ID de la obra: 199

La doncella de las flores.

Het
NC-17
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planificada Mini, escritos 23 páginas, 6 capítulos
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Capítulo 2

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Hijo de la luz.

—Carajo— maldecí desde la cama sin fuerza, con los ojos secos y enrojecidos, mientras los primeros destellos del amanecer se filtraban a través del ventanal. La luz se deslizó paulatinamente por los tapices hasta que el resplandor acarició mi rostro. Con una expresión de fastidio, y me cubrí con las sábanas. Era demasiado temprano para dormir, mas necesitaba deshacerme de ese recuerdo. De ese instante en el que la mirada de Ciel y la mía se cruzaron en ese estúpido corredor. «¡Se suponía que solo la protagonista debía atraparlo!» —¡Aj! —solté un quejido y me retorcí bajo las mantas. Justo cuando mi desesperación alcanzo la cúspide, un golpe abrupto interrumpió mis lamentos. Seguido de una voz familiar: —Mi señorita, he traído el desayuno. Sin intención de responder, me aferré a la tela, con la esperanza de que se marchara. Aunque mi estomago no se mostró muy de acuerdo. ¡Grrr! Avergonzada por el espontáneo rugido, me rendí. —A‐adelante. Ni lenta ni perezosa, Marian ingresó a la recamara empujando el carrito de servicio. Sofocando mi apetito, me apoyé contra los suaves cojines mientras servían la mesa. Una vez estuvo dispuesta, estiré un poco y fui directo al asiento. Apenas levante la cuchara, Marian pego el grito en el cielo:—¡¿Se-señorita?! —¡¿Qué?! ¿Qué pasa?— insistí. Abrió la boca, pero en lugar de responder, me señaló la cara. Confundida, analicé el reflejo ondulante en la sopa; el cabello estaba hecho un nudo, tenia mala cara y quizás debido a la palidez natural en Eira que las sombras bajo mis parpados eran tan evidentes como mi desvelo. A pesar de ello, no quise entrar en detalles y evadí el tema con desinterés: —¿Trajiste el desayuno? Entendiendo mi humor, bajo el dedo y se hizo a un lado. —Si, señorita. —Entonces, vete.— el tono fue tan arrogante como el de cualquier noble. Marian agachó la cabeza y me dejó a solas. Gracias a esto pude disfrutar de la comida y el poco tiempo de tranquilidad que aun me quedaba. Continuando con la rutina, un par de horas después Marian regresó con el mismo grupo de sirvientas, quienes tuvieron la misma reacción espantosa al verme. No obstante, ellas decidieron ahorrarse sus palabras y se prepararon para el ataque. Al principio no hubo problema, sin embargo el maquillaje se retrasó bastante. Usaron una cantidad ridícula de cremas, correctores y bases para cubrir mis ojeras. De manera que temía verme igual a un payaso. Una vez terminaron de arreglarme, me acerqué a el espejo, resoplé por las bajas expectativas, llevándome una grata sorpresa, el rostro quedo impoluto, ni siquiera se podían ver rastros de algún retoque. Esto me hizo sentir mal por su sobreesfuerzo y en compensación elogié a las criadas que si bien se encontraban agotadas también se miraban felices. La única infeliz era yo; no quería ir, pero no tenía ninguna excusa. Al poco tiempo las demás regresaron a sus labores y junto a Marian de quien esta vez no recibí sus molestas palabras de aliento, nos dirigimos rumbo al jardín. De caminó por el sendero boscoso, las hojas secas crujieron bajo los tacones cual cadenas chocando entre sí. Antes de entrar al pabellón, contuve el impulsó de huir y atravesé la entrada con la cabeza en alto. E igual que las otras veces tome asiento y no toque ni un bocadillo. Aguarde y aguarde, sin embargo el objetivo no apareció. No muy convencida, decidí esperar un poco más, así pasaron otros quince minutos, veinte, veinticinco, treinta… y al final perdí mas de una hora. Ya completamente segura, di la orden de servir el almuerzo. Los empleados, más incómodos que nunca, sirvieron la comida y el té. Al terminar, les pedí a todos que se retiraran. Una vez sola, fue difícil no sentirme como una total paranoica, aunque tal sentimiento duró poco. —¿Para que me molesto?— murmuré cansada. Ciel siempre evitó relacionarse con Eira en cualquier ámbito, incluso antes de que llegara la protagonista. Así que no hay nada por lo que preocuparme, ¿verdad? Un pequeño cambio no alterará toda la historia. Liberándome de aquel pesar, me encogí de hombros e inhale profundamente «Si… el no vendrá.» Di un sorbo al té antes de que terminara de enfriarse. —Lamento llegar tarde. De la nada una voz masculina se alzó. —¡¿?! El agua se me subió a la nariz. En respuesta escupí el té luego de atragantarme. Baje la taza. ¡Cof! ¡Cof! Tosí y voltee en torno a la voz. Ahí estaba en la entrada, con una camisa blanca llena patrones dorados en las mangas, un pantalón color beige y unos zapatos de charol color café. Imagen que difirió con la sencillez que vestía anoche. Deseosa por que fuera otra de mis pesadillas me frote los ojos, y tras comprobar que no lo era, me levanté tan rápido que casi tiré la silla. «¡Mierda!» —¡S-su alteza! Tomé los pliegues de la falda y los extendí apresurada. —Un placer, Lady Aspen— devolvió el saludo y se inclinó con gracia. Terminada las presentaciones, ambos tomamos asiento. Siguiendo con el protocolo, toque la campanilla. Ante el tintineo, los sirvientes regresaron extrañados, hasta que vieron con asombro al príncipe y rápidamente trajeron su almuerzo. Los platos fueron servidos, y aunque la comida era exquisita, ninguno de los dos parecía muy interesado en comer. —Por favor, retírense— instruyo Ciel. Con la sonrisa mas falsa que pudo verse en la tierra observé a los mozos marcharse. Cuando solo quedamos nosotros, tome un bocadillo, en un inútil intento de ignorarlo. Ciel, apretó los puños y fue directo al grano. —Lady Aspen… sobre lo de anoche… Mi corazón dio un salto y el pobre pedazo de pan rebotó en la mesa. La conversación era inevitable, pero no me encontré preparada para ello. —¡H-he terminado! Me levanté de golpe y, sin poder sostener más mi fachada, me excusé pobremente:—¡Con su permiso, me retiro!