ID de la obra: 1428

Guardiana de los vientos

Het
R
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Cercanía que quema

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La araña no quería irse, ambos lo supieron cuando Vidia la tomó para dejarla en un hueco entre la corteza de un árbol y ella se negó a soltarse de su brazo. La había acompañado todo el viaje, en su cajita de embalaje, para hacerle los vendajes. Ahora que ya no había que vendar el ala, ni hacer ningún cabestrillo, la araña había cumplido su propósito. —Oh, vamos... —se impacientó ella, pero no hizo por sacársela de encima— Ya puedes irte ¿no te entusiasma la libertad? has pasado mucho tiempo en esa caja.  La araña no respondió, por razones obvias, solo permaneció ahí colgada hasta que Vidia suspiró. De todas formas, la araña era fiel y la había ayudado mucho desde que su ala se atrofió. Le debía mucho. —Que tu ala esté sana no significa que puedas usarla tan pronto. —le recordó el ministro, que seguía sobre el lomo de Ember, arreglando algunas cosas del viaje— ¿Porqué no nos la quedamos? No quisiera que sucediera, pero si nos llegamos a lastimar de alguna forma, nos vendría bien tener vendajes. Vidia observó a la araña con los ojos entrecerrados. Cuando la araña le devolvió la mirada, la vuelo veloz resopló. —Tú ganas... —alzó al animalito para meterlo en su cajita donde tenía su nidito, sus telarañas y algunas moscas por comer— pero el viaje será más duro a partir de ahora. —Y no te equivocas —acertó RedLeaf—. De ahora en delante, las cosas pueden ponerse más peligrosas que antes. Ella lo miró desde el suelo, iban a iniciar el viaje hacia el tercer árbol de viento. Los primeros dos habían representado pruebas muy duras y muy complejas. Cosas que Vidia nunca se hubiera imaginado experimentar. Situaciones extremas, dolorosas, peligrosas, que habían forjado mejor su carácter y le habían mostrado partes de ella misma que desconocía.  Y pensar que solo era la mitad del viaje... la dejaba aterrorizada. Solo habían pasado algunos meses, según sus cálculos. RedLeaf tenía la cuenta en su calendario estacional, a ella poco le importaba eso mientras pudieran cumplir la misión y regresar para el cambio estacional a tiempo. Pero ya no veía con tan malos ojos pasar más tiempo al lado del ministro. RedLeaf por su parte miraba a la vuelo veloz de vez en cuando. Se sorprendía de la inigualable compañera que había conseguido. Y pensaba seriamente hablarle muy bien de ella a la reina cuando todo terminase. Talvez podría hacerla ministra después de él o su socia o consejera en la dirección del otoño. Podría incluso... incluso... El ministro apretó las riendas de Ember sin pretenderlo.  Sus ojos volvieron a buscar a la joven hada, mientras ella acondicionaba sus pertenencias más importantes sobre el colibrí. Su figura y su cabello, la línea de sus hombros y la delicadeza de sus manos. Su rebeldía y su marcada brusquedad, esa fuerza que tanto lo atraía. Incluso podría hacerla su pareja...  —¿RedLeaf? —Vidia se había vuelto de imprevisto, y había encontrado al ministro observando el ala convaleciente en su espalda— ¿Qué pasa? —¿Mm? —él pareció despertar de la nada— Nada, pensaba, solamente. —¿Es mi ala? —quiso saber ella, agitando apenas las alas con confusión. El ministro ladeó la cabeza, mirando esos apéndices de insecto por primera vez. Hacía un momento, veía sin ver, solo pensando. Pero cuando ella se lo mencionó, él reparó por primera vez en la delicada cicatriz grisácea que surcaba la membrana superior.  —¿Te impacienta aún volar? Vidia frunció el ceño y torció la boca con disgusto. —Por supuesto que si, ministro. Es mi talento, es por lo que vivo, quitarle eso a un hada de vuelo veloz... —quiso explicarse pero no pudo, nunca fue buena para expresarse— Si me hubieran dado a escoger entre pasar meses sin volar o ser devorada por un águila... —Comprendo —sonrió él, con cariño casi paternal—. Sospecho que cuando regresemos, será volando ambos. ¿Te gustaría? A ella esa idea hizo que le brillaran los ojos azules.  —Me encantaría... —luego se lo pensó mejor y ladeó una sonrisa casi traviesa— pero en ese caso, debería yo cargar con usted. Con su paciencia y ese modo tan lento de moverse, seguro que no podrá alcanzarme ni en un millón de estaciones. RedLeaf enarcó una ceja, sintiendo una atracción mayor hacia ella cuando sonreía de esa forma. Un sentimiento cálido y reconfortante se agitó dentro de su pecho. Si, amaría poder convertirla en su consorte, su lady otoño, su otra mitad. —¿Porqué no dejas suelto a Z esta vez? —se corrió en la montura para dejar espacio— Acompáñame esta vez, Vidia ¿quieres ver qué tan rápido puede avanzar un zorro sin lluvia ni obstáculos cercanos? Vidia subió de un salto, sin que él terminase de hablar. Se acomodó delante de él en la montura, con los brazos masculinos alrededor de ella, aún sin tocarla. El ministro reprimió un suspiro ante su cercanía, la tibieza de su cuerpo y la sensación de sus muslos rozando los suyos. Las alas plateadas rozaron el pecho de RedLeaf y su aroma, del perfume que él le había hecho, se le impregnó profundo en la memoria. ¿Hace cuanto que no sentía verdadero deseo por una hada? Él tenía tan cerca sus manos de la cintura femenina, que bastaría menos de un accidente para rozarla. Aunque él se encontró deseando más que un simple roce. ¿Hace cuanto no había sentido la necesidad de un beso ante la cercanía femenina? llevaba un tiempo ya mirando a la vuelo veloz con otros ojos, más o menos desde que iniciaron el viaje. No, antes. Cuando ella le mostró el mapa la primera vez. —¿Hacia donde? —la voz le falló levemente, pero carraspeó y ella pareció no darse cuenta. Vidia se sobresaltó apenas ante esto. —Oh, qué tonta soy. —metió las manos en su bolsa, extrayendo la tabla de madera con su funda— Olvidé que soy yo la que porta el mapa. Al desfundarlo, el mapa cobró vida entre sus manos. Las corrientes del viento se perfilaron sobre el terreno boscoso, y ambas hadas pudieron observar como las copas de los árboles se mecían ante las brisas suaves. Vidia siguió las corrientes, mientras el ministro aprovechaba la excusa de mirar por encima del hombro de ella para acercarse más. Cuando ella encontró la siguiente fuente del viento, RedLeaf la había envuelto con su presencia de una forma que no resultaba incómoda, y tampoco desagradable. Cuando Vidia se dio cuenta de la cercanía masculina, su corazón se desbocó. La tabla tembló sobre la montura sus manos perdieron parte de su firmeza sobre las corrientes del mapa. —Lo encontré —se limitó a decir, pero sus ojos ya no estaban sobre la maqueta mágica de NeverLand, sino en las manos masculinas que sostenían las riendas, a ambos lados de ella—. Hacia allá. RedLeaf movió las riendas del zorro y le indicó seguir el camino que Vidia señaló. Esto de alguna forma no era como cuando ambos iban juntos sobre Ember en los días lluviosos, cuando el cielo aún lloraba a Stormir. De alguna forma, esto era diferente. Quizá porque entonces la lluvia, el dolor, la impresión de haber visto lo que vieron, lo hacía menos cercano. Quizá entonces habían muchas cosas entre ellos. Pero ahora, solo los distanciaba la prudencia, lo correcto, las diferencias sociales y sus propias inseguridades.  Fue un viaje más callado de lo usual. Aunque Ember iba a buen paso y casi no había obstáculos, la cercanía era insoportable para ambos. Necesariamente RedLeaf debía mantener sus brazos alrededor de Vidia, porque las riendas estaban frente a ella y él no podía controlar el paso de otra forma. Así que aunque no la tocase directamente, sus antebrazos rozaban de vez en cuando los muslos de la vuelo veloz, ruborizándola. Z volaba por encima de ellos, yendo y viniendo de aquí para allá, encontrando siempre nuevas flores a las cuales picar para llenar su estómago. El zorro iba olisqueando de vez en cuando el terreno, pero no aflojaba el paso. Avanzaban a buen pie, rápido y cubriendo una buena cantidad de camino en poco tiempo. Por el almuerzo, desmontaron para almorzar los frutos y el pan que quedaba. El guiso de avellanas fue bien recibido por ambos, y a la hora de volver a montar, algo hizo que ambos buscasen la misma posición sobre Ember. Por la tarde noche, RedLeaf marcó el alto. —Otro día de buen paso, si seguimos así llegaremos pronto. —le sonrió al extender su área de campamento, cerca del pequeño fuego que habían encendido en una grita entre las rocas. Vidia, sentada al otro lado del campamento con el mapa sobre las rodillas, frunció con ligereza el ceño. —La tercera fuente del viento es caliente —indicó Vidia con las manos sobre el mapa—, percibo aire viciado. Está en un valle con pocos árboles, creo que... parece un área desolada... seca. Las manos del ministro flaquearon levemente. Por un momento pareció estar recordando y cuando Vidia se fijó en él, captó un ligero vistazo de una tristeza lejana. Como de una herida pasada hacía mucho tiempo. —¿Puedes