Una presencia
23 de noviembre de 2025, 16:12
Por la mañana, se había levantado una niebla espesa, helada e impenetrable. Vidia se tomó la libertad de alzar el vuelo hacia arriba, intentando ver por encima, pero nada de lo que hacía parecía servir de nada. RedLeaf la miró con cierto reproche cuando volvió a sentarse sobre el zorro.
—¿Qué? —le sonrió de modo arrogante— aunque quiera, no puede evitar a un hada que vuele, tarde o temprano.
—Estoy consciente al respecto —consintió él, pero aún así no perdía parte de su aparente severidad—. Pero eso no quiere decir que no seas responsable. Desobedecer y actuar por tu cuenta te lastimó el ala en primer lugar.
Vidia suspiró.
—Muy bien, ministro —resopló, levantándose para tratar de atisbar algo en la niebla. Subió a la nariz del zorro entrecerró los ojos—. Pero debe admitir que no vamos a avanzar demasiado si no sabemos ni siquiera donde estamos. De poco nos servirá un mapa mágico del viento, si no podemos sentirlo.
RedLeaf detuvo a Ember con un tirón firme a las riendas. Vidia se tambaleó en su posición, sobre el hocico del zorro.
—¿No dijiste que seguíamos un viento caliente? ¿en un área agreste, seca y sin árboles?
—Lo dije... pero si ve bien, el suelo presenta tierra seca, escucho crujir piedras y tierra desquebrajada al paso de sus patas...
—Pero no hay calor de ningún tipo —insistió el ministro—. La niebla es fría como si estuviéramos cerca del mar o en otras épocas de año. No podemos saber a donde nos dirigimos así... a menos de que...
El ministro alzó el vuelo por un momento, solo se veía la luz amarilla de sus alas y la estela de polvillo a su paso entre la espesa niebla. Vidia lo esperó mientras veía a Z regresar para posarse en la montura del zorro.
El colibrí estaba alicaído, respirando con dificultad, pareció que su vuelo había sido errático. Vidia se acercó a él, caminando sobre el zorro de manera pausada para no lastimarlo.
—¿Qué ocurre, Z? —el ave se arrebujó en la montura y colocó la cabeza contra el pelaje del animal— ¿No encontraste flores por aquí? espera, aún tenemos el néctar que empaqué antes. Eso nos servirá por el momento...
Mientras extraía el néctar de entre las cosas, percibió un sonido por un lateral del camino. Había sido como un sollozo extraño, como el de una mujer. Vidia sintió hasta los más finos cabellos de su nuca erizarse y sabía que no era por el frío.
A pesar de ello, se sobre puso y colocó la envoltura con el néctar preservado cerca del pico del ave. Este empezó a lamer y a succionar mientras reponía fuerzas. Vidia sostuvo con una mano el envoltorio, pero dejó que sus ojos vagasen por todo el derredor. La niebla era tal, que hacía que todo se viera de un tono blanco deslucido, enceguecedor al completo.
Deseó que el ministro regresase rápido.
—Ember, busca salirte del camino —le dijo cerca de la oreja negra y roja—, será mejor ocultarnos hasta que regrese RedLeaf.
El zorro también había escuchado el lamento de nuevo, por eso obedeció, alejándose del camino entre los árboles para situarse al lado de uno de los gruesos cedros que bordeaban ese camino. Vidia tenía más curiosidad que miedo, por eso bajó del lomo de Ember y dio unos pasos al frente.
Tal como lo había vaticinado, el terreno por el que pisaba estaba seco, y el árbol al que se acercaron estaba seco y gris. Estaban llegando al valle donde se escondía el tercer árbol, pero aún faltaba algo de tiempo para encontrarlo.
De pronto, un brillo dorado y suave se perfiló entre la pared de niebla y Vidia suspiró de alivio al ver regresar a RedLeaf.
—¿Puedo usar mi viento para despejar la niebla? —le dijo a modo de saludo, cuando el hombre gorrión descendió para posarse frente a ella.
—Esta niebla es probablemente la única fuente de agua que tendrán estos árboles y este terreno. No sería prudente quitárselos ahora.
—Pero, RedLeaf... —insistió ella— ¿no ha pensado que este frío y esta niebla son malas señales? el frío en la sarsa del primer árbol, el rio congelado, Stormir, el agua helada y salada del segundo árbol y su muerte poco después, esta niebla y este clima aquí donde se suponía que habría calor...
El ministro pareció pensarlo cuando ladeó la cabeza. Pero como no dijo nada, Vidia volvió a hablar
—Quien esté saboteando los árboles del viento está por delante de nosotros —subió al zorro y se acercó al ministro de nuevo para continuar—. Lo mejor es actuar... además, creo que no estamos solos...
