ID de la obra: 1433

Doble lealtad

Het
R
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2
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planificada Midi, escritos 137 páginas, 71.131 palabras, 26 capítulos
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Capítulo 8 : Diferente

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Marisa, la jefa de cocina, llevaba tiempo observando a Nexus. Sabía más de lo que dejaba entrever sobre el chico, los chismes de los demás sirvientes y sus propias observaciones le habían dado un cuadro claro de su historia. Había visto cómo había llegado, retraído, inseguro, con movimientos torpes que delataban su falta de experiencia en un entorno como aquel. Sin embargo, también había notado la furia latente en su mirada, un odio mal disimulado hacia los demás adolescentes, especialmente los E-Teens Battacor. Todo había empezado a cambiar el día que llegó esa chica nueva, Maya. Marisa no pudo evitar relacionar los eventos: la llegada de la joven y la paliza brutal que recibió Nexus esa misma tarde. Cuando lo vio entrar a la cocina esa noche, sangrando y con el rostro hinchado, se le encogió el corazón. Nexus no era malo, eso lo sabía. Era solo otro muchacho lastimado por la crueldad del mundo. Un mocoso más con cicatrices que no se veían, pero que estaban ahí, marcándolo. Aún más desconcertante fue lo que ocurrió después. A la mañana siguiente, Nexus apareció en la cocina como si nada hubiera pasado. Ni un rasguño, ni un moretón, ni siquiera el más mínimo indicio de dolor en su andar. Marisa quedó atónita, pero optó por no preguntar. Solo se limitó a observarlo con renovada curiosidad. Tiempo después, más o menos un mes más tarde, lo vio hacer algo que nunca antes había visto en él: probar los ingredientes uno a uno. Lo observó mientras mordisqueaba un trozo de cebolla y luego un diente de ajo, frunciendo el ceño por el sabor intenso y extraño, como si nunca los hubiera probado antes. Probó el perejil, la canela, la mantequilla, e incluso un pedazo de carne cruda antes de cocinarla. Cuando finalmente ensambló los ingredientes en el guiso, Marisa lo vio probar el resultado final, y, para su sorpresa, una leve sonrisa apareció en su rostro. Fue una sonrisa tan sincera y rara en él que la dejó inmóvil por unos segundos. Hubo otra cosa que notó: su piel. Antes grisácea y apagada, ahora lucía con un tono más saludable, casi rosado. ¿Había sido un cambio gradual o repentino? Marisa no lo sabía con certeza, pero el chico parecía diferente, más vivo. Lo que sí estaba claro era su dedicación a la tarea de llevarle los alimentos a Maya. Nexus no permitía que nadie más lo hiciera, como si aquello fuera una misión personal. Marisa veía cómo preparaba bandejas generosas, con porciones suficientes para alimentar a dos personas, y cómo salía cada día con el mismo rumbo, hacia la celda de la chica. Todo aquello era sospechoso, y Marisa no sabía si debería informar al maestro Lokar. Si lo hacía, las consecuencias serían devastadoras para Nexus, y ella estaba segura de que el muchacho no merecía eso. Aun así, parecía que los E-Teens Battacor también sospechaban. Ellos esperaban a Nexus al final de los pasillos, en sus horarios libres, en el patio trasero y delantero. Parecía que esperaban el momento de hallarlo solo. Marisa los había oído murmurar el nombre del chico y verlos después, organizados, en un rincón donde él pasaba siempre. Para la suerte de Nexus, parecía que su oído estaba más desarrollado que el de esos chicos porque antes de llegar al punto de encuentro, se desviaba. Se detenía y luego salía por el lado contrario. El problema iba cuando lo esperaban fuera de su cuartucho, entonces el chico tenía necesariamente que dormir fuera.  