Evan Rosier: Parte I
28 de junio de 2025, 19:04
Evan Rosier
La sensación justo antes de ser golpeado por la ola,
Lo vi venir y traté de correr.
Pero estaba atrapado en una cala,
y no había salida.
Las ráfagas de viento azotaban su rostro empapado mientras caminaba. Cada paso era un recordatorio de la humillación que vivió en el que se hacía llamar “ su hogar ”. Había llegado a su destino sin ningún tipo de expectativa, esperando que lo echaran. Si ni siquiera su padre lo quería cerca ¿Por qué lo haría el chico que lo detestaba?
Si el destino no hubiese jugado sus cartas de forma caprichosa, si no hubiera estado lloviendo, si su padre no hubiera arrojado su celular a la calle, si no lo hubiera dejado afuera bajo la lluvia recia de Agosto, si la casa de Regulus hubiera quedado más cerca, si no hubiera recordado en dónde vivía Evan, si hubiera sido su madre, en vez de él, abriendo la puerta, entonces, tal vez, nunca se hubieran convertido en mejores amigos.
—¿Puedo pasar? —le había preguntado entre temblores—. Solo necesito llamar a Regulus.
La expresión en el rostro de Evan se suavizó al verlo, empapado de pies a cabeza y tiritando del frío. La puerta de madera crujió al abrirse, revelando un refugio cálido y acogedor en contraste con la tormenta que rugía afuera.
—No hagas mucho ruido —le advirtió.
Para su desgracia, o tal vez fortuna, el teléfono de la casa de Regulus parecía estar fuera de servicio. En los siguiente días, descubriría que su madre lo desconectaba por las noches para que Sirius no pudiera llamar a James a escondidas.
—Puedes quedarte aquí, le explicaré a mi mamá por la mañana —le susurró el rubio.
Barty se sintió abrumado por la inesperada amabilidad.
—Está bien, no quiero meterte en problemas, puedo caminar hasta la casa de Reggie.
—¿Bajo la lluvia? —bufó—. Se está cayendo el cielo. Te vas a enfermar.
—No importa —se encogió de hombros, pero se arropó los brazos, extrañando tempranamente el calor del interior de la casa.
Evan lo miró de reojo, tratando de decidir qué partes de lo que decía eran verdad, esperando el segundo en el que flaqueara para aprovecharse de su descuido. Barty, maestro del disfraz que solía camuflarse tras una máscara de humor y petulancia, dejó de lado la armadura de su falsa personalidad, dejando al descubierto una vulnerabilidad que jamás había mostrado a nadie más que Regulus.
—No tienes que ser tan testarudo —le respondió—, no tienes que actuar siempre como si el mundo estuviera a tus pies. Está bien que no lo esté. Si necesitas ayuda solo tienes que pedirla.
Tenían trece años, pero Evan podía ver a través de él.
—No sé por qué vine aquí —respondió enfadado y confundido.
Barty se dio media vuelta y Evan le sostuvo la muñeca, deteniendolo en su lugar.
—Te vas a quedar hasta mañana, no tiene caso que vuelvas allá afuera. Es tarde, es peligroso y estás empapado.
Barty se deshizo de su agarre con un movimiento brusco de su brazo, pero no se movió. Estaba fijo en el suelo. Congelado. Repitiendo en su mente las escenas de lo que había sucedido aquella noche. La verdad era que no tenía a dónde ir, y aquello lo hacía sentir a la deriva, como si el mundo estuviera a punto de acabar para él.
¿Por qué era tan amable?
De repente estaba llorando.
¿Por qué un extraño era capaz de mostrarle más compasión que su propio padre?
Evan no dejó que lo pensara mucho, lo guió por las escaleras hasta su habitación mientras él lo seguía en silencio, sintiendo una mezcla de gratitud y desasosiego por su amabilidad inesperada.
Tembloroso y tiritando de frío, se quitó la ropa mojada, revelando una piel pálida, amoratada y vulnerable. Con manos temblorosas, se puso un pijama de Evan, buscando un poco de calor en la prenda prestada. Se metieron bajo las gruesas sábanas de su cama y se voltearon para no tener que verse la cara mientras dormían. Se sentía incómodo y foráneo, la casa de Evan era demasiado silenciosa, pero al menos estaba aliviado de tener un lugar en el que pasar la noche; por un segundo pensó que tendría que dormir bajo la lluvia, frente a los escalones de su departamento o del edificio de Regulus.
