa seca y un cepillo para su cabello desordenado. Hizo una nota mental para no olvidar sacar a la araña de su caja para continuar con su vendaje una vez volviese a estar seca. —Además, ya lo he hecho antes —RedLeaf hablaba desde el recuerdo, con leve añoranza—. En otros tiempos hice más por los árboles... En su momento se me encomendó transportar a Diostenes, un árbol anciano, de un punto de Pixie Hollow a otro, porque la tierra bajo sus raíces tenía gemas que servirían para las joyas de la reina. Que en ese tiempo era otra hada muy diferente a nuestra actual majestad. La vuelo veloz lo dejó hablar mientras se vestía, de espaldas a él y tras una roca que la cubría. Mientras sus manos pasaban por el sitio donde RedLeaf la había sostenido del brazo, pensó que nunca en su vida le habían emocionado los toques tan simples como ese pequeño roce bienintencionado. Tampoco es como si antes hubiera estado al borde de la muerte tantas veces, ni siquiera cuando fue parte de esas aventuras a las que Tinkerbell la arrastraba siempre. —Pero, ministro —se atrevió a interrumpir por primera vez, cuando estaba terminando de vestirse—, ¿el árbol podrá soportar un viaje así? ¿y por donde saldrá en primer lugar? ¿ha pensado en eso siquiera? —Veo que sigues muy irritada —comentó él, como si nada—, te haré un té. —Eso no responde a mi pregunta. —gruñó ella. RedLeaf colocó un pequeño recipiente al fuego, vertió agua de los viales que cargaban y añadió una hojita que extrajo con cuidado de una bolsa del equipaje. Había sido un regalo de Tink, una pequeña cosa perdida muy útil que parecía que se llamaba dedal. El calor empezaba a impregnar el aire con un aroma herbal y limpio además del resto del estofado que ya estaba haciendo a parte. Luego se volvió, instintivamente, en busca de Vidia. Quería asegurarse de que estuviera bien, después de lo ocurrido le seguía teniendo preocupado. Pero no esperaba que, al asomarse tras la roca, la penumbra le regalara un destello fugaz de la femenina piel desnuda. El contorno delicado de un muslo y una rodilla, con la piel blanca como pétalo bajo la sombra, bastó para descolocarlo. Esa piel tersa, húmeda, sin marca alguna, tan real que el corazón del ministro dio un vuelco en el pecho. RedLeaf retrocedió de golpe, tropezando con torpeza. Su talón golpeó el borde de la fogata y, con un chasquido alarmante, estuvo a punto de caer sentado en las brasas. Vidia emergió de inmediato, sobresaltada por el ruido. Ya vestida, con su largo cabello suelto cayéndole por la espalda, lo encontró en el suelo, con una rodilla doblada y una mano aún apoyada para no perder el equilibrio. Tenía las mejillas de un color semejante a sus ropas y los labios ligeramente separados en un jadeo de repentino calor y una expresión indescifrable en los ojos que evitaban los de la vuelo veloz. —¿Ministro? —dijo ella, vestida completamente, aún peinando su largo y oscuro cabello suelto. —No es nada —la tranquilizó, apresurado, mientras se incorporaba como si no hubiera pasado nada—. Tropecé... —Hablábamos del árbol... —dijo ella, extrañada por el nerviosismo del ministro, pero sin darle mayor importancia. —El árbol, si —aceptó él, volviéndose al cacharro de agua—, te decía que había ido al bosque y encontré la tierra perfecta. Pues ahí sería un buen lugar para trasladar la fuente del viento. Además, no hay aquí pigmeos verdes que nos lo impidan. Vidia percibió el temblor de la voz del ministro, pero no pudo encontrar ninguna razón para ello, por lo que desistió de seguirlo pensando. Se acercó al fuego y tomó la escudilla que RedLeaf le ofrecía con el estofado de plantas y verduras silvestres. Se dejó el pelo suelto, húmedo aún. —Le preguntaba si el árbol resistiría. —repitió ella, tomando una cucharada mientras volvía los ojos hacia la copa grisácea que se veía emerger del agua. —Es posible. —se limitó a decir el ministro, aún dándole la espalda— Después de ver lo que ese animal marino te hizo, está claro que no conviene confraternizar con él. Sacaremos al árbol y lo llevaremos con lentitud fuera. —¿Y cómo lo sacaremos? ¿si recuerda que hay un techo de roca sobre él, no? El sarcasmo marcado en esa voz femenina lo hizo poner los pies en la tierra de nuevo. Era cierto ¿Cómo lo sacarían en primer lugar? si ya de por si era toda una proeza sacar al árbol semi podrido del agua envenenada, ¿Cómo pensaba sacarlo de ahí sin herirlo todavía más? Se llevó una mano a la sien, masajeando con suavidad. Vidia era más inteligente de lo que parecía, además de hermosa y talentosa. —Ya que eres toda una sabelotodo —la picó un poco, sacando del fuego el té y vertiéndolo en una tacita de bellota—, ¿porqué no piensas en una forma de sacar al árbol de aquí? estoy abierto a sugerencias.  La vuelo veloz aceptó el té. Lo cubrió con ambas manos, buscando extraerle todo el calor posible, ya que aún seguía fría a pesar de la ropa seca. El recuerdo de esa agua oscura y ese animal dentro del lago la perseguirían por el resto de su eternidad como hada. —Ya que los árboles lo escuchan y pueden obedecerlo —empezó a especular, mirándolo para captar una reacción a sus palabras que le diera alguna idea de si estaba en lo correcto o si lo que decía le parecían estupideces al ministro—, ¿Qué tal si le pide a ellos que rompan el techo...? ellos están sanos, podrían incluso apoyar al árbol para subir con raíces y ramas y ayudarlo a curarse y sembrarse en el sitio que usted escogió. RedLeaf se detuvo a medio sorbo de la cucharada de estofado y conectó su mirada con la de ella por encima del vapor de la comida caliente.  —Si tenías ideas tan buenas, ¿por qué no las dices más seguido? —su voz sonó grave, casi divertida, con un dejo de afecto bajo el tono de reproche. Ella se soltó a reir ante esto y él le sonrió de la misma forma, con complicidad. La tensión del momento se alivió por unos instantes. —Parece que me dejas a mí todo el trabajo de pensar —añadió él, bajando la vista—. Cuando tú también tienes una mente extraordinaria.   Esa noche, la decisión estaba tomada. Al amanecer pondrían en marcha el plan. Como la lluvia había cesado y RedLeaf vaticinaba buen clima, tras terminado el vendaje, se fueron a dormir bajo la protección de las rocas, algo más tranquilos. La posibilidad de salvar tanto al árbol como a la criatura del lago les trajo un inesperado consuelo. Vidia soñó con una caricia en la frente y la cercanía cálida del ministro al susurrarle palabras suaves. Aunque despertó poco después por una pesadilla con lo que se escondía bajo el agua. RedLeaf, en cambio, despertó varias veces con la imagen persistente de la piel tentadora de la vuelo veloz deslizándose fugaz en su memoria. Él sabía que estaba perdido, porque su mente regresaba todo el tiempo a Vidia.
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