ID de la obra: 1428

Guardiana de los vientos

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Lo que acecha entre las aguas

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Dominar el talento de las hadas del jardín era más difícil de lo que Vidia llegaría a admitir. Porque requería una sensibilidad que ella no poseía, no despierta, por lo menos. No como RedLeaf, que con hablar a las plantas las hacía obedecerle sin problemas. Vidia sentía que, de alguna forma, esa voz de autoridad no era necesaria con ella, lo admiraba aunque le parecía fastidioso a veces, su amabilidad era suficiente para que ella quisiera seguirlo. El árbol en el que ella estaba se movía un poco de mala gana, o así le aparecía a Vidia que comparaba los movimientos con el árbol de RedLeaf. Este otro arce usaba las lianas y raíces para tirar del techo de rocas de la cueva por las ranuras hasta romperlas. El de Vidia apenas y estaba ayudando, y aunque eso le impacientara, era bastante. Con las manos enfundadas en el polvillo rosa, Vidia le daba instrucciones a su árbol, probando varios tonos para ver con cuál le obedecía más. No fue ninguna sorpresa que al ser más amable lograba un mayor efecto en el árbol, que se movía con mayor brío y mayor fuerza. Al poco rato, el techo de la cueva fue destruido por completo y el lago y el árbol recibieron directo el sol de ese día sin lluvia. Vidia descansó sobre el arce que le correspondía, había hecho demasiado esfuerzo, aunque solo hubiera estado pasándole instrucciones al árbol y hubiera sido este quien hiciera todo. RedLeaf se quedó por el contrario sobre el suyo, mirando hacia abajo. —Tendremos que animar al árbol del viento a subir —decidió, mirando las hojas grises que se perfilaban abajo—, desde aquí lo ayudarán los arces. Pero es necesario que él ponga de su parte, aunque sea desgastante y doloroso. Porque los de aquí arriba no se podrán estirar hasta abajo. Levantó la mirada al resto de los árboles alrededor, que era varios más que esos dos que ambos estaban controlando. El bosque estaba alrededor de ambos, había ayuda suficiente. No le costó pensar en lo que deberían hacer. —Tendrán que ayudarnos todos ustedes. —proclamó, alzando el vuelo para ir de uno en uno, tocándolos al tiempo que les daba instrucciones. Vidia lo observó con asombro. Cada árbol respondió al llamado, levantándose sobre sus raíces para avanzar con lentitud hacia el borde del claro. El crujido de la madera al moverse llenó el bosque de un sonido resquebrajante, casi sagrado, mientras los árboles formaban un círculo alrededor del hueco que daba al lago. Uno por uno, bajaron sus raíces, que se extendieron como brazos fraternales hasta aferrarse al tronco y ramas del árbol moribundo. RedLeaf descendió volando hacia este último y se posó sobre su corteza, marchita y cetrina. Apoyó ambas manos sobre ella y comenzó a hablarle como solo un hada del jardín podía hacerlo. Vidia presenció entonces un cambio sutil pero inconfundible: el árbol tembló, se estremeció y soltó un quejido, parecido al silbido leve que emitían aquellos árboles que cuidaban las hadas sin alas. —¿No lo lastimará? —quiso saber ella, lanzando una mirada atenta al ministro. El hombre gorrión había tenido una expresión de concentración, hasta que Vidia habló. Apenas esbozó el comienzo de una explicación cuando el árbol se quejó con mayor fuerza, interrumpiéndolo. —Con cuidado, hermanos —apremió al resto de los árboles—. Sean muy cuidadosos... Ellos obedecieron, tirando con más delicadeza. El sonido de la madera crujiendo y de las raíces podridas reventándose llenaba la caverna a medida que el árbol se desprendía del fondo del lago salado. Hubo un sonido de chapoteo húmedo, desagradable, que sonaba incluso a succión, cuando las raíces aún rescatables eran desprendidas del cieno salado. El agua se agitaba con cada tirón consecutivo; aunque procuraban hacerlo con delicadeza, era imposible no aplicar firmeza. —Solo un poco más —pidió RedLeaf, buscando tranquilizar a Vidia y a sí mismo—. Sean constantes... pronto