Capítulo 6 : Barreras
23 de noviembre de 2025, 23:28
Maya estaba concentrada en ese momento, su mente atravesaba las paredes y su conciencia volvía a moverse por los pasillos con cautela. Visualizaba todos los secretos y se movía sin ser percibida por nadie. Pasó entre los Radikor, con Zane dándole con un rollo de periódico a Techris en la cabeza en un momento en el que se había atrevido a contestarle en una discusión. Se movió entre Teeny que le estaba haciendo los rulos a la princesa Diara mientras Koz, confuso, consultaba el manual de instrucciones para poder entender cómo funcionaba la secadora de cabello.
Los Radikor estaban entrenando en los alrededores al refugio. O talvez estaban jugando, Maya no supo precisarlo, porque Rynoh estaba colgando de un árbol en una posición rara mientras Zylus trataba de jalarlo de los brazos para sacarlo de ese aprieto. Cuando Bash le dio una patada en el trasero y logró destrabarlo haciéndolo caer sobre Zylus, Maya decidió seguir su observación por otra parte.
Los Hiverax parecían estar en plena disertación telepática, los tres mirándose alternativamente mientras movían ligeramente el rostro. Sus miradas alternaban entre sí con movimientos apenas perceptibles, mientras sus rostros permanecían serios y sin parpadear. El recién llegado, Dexus, con sus ojos amarillos y antinaturales, parecía liderar la conversación, pues los demás centraban su atención en él. Maya no estaba segura de si eso era algo bueno o malo.
Su conciencia vagó más allá, adentrándose en las habitaciones. En la cocina encontró a Zair besándose apasionadamente con un sirviente de unos veintitantos años. ¿No tiene esta chica catorce?, pensó Maya, horrorizada. Parecían estar muy ocupados tras el refrigerador, donde nadie podría ver a donde llegaban sus manos. Avergonzada, Maya huyó rápidamente de la escena, ruborizada, solo para encontrarse, de golpe, frente al cuartucho de Nexus.
Aquí se detuvo un instante. El chico ciborg se hallaba en su descanso. Tenía el cabello revuelto y la ropa manchada de grasa. Estaba sentado en su cama, con la camiseta levantada a la altura del pecho, mirando su abdomen a través del espejo. Estaba mirando el sitio donde debía estar la cortada profunda que se había practicado para buscar repararse. Parecía cansado por la forma en que sus ojos se cerraban apenas unos momentos para después pasarse la mano por ellos, pero a pesar de ello, seguía atento a su piel, quizá aún buscando alguna cicatriz.
Quizá su lógica le decía que eso no era posible, aunque conociera las implicaciones y las maravillas que el Kairu podía hacer.
Maya había visto esa intervención desesperada que él mismo se había practicado y había sentido una enorme lástima por él. No solo porque, gracias a su visión remota, podía adentrarse en él y conocer lo que estaba sintiendo y había tenido una probada gratis del intenso dolor por el que estaba pasando el chico sino por la pesadez de los sentimientos de odio y rencor que anidaban dentro de él.
No había sido muy dificil decidir que iba a ayudarlo, lo dificil fue convencerlo de permitírselo. Su desconfianza era comprensible, después de todo, eran enemigos. Maya no olvidaba la forma tan ruin que usó para intentar asesinar a Ky, usando métodos más propios de un traidor que de un guerrero honorable.
Los ataques kairu eran poderosos y letales en muchas ocasiones pero Ky, Boomer y ella siempre se lograban zafar de ellos. Les habían lanzado dagas, cuchillos, hachas, dardos, fuego y lava, sin mencionar las veces que los habían lanzado a pozos profundos, de barrancos, los habían golpeado con rocas monumentales y les habían roto la mente y la personalidad. Pero eso no producía más que dolor físico que se terminaba minutos después de terminado el reto kairu. Literalmente sus vidas no estaban realmente en peligro como tal. Pero si que eran tan fuertes como para dejarlos incapacitados para devolver el golpe.
Sin embargo, lo que Nexus había hecho aquel día había ido más allá de cualquier límite. Nexus había hecho esa treta sucia, tomando a Ky para asesinarlo cuando estuvo vulnerable y desprevenido, después de una batalla especialmente difícil. Aunque los Hiverax siempre eran crueles y brutales, nunca tiraban a matar. Por eso, cuando él tomó el cuchillo real, de filo metálico físico, sin kairu de por medio, aun cuando Ky se había rendido, todos—incluidos Vexus y Hexus—se sorprendieron en gran medida.