—¿Quieres quedarte aquí un tiempo? —le preguntó Evan.
—No, está bien. Mañana mi padre me dejará entrar de nuevo.
Después de unos minutos, antes de que cayera dormido, Evan se volteó y Barty, con curiosidad, hizo lo mismo, encontrando su mirada del otro lado de la cama.
Evan tomó su mano debajo de las sábanas y Barty se estremeció repentinamente, asustado. Un impulso instintivo lo empujó a apartarse, pero la mirada herida de Evan lo detuvo en seco. Tras una batalla interna de segundos, y con un movimiento lento y tembloroso, extendió su mano hacia la de Evan y sintió el calor de su piel irradiando contra el frío de la suya.
A veces encontramos cosas hermosas en los lugares más desalentadores.
—Los padres no deberían de querer a sus hijos sólo cuando se portan bien —le susurró—. Lo siento.
Barty recuerda haberse volteado de nuevo y llorado en la oscuridad.
Recuerda haber soñado con el murmullo de las olas, arrastrándolo a playas doradas bajo un cielo infinito. A su madre, ahogándose en el mar mientras él veía desde la orilla.
Recuerda cómo, al día siguiente, Evan no se burló de él por haber pasado la mitad de la noche en llanto. Como ni siquiera lo presionó para hablar de ello. Era el secreto que sellaría para siempre su amistad.
A la mañana siguiente, tenía unas ganas terribles de haber aceptado la propuesta de Evan, de quedarse a vivir allí con él si se lo permitieran.
El aroma del café recién hecho y mantequilla flotaban en el aire. La señora Rosier, con una sonrisa maternal, les sirvió el desayuno en silencio. Barty había olvidado cuánta hambre tenía, pero trataba de mantener la calma y no avorazar con la comida en un intento de parecer civilizado.
—Lo mejor sería que hablaran sobre lo que pasó anoche —le recomendó la mamá de Evan.
Cada músculo de su cuerpo se tensó al recordar la frase con la que lo había sacado su padre a patadas de la casa: “¿Quieres vivir la vida de un vago? ¡Adelante!” La humillación ardía en sus mejillas.
No le había contado historia completa a la señora Rosier. No sabía sobre cómo lo había empujado contra la piedra dura y fría de la calle (ocasionandole los moretones que ahora vestía en la espalda), o como había tocado la puerta una y otra vez, y sus manos se habían astillado, o como se quedó allí hasta que la lluvia comenzó a ahogarlo y tuvo que buscar un lugar en el que resguardarse.
—Es tu papá —le dijo con dulzura la señora Rosier—. No hay nada que un padre no pueda perdonar.
Pero la señora Rosier siempre había sido muy idealista, y al regresar a su casa esa tarde, furioso y aún borracho por las copas de la noche pasada, esa fue la primera vez en que su padre lo golpeó.
════ ⋆★⋆ ════
Ahora se encontraba frente a los escalones de la mansión de Santolan y lo único en lo que podía pensar era en ese día, y en cada día después de ese en que le puso una mano encima.
El sol naciente derramaba su luz dorada sobre la imponente fachada de la mansión. Sus amplios ventanales, enmarcados en hierro tallado, reflejaban el cielo anaranjado como espejos, mientras que la hilera de chimeneas que coronaban el tejado humeaba con pereza, anunciando el inicio de un nuevo día. A diferencia de la casa de su infancia, impregnada de recuerdos y vivencias, esta residencia temporal emanaba un aura de formalidad y frialdad.
Era en este escenario donde su padre habitaba cuando sus obligaciones en Oxford lo requerían.
Sus manos estaban apretadas en puños, un temblor recorría su cuerpo, no de miedo, sino de ira contenida que pugnaba por salir. Estaba impulsado por un torrente de emociones: dolor, rencor e impotencia, pero también por algo mucho más importante: No estaba dispuesto a aceptar las condiciones de su padre, a solo sentarse y ver como destruía lo que quedaba de su vida. Pelearía, con uñas y dientes si eso era lo que tenía que hacer, por el único derecho que le quedaba. El derecho de un futuro.