terminará. Vidia repetía las instrucciones a su árbol, el que lideraba toda la comitiva, y a su vez los demás lo seguían con el mismo brío. Para entonces, ella ya había comprendido que hasta el más pequeño de los seres de la naturaleza poseía conciencia, alma y pensamiento. Y que ellos también podían sufrir, a su manera. El agua oscura se mecía ahora con mayor violencia y salpicaba las raíces de los árboles. Vidia creyó distinguir, entre la espuma blanca del agua salada, la silueta oscura de aquel ser marino agitándose en el fondo, removiendo aún más el lago. Parte de ella deseaba que esa criatura se asustara lo suficiente como para no volver a intentar ahogar a las hadas que cruzaran por encima del agua. Pero otra parte (más despierta desde que era amiga de Tinkerbell, y mucho más sensible desde que RedLeaf la había arrastrado a esa nueva aventura) deseaba, a su pesar, que a ese ser inteligente no le ocurriera nada malo. Le fastidiaba y le había guardado cierto resentimiento, pero ella no era un monstruo. Simplemente no olvidaba que había estado a punto de morir gracias a ese ser indefinido. Por eso sus ojos recorrían con recelo la superficie del agua oscura, sin dejarse distraer del todo de la labor. Para ese punto, RedLeaf ya había logrado que el árbol de viento extrajera sus raíces aún vivas del lago, pero la tarea de alzarlo por encima del agua y más allá de las paredes de roca era otro asunto. RedLeaf descendió volando hacia el árbol una vez más, posando las manos sobre él para brindarle consuelo. Vidia lo observó en silencio. Vio la suave manera en que tocaba la corteza, la calma solemne de su gesto, el leve susurro con que parecía hablarle al árbol. Todo en él tenía una delicadeza que no le parecía desagradable. Sintió algo cálido y ajeno nacerle en el pecho hasta que, con un sobresalto interno, comprendió que lo estaba mirando como algo más que un ministro. —No. —se dijo a si misma— No... El pensamiento le dejó un regusto a vértigo, como si el suelo hubiese cambiado bajo sus pies. RedLeaf había cambiado mucho ante sus ojos, demasiado, hasta el punto en el que ahora no podía dejar de mirarlo. Entonces fue cuando el ser del lago saltó fuera del agua. Era una forma muy parecida a los hombres del continente, aunque desde las caderas hacia abajo se asemejaba más a los peces. Vidia se quedó sin aliento. Lo que intentaba ahogarla era una sirena. Concretamente, un tritón, pues las formas del ser marino eran marcadamente masculinas. —¡Alto! ¡Deténganse! —gritó él. El ministro y Vidia se detuvieron al mismo tiempo, intercambiando una mirada sorprendida. Los árboles cesaron su avance, y las raíces dejaron de jalar. Con un quejido profundo, el árbol del viento pareció suspirar aliviado. Un silencio extraño se impuso, mientras todo el bosque miraba hacia el tritón, semi erguido en el agua. —¿Qué creen que hacen? —insistió, frunciendo el ceño y alzando un arpón de marfil—. ¿Creen que pueden llevarse el árbol sin que yo me oponga? ¡Es lo único que mantiene oxigenado este lago, lo único que impide que el agua se estanque y yo pierda mi hogar! ¡No se lo pueden llevar así! Vidia tuvo un momento de confusión, pero luego comprendió lo que estaba ocurriendo. —Tú eres el que me impidió drenar el lago. —no era una pregunta. —Y el que quiso ahogar a Vidia —añadió RedLeaf. La vuelo veloz se volvió hacia él justo en el instante en que el ministro pronunció esas palabras. Su voz habría congelado el lago entero si hubiera seguido hablando. Vidia reconocía ese tono, pero jamás lo había escuchado con tanta intensidad, lo que la dejó tan descolocada que apenas notó cuando el tritón volvió a alzar la voz. —¡¿No me han escuchado?! —rugió. Sus escamas se crisparon y las aletas de su garganta aletearon con violencia—. ¡Ustedes empezaron primero! ¿Qué creen que pasa cuando se deja sin agua a un tritón? ¡Se muere, por el amor a Poseidón! ¿Saben lo que ocurre cuando el agua deja de oxigenarse y moverse? ¡Se estanca y se pudre! ¿Acaso estoy tratando con las hadas más idiotas