ID de la obra: 1428

Guardiana de los vientos

Het
R
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Perdón

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Despertó poco después, con dolor de cabeza por las lágrimas y la tristeza que embargaba todo. El calor del ministro había desaparecido, ahora ella se encontraba en su cama improvisada, RedLeaf no estaba a la vista. Apartó las mantas de algodón y echó un vistazo por si encontraba a su compañero de viaje.  Algo le decía que aún no se habían dicho todo lo que debían con respecto a lo que pasó, Vidia justificó su necesidad de verle a esa razón. Pero todo lo que vio fue oscuridad y los colores azules que la luz lunar ofrecía por las noches cerradas. La fogata se había apagado hacía rato, los carbones eran tan oscuros como el agua negra del lago. Instintivamente, Vidia volteó hacia el agua. De la superficie en calma sobresalía una rama gris con apenas una o dos hojas secas. Una honda desazón se instaló en su pecho y persistió a medida que ella se levantaba y buscaba volar hacia el árbol muerto.  Lo hizo sin pensar. Solo cuando el tirón en el ala la sacudió, comprendió que aún no estaba del todo sana. Miró por encima del hombro su ala ya sin el cabestrillo ni las vendas. Una pequeña cicatriz revelaba el área antes herida, y aunque ya estaba prácticamente sana, no debía hacer demasiado esfuerzo. La lógica le decía que debía esperar... pero un impulso mayor, quizá un sentido de deber, la impulsó a tomar riesgos. Tuvo que detenerse a espolvorear de nuevo el polvillo en sus alas, que se habían mojado durante... todo lo ocurrido con el tritón. Vidia aún se sentía culpable, por eso no quería pensarlo directamente. Hacía tiempo que no efectuaba esa simple acción, pero cuando echó hacia atrás el brazo y dejó caer el polvillo sobre sus alas, agitándolas suavemente, una felicidad suave y melancólica abrigó su corazón. El campamento se iluminó  por unos segundos con el suave resplandor dorado antes de que Vidia probase a volar de nuevo. Se llevó su bolsa con polvo de talentos, por cualquier cosa, y un pequeño gancho hecho con la parte puntiaguda de un arete de señora, para asirse por si perdía el equilibrio. No deseaba volver a nadar de nuevo. Tan pronto estuvo lista, alzó el vuelo y fue hacia esa única rama que se alzaba sobre la superficie del agua para posarse en ella con delicadeza. Las alas estaban cansadas de ese cortísimo viaje, pero habían servido bien, demostrándole que seguían siendo útiles y que pronto volverían a su vieja gloria. Puso las manos sobre la rama y, antes de que se diera cuenta, una de sus lágrimas cayó sobre la corteza agrietada y enferma. No podía dejar de llorar, a pesar de que ella no era de lágrimas, pero saber que una vida se había extinguido irreversiblemente le atacaba con una fuerza desconocida. Si eso no fuera suficiente, ya de por si el hecho de haber comprometido la misión le dañaba grandemente. No entendía a RedLeaf, él debía estar furioso con ella con justa razón. ¿Quién sabe si ahora el frío no podría ser aplacado, con solo tres vientos que lo disiparan del mundo humano? Nada le aseguraba que se pudiera lograr... nada le aseguraba que no hubieran perdido ya... Vidia derramó más lágrimas sobre el árbol a medida que más y más pensamientos iban y venían a su mente rápida como sus mismas alas. No escuchó el agua moviéndose, ni tampoco al tritón acercarse lentamente tras ella, hasta que habló. —Fue un árbol fuerte.  Su tono triste y evocador no impidió que Vidia se volviese a él y, de un movimiento rápido, le hiciese un corte superficial en la mejilla con el gancho. El tritón retrocedió con la misma rapidez, llevándose una mano a la mejilla herida, pero no buscó vengarse. Solo la miró fijo. —Fue tu arpón el que lo mató.  Las palabras de Vidia eran susurros cargados de toda la ira nacida de su tristeza. Ahora recordaba que no era solo su culpa. Ahora entendía que había una fuerza mayor que había orquestado todo, aún si ella no hubiese desobedecido, el tritón siempre habría matado el árbol. —No lo negaré —retiró la mano de la mejilla, ensangrentada, el corte era visible aunque no fuese mucho más que un rayón—. Pero ustedes iban a traicionarme. Se estaban llevando el árbol mientras me distraían ¿Qué otra cosa podía hacer? —¡Dejarnos hacerlo! —gritó ella— ¡Es por el bien mayor! ¡El bien de las estaciones, el bien de los hombres, el bien de todo NeverLand! la voz le temblaba y la mano que sostenía el gancho se apretaba con fuerza hasta colorear de blanco los nudillos. El tritón se veía más cansado que nunca a la luz de la luna, tantas sombras no favorecían sus rasgos semejantes a los peces.  —¿Qué hay de mi vida? —contraatacó, alzando levemente las cejas— iba a morir sin el árbol ¿Qué opina tu moral de eso? por lo visto estaban dispuestos a sacrificar mi vida por la de todos. ¿Es eso lícito en la tierra de las hadas? Vidia apartó la mirada por un segundo antes de volver a mirarlo con odio. —Lo habría hecho... —su determinación no conocía límites— yo no soy como las demás hadas, eso no es dificil de explicar. Pero fue el ministro, RedLeaf, quien quiso que destapara los ductos naturales para sacarte de aquí cuando supimos que había vida en el lago. Él representa a la tierra de las hadas, yo solo represento al viento y a mi misma.  —Debo agradecer al ministro entonces —murmuró con cierta rabia, pero no duró mucho, segundos después volvía a hablar con la misma pesadumbre—. Lo que ha pasado ha sido por tu culpa y mía, no concentres toda tu ira en mi... tú tampoco tienes las manos limpias... Vidia sintió eso como una daga en el pecho, pero no se dejó amedrentar. —¿Y qué si así es? —lo retó con la mirada— ya está hecho... nosotros dos aún seguiremos adelante buscando los otros dos árboles restantes, seguiremos con vida mientras y después de esto hasta que el frío nos alcance. Pero tú morirás pronto aquí sin el viento del árbol. Las palabras ejercieron el efecto que quería, la mirada del tritón se volvió repentinamente vulnerable. Una arruga apareció en su entrecejo, y su mirada angustiada vagó por la cueva oscura. Vidia tragó en seco y apartó de un manotazo la inesperada sensación de culpa, pero el temblor en sus dedos la traicionó. Había pretendido herirlo de la forma más certera posible, y sin querer había lanzado un puñal directo a la yugular. No era mentira, el tritón no viviría mucho, pero la misión de ella y RedLeaf no se acababa aunque hubieran perdido un elemento invaluable. Aun así, no tenía que ser así de dura... —Escucha... —empezó, incapaz de disculparse con palabras, eligió hacerlo con acciones— podemos... aún podemos destapar esos ductos. Más de alguno debe conducir hacia el océano.  No sabía por qué lo decía. Tal vez por RedLeaf, o tal vez porque el dolor del tritón era un reflejo del suyo. Por un momento, Vidia pensó en la muerte de Stormir, en la del árbol y la amenaza de un genocidio ante el frío inclemente que vendría. Sin querer, se colocó en los zapatos del hombre pez y se sintió tan apenada, que supo que cualquier ayuda sería mejor que nada. El tritón alzó la vista y la miró primero con sorpresa, luego con suspicacia.  —¿Porqué harían eso? —Me malinterpretas —gruñó ella, alzando el mentón—. Yo no lo haría por gusto. Lo haría siguiendo las órdenes del ministro. A él es al que le importa tu maldita existencia, no a mi. Por mi, podrías pudrirte en este lago... pero RedLeaf querrá que preservemos la vida mientras sea posible. Él la miró por largos segundos, tantos que Vidia creyó que la conversación había acabado y que el tritón no respondería. Por eso cuando el hombre pez soltó un suspiro suave, ella se sobresaltó. —Tu ministro es muy amable. Vidia tuvo la certeza de que él entendió que no era una idea de RedLeaf, sino que por compasión ella lo había sugerido. Aún así, ella asintió. —Es un líder digno de seguir. —desvió la mirada, una agradable sensación se extendió en su interior al hablar del ministro. No obstante, sacó de su bolsa el polvillo azul de las hadas del agua y cubrió sus palmas con una fina capa. Colocó las manos en la superficie en calma del lago y proyectó el talento para percibir, hasta dar de nuevo con las fosas tapadas que daban a los acueductos. No le costó trabajo esta vez movilizar el agua para proyectarla contra los tapones, con fuerza hasta que el primero y más grande estuvo descubierto. El tritón sintió el cambio en el agua y, antes de bajar al fondo, se volvió para mirar a Vidia una última vez. La herida de su mejilla había dejado de sangrar, una sonrisa ligera cambió sus rasgos levemente. —Nunca podré agradecértelo... Eso le dio la certeza a Vidia de que él sabía a quien le debía su salvación. Ella desvió la mirada de nuevo, con falsa altanería, seguía molesta pero ya no con él. El tritón se sumergió y, a través de su talento nuevo, Vidia lo vio bajar por el ducto que drenaba el lago desde el fondo. Según lo que su poder alcanzaba a sentir, los tubos iban al océano por la gran cantidad de sal que sentía a medida bajaba más. Lo había salvado, a pesar de todo, Vidia se había vuelto tan débil emocionalmente como las amigas de Tink. Poco a poco, el agua oscura fue bajando. Las figuras rocosas de las estalagmitas surgieron, así como las algas y algunos peces que bajaban en tropel hacia el vórtice en la boca del ducto abierto. Rocas y el sedimento que el agua traía se mostraron al fin, cuando toda el agua desapareció. Vidia había estado distraída, pero para este punto, bajó la vista al árbol donde estaba. Con sus alas aún renuentes a trabajar con toda la excelencia de antaño, Vidia bajó hasta estar con los pies en el suelo de roca húmeda. Así, podía ver todo el árbol como estaba, tumbado de lado, con el arpón sobresaliendo de su tronco. La sensación de dolor regresó a ella al verlo y más lágrimas silenciosas regresaron de nuevo. El gigante muerto estaba en paz después de un trecho largo de sufrimiento. Eso era suficiente... aunque doliera.  