Capítulo V
2 de diciembre de 2025, 16:07
—¿Cuáles son las probabilidades?
Choso levantó la mirada de los exámenes de sangre de Yuuji.
—Las conoces bien, Satoru. Él tiene más probabilidades de morir que de ser tu compañero—chasqueó la lengua—. Aunque tiene una muy buena salud, excelente de hecho.
—No encuentro la manera de hacerlo desistir.
—¿Te refieres a que encerrarlo a un día de la operación no fue suficiente?
Cerró los ojos, molesto.
—Ryomen lo liberó.
—Es un hijo de puta, pero es sensato.
—¿Sensato? ¿Te parece sensato a ti?
—No te desquites conmigo, Satoru —Choso dejó los papeles sobre el mesón de espera del hospital donde se realizaría la marca—. Mereces ser feliz y eso idiota lo sabe tanto como yo.
—Yuuji morirá, Choso. ¿Cómo puedo ser feliz con algo así?
—Lo intentaste todo por veintiún años, Satoru. Es tiempo de que hagas lo último que está en tu lista.
—Jamás me planteé usar la marca.
—Yuuji lo pensó, así que cuenta.
En ese momento un hombre de bata blanca entró ajustándose la bata antes de hablar.
—Tenemos todo listo, los papeles firmados, el paciente estabilizado y emocionado —sonrió ante el supuesto entusiasmo.
—¿Puedo alegar mentalidad inestable?
Choso suspiró.
—Entra ahí, tomale la mano y muerdelo —golpeó con suma fuerza su espalda—. Saldrá bien, te lo prometo.
—No lo hará, Choso. Es peligroso y…
—Las otras intervenciones no nos tuvieron a nosotros, Satoru. Con tu jarabe y mi inyección para Yuuji, todo resultará a la perfección.
Le sonrió más tranquilo, obligándose a ignorar el fuerte ardor en su nuca.
—Su amigo tiene razón, señor Gojo —habló el doctor, revisando un par de papeles—. La inyección que creó ha incrementado la producción de feromonas en Itadori, y con la disminución de sus feromonas dominantes al tomar su jarabe, creemos que la marca podrá ser nivelada de mejor manera.
Si, lo sabía muy bien. Conocía los detalles al revés y al derecho. Las probabilidades eran excelentes para este caso en particular, los niveles de feromonas entrarían en un rango donde la marca no fuera tan agresiva desestabilizando los signos vitales de Yuuji. Sin embargo, también conocía la peor parte; si la dominancia en su veneno seguía siendo demasiada no importaría que Yuuji elevará sus feromonas, de todas formas entraría en shock y todo se iría a la mierda.
Siguió al doctor con un temor aplastante, una sensación casi idéntica a cuando lo dejó por el bien de ambos, aunque en esta ocasión era más abrumadora.
¿Y si escapaba? ¿Y si lo dejaba por segunda vez para no correr el riesgo?
Detuvo su andar en medio del pasillo.
—¿Señor Gojo?
No podía hacerle aquello a Yuuji, debía dejarlo vivir sin consecuencias que lo obsesionaron por querer tenerlo a su lado.
¿Y si no resultaba? ¿Y si uno de los dos muere?
El palpitar de su corazón estaba por partirle el pecho, se llevó una mano buscando desesperado poder tranquilizarlo.
—¿Señor Gojo? —la voz del doctor sonaba más preocupada.
Levantó la mirada buscando algo en concreto, pero todo estaba borroso.
—¡Señor Gojo!
No supo qué sucedió después de que su mano se levantara y tocará el vacío borroso que tenía enfrente, de repente su visión borrosa se volvió negra.
Al despertar no mucho después, sobre un sofá reclinable claro en la misma sala de espera con Choso a su lado, casi lo hizo vomitar.
—Eres débil.
—Cállate —le dijo cuando se sentó sobando sus sienes—. ¿Qué pasó?
—Ataque de pánico.
Negó.
—Estaba bien cuando iba de camino. Tiene que ser otra cosa.
—Tienes razón —se conformó su amigo, tomándolo de la mano—. ¿Qué te parece un ataque de pánico asociado a la marca?
—Tiene miedo, ¿qué otra cosa puede ser? —secundó Sukuna que yacía tirado sobre otro sofá de cuatro piezas, leyendo una revista médica sobre el cáncer.
—¿Tú estaría mejor? —reprochó Choso, dándole la espalda para enfrentar a Sukuna.
