ID de la obra: 219

Paleta de emociones

Mezcla
R
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4
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planificada Mini, escritos 9 páginas, 2.578 palabras, 5 capítulos
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Capítulo 4: Refugio verde

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El salón brillaba bajo la luz de las lámparas de cristal. Seda, terciopelo y gasa danzaban en un torbellino elegante, mientras jóvenes nobles — del norte, del sur, incluso de ultramar — lanzaban miradas a Zen. Él respondía con sonrisas corteses, desempeñando el papel de príncipe que Izana exigía. Pero tras la máscara de cortesía ardía una chispa de irritación. — Esto es ridículo, hermano — murmuró Zen cuando se quedaron a solas en el balcón. — Es el deber de los Wistaria — respondió Izana con frialdad, aunque su mirada era afilada. — Un príncipe debe escoger a alguien digna. — Ya he escogido. Y es más digna que cualquiera que intentes imponerme. — ¿Estás seguro? — Izana entrecerró los ojos, dejando entrever una sombra de duda. Zen apretó los dientes. Sin responder, se giró y bajó las escaleras, ignorando los murmullos cortesanos. Necesitaba aire. Necesitaba libertad. El jardín tras el palacio respiraba frescura. La verdura de los sauces y arbustos se mecía con la brisa, apagando los ecos del vals. Bajo un arco de parras, la vio. Shirayuki. Su cabello relucía como cobre rojizo a la luz de la luna, como si formara parte de ese mundo verde y vivo. — ¿Zen? — preguntó, sorprendida. — ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en el baile? No respondió. Saltó con agilidad desde el balcón al jardín y extendió la mano. “Solo ella”, pensó, sintiendo su corazón latir libre. — Ven conmigo. Ella dudó, pero sus dedos encontraron los suyos, cálidos y ásperos por la espada. Zen la guio al corazón del jardín, entre muros de esmeralda y sombras danzantes de sauces antiguos, donde la música del baile se desvanecía en susurros de hojas. Se detuvieron junto a un árbol antiguo, cuyas ramas colgantes los envolvían como un velo, ocultándolos del mundo. — Algo te preocupa, — dijo Shirayuki en voz baja. — Estoy cansado de que controlen cada paso que doy. No quiero elegir a alguien de una lista. Ya he elegido. — ¿Zen…? — Y no dejaré que ni mi hermano, ni los nobles, ni la corona me obliguen a alejarme de esa elección. Dio un paso hacia ella, muy cerca. Shirayuki contuvo el aliento. Las ramas del árbol se agitaron, proyectando un entramado de luz y hojas sobre su rostro. — Si me lo permites… —susurró. No llegó a responder. Él la besó — sin prisa, pero con la certeza de quien por fin ha encontrado lo que buscaba. En ese momento, el corazón de Shirayuki se detuvo… y luego latió con más fuerza, como el follaje sacudido por el viento. Su calor, su decisión, su elección — todo la envolvió como el jardín a su alrededor, dándole la certeza de que, allí, bajo la sombra de los sauces, por fin estaban en su lugar.
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