Al entrar, Winky lo recibió con un cálido abrazo. De todas las personas que vivieron con él durante su infancia, ella fue la que más se asimiló a una madre después de que la suya falleciera. Su piel estaba curtida y arrugada, como si hubiera pasado horas bajo el sol. Su cabello, canoso y enmarañado, se recogía en un moño desaliñado. Sus ojos, grandes y saltones, reflejaban una mezcla de tristeza y resignación, pero poseía la misma sonrisa cálida de siempre, esa que le hacía preguntarse por qué todavía trabajaba para su padre.
—¿El amo desea pasar a la cocina mientras espera? Le puedo preparar un servicio de té y galletas.
—No tengo tiempo para esperar, Winky. ¿En dónde está mi padre?
Cruzó el recibidor vacío de la mansión y buscó de inmediato su propio camino, ignorando las protestas a sus espaldas. Cuando encontró la oficina, pasó el marco de la puerta, la cerró tras él, y colocó las palmas de sus manos con fuerza sobre la mesa de madera frente a la que se encontraba el señor Barty Crouch, demandando su atención.
No había visto a su padre desde la graduación. El cabello se le estaba callendo, sus entradas eran más pronunciadas que nunca y lucía un estúpido bigote negro. Pero sus ojos eran los mismos: vacíos, oscuros y desapegados. Le recordaban al olor del cuero y el sabor de las lágrimas.
—Un segundo, Dwight. Tengo que resolver una situación. Te llamo cuando haya terminado —colgó el teléfono, lo puso sobre la mesa, y la rodeó parándose al lado de él con aires de superioridad—Así que eso es lo que hace falta para verte la cara.
—Hola para tí también, papá ¿Hace cuánto que no nos vemos? ¡Tres maravillosos años!
La tensión en el aire era palpable. Tres años de rencor, dolor y traición se condensaban en ese breve encuentro.
—Esperaba que vinieras. Por desgracia, el deber raramente está por encima del interés.
—¡Por favor! —Barty se rió irónicamente.
El señor Crouch lo ignoró por completo, y lo miró de arriba a abajo.
—¿No piensas felicitarme?
Barty tuvo que respirar profundamente antes de responder, porque lo único que quería hacer era gritar.
—¡Felicidades! —anunció con sarcasmo—. Ahora tendrás otra familia a la que arruinar. Espero que esta te dure un poco más que la anterior.
El señor Crouch arrugó su expresión con desagrado. Fue directo al grano después de eso, dejando de lado cualquier gesto de cordialidad.
—¿Qué quieres, Bartemius?
Barty levantó la cara desafiante y lo miró a los ojos.
—No vas a congelar mis cuentas bancarias.
Su padre se cruzó de brazos y lo miró inquisitivo.
—¿Ah no?
—No, no lo vas a hacer.
—Te lo advertí. Superaste el límite de mi tolerancia y este es el resultado. Ahora tendrás que atenerte a las consecuencias de tus actos.
—El límite de tu tolerancia —se burló con sarcasmo.
El señor Crouch frunció el ceño y abatió su bastón contra el suelo, reclamando el silencio de su hijo con un estruendo y perdiendo la paciencia solo por unos segundos. Barty apretó los labios en una delgada línea, asustado, pero se regodeó en, al menos, haber sido capaz de sacar a su padre de quicio.
—¿Sabes lo que es tenerte como hijo? —le preguntó atiborrado—. Deberían pagarme por soportar lo malagradecido e inutil que eres —Lo podía ver cerrando el puño sobre su bastón.
—Eres mi maldito padre, ese es tu trabajo. Si no lo querías, entonces no me hubieras tenido.
Su padre se rió cruelmente, y esa risa dijo tanto. Le tomó unos segundos, pero Barty lo entendió. El deseo detrás. Lo haría. Si pudiera regresar en el tiempo y evitar que naciera lo haría . Pero estaban atrapados siendo familia para siempre.
¿No era ese el final del peor chiste?
Es difícil entender que algunos padres no piden serlo, que algunas personas simplemente no están hechas para ello. La vida a veces los coloca en una posición para la que nunca estuvieron listos. Es irónico e injusto, pero es indetenible, porque en la gran escala del mundo, nadie te debe nada. Barty era el castigo de su padre. Nunca había pedido serlo, pero eso era exactamente en lo que se había convertido.
