ID de la obra: 199

La doncella de las flores.

Het
R
En progreso
1
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planificada Midi, escritos 30 páginas, 12.947 palabras, 8 capítulos
Descripción:
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Capítulo 3

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Punto de partida.

De nuevo en la habitación, la puerta se cerro con un golpe sordo. Sostuve la cabeza, una jaqueca me hizo fruncir el seño. Con los pasos pesados, fui directo al escritorio y al llegar, me desplomé sobre la silla. El libro cayo sobre la tabla. «¿Por que?» Los dedos se deslizaron desde el frente a la coronilla, enredándose entre los gruesos mechones ondulados. Quería arrancarmelos. «¡¿Por que esos malditos desarrolladores no le pagaron a un mejor ilustrador?! ¡¿Eh?!» Dado a que la versión aun estaba en desarrollo, no existía boceto que retratara con exactitud a los personajes secundarios. —Que suerte—sonreí amarga. En medio de la frustración, al igual que en la mañana, un toque en la puerta irrumpió. Toc, toc. —¡¿Quién?!— deje el cabello y pregunté de mala gana. —Mi señorita, soy Marian— respondió desde el otro lado. «¿Pasó algo? » ¿Qué razón tendría para presentarse a esta hora? Acomode el flequillo apresurada. —A-adelante… La manija dorada se abrió con un click. Temí de inmediato que el principe Ciel tuviera algo que ver con esto, sin embargo todo fue mas simple. —He traído la cena— anunció con la bandeja en sus manos. En definitiva el estrés me estaba carcomiendo. «Necesito un trago» Marian se apresuro a ordenar la mesa, levantó la fina campana de plata. Debajo, reposo una generosa porción de pescado bañado en una salsa de hiervas, todo acompañado por papas tiernas. Desde el aroma hasta la presentación del platillo eran una obra de arte culinaria, aunque nada de eso me abrió el apetito, por el contrario sentí que iba a vomitar. —No tengo hambre, solo trae agua— ordené con el acido tocándome la garganta. —¿Esta segura? Anoche no comió nada. —Estoy bien. Solo eso necesitaba. Aun con la actitud tajante, persuadió:—Mas tarde podría… —¡No hace falta!—mi poca paciencia llegó al límite. —Oh… Entiendo…— respondió a media voz, dejo la jarra sobre la mesa y lleno la copa de cristal antes de retirarse, llevándose la comida no deseada con una mirada llena de preocupación. Sin remordimiento, tomé el vaso y de un trago bebí toda el agua. El liquido fresco alivio mi malestar. Aunque el cansancio persistió. En consecuencia, dejé la copa en su lugar, me quité los tacones sin cuidado. Con el vestido y accesorios aun puestos, me tumbé de cara sobre el colchón. El peso sobre las joyas y el apretado corsé no resultaron cómodos, sin embargo, decidí no esperar. El crepúsculo apenas terminaba y algunas estrellas titilaron entre las rendijas de la puerta cristalina que conducía al balcón. Parpadeé un par de veces y por fin me dejé descansar.