Una mañana, Marisa se sorprendió al encontrar a Nexus en la cocina, en un día que no le correspondía estar allí. Vestía una chaqueta y pantalones de trabajo color crema, combinados con una camiseta blanca. Era ropa sencilla, pero se veía extraña en él, como si no encajara del todo con su aire reservado y melancólico, aunque su aspecto ya no resultara tan sombrío como antes pero aún conservaba un aire de rareza difícil de ignorar. Nexus estaba frente a las ollas, removiendo una sopa con concentración mientras unas papas chisporroteaban en la sartén. —Nexus, hoy deberías estar en el huerto —dijo Marisa desde la puerta, sin molestarse en saludar. Él asintió sin volverse, dejando el cucharón a un lado. —En efecto… —murmuró, con la vista fija en lo que hacía. Entonces apagó el fuego y se dirigió hacia la puerta, como si la conversación hubiera terminado. —Espera —dijo Marisa, adelantándose y sonriendo con una calidez medida—. No quise echarte, solo quería saber. Déjame acompañarte. Nexus la miró de reojo, dudando por un instante, pero al final no objetó. Ella lo siguió al exterior mientras intentaba sacarle conversación. Aunque el chico no siempre era tan lacónico, parecía que había partes del mundo que simplemente no le interesaban, como si hubiera aprendido a vivir sin ellas. Para Marisa, eso no dejaba de ser fascinante. Tras el refugio, el paisaje se transformaba. Había tres invernaderos dispuestos en línea. Uno para la huerta, otro para plantas medicinales y un tercero, el más grande, donde crecían árboles frutales. Nexus y Marisa entraron al primer invernadero, donde los vegetales maduraban bajo una luz artificial que intentaba imitar la calidez del sol. Junto a la entrada había varias canastas de mimbre, una de las cuales Nexus tomó sin vacilar. Su tarea era recolectar los ingredientes para las comidas del día. —Tus comidas han mejorado últimamente, ¿sabes? —comentó Marisa, con un tono que buscaba romper el silencio, mientras él presionaba botones en el panel de la entrada para desbloquear la puerta. —Estoy poniendo más atención a la preparación —respondió Nexus, con una franqueza desprovista de emoción. Marisa sonrió, inclinándose ligeramente hacia él— ¿Estás seguro de que no es porque ahora cocinas para la chica nueva? Por primera vez, Nexus se quedó completamente inmóvil, como si las palabras lo hubieran golpeado de lleno. Sus dedos se detuvieron sobre la pantalla táctil, aunque solo por un momento. Rápidamente, reanudó el movimiento, pero el leve endurecimiento en su expresión no pasó desapercibido para Marisa. Ella lo observó con curiosidad, pero no añadió nada más. Las respuestas de Nexus siempre llegaban a su propio ritmo, y a veces, no llegaban en absoluto. Sin embargo, aquella reacción, tan breve como había sido, decía más de lo que el chico estaba dispuesto a admitir. Entonces, Nexus se volvió rápidamente, no hacia Marisa, sino hacia el otro extremo del invernadero. Allí, entre las sombras, emergieron los Battacor. Los tres chicos habían estado esperando este momento con obvia expectación. Bash avanzó primero, juntando las manos para tronarse los nudillos con un sonido seco. —Vaya, vaya... —tarareó Zylus con burla, cruzado de brazos mientras observaba la escena con superioridad—. ¿Quién iba a pensar que nuestra querida lata de boxeo también sabe cultivar zanahorias? Rynoh, por su parte, se arremangó lentamente, mostrando una sonrisa torcida. —Esta vez es mi turno de divertirme, chicos. La última vez me dejaron la peor parte. —Y esta vez será todo tuyo —respondió Zylus con una falsa indulgencia, inclinando la cabeza con un gesto casi teatral. Marisa dio un paso al frente, interponiéndose entre Nexus y los Battacor— ¡Aléjense de él! Si no lo hacen, le diré al maestro. —Lo que menos necesitamos ahora es que él lo sepa —dijo Nexus con una calma que parecía demasiado controlada, sin apartar la vista de los chicos. Luego miró a Marisa, y su expresión se endureció ligeramente—. Regresa a la cocina. Yo te seguiré luego. Marisa frunció el ceño, vacilando, pero antes de que pudiera replicar, Zylus tomó la palabra de nuevo, con su tono cargado de sarcasmo— Hazle caso al robot, Marisa. No vale la pena molestar al maestro por tonterías. Además, solo estamos jugando, ¿verdad, Nexus? El chico no respondió. En su lugar, volvió a apremiar a Marisa con un gesto urgente, esta vez dejando entrever impaciencia en su mirada. Marisa no se movió, pero se acercó lo suficiente como para hablarle en un murmullo, su voz cargada de preocupación. —¿Por qué no quieres que se lo diga? Sé que fueron ellos los que te dieron aquella paliza el otro día y los que te han estado acosando desde entonces. El maestro podría detener todo esto de una vez por todas. Nexus apretó los dientes y desvió la mirada hacia los Battacor, que esperaban con sonrisas burlonas. Entonces, inclinó un poco la cabeza hacia Marisa, hablando en un tono apenas audible— No quiero que sepa... que no puedo hacerlo solo. Marisa se quedó congelada, incapaz de replicar. Era la primera vez que veía a Nexus admitir