Saxífragas y sal
23 de noviembre de 2025, 16:12
Había muchas flores en esa parte del bosque. Vidia no lo notó antes, porque los días de lluvia torrencial habían matado muchas, pero las horas pasadas dentro de la cueva fueron suficientes para que el bosque se recuperase. Los arboles se mecían en un suave vaivén, Vidia manejaba una brisa melancólica, como las que sonaban entre los árboles del valle del otoño.
RedLeaf por su parte estaba monitoreando el movimiento del tronco del árbol del viento. Los otros árboles lo llevaron hasta el claro y lo dejaron sobre la hierba. Parte de la corteza se desmadejaba chorreando agua salada aún, esponjosa como si hubiera tragado demasiado liquido.
No era el espectáculo más fácil de ver, porque a parte de la culpa que ambos sentían, estaba la sensación de haber fallado en su misión.
Aun así, Vidia se sentía en paz con lo que RedLeaf le había dicho antes. Cuando le habló frente al árbol, sobre el lecho del lago drenado. Sus palabras la habían despejado y, a pesar de que ahora estaba en silencio, se sentía mejor que la noche anterior. Por eso mantenía la cabeza alta, manejando el viento para que cantase de alguna forma, pasando entre las ramas en un sonido que evocaba la tristeza de la muerte pero a su vez la belleza de la paz. Aún faltaba mucho por hacer y eso aún era su deber.
Cuando el árbol estuvo en posición, RedLeaf empezó a hacer crecer flores específicas alrededor de la corteza podrida. El suelo se llenó de saxífragas en tonos lila y morado claro, que se agitaron con ternura mientras enredaderas suaves empezaban a dar rondas entre ellas, formando una alfombra viva que se entretejía con lentitud.
El ministro había invocado a los árboles a esta extraña especie de funeral, cosa que Vidia no había entendido. No sabía que ellos tuvieran funerales como tal, pero ahora, viéndolos moverse con el viento, casi cantando junto a sus corrientes de aire fresco, a Vidia no le cabía la menor duda de que era una despedida al árbol sagrado. Parecía como si ese claro estuviese lleno de una multitud apesadumbrada, dolientes reales, auténticos, que lloraban a su forma la fuente del viento.
En eso pensaba, cuando RedLeaf se acercó a ella.
—Asísteme, Vidia —le pidió con suavidad, haciendo una reverencia pequeña, de tal forma que ella no pudo negarse—. Es la parte más solemne, debemos purificar la madera para que no dañe la tierra.
Ella asintió y volteó una vez hacia las corrientes de aire que había estado enarbolando como guirnaldas entre las ramas. Con una floritura de su mano, estas iniciaron un baile girando en circulos alrededor del claro, como delicadas caricias sobre las hojas. Solo entonces se volvió hacia el ministro.
Con las manos enfundadas en las motas de polvillo rosado, Vidia fue guiada por RedLeaf hasta tocar con las palmas la corteza grisácea. Al hacer contacto, él se acercó a ella, hasta susurrarle:
—Debemos limpiarlo, concéntrate en purificar, debemos pasar la sal hacia las saxífragas alrededor.
—¿Porqué hacia ellas? ¿eso no las envenenará también?
—Para nuestra suerte, no. Esta variedad es rara, se alimenta de agua salada, solo será cuestión de que pasemos esa savia envenenada a sus raíces. Cuando pase toda, podremos cubrir la fuente del viento con un manto de musgo y más flores.
Ella asintió, comprendiendo, e imitó a RedLeaf al cerrar los ojos y concentrarse. El talento del jardín era extraño, diferente a los demás que Vidia había probado y, sobre todo, muy diferente a su propio talento. La práctica había sido bien recibida, Vidia ahora era capaz de recordar el tacto amable y respetuoso que debía emplear para conseguir mejores resultados, pero eso no le impidió retardarse un poco.
Costaba, pero no era imposible. Pronto, Vidia visualizó la red de la savia en el interior del árbol, incluso tuvo la repentina sensación salina en el paladar. Empezó a hacer lo que RedLeaf le había dicho, pasar la sal del árbol hacia las saxífragas, cuando algo extraño pasó.
De la nada, Vidia abrió los ojos, sorprendida. La boca le formó una pequeña o perfecta.
—¿Vidia? —inquirió RedLeaf, echándole una mirada de preocupación, aunque su tono se mantenía sereno— ¿Qué ocurre?
—Creo que... —ella se detuvo un instante, frunciendo el ceño y acomodando más las palmas sobre la madera— creo que encontré el viento dentro del árbol.