De la nada, el tintineo de las alas de RedLeaf al sobrevolar la cueva la sacó de su ensoñación. El ministro se acercó a ella hasta posarse suavemente a su lado con gracia. Se miraron por unos segundos en silencio. Ambos recordaban la cercanía que habían conseguido hacía unas horas. —Tu ala... —atinó a decir él. —Si... ya está mejor... —Supongo que drenaste el lago, y el tritón se fue con el agua salada. A pesar de todo, había un suave resentimiento en su voz que no pudo ocultar con su diplomática forma de hablar. Unió sus manos a la altura del estómago y miró hacia el árbol con gravedad. —Se ha ido a donde pertenece. Eso era lo que él quería... lo menos que podía hacer era darle ese último gusto... No habría hecho nada si yo no lo hubiera provocado. —Vidia —una mano confiada y elegante rozó con dulzura el mentón de la vuelo veloz, guiándola para que lo mirase a los ojos—... te tengo un enorme aprecio y un respeto que se acrecienta cada día más en tu compañía.  El corazón pareció detenérsele en el pecho a Vidia, para luego empezar a latir tan rápido que hubiera rivalizado con el de Z, su colibrí. Nunca hubiera imaginado que unas palabras tan sencillas podían calentar de forma tan agradable su corazón. Sin embargo, parecía que el ministro no había terminado. —... Pero no quiero oírte decir eso nunca más —su firmeza contrastaba con la dulzura de su toque. Su pulgar acarició el mentón y parte de la línea de la mandíbula de la joven, mientras mantenía ese contacto visual insistente—. Esta pérdida es significativa, dolorosa e irreparable... pero comprende, si te encierras en la culpa, no harás más que entorpecer el resto del viaje. Aún nos quedan dos largas travesías, lo mejor es que te despojes de esa culpa y sigas dando lo mejor de ti misma mucho más que antes. Vidia suspiró por lo bajo. Quería tocar esa mano que la acariciaba y unir sus dedos a los suyos para no separar nunca más su piel de la suya. Pero la cordura no la abandonaba, a pesar de que ahora sentía una mayor conexión con el ministro, esas palabras dolían, aunque estaban tejidas con la misma dulzura de la voz de RedLeaf. No obstante, asintió. —Seguiré siendo la misma Vidia que conoció el primer día, si a eso se refiere —improvisó una pequeña sonrisa ante su propia broma—, testaruda, gruñona y bastante irritante... pero siguiéndolo y obedeciéndolo, RedLeaf, si eso lo hace feliz. RedLeaf sonrió con calidez. El brillo dorado que le confería la luz del polvillo en sus alas era como eclipsar ese momento en marco de oro. La mano se retiró de su rostro, para mayor tristeza de Vidia, pero el ministro no se alejó de ella. —Siempre levantaremos el árbol del viento arriba —anunció RedLeaf—, si ha de regresar a la tierra que lo produjo, lo mejor será que lo haga arriba, con sus hermanos. Ha pasado mucho tiempo solo, lo mejor es que suba al bosque. Los ojos de Vidia se agrandaron con sorpresa.  —¿No envenenará la tierra tanta sal...? —No si un hada del jardín, o en este caso del bosque, interviene como debe ser. Bastará con que agregue algunos componentes a la tierra donde repose para que su madera envenenada no afecte la fertilidad del bosque. Vidia asintió ante la sabiduría del guardián del otoño. Su calidez, su comprensión, toda esa paz en él le parecía de ensueño. Ahora más que nunca, deseaba estar cerca suyo. Pero ella misma se dio cuenta de que debía controlarse. Asi que asintió, simplemente. —Vamos a descansar, Vidia —le sugirió él—. Mañana nos espera otro largo día...  Por los gestos que efectuó, ella se dio cuenta de que él estuvo a nada de cargarla en brazos, como había hecho hasta ese momento. Pero ahora Vidia podía volar sola, erráticamente, pero podía hacerlo de nuevo. Ya no era necesaria la intervención de él. Ese pensamiento, en vez de hacerla sentir mejor en su independencia, le supo amargo. —Lo siento, olvidé que ya puedes sola. Ella, por el contrario, se sorprendió a si misma cuando dijo: —¿Podría cargarme una vez más...?  Ante la mirada perpleja del hombre gorrión, Vidia se apresuró a agregar, nerviosa: —El ala aún no está del todo sana, usted entenderá que no debo sobre esforzarla tanto cuando apenas está sanando... Sería muy irresponsable de mi parte y además... Vidia se tragó sus palabras al sentir de nuevo las manos firmes pero suaves de RedLeaf rodear su cintura y atraerla hacia él de nuevo. Hubo un momento nuevo en el que ambos se miraron a los ojos antes de que él emprendiese el vuelo una vez más, hacia el refugio.
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