—¿Tú también lo sientes?
Vidia le dedicó una mirada atenta, sorprendida. Se incorporó con suavidad para notar como las facciones del rostro masculino se ensombrecían.
—He escuchado un lamento. —le dijo ella— Usted conoce este valle ¿porqué? y además... ¿Cuál es la verdad del porqué no quiere que retire la niebla?
RedLeaf vio a Z terminar su paquete de néctar y agitar las alas para tratar de volar antes de perderse de nuevo entre la niebla, en dirección contraria a donde iban. Seguro debía ir en busca de más flores, ese nectar era la única reserva que conservaban, Z no podía vivir sin flores.
—Haremos el alto aquí... y te explicaré todo ¿de acuerdo?
Vidia ladeó la cabeza, pero obedeció. Ember se escondió en el hueco del árbol en el que se habían apoyado, pero RedLeaf y Vidia ascendieron con las cosas arriba, entre las ramas secas del árbol. No encendieron fuego, para no atraer la atención a su improvisado campamento, simplemente se intercambiaron comida y bebidas tibias de la mañana mientras seguían en silencio.
RedLeaf tomó una capa diferente a las otras, esta era un abrigo grande hecho con pelo de conejo invernal. Había estado empaquetada de tal forma que Vidia no lo hubiera identificado entre los demás bultos de viveres o herramientas.
—Me temo que solo hay uno —le dijo él, extendiéndolo para que ella viese el forro interior, de pelo de conejo trenzado y peinado de forma que guardase el calor de mejor forma—. Y prefiero que lo uses tú.
Vidia sentía el frío en los nervios de las alas y el temblor de las mandíbulas ante la brisa que la despeinaba. Aceptó y RedLeaf la envolvió con delicadeza antes de sentarse frente a ella sobre la corteza de la rama. El calor la inundó con rapidez, demostrándole que ese tejido debía contener alguna magia antigua que mantenía su temperatura estable, sin agobiar. Podría haberse quedado dormida entre esa manta, de no ser por la curiosidad que le daba el ministro y su misterio.
Permanecieron unos segundos así hasta que él extendió una de sus manos. Por un momento, ella no supo lo que él quería al hurgar bajo la capa que le había dado, pero cuando la tomó de la mano ella se olvidó de todo. Él estaba frío, pero su toque fue un consuelo tierno.
Entonces, Vidia cerró los ojos por instinto, y de la nada se encontró en medio de un bosque que no reconoció.
Un bosque espeso y virgen, ni siquiera había más hadas ahí que un joven hombre gorrión de algunas pocas estaciones. Vidia lo veía de lejos, volar entre los árboles como en un sueño. Veía pero no intervenía, como si pasaran imágenes frente a ella solamente, así que se limitó a ver.
Cuando el hombre gorrión se hubo cerca, Vidia reconoció en él las facciones más finas de RedLeaf. Era él de hacía minimo unos ciento cincuenta años, con el cabello un poco más corto y una expresión en los ojos más jovial, confusa y talvez un poco inocente. Buscaba algo, porque miraba en todos los árboles, los tocaba y a veces se volteaba como si esperase que alguien estuviese tras él.
—¿Qué buscas, joven RedLeaf? —preguntó Vidia, mentalmente, sabiendo que él no la escuchaba.
Pero, como si el chico le hubiera contestado, se detuvo en medio del bosque y llamó en voz alta.
—Sé que estás por aquí, Liriel.
Su voz sonó parecida a la que Vidia conocía, pero gran parte de su profundidad, de su sabiduría, de su calma y gran entereza, no existían en esa voz más clara y tintineante, en esa versión más joven e inexperta del ministro.
Vidia se dio cuenta de lo atractivo que le parecía el joven RedLeaf en esa edad. No evitó sentir un débil rubor escarlata cubriendo sus mejillas.
De la nada, entre los árboles surgió un resplandor. Uno de ellos, un olmo, se abrió transversalmente y la magia escapó por entre la corteza rugosa y musgoso, creando una grieta transversal en la corteza, del interior luminoso surgió un ser elemental. Vidia se quedó boquiabierta al ver a la hermosísima joven mujer que emergió del interior del árbol.
Era tan bella y grácil como una jovencita de tierra firma, pero su piel parecía estar hecha de hojas suaves en tonos claros y suaves. Tenía una forma elegante y unos ojos de verde jade que sonreían con travesura al ver al joven hombre gorrión. Era ella del tamaño de una mujer humana, pero cuando RedLeaf se volvió hacia él, adquirió el tamaño de un hada para presentarse frente a él.
—Debes huir —le dijo el joven hada del jardín, sin ceremonias—. Los piratas de la costa te quieren.