algo tan vulnerable, aunque lo hiciera a regañadientes y con una expresión de frustración. Y eso, de alguna manera, hizo que se sintiera aún más decidida a ayudarlo, aunque sabía que él no se lo permitiría. A pesar de ello, aceptó sus órdenes. Con reticencia, Marisa comenzó a retroceder, lanzando miradas cargadas de preocupación hacia Nexus, hasta que su silueta desapareció tras el edificio del refugio, de vuelta a la cocina, de donde no debió haber salido. Nexus, por su parte, permaneció inmóvil mientras los Battacor avanzaban hacia él. —¿Qué pasa, Nexus? —La risa de Rynoh era aguda, casi chillona, y le taladró los oídos como una burla viviente— ¿ya no eres tan valiente sin tu madre?  Sin perder tiempo, los tres comenzaron a moverse, formando un triángulo perfecto a su alrededor. Cada paso era calculado, una danza lenta y siniestra que lo encerraba más con cada movimiento. Nexus giraba la cabeza de un lado a otro, tratando de seguirlos, de anticipar de dónde vendría el primer golpe. Pero las risas y las sonrisas torcidas de los Battacor hacían que el aire se sintiera más pesado, cargado de amenaza. Recordaba demasiado bien su último enfrentamiento. La humillación de los golpes, el dolor de su reparación forzosa, la vergüenza de haber necesitado la sanación de Maya después. Aquella situación había sido suficiente para que los evitara desde entonces. Y, aunque el deseo de devolverles el sufrimiento le ardía en el pecho, sabía que no podía permitirse otro fracaso. Zylus se detuvo justo frente a él, con una sonrisa ladeada que irradiaba superioridad. —Para que veas lo generosos que somos —dijo con un tono burlón, como si le estuviera ofreciendo un regalo—, ¿por qué no das el primer golpe? Anda, te daremos esa ventaja. Nexus apretó los puños, sintiendo el sudor frío resbalar por su espalda. La oferta no era más que otra burla, una provocación para que cometiera el primer error. Pero incluso rodeado, con la tensión cortándole la respiración, Nexus no podía ignorar el pulso que latía con fuerza en sus sienes: la necesidad de luchar, de probar que no era el mismo de antes. —¿Y bien, lata? —le soltó Bash con su voz ronca y profunda— Danos lo mejor que tienes. Si es que tienes algo que dar sin el kairu de tu lado. —Y tal vez no te molamos hasta dejarte inservible —murmuró Rynoh entre risas burlonas. —Lo consideraremos, al menos —añadió Zylus, con su tono venenoso y altivo. Entonces, desde más allá de los invernaderos, dos voces rompieron la tensión con gritos sincronizados: —¡Explosión llameante! —¡Aplastamiento de rocas! Antes de que Nexus pudiera girarse, una oleada de fuego verde y oscuro se lanzó como un látigo feroz hacia Zylus, arrojándolo violentamente contra la pared exterior del refugio. El impacto resonó como un trueno, dejando un cráter humeante mientras el cuerpo de Zylus caía inerte. Simultáneamente, una lluvia de rocas incandescentes se precipitó sobre Bash, aplastándolo contra el suelo en un caos de llamas rojas. Su figura desapareció de la vista, envuelta en humo y polvo. Nexus, con el corazón desbocado, vio su oportunidad. Sin dudar, descargó un puñetazo cargado de rabia contra la mandíbula de Rynoh. El impacto fue limpio y crudo, suficiente para sacarlo de combate. Rynoh cayó hacia un lado con un quejido ahogado, mientras Nexus retrocedía unos pasos, su respiración pesada y sus puños aún temblando. No era la venganza que deseaba, pero había ganado algo de tiempo. De entre las sombras, dos figuras emergieron con pasos firmes: Hexus y Vexus. Sus armaduras ajustadas como una segunda piel, idénticas a la que él mismo había portado en el pasado, brillantes y oscuras entre la yerba y las hojas del campo. Nexus sintió una punzada de nostalgia al encontrarse con sus ojos, por primera vez en tanto tiempo, un eco de los días en que luchaban codo a codo, antes de que todo cambiara. Ellos lo estudiaron de arriba abajo, confusos y silenciosos. Los días en que verlos era como enfrentarse a un espejo habían quedado atrás. Ahora Nexus veía las diferencias que se habían ido acrecentando cada vez más. No solo el tono de su piel era ahora más humano, sino su misma energía. Ellos también lo sentían. La oscuridad que compartieron antes, en Nexus estaba diluida en ese kairu nuevo y puro que Maya le había administrado. Ahora, ellos parecían regios, orgullosos, invencibles. Nexus, en cambio, no era más que una sombra de lo que había sido, un sirviente más en un mundo que lo había relegado al olvido. No creía que se pudiera decir que lo suyo era un cambio bueno, todo lo contrario, se sintió culpable. Hacía mucho tiempo que ellos fingían que él no existía.  