de NeverLand? RedLeaf se irguió con una dignidad que Vidia no le había visto nunca. Pero fue ella quien perdió los estribos. —¡¿Y tú quién te crees que eres, pez apestoso?! —le gritó fuera de sí, con los dientes apretados—. ¡Le hablas a un ministro del mundo de las hadas! Alguien muy por encima de tu miserable existencia. ¡Muestra más respeto! El tritón se echó hacia atrás, sorprendido por la furia de Vidia. RedLeaf pensó que, de haber tenido alas, la vuelo veloz habría volado directo hasta el rostro del tritón solo para gritarle. Pero a falta de ellas, su poder estalló: el viento se arremolinó en torno a ella como una tormenta en miniatura, con una fuerza temible. El ministro se quedó boquiabierto unos segundos, por lo que antes de que Vidia desplegase toda su ira ante esa ofensa él alzó el vuelo y fue hasta ella. Solo con colocar una mano sobre el hombro de la vuelo veloz, Vidia se tensó y el viento se apagó de la misma forma en que había iniciado. —Muy bien, Vidia —dijo con voz calmada—. Desde aquí me encargo yo. Ella apretó los labios, molesta. Se apartó de su toque con un resoplido fingidamente ofendido. —No deje que lo trate así —gruñó—. Es un malcriado. No se le debe hablar así a las autoridades. ¡No sabe nada de modales! —Bueno, tienen eso en común... ¿no te parece? Se miraron un momento. Ambos sonrieron, apenas. Vidia sintió una chispa sutil correr entre ellos. —Déjame a mi ¿de acuerdo? —insistió RedLeaf— no necesitamos más problemas. Y el árbol no puede permanecer demasiado tiempo fuera de la tierra con esas raíces podridas. Vidia asintió, resignada. —¿Qué hago entonces? —resopló con impaciencia— Porque no puedo creer que usted quiera que me quede de brazos cruzados. —Ya que hablamos de las raíces —dijo él llevándose una mano al cabello revuelto que no estaba acostumbrado a llevar descubierto—, acércate a él y busca consolarlo, haré que los árboles quiten las raíces podridas y cenagosas. El árbol del viento deberá regenerarlas desde las que ya están bien. Ella acató ordenes y solo cuando RedLeaf salió hacia arriba para tocar los árboles y luego se plantó frente al tritón, Vidia se dio cuenta de que no tenía forma de bajar sin poder volar. Tenía que bajar, y lo único que se le ocurría era bajar por las raíces de los árboles de arriba hacia el tronco moribundo. Tenía que usarlas como cuerdas. Vidia soltó un suspiro quedo, pero no dijo nada para que RedLeaf no la considerase más débil de lo que ya era. Empezó a bajar. Usó una y otra de las raíces como cuerdas, pasando de una a otra con dificultad. Sus brazos empezaron a doler desde antes de la mitad del camino y para cuando llegó a ese punto, ya el dolor quemaba y las manos le temblaban. Abajo, RedLeaf usaba su diplomacia con el hombre pez, pero parecía que era como sacar sangre a una piedra. No podían hacer mucho más que quizá distraerlo, Vidia se preguntó si no sería esa la idea original del ministro. Ya que su orgullo le impedía pedir ayuda, la vuelo veloz se quedó colgando de las raíces que se movían aún para sostener a la fuente del viento. Los árboles parecían esperar a que ella bajase. No obstante, RedLeaf alzaba la vista de vez en cuando hacia Vidia, con atención sin que ella se diese cuenta. Por eso cuando estuvo a punto de perder el agarre, una de las raíces terrosas la tomó por los brazos y la alzó hasta ponerla sobre su destino. El ministro había tocado una de las raíces desde donde estaba y esta había reaccionado para ayudar a Vidia. —Agárrate fuerte, Vidia. —le dijo él con un suspiro de alivio al verla colgando indemne— No me perdonaría que cayeras de esa forma. —Está bien, gracias... —suspiró ella, dejándose ayudar por fin. Al bajar, sobre el árbol gris y moribundo, volvió a sacar una pequeña cantidad de polvillo para recubrirse las manos. Abajo, RedLeaf estaba volviendo a enunciar sus razones a un tritón que hacía oídos sordos. Se detuvo a pensar... ¿Y si hacía que el árbol subiera en ese momento aunque el tritón no lo quisiera?
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