RedLeaf se quedó inmóvil un segundo, boquiabierto. Luego, con una urgencia renovada, apoyó sus propias manos junto a las de ella. El contacto fue breve, apenas un roce, pero Vidia sintió el calor subirle por el brazo como una hoja que se enciende.
—¿Donde? —preguntó, emocionado repentinamente.
—Aquí, RedLeaf, está en el centro mismo.
Ambos sintieron por unos segundos, pero el ministro suspiró. Una leve arruga de desasosiego se perfiló en su entrecejo.
—No logro sentirlo... muéstrame.
Vidia resopló con incredulidad. «¿Cómo que no lo siente?» pensó «¡Está justo ahí!» Pero se mordió la lengua, recordando la última vez que su orgullo la había metido en problemas. Con un gesto brusco, intentó mover su mano para señalar, pero se dio cuenta de que no sabía cómo explicar algo que era tan suyo. El viento era su lenguaje, no el de él.
Ella se movió por instinto, pero de la misma forma se dio cuenta de que realmente no sabía cómo mostrarle algo que ella solo sentía y no podía precisar donde exactamente. RedLeaf se percató de ello, y con una sonrisa leve, se acercó a ella para tomar una de las manos delicadas y brillantes de polvillo. Ese toque se sintió tibio, seguro, pero no incómodo, sin embargo Vidia se quedó paralizada un segundo.
RedLeaf colocó esa mano femenina sobre el dorso de la suya y con la mano libre las presionó sobre la madera.
—Guíame.
De esa forma, la mano de él estaba siendo presionada contra la madera por la de ella, no la forzaba, solo le pedía que le mostrase. Vidia sintió por unos segundos la mano masculina bajo la suya. Nunca en su vida había sentido tantas cosas por sostener una mano así. De alguna forma, la tibieza de esa piel suave era tan reconfortante, que ella sentía que podía mantenerse en esa posición el resto de su vida.
Era una sensación que solo se podía definir como "demasiado". Demasiado segura, demasiado cálida, demasiado presente. Su orgullo le gritó que se apartara, pero también se daba cuenta que quería atraparlo y dejarlo ahí para ella. Como la sensación de esas manos sobre sus alas.
Tragó en seco, sintiendo su corazón latir más rápido que cualquier viento que hubiera surcado.
—Aquí —masculló, cerrando los ojos para ocultar su turbación— ¿puede sentirlo? Concéntrese, RedLeaf. No es tan difícil.
Él no respondió al desafío. En lugar de eso, su pulgar rozó apenas el dorso de su mano, un gesto tan sutil que podría haber sido accidental. Pero no lo fue. Vidia lo supo, y el calor en su pecho se intensificó. Buscó seguir su propio consejo y se concentró en sentir el viento.
En el centro del árbol, como una especie de corazón que no quería rendirse, se podía sentir una barahúnda de actividad. Como si dentro se movieran miles de abejas en una fuerza descomunal, la fuerza típica de un vendaval que forzaba por salir.
Vidia lo conocía, porque era el mismo pulso que sentía cuando volaba tan rápido que el mundo se desdibujaba, cuando el aire la abrazaba como un amante celoso. Pero aquí estaba atrapado, comprimido en la madera muerta, luchando por salir.
—Por todos los cielos... —RedLeaf se había quedado sin aliento, pero aún tenía suficiente como para que su mano libre le diese un apretón de confianza en el antebrazo a la vuelo veloz— El viento sigue aquí.
Vidia asintió, su voz más seria de lo que pretendía:
—Te lo dije.
—Sigue aquí —repitió él, dando la apariencia de no haber escuchado, como en un sueño— ¿Cómo sigue aquí? ni idea, pero la magia sigue en actividad en su interior. ¡Esto es maravilloso! ¡Tenemos que liberarlo!
Ella lo miró, contagiada de su felicidad. Verlo feliz fue como si todo lo que estaba mal se hubiera esfumado. Por eso se encontró a si misma presionando la mano masculina que sostenía al sentir que él buscaba entrelazar sus dedos.
Vidia asintió, su garganta seca.
—Pero… ¿cómo? La corteza está rota, pero el viento no sale. Está… atrapado.
RedLeaf apretó su mano con suavidad, un gesto que era tanto consuelo como urgencia.
—Oh, Vidia —dijo, mirándola a los ojos con esa franqueza sabia que lo caracterizaba—, sabes que no es más dificil que haber llegado hasta aquí. El viento dentro es mágico, aunque se horade la madera el árbol no soltará su viento así como así... aún muerto... Tu talento y el mío son suficientes. Yo buscaré abrirlo, pero tú debes controlarlo para que ascienda como el anterior. ¿Entendido?