Tomó a Ky por la solapa de la chaqueta, levantándolo mientras él seguía inconsciente, para exponer su cuello. El golpe iba dirigido a su yugular. Un golpe certero y acabaría todo. Maya estaba segura de que nunca había sentido un miedo tan real y tan devastador. En un segundo, a pesar del dolor de la batalla reciente, Boomer y ella intervinieron. El rubio golpeando tras los tobillos de Nexus para derribarlo, y ella lanzándose a su brazo para arrebatarle el cuchillo. Eso no impidió que el filo hiciera un rayón muy superficial en el cuello de Ky que lo sacó de la inconsciencia.
El forcejeo que siguió fue largo y agotador. Ambos salieron heridos, aunque superficialmente, pero al final lograron desarmar a Nexus y empujarlo lejos. El cuchillo tenía rastros de sangre fresca de los tres, cosa que le dio a Maya nauseas y un profundo dolor de estómago ante la perspectiva de una muerte real tan cercana.
Maya no podía creer lo que había ocurrido, tampoco el hecho de que Nexus actuase solo y que sus acciones hubieran sido ajenas a sus hermanos, quienes permanecieron inmóviles, observando la escena con una mezcla de asombro y desconcierto, como si no creyeran lo que su líder acababa de intentar.
Ky era como un hermano para Maya, era familia. Salvarlo fue instintivo, como respirar, Boomer y ella actuaron sin pensarlo, impulsados por el vínculo que los unía. Y cuando estuvo a salvo, fue como un bálsamo para ellos.
Cuando los Hiverax se fueron, Boomer y ella colmaron a Ky de atenciones mientras pudieron, y se protegieron como pudieron cada vez que regresaban por kairu a misiones. Pero aun así, no vieron por un tiempo al equipo más peligroso de Lokar.
Cuando apareció la versión nueva, Dexus, las cosas se torcieron en gran medida. Las batallas se volvieron más duras y las charlas menguaron hasta casi desaparecer. Todo se había vuelto serio a niveles enervantes. Entonces fue que al maestro Boaddai se le ocurrió la idea de un espía encubierto.
Al principio Maya se había negado, tenía miedo, no quería volver a ver a su abuelo ni a estar al merced de sus enemigos. Sabía de lo que eran capaces y, para su desaliento, tendría que ir sola. Sería una mentira que no quería mantener pero que debía hacerlo. Solo así, infiltrada, podría localizar los planes de Lokar. Pero el maestro Boaddai fue conciso y preciso en su explicación cuando les planteó la idea y sus razones: Robar el kairu oscuro de Lokar para purificarlo y llevarlo de regreso al monasterio.
Maya aceptó entonces, a pesar de los riesgos y el miedo.
Lo más dificil fue defenderse de la sombra de Lokar. Ese ataque espantoso que la hizo malvada una vez, la podría hacer malvada otra más. Por eso el maestro le dio un amuleto que ella escondía bajo su ropa. Estaba lleno de un kairu puro que repelía la onda de las sombras y, por el recubrimiento de plomo del que estaba hecho, era indetectable.
Por eso debía fingir ser malvada delante de Lokar, fingir hasta que su abuelo le creyera. Eso era una locura porque ella no era un ángel ni una santa, pero había cosas que simplemente van contra tus principios y tus valores. Recibir la sombra de Lokar diariamente fue algo que ella empezó a sentir como una maldición. Todas las mañanas, Lokar le administraba su sombra para estar seguro. Aun así, aunque la chica fingía bien, Lokar no estaba seguro, y la hacía permanecer en su celda.
—Aun no estás lista, —le decía— pero pronto te dejaré salir, cuando vea que no eres capaz de traicionarme.
Cada vez la sombra era más pesada, más dificil de resistir, más insistente. Lokar sabía que aun no calaba lo suficientemente fuerte como para destrozar sus principios y su suavidad. La necesitaba oscura y malvada hasta el tuétano.
