El arpón
23 de noviembre de 2025, 16:12
Ni todos sus días de diplomacia le iban a servir en este momento cuando se enfrentaba con un tritón con mal carácter que no cedía ni un centímetro de terreno. RedLeaf no podía concentrarse, tenía un ojo puesto en Vidia, balanceándose entre raíces mientras el tritón le soltaba una sarta de avisos y amenazas de las que no estaba sacando mucho en limpio.
Hasta donde entendía, este tritón debía ser otra victima de quien sea que estuviera detrás de todo eso. No hacía mucho, quizá un mes, una tormenta helada en el mar levantó olas que se adentraron en la isla y que a su vez destruyeron parte del reino submarino de las sirenas, más allá de la costa.
Eso trajo consigo a este ejemplar, había sido arrastrado contra su voluntad hasta caer por el techo de esa cueva, hasta donde estaba el árbol. Había pasado lo suficiente ahí metido como para saber que ya no había vuelta atrás y que si no quería morir ahogado, debía taponar los ductos que podían drenar el agua salada.
También había descubierto que si seguía respirando en esa agua estancada era porque el árbol oxigenaba desde sus raíces con columnas de burbujas cada vez más débiles.
—Si se llevan el árbol, moriré. —concluía de vez en cuando el pez hombre, enarbolando su arpón sin dejar de mirar a los ojos al ministro— ¿es tan dificil de entender?
—Supongo que ya habrás hecho algo para salir de aquí. —supuso RedLeaf, con sarcasmo y bastante cansancio emocional, no estaba para estos asuntos, en definitiva no lo estaba— Porque si llevas aquí un mes es esperable que hayas intentado ya.
—¿Ves esas marcas? —le señaló el otro lado de la cueva, donde se alzaba una de las paredes de roca— traté de subirlas con mi arpón cuando aún o acababa la tormenta. No hay manera, ya lo he intentado todo... lo único que quiero es que me dejen en paz. Que dejen mi árbol donde lo encontraron y pueda seguir viviendo como lo hago hasta ahora.
—Bien, supongamos que lo hacemos. —RedLeaf trató de darle por su lado— Te dejamos tranquilo, y nos vamos de aquí. Por un par de días más las cosas seguirían como hasta ahora, hasta que el árbol muera. Es evidente que no comprendes la magnitud que eso conlleva. Al morir el árbol, que morirá lo saquemos o no, tú también lo harás.
—¿Esperas que te crea que el árbol muere? —se exasperó el pez hombre— Cuando lo que quieres es llevártelo estarías dispuesto a decir cualquier cosa ¿verdad?
—No puedes vivir desconfiando de todos —citó el ministro, con su voz siempre calmada—, simplemente puedes tomar las pruebas de que lo que digo es cierto. El árbol está enfermo, su corteza está hinchada por el agua, envenenado por la sal, y las raíces se pudren mientras hablamos. ¡No durará más de unos días más!
El tritón se volteó y miró el árbol unos segundos, ante la vehemencia que RedLeaf le imprimía a sus palabras. Era claro que no mentía, pero eso al hombre pez no le constaba. Cuando ambos miraron hacia la fuente del viento, el ministro tuvo un pequeño acceso de pánico cuando no vio a Vidia.
—¿No son todos los árboles así? —indagó con confusión el tritón.
—No deseo ser descortés, pero ¿Cuántos árboles has visto en tu vida?
—Vivo en el mar, hada —le escupió con irritación—, no acostumbro verlos más que en la lejanía ¿Cómo iba a saber que ese estaba muriendo si es que acaso lo está?
Nuevamente se encararon en desafío, pero RedLeaf se quedó con la espina de la duda ante el paradero de su compañera de viaje. Vidia podía ser muy inquieta, como todas las vuelo veloces, pero también llegaba a ser imprudente y bastante egoista. Una mala combinación si se estaba en una expedición como esa que requería audacia pero también mucho cerebro antes de actuar.
—Exijo que se deje el árbol donde está. —dio por zanjada la conversación el tritón— Si no van a ayudarme a salir, será mejor que no busquen adelantar mi muerte.
RedLeaf sintió nacer en su interior una semilla venenosa de ira que extendió sus raices en sus pecho y le aceleró la respiración. Sus puños se apretaron a los lados, pero su voz siguió siendo la misma.
—Señor tritón...
—Morvain —burbujeó con hosquedad.
