Eres un adulto
17 de mayo de 2025, 20:59
Al día siguiente, Tolkien fue al hospital a visitar a Tweek. Entró en compañía de Nichole, quien iba furiosa.
—¡¿Qué clase de padre eres?! —preguntó al entrar.
—Nichole —dijo con miedo—. Yo no sabía.
—Ya, amor, cálmate.
—Ayer por la tarde le hice un par de exámenes, Tweek. Tu hija tiene anemia, desnutrición y su sistema inmune está débil, agradece que no ha desarrollado diabetes o enfermedades coronarias, pero si sigue así, vas a lamentarlo de por vida.
—Pero ¿se pondrá bien?
—Con una alimentación balanceada y suplementos, debería estar bien en poco tiempo. Por ahora, todo depende de Craig.
—La verdad, aún no la conozco, ni siquiera tengo la certeza de que sea hija mía.
Tolkien le entregó un documento a Tweek.
—99.9% de compatibilidad, es tuya, ya no puedes negarla —dijo Tolkien—. Estás jodido.
Tweek leía el documento, comenzando a llorar.
—Me siento tan culpable.
—Deberías —reclamó Nichole—. No puedes andar por la vida teniendo hijos y dejándolos a su suerte.
—Pero, amor, él no lo sabía.
—¡Tú cállate!
—Sí, mi amor —dijo sentándose junto a la camilla.
—Tweek, tienes que buscar a su mamá, haz todo de forma legal y ponle tu apellido.
—Lo haré, no te preocupes. Pensaba hacerlo de todas formas, solo esperaba a estar seguro de que es mi hija.
En ese momento, Craig entró a la habitación.
—¡¿Y la niña?! —preguntó Nichole.
—La está cuidando mi mamá.
—¡¿Le diste de comer?!
—Sí, Nichole, le di de comer, no soy un maldito. La estoy cuidando bien.
—¿Y por qué no la traes a conocer a su papá?
—Porque quiero que se conozcan en otro lugar, no en un hospital.
—¡No puedo con ustedes! —dijo retirándose de la habitación.
Tolkien se asomó por la puerta, viendo a Nichole alejarse.
—Pero si yo no dije nada —comentó volviendo junto a Craig.
—Jaja. Solo asiente y cállate.
—¡Eso hice! Bueno, de todas formas, ahora vengo con otra misión. Tweek, dijiste que la mamá de Siel dejó un bolso en tu departamento.
—Sí, pero no sé qué tiene, no alcancé a revisar.
—Tus llaves —dijo extendiéndole la mano.
Tweek le indicó sus pertenencias sobre un mueble.
—Bien, vámonos, Craig.
—Pero vengo llegando.
—Oh, ya habrá tiempo para el coqueteo.
—Pues no si te lo llevas así —dijo Tweek.
—Debiste pensarlo antes de tener hijos.
Tolkien jaló a Craig del brazo y se fueron al departamento de Tweek. Al entrar, Tolkien, revisando la sala, recogió la nota arrugada, luego de leerla, se la dio a Craig.
—Mira, qué tierno. Asumo que el hijo de puta eres tú.
—Jaja. Sí, ayer fue al hospital.
—Si se aparece a molestar, solo llámame. Puedo hacer que le pongan una orden de alejamiento, inculparlo por algo, lo que quieras, solo pídelo.
—Jaja. ¿No se supone que los policías deben dar el ejemplo?
—Soy un ejemplo, Craig... Un mal ejemplo.
Tolkien abrió el bolso, revisando su contenido.
—Ropa, zapatos... ¡Aquí está! —dijo sacando un pasaporte—. Veamos... Siel Ivanova Ivanova, es chilena, pero su apellido no parece de allá.
Tolkien buscó una computadora y se sentó en el suelo junto a Craig.