—Te propongo algo —dijo con voz diplomática—. ¿Quieres que descongele las cuentas? De acuerdo. Lo haré. Con una condición.
—No gracias —se negó de inmediato, cruzandose de brazos—, no me interesa escuchar sobre condiciones.
—¡Ven a la boda, Bartemius! —intentó con fervor—. No faltes a este día tan importante para tu padre. Dejemos de lado nuestras diferencias por un par de días. Sé que te encanta Italia, ¿verdad? ¿Te gustaría traer a tus amigos? ¡Te invito a que los traigas contigo! —dibujó una sonrisa que no le llegaba a los ojos—. No elegimos a nuestra familia, hijo—añadió con un tono paternal condescendiente—, pero debemos hacer lo mejor que podamos con lo que tenemos. Quiero que estés ahí. Tu presencia significaría mucho para Dorothea.
Sus palabras sonaban amables, pero Barty podía ver la manipulación a kilómetros de distancia.
—Dios, esto es increíble —se quejó entre risas sarcásticas y dolidas—. ¿Por qué estás jugando a ser padre ahora? Solo quiero el maldito dinero, ¿de acuerdo? Descongela mis cuentas y no tendrás que verme de nuevo.
—Piensalo bien, Barty —le dijo lentamente, era una amenaza escondida en preocupación.
—No tengo que pensarlo, no tengo intención de volver a ser parte de tu circo de vida.
—Entonces tendrás que arreglartelas solo —se encogió de hombros con un falso lamento.
—No lo creo —lo desafió con valor—. Si no lo haces, en este mismo momento iré a contarle a tu nueva esposa sobre la persona con la que se está casando.
El señor Crouch recibió la noticia con una serenidad inesperada. Ni un músculo de su rostro se inmutó, ni una pizca de sorpresa o preocupación se reflejó en sus ojos. La imperturbable compostura de su progenitor heló la sangre de Barty. Tal vez había sobreestimado su valor. Tal vez no tenía tanto control sobre la situación como se imaginaba.
—¿Qué juego piensas que estás jugando? —le preguntó con curiosidad venenosa.
—Estoy harto de los juegos. No quiero jugar más. Me debes ese dinero después de toda la mierda que me hiciste pasar.
Su padre inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado y se rió con crueldad y ligereza.
—¿Y qué vas a decirle exactamente a Dorothea? —preguntó, tentándolo a decirlo en voz alta porque sabía que nunca lo había hecho, que no podía—. Te he dado todo en esta vida, te he mantenido, te he dado educación, incluso he pagado esa farsa de universidad que solo te convertirá en un mediocre. ¿Y me respondes con amenazas? ¿No te das cuenta de lo mal que estás, Bartemius?
Barty lo miró con odio y apretó los puños a sus costados.
—Sabes muy bien a qué me refiero.
Su padre suspiró con cansancio e impaciencia, como si cada segundo que pasara lidiando con Barty fuera un segundo de su vida tirado a la basura.
—No sé qué tipo de historia ridícula te inventaste para explicar la muerte de tu madre, pero es hora de que madures y lo superes, o de que empieces a verte con un doctor.
—¿Historia? ¿Ahora es una historia?
—¿Sabes, Barty? Solo estoy haciendo esto por tu bien. Estoy preocupado. Honestamente —pero sus palabras eran frías, y denotaban que no lo estaba, que aquello era solo parte de su manipulación—, veo tanto de ella en tí —su padre suspiró con tristeza.
Barty se descolocó un poco al escucharlo, un escalofrío le cruzó la espalda, se dió cuenta de algo que debió haber visto venir desde el principio. Logró ver el haz bajo la manga de su padre. Después de todo, en el juego de la manipulación, él le había enseñado todo lo que sabía y se había quedado con los mejores trucos
—¿Que tratas de decir? —le preguntó tenso.
—Bueno… que no me extrañaría que estuvieras perdiendo lentamente la cabeza como ella. Tú y yo sabemos que solo era cuestión de tiempo.
Tenía los labios retraídos con repulsión, y se alejó unos pasos, queriendo marcar la distancia entre ellos. Esas palabras dolieron más de lo que hubiera pensado.