—Estaría extasiado de saber que mi pareja me ama tanto que es capaz de someterse a una cirugía que muy probablemente lo mate.
—Hijo de puta, bastardo sin corazón, mal nacido tu…
—Es suficiente —cortó colocándose de pie.
Sukuna tiró la revista sobre la pequeña mesa de centro. Choso puso los ojos en blanco cuando no pudo terminar su rosario dirigido a él.
El sonido de la puerta abriéndose detuvo a todos de la disputa silenciosa que tenían, cuando el jefe de seguridad de su empresa hizo presencia.
—¿Qué haces aquí? —exigió con crudeza.
—No lo hagas —dijo de frente, sin importarle demasiado que se dirigía a su jefe directo—. No soy capaz de hacer que Yuuji cambie de opinión, pero tú… ni siquiera estás seguro de hacerlo. Las consecuencias podrían ser peores para él que para ti, Gojo.
¿Ellos dos hablaron sobre esto?
—Los dos ya eligieron —intervino Sukuna con una voz dura, casi con agresividad—. ¿Quién eres tú para entrometerte en su relación?
Choso asintió con los brazos cruzados.
—¡Él puede perder la vida! ¡Tú no sabes lo que se siente pasar por algo así!
Nunca creyó estar de acuerdo con las palabras de Nanami Kento, al menos no desde que se enteró que tenía citas regulares con Yuuji en un club de mala muerte. La desesperación en él era tan clara como el agua cristalina de los altos valles, empeorando aún más sus revoltosos pensamientos.
—Esta no es tu decisión, Nanami —la voz de Yuuji silenció la sala. Vestido con dos piezas de color blanca con abertudas estrategicas para el personal de salud y los procedimientos—. No quiero que proyectes tu antigua vida en mí.
—Pero, Yuuji, esto te matara.
—No lo hará.
—No seas irracional —dejó ir con vehemencia—. Conoces los datos, después de una marca dominante tu cuerpo colapsara y no habrá vuelta atrás. Él saldrá de aquí caminando mientras que tú…
—Debes irte ahora, Nanami —lo observó con furia—. Jamás pedí tu opinión y no la quiero ahora. Lárgate.
—¡Yuuji…!
Sukuna se atribuyó la tarea de escoltar a un airado Nanami gritando las verdades que generaron su evidente ataque de pánico. No había ni una sola mentira en las palabras de Nanami, que buscaba con urgencia una salida por el bienestar de Yuuji.
—No te rindas —su suave voz cambió al dirigirse a él—. Por favor no lo hagas. No dudes.
—Él solo demostró el miedo que yo también siento, Yuuji —murmuró aferrándose a sus brazos, ignorando su alrededor—. Odio decirlo, pero…
—Es mi decisión.
Parecía más tranquilo de lo que esperaba, sus ojos estaban claros y firmes con las palabras, su postura era todavía más segura.
—¿Yuuji?
Las manos de Choso sosteniendo sus brazos fueron las primeras alarmas en su cabeza, la segunda fue Yuuji presionando una jeringa contra su muslo.
—¿Qué… hiciste? —preguntó cuando ambos se separaron de él.
El líquido de la jeringa ya no estaba, había desaparecido en su músculo.
Miró de reojo a Choso mientras que su mente a cada segundo se nublaba.
—Estarás bien —le prometió su amigo—. Me haré cargo desde ahora.
Yuuji lo sostuvo cuando se tambaleó. Observó directo a sus ojos buscando una explicación que su boca no lograba formular.
¿Qué habían hecho?
—Perdón, pero no puedo dejar que corras esta vez —Yuuji le acarició la mejilla.
De pronto un calor enfermemizo subió desde su centro a su mente, un disparo de feromonas inundó la sala donde se encontraba. Con una respiración agitada y dolorosa, notó a otras dos personas con mascarillas entrando para subirlo a una camilla, donde sus manos fueron de inmediato atadas.
Quiso protestar, pelear con ellos, pero el fuerte olor a canela que bañó todos los sentidos posibles lo detuvieron. Se aferró con una fuerza animal a la mano de Yuuji quien lo sujetaba mientras avanzaban por los largos y anchos pasillos.
¿Era su olor?
Observó aquel perfil que tanto lo embrujaba, y esa pequeña sonrisa en sus labios.
¿Siempre había olido tan bien?
Unas puertas se abrieron hasta una sala quirúrgica, todo blanco y azul, un doctor en medio revisando monitores encendidos sin preocupación alguna como si todo ya estuviera orquestado.
¿Siempre fue así?