—Vamos a ver quién es su mamá... Ekaterina Ivanova, es rusa. Ahora sí que Tweek está jodido. Si la chica no vuelve, no hay mucho que hacer, entrar al sistema ruso para localizarla, es casi imposible.
—¿Crees que se haya ido con esa intención?
—No sé, pero Tweek va a tener que empezar a aceptarlo.
Ambos salieron, llevando las pertenencias de Siel al departamento de Craig.
—¿Me llevas a la casa de mi mamá?
—¿Me viste cara de taxi?
—Solo asiente y cállate. Eso es lo tuyo.
—Jaja. No te burles de la ley —dijo poniéndose sus gafas oscuras.
Tolkien dejó a Craig en casa de sus padres, se despidió y encendió la sirena.
—¿Y ahora para qué? —preguntó Craig bajando de la patrulla.
—Quiero ir al baño —dijo yéndose a toda velocidad.
Al entrar a casa, Siel corrió hacia Craig, este la tomó en brazos de inmediato.
—Ya pesa más —dijo quejándose.
—O tú estás más viejo —dijo Tricia.
—¿Ya te la vas a llevar? —preguntó su madre.
—Sí, le dije que la llevaría al supermercado, pero no había tenido tiempo, además, Nichole me dio una larga lista de cosas que comprar.
—¿Puedo ir? —preguntó Tricia.
—No, tú empiezas a pedir dulces y ahora tengo muchos gastos.
—Con que así es como se siente —dijo con la mano sobre su pecho—. Acaban de reemplazarme por alguien más adorable.
—¡No seas llorona! Ya tienes veinticuatro, no puedes compararte con una niña de cinco años.
Craig se fue con Siel al supermercado, caminaban juntos mientras Siel miraba todo, maravillada.
—Mira, Siel, galletas, elige las que quieras.
Siel buscaba con la mirada, hasta que una llamó su atención y se las mostró a Craig.
—Al carrito —dijo señalándole que lo dejara adentro.
Craig le fue indicando a Siel todo lo que necesitaban, dejándola escoger el de su preferencia.
—Siel, mira, esto es lo mejor del mundo —dijo mostrándole el helado. —¿Has comido?
Siel negó con la cabeza.
—¡Es delicioso! Vamos a pagar.
De camino, se dio cuenta que olvidaba la leche.
—Olvidamos la leche con chocolate, Siel, también podemos llevar de vainilla, ¿quieres? —preguntó volteándose a verla—. ¿Siel?
Craig la buscó con la mirada, recorrió varios pasillos, pero no lograba encontrarla. Le preguntó a varias personas durante el recorrido. Dejó su carrito de compras abandonado y recorrió los pasillos una vez más, hasta que la encontró escalando un estante.
—¡No te vayas así, Siel! —dijo tomándola en brazos, aliviado y luego vio lo que Siel apuntaba—. ¿Te gusta ese juguete?
—Sí —dijo alzando sus brazos.
Craig la bajó y le alcanzó una pequeña patrulla, Siel se agachó a jugar en el suelo y Craig continuó viendo los juguetes. Encontró una patrulla con sonido, se sentó a su lado y la encendió. Al escucharla, los ojos de Siel brillaron de felicidad, dejando la anterior a un lado.
—¿Quieres esta? Es como la de Tolkien.
—¡Sí! ¿Quieres jugar?
Craig sacó un pequeño conejo de peluche y puso una voz aguda.
—¡Ayuda! ¡Un tornado se robó mi corazón! ¡Ayuda!
—¡Allá voy! —gritó Siel, encendiendo la patrulla.
—¡Rápido! ¡Si no viene pronto, me voy a morir! —Craig simuló quejidos—. ¡Me estoy muriendo!
Se quedaron por unos minutos jugando, hasta que Craig recordó que era un adulto y se levantó rápido del suelo, sacudiendo su ropa y carraspeando su garganta, mirando a su alrededor, avergonzado.
—Vámonos, Siel —dijo extendiéndole la mano.