Deseó poder quemar cada una de las gotas de sangre compartidas de su cuerpo solo para olvidarlo de la misma forma en que él quería hacerlo. Había quedado reducido a la pieza más inconveniente de su plan ahora que quería casarse, porque no era nada más que un obstáculo en su camino a la vida perfecta.
Ahora la forma de deshacerse de él no era sacarlo a patadas de su casa, era fingir que las noches de dolor y lágrimas, golpes y cicatrices estaban en su mente, que eran la única herencia que le dejó su madre cuando en realidad era el único legado que le había dejado él.
El señor Crouch le había hecho creer por la mayor parte de su vida que nadie querría escuchar sobre su dolor. Le había repetido una y otra vez que, si mostraba vulnerabilidad, lo único que obtendría de las personas era que se aprovecharan de él. Ahora Barty lo veía más claro. Todo había sido para asegurar su propia supervivencia.
Pero Evan y Regulus habían estado ahí para confirmarle que los moretones en sus costados eran reales, que las palabras de su padre eran mentiras dichas con el más honesto tono de la verdad, lo habían llevado al hospital más de una vez, estuvieron después de las primeras noches en que había preferido regalar su cuerpo a alguien más a cambio de unos minutos de olvido. Le habían hecho prometer que no lo haría de nuevo.
Ellos eran su ancla.
Si había algo que su padre no podía arrebatarle, era eso. Podía intentar ocultar la verdad con dinero y amenazas, pero nunca le arrebataría su historia. En esta danza macabra de dolor y rencor, ambos estaban condenados a llevar el peso de su pasado. Un pasado que, por más que quisieran, jamás podrían borrar.
No podía seguir haciendo eso. No podía seguir haciéndose daño a sí mismo a cuentas de una persona que lo odiaba tanto.
Los padres no deberían de querer a sus hijos solo cuando les hacen la vida fácil.
—Mierda —susurró impresionado ante su propia epifanía—. No importa —dijo seguro. La vida no había sido justa con él, y si no era justa para él, tampoco tendría que serlo para su padre—, lo haré de todas formas.
—¿Qué?
—Sí, lo haré de todas formas. ¿Qué tengo que perder? ¿Sabes por qué? Porque sin importar si lo cree o no, la idea ya estará planteada en su cabeza. Porque si no me das lo que necesito…. ¡Es más! Si no me das lo que quiero , iré con los noticieros y les contaré la misma historia y no va a importar si es real o no, porque tu reputación quedará manchada y no podrás volver de eso. ¿Una acusación como esa? ¿maltrato infantil? Solo la sospecha de que pueda ser real acabaría con tu campaña.
Era todo o nada.
Ganarlo todo o perderlo todo.
Esta era su última carta y esperaba, desde lo más profundo de su alma, que funcionara.
Pasó un minuto entero de silencio en el que Barty podía escuchar el latido acelerado de su propio corazón. Su padre respiró profundo, sus cejas se juntaron y lo miró con desagrado. Barty no va a mentir. Estaba preparado para que su padre lo golpeara. Sus manos se abrían y cerraban en puños, listas para tomar una posición defensiva si hacía falta.
Pero Barty Senior había dejado de tomar hace cinco años. No por él, nunca por él. Había dejado de tomar porque las acusaciones de alcoholismo amenazaban su carrera política. El alcohol siempre había sido el catalizador de su ira, pero la política siempre había sido su único y verdadero amor. El que lo consoló después de perder a su primera esposa. Sin él, sería solo el fantasma del hombre que había sido. Era lo único que realmente le importaba en ese mundo.
Tal vez el estaba tan casado como Barty de la pelea. Eso era lo único que encontraba en sus ojos: cansancio. Estaba cansado de tener que lidiar con él.
Y entonces, con un último suspiro, todo acabó.
Se dio la vuelta, se sentó en la silla de piel y sacó su chequera. Escribió una cantidad exorbitante de dinero en uno de los cheques y se lo tiró en la cara a su hijo con desprecio. Barty lo tomó anonadado.
—Lárgate, no te quiero ver más —le dijo su padre—, no vuelvas a poner un pie en esta casa.
Barty seguía mirando el cheque sin poder entender lo que acababa de pasar.