Volvió la mirada a Yuuji que hablaba algo con ellos, pero sus palabras no tenían significado alguno, sólo su esencia.
Olía a pastel recién horneado.
—Yuuji…
Fue ignorado.
Había estado veintiún años alejado de un olor tan obsesivo.¿Por qué lo hizo?Debió tomar a Yuuji, agarrar su cuello y marcarlo como debió ser desde un principio, de esa manera no habría Nanamis ni Utahimes. No existiría nadie, solo ellos. Su hogar habría estado inundado de sus dulces feromonas, y podría regresar con ánimos y con ganas de dejar su marca en toda su bella y lisa piel. De no haber sido por esos años perdidos, Yuuji no solo tendría una marca, sus muñecas, muslos, abdomen y espalda estarían marcados por sus colmillos y dientes.
Todo en él gritaría su nombre. Propiedad de Gojo Satoru.
Sonaba perfecto.
La saliva corriendo por el mentón , forcejeo con los amarres de las muñecas lastimándose la piel. El dolor era insignificante, el ardor de su nuca también, todo estaba en segundo plato, su olfato y visión eran propiedad de Itadori Yuuji, su belleza y esencia.
—Yuuji.
Está vez fue atendido por una sonrisa inquieta y esquiva.
No le importó porque cuando pudo liberar la mano izquierda fue a parar justo sobre su exquisita boca. Lo aprisiono ante el grito silencioso de los profesionales de alrededor. Bajó de la camilla de un saltó para llevar a Yuuji de espaldas contra una pared esteril y sobria.
—¿Por qué hueles tan delicioso?
Con la boca pegada en la piel erizada de su cuello, esperó a que dijera algo, cualquier cosa que pudiera volverlo loco.
—Satoru…
De todo lo que pudo haber dicho para zafarse, decidió mencionar su nombre.
Lamió justo donde el pulso se lograba sentir, con sus manos aferradas a su ropa trató con una fuerza considerable para alejarlo, pero no lo logró porque también fue influenciado por sus feromonas.
—Siempre buscaste esto, ¿no?
—Espera, Satoru…
—¿Por qué tratas de alejarme ahora?
—Debes volver a la camilla, de lo contrario algo podría salir mal.
—¿Mal? Pero si tú querías esto. Lo planteaste—deposito un pequeño beso al lado de sus labios—.Me inyectaste en contra de mi voluntad, Yuuji.
—Es por nuestro bien.
—Seré yo el que sufra si tú mueres. El único que sale perdiendo aquí soy yo. Nadie más.
Sonaba egoísta y no se arrepentía, Yuuji debía tenerlo claro porque el mayor riesgo lo corría él. Y a pesar de la fuerte lucha en su interior, no quería que lo último que dijera después de perder la razón fueran palabras de resentimiento y odio por el temor.
—Yuuji, te amo y estaba dispuesto a dejarte ir.
—Ni quiero ir a ningún lado sin ti.
Rió con dolor.
—Lo dices como si ahora tuvieras opción.
Fue entonces que él se alejó, golpeando su pecho con ayuda de los doctores detrás que lo sostuvieron, pero ya era inútil. Con un movimiento brusco se zafó de ellos y tomó por segunda vez el cuello de Yuuji, acercándolo de espaldas vio la nuca descubierta. Respiró profundamente acercando sus labios para lamerlo con placer y luego morder tan fuerte como pudo.
La carne se abrió bajo sus dientes, el sabor metálico baño su lengua y el quejido de Yuuji fue exquisitamente bien recibido por sus sentidos.
Esto era lo que siempre quiso, desde que Yuuji se consagró como Omega recesivo.Hacerlo suyo.
La combinación de feromonas fue un golpe para la poca razón que le quedaba, no fue consciente de los golpes de Sukuna y Choso cuando llegaron a ayudar. Lo último que vio luego de desmayarse fue el cuerpo inerte de Yuuji siendo cargado por los doctores. La sangre en su ropa empapándolo por completo provocó en él un colapso que no lo dejó tranquilo.
¿Qué había hecho?
Las pesadillas fueron todavía peores mostrando un mundo donde Yuuji había sido asesinado por sus propias manos, viviendo con una mente cargada de “lo sabías y aún así lo hiciste”. La mirada acusadora de Nanami durante el trabajo y la lastima de Choso por equivocarse.
Conocía el final y no fue capaz de cambiarlo, dejándose llevar por un celo que no quiso, pero que tuvo porque Yuuji temía más a una vida sin él.