—. Hice una rápida reverencia, me di la vuelta y corrí sin mirar atrás. Movida por el pánico hui directo a la biblioteca. Como casi nadie rondaba por ahí, salvo los caballeros que custodiaban la entrada, lo convirtieron en el escondite perfecto, además aproveché mi estadía para examinar algunos tomos. Si bien muy probablemente no encontraría nada útil, este era de los pocos lugares donde podía vagar sola y estar en paz. Sin embargo, esto último no fue del todo cierto. Aun me encontraba agobiada por lo del almuerzo. No quería involucrarme con el, ni ninguno de los protagonistas, aunque ya todo parecía en vano. —Solo espero que ya no insista. Con esta ultima frase, dejé momentáneamente el asunto y me centré en la búsqueda. Luego de leer varios volúmenes al azar, me tope con uno que me llamó la atención: “El antiguo Eos” Lo saque del estante, acaricié la vieja cubierta de cuero, un ligero aroma a ceniza y papel toco mi nariz. Curiosa, lo hojeé. Dentro había una serie de escritos, ilustraciones y mapas incompletos, gran parte de las paginas estaban quemadas. —Que extraño… Viendo su estado, quise dejarlo en su lugar, pero, por si las dudas decidí llevarlo. Una vez me sentí lo suficientemente segura salí de la biblioteca. De regreso, mientras caminaba por el corredor, al doblar la esquina casi choqué contra alguien. —Perdón— me disculpe en automático, encontrándome con el mismo iris celeste del medio día. ¡¿Qué hace aquí?!, apreté los dientes. —¡D-disculpe tengo que irme! Pronto, me di la vuelta y afortunadamente, Ciel no me detuvo, pero al echar un vistazo no muy discreto a atrás, noté que me estaba siguiendo. «¡¿Porque no se va?!» Aplasté el libro contra mi pecho y aceleré el paso. Lo sentía cerca. Casi eche a correr cuando sin razón, deje de oír sus pasos. Aliviada, disminuí el ritmo y di un par de pisadas mas. Hasta que yo también me detuve, atrapada por las miradas de dos hombres mayores, envueltos en el resplandor derramado del ventanal a sus espaldas. Al instante me quedé petrificada ante la apariencia del más joven. Cerca de sus cincuenta, vestía una chaqueta azul oscuro y un pantalón del mismo color. Las charreteras plateadas alzaron sus hombros. El pecho firme, adornado con diversas medallas, ostentó un pequeño broche de oro en forma de escudo. Un par de botines negros completaron el conjunto militar. Sin embargo, lo más impactante eran sus ojos, idénticos a los de Ciel. Todo en el era idéntico salvo el cabello, que en su caso era liso, de un gris platinado, y una cicatriz profunda que surcaba el lateral de su cuello. Por otro lado el más viejo que casi rozo los setenta años, sostenía unos pergaminos. Traía un fino y liso traje negro, ajustado perfectamente a su delgada figura. Su cabello, completamente descolorido por las canas, caía en mechones bien peinados sobre su frente. Los había visto antes, estaba segura. Aunque solo pude reconocerlos cuando el murmullo lejano de Ciel me lo aclaró: —¿Padre? Ante su mención, el más joven sonrió y se acercó a nosotros. «¿Su padre?, Entonces, ese hombre es… ¡¿El emperador?!» —Me alegra verlos— pronunció solemne. —¡Su alte…! ¡Digo majestad!— como pude le saludé con una reverencia. —¿Qué hacen aquí?— nos preguntó casual. —… Me mordí el labio y traté de buscar una justificación, pero Ciel se me adelantó: —Paseábamos juntos. Tras su respuesta tanto el emperador como yo volteamos hacia el, nuestras mandibulas cayeron en coro. Manteniendo la compostura, Ciel me dedico una sutil mirada y al comprender que este pedía mi ayuda, tardíamente corroboré sus palabras. —Eh… ¡Si!, Eso hacíamos. Al ver mi reacción nerviosa, el emperador levantó una ceja. Parecía sospechar de lo obvio, sin embargo no cuestionó. —Ya veo… Fue tan serio que en seguida, un asfixiante silencio llenó el pasillo. Contuve el aliento por unos segundos. En este punto ya quería largarme. —Lady Aspen, ¿Qué tal ha sido su estadía?— añadió el emperador. Desviando el tema. —A-agradable. —Si necesitas algo, no dudes en pedirlo con mi mayordomo— presentó al anciano—El es Ulfred. —Un placer, señorita Aspen— habituado se inclinó a noventa grados. En respuesta asentí. —Entonces nos retiramos. Concluido el encuentro, el emperador pasó de largo. Seguido de cerca por su fiel lacayo. Ciel dio un peligroso paso en mi dirección, antes de que pudiera acercarse, su padre se detuvo a su costado, le puso la mano en el hombro y susurró algo que para mis oídos fue inaudible. El príncipe se encogió, sus hombros se tensaron y su mirada tembló sobre el vacío blanco. Sin dudar. Aproveché la oportunidad y me escabullí.
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