Cuando cayó en la realización de que su padre estaba comprando su silencio se volvió a reír, porque repentinamente le parecía que la situación era totalmente ridícula, que eso no podía estar pasándole a él.
Asintió lentamente con la cabeza.
—Va a ser mi maldito gusto —respondió antes de marcharse.
Dejó que la puerta se descolocara cuando la cerró lo más fuerte que pudo a su salida.
Cuando estaba pasando por el vestidor, vió de reojo a la que pensaba que era Dorothea, una mujer jóven y hermosa en sus cuarentas que sería pronto su siguiente esposa, y se percató del pequeño tumulto en su estómago al que arrullaba con dulzura.
¿No era el mundo totalmente irónico?
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La primera persona en la que Barty pensó al salir de Santolan fue Evan.
Pasó todo el camino de regreso ensayando en su mente lo que le diría. Decidido a proponerle que intentaran explorar lo que pasaba entre ellos. Muerto de miedo, porque estaba seguro de que cometería una cantidad sin fin de errores en el camino, pero completamente seguro de que no había nadie más para él.
Era Evan, siempre había sido Evan.
Las palabras de James tuvieron sentido de un momento a otro: “Lo amo como si siempre lo hubiera hecho” , y aunque no estaba ni cerca de decirlas en voz alta, sentía la realidad y el peso de ellas. Solo esperaba que, llegado el momento, fuera capaz de decirlo; si no podía con palabras, entonces con sus labios o sus manos.
Pero un inconveniente más se puso en su camino.
Después de estacionar el coche en el estacionamiento frente al campus de Slytherin, y mojarse de piés a cabeza gracias al torrencial de lluvia que acababa de empezar a caer, encontró a James y Sirius, luciendo expresiones de descontento, mientras lo esperaban en la entrada de la sala común.
—¿Potter? —preguntó con extrañeza—. ¿Estás buscando a Regulus?
Con la barbilla en alto, James lo empujó contra la pared de la chimenea abruptamente y Barty soltó un gemido de dolor.
—¿Qué caraj….?
El cielo rugía con truenos, alumbrando el rostro enrojecido de ira de James. Sirius lo miraba con una mezcla de sorpresa y preocupación desde sus espaldas.
—Tranquilo, Prongs —le advirtió.
—Tú y yo vamos a hablar. Tienes un par de cosas que explicar.
—¿Qué demonios te pasa? —se quejó Barty, sacandose las manos de James de encima. James volvió a empujarlo y fue Sirius quien intervino:
—Solo díselo, Crouch. Ya lo sabe todo. Dile cuál era el premio de la apuesta.
Barty resopló por lo bajo.
—Ya lo sabe —miró a Sirius—, le tengo que pagar mil libras a tu hermano.
James respiró hondo, tratando de controlar su furia.
—Hay más ¿No es así? —alegó Sirius— Lo has estado utilizando y burlándote de él a sus espaldas todo este tiempo.
—¿Te golpeaste la cabeza, Black? —le preguntó Barty con desagrado.
—Tu propósito siempre fue terminar la relación entre Regulus y James.
—Mierda. ¿De dónde carajos sacaste eso, Black?
Las únicas personas que sabían del premio de la apuesta eran Barty, Regulus, Pandora y Evan, quienes estuvieron presentes el día en que la formalizaron. Estaba seguro de que ninguno de ellos había soltado la sopa, ¿o había estado Evan tan decepcionado de él que le había contado sobre ello a Sirius Black de entre todas las personas? No tenía sentido. Evan no haría algo así.
—Esto es lo que hacen, James —le dijo Sirius con desprecio, y puso una mano sobre su hombro—, todos ellos. Mentir y traicionar, es lo único que saben hacer.
—¿Cuál es tu problema? —le gritó Barty con rabia, avanzando hacia él dispuesto a empezar una pelea, pero antes de que pudiera alcanzarlo, James lo detuvo con la palma de su mano encima de su pecho.
—¿Es verdad? —preguntó desesperado, parecía haber perdido la paciencia cuando Barty no lo negó inmediatamente.
—No es así como lo está haciendo sonar… —le aseguró Barty.
—Lily no mentiría, Crouch —respondió Sirius con veneno.
Barty se rió por lo bajo ante lo ridículo que sonaba eso.