Como todas las noches, los criados encendieron una a una las ceras de los candelabros, proceso engorroso, pero mucho mejor que vagar de un lado a otro con un candil en el mango como los guardias. Pero y por alguna extraña razón siempre dejaban al último el tramo justo donde el despacho del emperador se encontraba. Ciel observó el pasadizo nocturno con una mezcla de ansiedad y temor. —Te espero en mi oficina. Esa habría sido la que su padre dictoen el pasillo. Una petición simple. Que a sus oídos no difirió de una sentencia. Debido a las duras palabras, sabía que nada bueno le esperaba. No quería ir, mas, antes de darse cuenta ya estaba parado frente al portón. La gigantesca puerta de roble negro parecía dirigirlo a una mazmorra. Con el corazón latiendo al mil y sintiéndose asfixiado, Ciel tragó saliva seca momentos antes de atreverse a tocar. Toc, toc. Resonó tímidamente en el aire, seguido de un largo silencio. «¿Tal vez no esté?» concluyó, lleno de una incierta esperanza. —¿Quién?— una voz grave proveniente del interior rompió su ilusión —Soy yo… padre—respondió con la voz apagada, sintiendo una leve presión en el estomago. Tras su anuncio, la entrada se abrió, las bisagras rechinaron y fue recibido por Ulfred, quien se aparto con un gesto, invitándolo a entrar. Antes de hacerlo, echo un vistazo sutil al interior, el alba proveniente del propio resplandor de la luna alumbro el extenso escritorio del fondo, su padre yacía sentado en la oscuridad, la luz apenas alcanzo sus hombros. Rodeado por montañas de papeles dispersos reviso cada documento sin pestañar. Erguido, Ciel dio marcha al frente, mientras el mayordomo abandonaba la estancia, cerrando la puerta. Una vez solos, se detuvo a un metro exacto del mueble, descansó los hombros hacia atrás y aguardó en lo que el emperador terminaba con el papeleo. En ese lapso, inspecciono el estudio, en busca de algún resquicio de distracción. Con esto, su atención vago hacia el único estante de libros tenian un grosor excesivo, cruzo a el ventanal ligeramente abierto y concluyo luego de examinar la chimenea apagada detrás de el. No hubo nada mas fuera del bufete. Conforme se centraba en el ancho vacío de su alrededor se sintió como un intruso, como si el fuera el responsable de romper la calculada monotonía del lugar. Aunque tal sentimiento fue pasajero. La péndola y las hojas amarillentas por fin fueron colocadas sobre la mesa. —Ciel…—el tono fue mas severo de lo habitual. Devolvió su atención hacia al monarca. —S-si padre.— apenas mantuvo contacto visual. —¿Estas muy ocupado? O ¿Por qué no has ido a los almuerzos?—indagó sin apartar por completo su vista del tintero. Ciel tenso el cuello, un bulto se le formo en la garganta. Tras un largo silencio, titubeó: —P-padre… —… —Yo… —… Esperó paciente, pero al ver que este ni siquiera preparo una excusa, interrumpió. —¿Por lo menos tienes alguna excusa? El pequeño príncipe se quedo completamente mudo, encogido en la penumbra, por lo que interpretó su silencio como un no. En lugar de sermonearlo soltó un pesado suspiró, y se reclinó sobre la mesa, los codos descansaron en la madera y la mandíbula sobre el dorso. —¿Cuál es el deber de un gobernante? —su expresión a penas mostró enojo. Aun con ello Ciel se mostró inseguro. —¿De-deber? —Si, ¿Cual es? La mirada del joven saltó de un lado a otro sin entender, froto sus manos sudorosas contra la espalda, hasta que, tras intentar unir los hilos, respondió:—El deber… de un gobernante es guiar, administrar y proteger a una nación. Muy contrario de lo que esperaba, el emperador asintió complacido:—Muy bien. Pero, te has preguntado, ¿Cómo es que se consigue todo eso? ¿Alguna vez? De nuevo Ciel se quedo sin palabras, mas la respuesta le fue dada:—Manteniendo el poder y el legado. ¿Acaso lo has olvidado? Su postura se encorvo aun mas y frunció los labios igual que un niño. —No— habló sin dudar. —Bien, por que no puedes evitarla por siempre— afirmó severo. —... —El aniversario será pronto——continuó el emperador con un tono más sensato —Asistirás con Lady Aspen. —¿Aniversario?—repitió consternado. —Si. Anunciaré oficialmente el compromiso. Una sombra de duda surcó su entrecejo. —E-entiendo. Dicho esto, Ciel, queriéndose retirar lo antes posible, dejó de lado las etiquetas y se atrevió a abrir la boca primero:—Si no tiene nada más que decirme… Antes de que pudiera terminar el emperador sin un ápice de emoción en su rostro agregó: —Ah… y Rigel volverá. Ciel levanto la cabeza. —¿¡Qué!? Esperaba que lo antes dicho fuera un infundio. Pero, conociéndolo no era un tema que se tratara a la ligera. Ocultando su consternación se limitó a preguntar: —¿Cuándo? —La próxima semana. No era mucho. Contrario a su reacción anterior, esta vez no pudo ocultarse tras la máscara, y aunque por fuera pareciese sereno, el ligero temblor en sus ojos lo delató. —Puedes retirarte—. Afortunadamente, su padre parecía no haberse percatado de la bruma y continuó con su labor. Ciel obedeció; dio la vuelta y salió del lugar.
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