Vexus avanzó primero, con sus ojos verdes brillando bajo la luz tenue. Su rostro era impasible, pero sus pasos calculados delataban una mezcla de curiosidad y cautela. Siempre había sido el más reflexivo de los tres, el más blando, si eso era posible. Detrás de él, Hexus, con su mirada roja entornada, lo observaba con suspicacia, su postura rígida como si evaluara cada movimiento de Nexus en busca de un fallo. La reunión era inevitable, pero incómoda. Nexus los enfrentó con la misma intensidad, aunque una parte de él deseaba apartar la mirada. Finalmente, inclinó la cabeza en un gesto contenido, reconociendo su ayuda. —No estaremos siempre —dijo Hexus, su voz baja y cargada de desaprobación— para salvarte el trasero. Un comentario pasivo agresivo que dejó sentir a los presentes que esto realmente no había sido del todo aceptado por los dos al efectuarse. Una chispa de irritación encendió el ánimo de Nexus, abriéndose paso entre la gratitud que antes lo había estado colmando. No obstante, mantuvo la calma. —Tampoco pedí que lo hicieran. —No hacía falta. —respondió Vexus con seriedad, sin reproche en su tono. Sus palabras cortaron la tensión mientras se giraba hacia Hexus—. Lo hicimos porque es nuestro hermano. Nexus asintió, mordiéndose la lengua para no añadir nada más. —Y les estoy en deuda —murmuró, aunque sabía que no era del todo cierto. —Eso lo veremos —replicó Hexus, esbozando una sonrisa gélida. Nexus se recordó a si mismo que él había sido el más sádico de los tres, que los había liderado aunque lo suyo hubiera sido más una hermandad que un equipo. En los días en que eran temidos como un solo ente. Pero si Hexus fue el látigo, Nexus había sido la mente detrás del caos, el estratega que los impulsaba a ser más crueles, más precisos. Y ahora ni siquiera sabía si podía seguir mirándolos a los ojos. Un sonido sutil entre los árboles interrumpió sus pensamientos. De entre las sombras emergió Dexus. Sus ojos amarillos brillaban con un fulgor extraño, casi sobrenatural. Nexus sintió su estómago encogerse. Si Vexus era el más blando y Hexus el más frívolo, Dexus era un enigma: silencioso, imperturbable, pero siempre observando con una intensidad amarilla despreciativa que te hacía sentir desnudo ante su mirada. Solo a través de la conexión mental era que se podía apreciar los matices que los diferenciaban, porque se estaba en completa sintonía con sus ondas cerebrales. Pero Nexus se halló pensando que probablemente si así fuera y el chip de telepatía hubiera estado en su cerebro positrónico, y hubiera podido oir los pensamientos y sentimientos de este chico, aun así, no lo habría logrado desentrañar nunca. Era diferente a ellos tres. Había algo más oscuro en él, más profundo, más allegado a su maestro. Algo que los volvía incompatibles.  Dexus no dijo nada, solo los observó con esa mirada penetrante y oscura, a pesar del color que poseía. Nexus supo de inmediato que estaba comunicándose en telepatía con los otros dos. Lo notó en el ligero movimiento de cabeza de Vexus y Hexus, casi imperceptible, en dirección a él. Un gesto que habría pasado desapercibido para cualquiera que no los conociera al nivel que él lo hacía. Vexus lo miró un poco más, sus ojos verdes buscando algo en Nexus, como si intentara desentrañar qué le había pasado, qué lo había convertido en lo que era ahora. Porqué se había vuelto tan semejante al resto de humanos. Y es que no solo era la ropa o la piel, era la actitud misma del ciborg la que había cambiado. Ellos nunca hubieran protegido a Marisa si hubieran estado en esa situación. Por eso ahora Vexus lo estudiaba, lo miraba una y otra vez pero, al no encontrar respuestas, negó con la cabeza, más para sí mismo que para su hermano. Sin más palabras, siguió a Hexus hasta donde Dexus esperaba. Nexus los observó reunirse en la penumbra, un trío imponente que una vez había sido su familia. Ahora eran algo distinto, algo que lo hacía sentir pequeño y fuera de lugar. Nexus sentía la profunda nostalgia, por eso, decidió no pensar más, simplemente se dejó llevar al interior del invernadero... la sopa no se haría sola.
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