—¿De qué hablas? Ya he rechazado a esos mortales, me he escondido, no me han seguido hasta aquí ¡No conocen mi escondite!
—Te han seguido, Liriel. Los he oído, piensan venir a cortar estos árboles hasta dar contigo.
La mujer espíritu del bosque retrocedió y su rostro bellamente esculpido se contrajo con horror. Pero antes de que pudiera hacer o decir nada, RedLeaf la tomó de la una mano y con la otra acunó la mejilla de piel verde, fresca y natural como un capullo.
—He robado algo de la magia del bosque, ¿lo entiendes? me he hecho acreedor de la ira del señor del otoño para poder salvarte, Liriel, podrás escapar de aquí.
Ella lo miró a los ojos, sin aliento, sus labios como pétalos se separaron en un susurro de pura expectación.
—¿Cómo? ¿Cómo lo harás?
RedLeaf atrajo a la joven espíritu hacia él y juntos fueron hasta el árbol de donde ella había salido. Entonces, el joven hombre gorrión colocó ambas manos sobre la madera, un haz de luz verde estalló desde sus dedos. Recorrió la madera y pasó por todo el árbol antes de que este se sacudiera. Antes de que ninguno dijera nada, el árbol se levantó sobre sus raíces de la tierra.
—RedLeaf... —le dijo ella, en un suspiro de admiración.
Pero él sostuvo las manos de la joven con suavidad antes de llevarla a sus labios para colmarla de besos y luego guiarla hacia el árbol.
—Ve, dentro de poco vendrán...
Vidia parpadeó cuando la luz verde que se colaba entre las hojas desapareció, diluyéndose entre la blanca pared de niebla que los rodeaba en la realidad. RedLeaf siguió sosteniendo la mano de la vuelo veloz mientras ella se estabilizaba.
—Era una náyade —explicó él, observándola para tratar de captar su reacción—. La visité por cincuenta estaciones... desde que la encontré en su viejo olmo... debía tener muchos más siglos de los que me dijo. Nunca supo en realidad cuantos...
Un sentimiento hondo, profundo y agudo palpitó dentro Vidia para luego estallar en dolor.
—Eran pareja... —murmuró, como afirmación, no había duda en su voz.
—No como tal... —se interrumpió y sus ojos se desviaron a la nada, la niebla, que lo rodeaba todo— rompí muchas reglas por ella. El salir de la tierra de las hadas ya era un delito, pasar tanto tiempo entre viejos árboles era mi tarea, solo que yo la usé como excusa para explorar y dejar atrás mi mundo. Y ahí conocí a Liriel.
Vidia bajó la vista. ¿Porqué se sentía tan mal? ¿Porqué se sentía decepcionada, como desvalorizada, como echa a un lado? ¿Porqué seguía rememorando la forma en la que RedLeaf había acunado la mejilla de ese ser elemental?
—Cuando robé la magia del bosque de manos del ministro del otoño de esa época, logré hablar directamente al corazón del árbol de Liriel. Solo así pude despertarlo de nuevo para que pudiera moverse. Ese poder era únicamente de los ministros, al robarlo, logré que cada hada del jardín pudiera tener ese poder si tiene la voluntad suficiente. Eso me valió un tiempo de exilio... solo otras cincuenta estaciones. Luego, la reina Clarion me trajo de vuelta, ya que había cosas que solo un hada del jardín podía hacer...
Ella se arrebujó en la capa al sentir el frío morder su piel cuando el tejido se resbaló un poco por sus hombros. La mano de RedLeaf había absorbido parte de su calor, por lo que mantenerla con los dedos entrelazados con los suyos le traía cierta calma, pero no la suficiente. ¿Porqué no se iba esa sensación?
—Liriel se fue con su olmo del valle. Los piratas cortaron los árboles aunque yo traté de impedirlo. Este valle no volvió a renacer nunca... —hizo una mirada general y Vidia siguió sus ojos, desde el árbol seco hasta el suelo más abajo, invisible entre tanta y tanta niebla— y aunque pasé estaciones enteras vagando entre este valle y otras partes de NeverLand antes de volver a la tierra de las hadas, nunca volví a ver a Liriel. Confío en que se salvó...
—La amaste... —atinó a decir, incómoda, molesta con la idea y profundamente dañada ante tal hecho.
RedLeaf se encogió de hombros.
—Me fue imposible no hacerlo... el hecho es que... —se detuvo para volver a conectar su mirada con la de la vuelo veloz— creo que ella ha regresado al valle. Creo que está aquí en algún sitio de este valle... percibo una presencia entre la niebla... pero no se parece en nada a la náyade que yo conocí.