—Señor tritón Morvain —continuó RedLeaf, con la misma diplomacia de antes— ¿Qué me diría si le ofrezco un trato?
Las branquias en el cuello del tritón se ensancharon y su tercer párpado cubrió sus ojos por unos segundos antes de descubrir sus ojos al hada. El ministro se dio cuenta de que tenía toda su atención ahora.
—¿Qué clase de trato? —quiso saber.
—Nosotros sacaremos al árbol y lo plantaremos en tierra fértil, afuera. Cuando esté fuera de peligro, nosotros personalmente lo sacaremos de esta cueva y lo llevaremos al mar.
RedLeaf había improvisado esa idea de la nada, su mente no funcionaba del todo bien cuando estaba bajo los efectos de la ira. Pero para ser un plan rudimentario, completamente improvisado y sacado de la manga, pareció despertar todavía más interés en el tritón, que no perdía de vista al ministro.
—Estaré dispuesto a ello —acordó, la suspicacia aún presente en sus gestos—, solo si invertimos el orden de esos factores.
El ministro lo pensó un momento.
—Por mi no hay problema. —extendió las manos con las palmas hacia arriba, en gesto de acuerdo— Solo tendría que...
Un rugido cortó el aire.
Ambos interlocutores voltearon hacia los árboles, tanto los de arriba como el de abajo se movían. En un solo arranque de fuerza, los de arriba tiraron de la fuente del viento y este se impulsó para alcanzar el techo con enorme dificultad.
RedLeaf vio, boquiabierto, como Vidia estaba con ambas manos sobre el árbol moribundo, con las manos rosas por el polvillo de los talentos. Ella había decidido actuar sin decírselo.
Varias raíces se reventaron con la acción, que sonaron como látigos al salir proyectados hacia fuera. Pero los árboles no cedieron, todos a la vez tiraron hacia arriba con brío, alzando a la fuente más de la mitad del camino.
—¡No! ¡Eso no lo permitiré!
El arpón salió despedido cuando el tritón lo lanzó con acertada puntería. Cuando este impactó en el árbol moribundo, el sonido de la madera desquebrajándose y las raíces rompiéndose fue ensordecedor. En un segundo todo se salió de control.
La fuente fue empujada hacia la pared contraria de la cueva, impactando y cayendo destrozado al agua salada. Los árboles arriba no pudieron hacer nada más que aferrarse a la orilla de roca, para no desbarrancarse dentro de la cueva.
RedLeaf se quedó paralizado hasta el punto de que sus alas dejaron de aletear por un momento y estuvo a punto de caer al agua.
—Vidia...
Ella estaba en el árbol, la había visto antes de todo. Ella estaba ahí antes de que el árbol se hundiera. El ministro no pensó en lo que hacía cuando se lanzó hasta donde el agua salada aún chapoteaba agitada. Vio las ramas sobresaliendo de la superficie y sobrevoló en circulos, atento a lo que veía bajo el oscuro liquido.
—¡Vidia! —gritó y bajó demasiado, hasta posarse en una de las ramas que se iban hundiendo cada vez más— ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?
Una mano salió de entre el agua agitada y la vuelo veloz emergió cuando el árbol quedó por fin en el fondo y ella flotó hacia arriba. Se había desmayado, pero flotaba a pesar de todo, eso hizo que RedLeaf suspirara de alivio anticipadamente.
Bajó hasta ella y la tomó con ambas manos, pasando un brazo por debajo de sus rodillas y otra por su espalda, antes de sacarla del agua salada. La cargó con mucho cuidado, sacándola de la oscuridad antes de entender lo que había ocurrido.
Miró hacia abajo, hacia el agua turbia y entrevió la madera grisácea a varios palmos de profundidad. No había burbujas, no hubo ningún silbido ni ningún lamento... el árbol del viento había muerto.
No. El árbol del viento había sido asesinado.
RedLeaf alzó la vista, aún sosteniendo a Vidia con delicadeza y suavidad, su mirada se posó en el tritón.
—¡No hay trato! —gritó el hombre pez— ¡Quisiste engañarme! me distrajiste para que yo no viera como te robabas mi árbol. Pero lo pagaste caro, mosca de bosque. ¡Si yo muero ustedes también! ¡La justicia se practica en mar y en tierra!