explicar de forma más clara a qué te refieres? —respondió él, volviendo a la actividad, aunque sus gestos adquirieron un deje de lentitud que antes no estaba en ellos. —Pues... —Vidia trató de pensar en una respuesta, pero se cansó pocos segundos después— aridez, supongo. El aire que circula es caliente, la tierra se siente seca, arenosa, hay muy pocos árboles y todos están sin hojas. Parecen muertos... Estuvo a punto de repetir lo mismo, por no tener palabras para seguir dando más descripciones. Pero el silencio del ministro le alertó de que algo malo pasaba. Se incorporó y se acercó a él, dejando el mapa sobre su improvisado saco de dormir. —¿RedLeaf? A él seguía gustándole mucho cómo sonaba su nombre en sus labios. Adquiría un tono íntimo y personal muy agradable y sugestivo a sus sentidos. RedLeaf olvidó todo de golpe, y puso toda su atención en el hada que se acercaba a él, con preocupación autentica por él y su bienestar. —¿Pasa algo? —su tono tenía un deje de leve exasperación ante el misterio— todo el día ha estado extraño, pensando cosas que no me cuenta.  Antes de que él pudiera decir nada, ella se arrodilló a sus pies. Nunca hasta el momento le había parecido más encantadora que ahora. —Nada. No pasa nada —negó él, con una sonrisa amable—. Solo he recordado cosas del pasado. Cosas que deberían quedarse ahí. Ella lo estudió unos segundos, con recelo, pero la tranquilidad que él había recuperado la calmó por fin. Cuando él se incorporó para ir hacia el fuego, ella lo siguió. Le correspondía a él hacer la cena, pero Vidia ayudó solo para poder continuar la conversación. Esa noche en particular, se encontraba sedienta de las palabras de voz profunda del ministro. —Supongo que usted ha pasado por mucho —comentó ella—, teniendo en cuenta que ha vivido por doscientos años. Él se sonrió. —No te burles de este viejo arce, Vidia —desvió la mirada hacia lo que hacía—, tampoco soy tan viejo.  —Pero es tan viejo como para conocer ese valle ¿o me equivoco? RedLeaf dejó la masa que estaba trabajando sobre la tablita para cortar. Miró a Vidia de soslayo, que lo observaba con un trozo de fresa en la boca. Ella estaba haciendo el postre mientras él preparaba el plato fuerte de la cena.  —¿Qué te hace pensar que lo conozco? —separó en dos partes la masa y con una cuchilla de piedra hiso cortes en la superficie antes de meterlo en el improvisado horno de piedras que habían construido. El ministro había dicho que tenía de la nada antojos de pan recién horneado. Vidia había usado el polvillo de talentos de Tink, muy a su pesar, para ser hada artesana por unos minutos. El horno no había quedado de lo mejor, pero servía para que RedLeaf estuviera contento horneando su pan de otoño. El dulce de calabaza que Vidia hacía tampoco tenía el mejor aspecto, pero el ministro lo aprobó gustoso antes de que lo pusieran a caramelizar al fuego. —Oh, vamos, ministro —soltó ella—, cuando se lo mencioné todo su semblante cambió. ¿Porqué no me lo dice? RedLeaf cerró el horno con unos guantes de hojas y se volvió a la vuelo veloz. El sutil brillo del fuego perfilaba sus rasgos en colores ámbar y oro. Pero como siempre, su determinación era ferrea. —Si, conozco el valle al que iremos —aceptó él y cuando Vidia quiso hacer más preguntas, él tomó un trozo grande de fresa y se lo embutió en la boca a Vidia—. Hace ciento cincuenta años… perdí algo ahí. Vidia se quedó quieta, con la mano del ministro bajo la barbilla y sus ojos fijos en ella. El sabor de la fresa nunca supo tan bien, se deshizo como néctar en su lengua mientras RedLeaf dejaba zanjada la conversación. —Pero eso no importa y tampoco deseo rememorarlo. Cuando lleguemos, puede que te cuente algo al respecto, pero no esperes mucho. Hay cosas que es mejor dejarlas atrás... Él se alejó para verificar el estado de la jalea, Vidia tragó por fin, molesta por ser callada de esa forma. Pero reconocía cuando una causa era perdida y sacarle algo a un hombre tan sabio era como intentar extraer sangre de un cangrejo. Simplemente decidió contener su impaciencia y buscar que todo en la cena fuera agradable para el ministro. El próximo día estaba por venir y pronto llegarían a ese valle, aunque faltase aún camino. Ninguno sintió el frío que empezaba a hacer en el campamento, tan cercanos al fuego y al improvisado horno, pero de la nada el aire se volvió más liviano y el viento por el contrario dejó de soplar.
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