Nexus seguía trayéndole los alimentos, pasando brevemente por su celda mientras le echaba una mirada de sospecha, claramente incrédulo de ella y su actitud. Maya no había fingido ser mala delante de él porque no lo consideraba necesario. Nexus ya había recibido su castigo, de todas formas, y ella ya lo había perdonado además.
A pesar de ello, sentía lástima por él e intentaba hablarle. Cada encuentro era un recordatorio de la distancia que había entre ellos, una brecha que ni siquiera la compasión de Maya podía cerrar del todo. Ni siquiera por el hecho de haberlo ayudado.
En esos momentos de soledad, con la sombra de Lokar oprimiéndola y la hostilidad de Nexus a su alrededor, Maya se aferraba al amuleto escondido bajo su ropa. Sentía el calor del kairu puro, un pequeño rayo de esperanza en medio de la oscuridad que la rodeaba. Pero sabía que esa esperanza solo sería suficiente si lograba mantenerse firme y encontrar el momento exacto para actuar.
Cuando Maya observaba a Nexus en su cuarto, ensimismado y con la mirada clavada en su abdomen, percibía una familiaridad en su soledad. Aunque no lo admitiera, ella sabía que el chico estaba luchando con sus propios demonios, intentando protegerse de un mundo que no le daba tregua.
Aquella tarde, Nexus llegó con la cena. Maya, al verlo, le ofreció una sonrisa tenue y aceptó la bandeja. Cuando tomó la bandeja de sus manos, sus dedos rozaron los de él por un instante. Nexus no reaccionó, permaneciendo estoico mientras daba la vuelta hacia la puerta.
—¿No te quedas esta noche? —preguntó Maya, su voz suave pero lo suficientemente clara para alcanzarlo antes de que se fuera.
Nexus se detuvo a mitad de camino, sus hombros rígidos. Sin girarse por completo, dejó escapar una respuesta seca:
—¿Para qué querrías la compañía de una lata?
Maya apretó los labios, dejando salir un suspiro cargado de resignación. Se levantó un poco, apoyándose en la pared para mirarlo mejor.
— Nexus, por favor... Quédate un rato. Te prometo que este lugar se volverá un ataúd si paso una noche más sin hablar con alguien.
Él finalmente se giró un poco, lo suficiente para que la luz de la lámpara delineara los contornos de su rostro. Sus ojos azules y fríos brillaban con desconfianza, pero también con algo más profundo, tal vez cansancio.
—Puedes salir cuando quieras. Ya me lo demostraste aquella noche.
Maya lo miró con curiosidad, inclinando ligeramente la cabeza. En su tono había un tilde de reproche extraño, como si le estuviera sacando en cara que lo hubiera interceptado esa noche sombría en el pasillo.
—¿La noche en que te curé? —intentó tocar una fibra en él, un vestigio de gratitud que pudiera ablandar la barrera que siempre tenía levantada.
Nexus respondió con un gruñido bajo, apenas perceptible, mientras desviaba la mirada hacia el suelo. La rigidez en su postura lo delataba; claramente no quería hablar de eso.
—Y sin embargo, aquí sigo. Volví, ¿no? —insistió ella, con una pequeña sonrisa que no pretendía ser burlona ni herirlo de ninguna forma, pero sí provocarlo a que hablara más.
Él alzó ligeramente la cabeza, aún sin girarse por completo, su expresión seguía siendo inescrutable— Lo que intento decir es que, si te aburres tanto, puedes salir. Nadie te lo impide.
—Oh, claro —replicó Maya con un dejo de sarcasmo—. Porque pasear alegremente por los dominios de Lokar suena como el mejor plan.
Nexus finalmente se volvió un poco hacia ella, cruzando sus brazos con una expresión difícil de leer.
—A ti no te detiene nada cuando decides algo. —la comisura de su labio superior se tensó hacia arriba— No entiendo por qué necesitas que alguien te haga compañía.
Maya lo miró con seriedad por un instante antes de suavizar su tono.
—A veces... solo queremos saber que no estamos completamente solos.
El silencio que siguió fue pesado, lleno de palabras no dichas. Nexus sostuvo su mirada por un instante, como si buscara alguna señal de engaño en sus ojos, antes de apartarla nuevamente. Luego, sin una palabra más, dio media vuelta y salió del cuarto, dejando a Maya con la sensación de que, tal vez, había logrado atravesar una pequeña grieta en su coraza.