Ella apretó los labios, molesta consigo misma por querer confiar en él. Sabía que tenía razón, que su lógica era perfecta y sus planes siempre salían bien, solo no quería estar sintiendo todo lo que sentía al tocarlo. Era avasallador, pero se sentía comprender al árbol del viento, ella también se sentía un contenedor de una fuerza abrasadora dirigida hacia el hombre gorrión junto a ella.
Sus ojos bajaron un segundo a la boca del ministro mientras hablaba. Se imaginó por un segundo cual sería la trascendencia del sentimiento que la embargaría si lo besaba. ¿Sería como atravesar un tornado de tierra firme? ¿Sería como pasar por entre las nubes cargadas de electricidad en una tormenta? ¿Sería como arremolinarse en lo alto de la atmosfera por encima de las nubes, donde el azul era tan intenso como para absorber sus miedos?
—¿Entendido? —repitió el ministro.
Vidia asintió.
—Por supuesto.
RedLeaf sonrió apenas, desviando la mirada, pero su mano presionó la de ella con dulzura. Luego se volvió hacia el árbol, la pared rugosa y grisácea frente a ellos, aparentemente inerte se estaba resecando al sol a medida que pasaba el tiempo. Ambos volvieron a colocar las manos sobre la corteza y ambos cerraron los ojos.
Hermano del viento... Tu tiempo en esta forma ha terminado. Pero tu aliento debe seguir y ayudarnos a todos para librarnos del invierno eterno que amenaza con conquistar el mundo... En nombre del otoño del que soy ministro y de la tierra de las hadas de la que soy parte... ¡Ábrete! libera tu viento para nosotros... Por favor...
Vidia sintió el viento dentro, la vorágine se arremolinó y la corteza empezó a abrirse lentamente, con sonidos pegajosos y desagradables. Antes de poder controlarlo bien, el huracán estalló en el claro y las corrientes violentas estallaron con furia, con toda la ira de un ser vivo herido, torturado y condenado a la muerte por seres que se creían con el poder para decidir por su vida.
Su magia embravecida, envenenada y llena de poderosa voluntad vengativa lanzó lejos a las dos hadas y llenó por completo el bosque. Era tan poderoso que ninguno de los dos pudieron siquiera hacer algo.
Los árboles alrededor dejaron de cantar, enmudecieron al mismo tiempo o sus sonidos fueron ahogados por el rugido del viento nuevo. El agua salada que contenía se desparramó por todo el valle en una llovizna salvaje e inmisericorde, y su venenosa infertilidad hizo presa de toda la tierra.
Cuando toda esa ira desapareció entre las nubes y el claro quedó en silencio, Vidia y RedLeaf se incorporaron. Ambos habían salido proyectados hacia fuera del claro, habían sido arrastrados hasta llegar a chocar contra uno de los árboles más allá. Ahora estaban entre las raíces, con tierra y hojas en la ropa, sobresaltados, pero ilesos.
RedLeaf se puso en pie, casi como si nada hubiera pasado. Con dos manos elegantes sacudió el polvo de su ropa antes de acercarse a Vidia para ayudarla a levantarse.
—¿Te encuentras bien? —quiso saber él.
—Si con "bien" se refiere a sacudida como una campana de viento... —resopló, tenía la ropa rasgada y el cabello desordenado terriblemente— pues puede ser que si...
El ministro soltó una risa baja antes de tomarla por las manos con las suyas. Sus rasgos afables, con ternura y familiaridad, se ensombreció de pronto al mirar hacia el claro. El árbol estaba abierto como dos garras creadas en la corteza extendidas hacia afuera. El interior estaba oscuro, pero de la misma forma se veía como trozos se desmadejaban como si la podredumbre lo hubiera alcanzado hasta el final.
—El árbol ha muerto... —volvió a ponerse serio y solemne— Lo mejor es que extendamos las saxífragas por todo el claro, el agua salada cayó por todas partes.
—¿Cree que fue alguna especie de venganza? —inquirió ella, meditabunda— porque los árboles no ayudaron antes, sino hasta cuando usted los llamó.
—Estaba molesto —coincidió el ministro—, irritado como un anciano que lleva un tiempo luchando contra una enfermedad dolorosa. Estoy seguro que ese viento será de ayuda, pero su violencia e ira no sé si podrá tener consecuencias. No creo que haya obrado con malicia, no creo que haya obrado de ninguna forma, la verdad. Es posible que ya hubiera estado muerto desde antes de traerlo aquí. Solo liberamos la magia, esta se impregnó por completo de lo que sentía antes de morir...
Vidia observó el árbol muerto y metió sus manos en el polvo rosa, preparada para ayudar al ministro.