El ministro oprimió a la joven en su pecho, sintiendo cómo el agua mojaba sus ropas con la misma rapidez que lo hacía la desolación y el terror. La muerte de la fuente del viento le dolía como la de un hermano, había compartido sentimientos con el viejo, sabía que estaba sufriendo y que iba a ser dificil salvarlo, pero aún era posible... ahora no había ninguna posibilidad, porque ya estaba muerto.
Habían perdido al segundo árbol, sin él ¿Cómo lograrían desterrar el frío?
—Morirás, eso puedes tenerlo por seguro.
Tarde se dio cuenta de que esa voz fría como los días más duros del otoño había salido de su propia garganta. Pero no le importó, parecía como si nada importase ahora. Ahí, mientras sostenía el cuerpo inerte que respiraba trabajosamente entre sus brazos, RedLeaf se dio cuenta de que tenía todo lo que necesitaba ahí en esa hada.
Aunque la pérdida lo abrumaba, tenía algo en qué concentrarse: la vuelo veloz.
El tritón aún seguía gritando cuando Vidia abrió los ojos. Al principio no entendió donde estaba ni qué había pasado. Su cabeza dolía y tenía un frío que acalambraba las palmas de sus manos y había paralizado sus miembros. Sin embargo, sentía un suave calor donde se apoyaba.
Cuando descubrió que otra vez estaba en brazos de RedLeaf, no se sintió mal a pesar de ello. Un cierto rubor tiñó sus mejillas, pero discretamente se arrebujó en su calor. Tan necesario como deseable y fingió seguir durmiendo, aunque de la nada una mano tierna le apartase un mechón húmedo de la frente para acomodarlo tras su oreja.
—¿Ministro? —murmurpo ella— ¿Qué...?
—Perdimos la segunda fuente del viento...
La calma sosegada de esa afirmación casi pareció quitarle hierro al asunto. Pero cuando la idea se asentó en la mente de Vidia, esta penetró con fuerza sus barreras y le cayó con todo su peso, como un balde de agua nieve. Severa y descorazonadora.
Con un movimiento lento, producto del shock, ella se apartó del pecho de RedLeaf para mirarlo a la cara.
—No...
Su rostro era una mascara de desaliento y la semioscuridad en la que estaban acentuaba todavía más las líneas de su rostro, confiriéndole un aire todavía más triste. A Vidia se le rompió el corazón cuando supo que era su culpa.
—Yo no... —se dio cuenta de que no sabía qué decir ni tampoco si serviría de algo—... Ministro... yo...
Una mano cálida a pesar de todo se alzó para acunar con dulzura la mejilla de la hada. Eso acalló todas las excusas y las explicaciones, también toda intención de hilar una oración. Vidia no había sentido nunca una caricia tan dulce y reconfortante como esa.
—Ya está hecho. —le murmuró él, y sus ojos le hablaron de que no la culpaba en lo absoluto de la misma forma en la que la caricia le transmitía toda esa calidez.
Vidia se sintió llevada de nuevo hacia el pecho de RedLeaf, donde él la guio para quedarse otro momento más embriagada por él y su protectora suavidad. Su consuelo era todo lo que necesitaba. No había nada de malo en esto, pero tenerlo a costa de la muerte del segundo árbol del viento... no se sentía justo en ningún sentido.
Era agradable saber que él no la culpaba. Que RedLeaf no buscaba hacerla responsable de lo que había hecho y más bien la justificaba de alguna forma, eso la destrozó. Era su culpa, de no haber actuado por su cuenta, de no haber elegido su orgullo por encima del buen juicio del ministro, ahora las cosas serían diferentes.
Discretamente, se volvió hacia el lago. El hombre gorrión la había llevado de nuevo al improvisado campamento, frente a las camas de hojas y la fogata apagada. Más allá se abría el lago y la zona donde antes sobresalía el árbol estaba vacía. Unas ramas se entreveían más allá, rompiendo la superficie, pero todo el árbol se había sumergido en medio de las aguas oscuras.
Recordaba cómo había sido. El momento de pánico y el sonido de la madera hendiéndose al ser atravesada por el arpón que se clavó en el corazón del árbol. Ni un grito pudo lanzar, pero mediante la conexión que Vidia tenía con él, había sido capaz de sentir a través de la corteza grisácea, que había exhalado un último aliento moribundo.
Las lágrimas bajaron por las mejillas de la joven, pero no se separó de RedLeaf, ahora más que nunca, necesitaba su consuelo, su calor, y eso que empezaba a sentir por él.