—¿Lily? ¿Qué tiene que ver Lily en…
Su rostro se transformó en una expresión de sorpresa y profundo dolor.
Oh.
Oh.
Mierda .
No lo había visto venir.
¿Por qué no lo había visto venir?
Antes de que su madre muriera a manos de la demencia, estuvieron por un largo tiempo de viaje por la costa oeste de Estados Unidos. San Diego, Los Ángeles, San Francisco y Seattle; las ciudades que contaban con las dos cosas que su madre adoraba más en ese mundo: el frío y la playa.
Uno de sus pasatiempos favoritos era recolectar piedras de la playa, llevarlas a casa y pulirlas. Aunque no lo pareciera, era un pasatiempo peligroso. Su madre le había advertido muchas veces sobre las olas silenciosas.
¿Por qué no lo había visto venir?
Las olas silenciosas son olas enormes y peligrosas que acechan a los visitantes desprevenidos de la playa. Se van formando incluso cuando el océano está tranquilo, no las puedes escuchar por lo que no puedes prepararte para su llegada y, generalmente, son enormes, lo suficientemente grandes para jalarte hacia el mar. Esperan sorprenderte, llevarte con ellas como si necesitaran rendir tributo al océano; vienen y van, frías, listas para devorar en una carrera contra el viento, y se llevan todo a su paso.
Muchas personas mueren a manos de las olas silenciosas cada año.
¿Por qué no lo había visto venir?
Durante la noche de su primera cita con Lily, una de esas olas silenciosas se había empezado a formar lentamente a sus espaldas y él no la había visto, no la había escuchado, ni siquiera se había acordado de la posibilidad de su existencia.
Las palabras de su padre retumbaron en sus oídos como la única advertencia antes de que rompieran con él: “Si le dejas ver a los demás lo vulnerable que eres, solo lo usarán en tu contra”.
—No lo haría —negó Barty—. Lily no haría algo así.
La chica que quería cambiar el mundo para personas como él no lo traicionaría de esa forma.
—Por sus amigos lo haría —respondió Sirius seguro.
¿Por qué no lo había visto venir?
Por más que corriera, no había escapatoria. Ese es el peligro de las olas silenciosas, para el momento en que te das cuenta de que están allí, ya es demasiado tarde.
Lily era todas esas cosas que pensaba: leal, valiente, amable, desafiante; pero no era todas esas cosas exclusivamente para él. Barty no era realmente su amigo. No merecía ningún tipo de lealtad ante sus verdaderos amigos. Solo era el chico que la había ayudado a salir de la rutina. El que la había llevado de fiesta, con el que casi se acuesta, la clave en el juego de los hermanos Black. Siempre la pieza, siempre parte del juego, nunca en control.
—Barty ¿Cómo pudiste? —le preguntó James sorprendido y herido. Ahora podía apreciar mejor su postura rígida y el lamento en sus ojos. La segunda víctima de la ola: James Potter. Había confiado en él, y de regreso, Barty lo había usado a su gusto—. Pensé que éramos amigos.
A Barty nunca lo habían atrapado en una mentira. Cuando una mentira comenzaba a consumirlo era capaz de convertirla en realidad antes de ser atrapado. Tal vez así fue como terminó pensando que única y exclusivamente tenía ojos para las mujeres.
Se sentía acorralado y extrañamente avergonzado; porque por dentro sabía que James no merecía pasar por eso.
También se sentía traicionado y enfurecido con Sirius y Lily, porque harían lo que fuera para recuperar a su amigo ¿y quién era él para juzgarlos?
—¿Sabes qué, Potter? Para empezar, yo nunca dije que fuéramos amigos. Mis únicos amigos son Regulus y Evan.
Aquello hirió a James de una manera que no pudo haber previsto
—¿Es eso lo que piensas en verdad? Tú viniste a buscarme —replicó James con furia, envuelto en el dolor de la traición. Sirius se hizo un paso atrás, dejándoles espacio—, tú me pediste ayuda, tú querías que pasaramos tiempo juntos.
—¡Sí! —soltó frustrado—, te pedí tu ayuda porque la necesitaba…
Barty quería decir algo que arreglara las cosas, pero nunca había sido bueno para ello. Y tal vez fue el shock del momento, tal vez fue él mismo volviendo a ponerse en los zapatos del viejo Barty, protegiendo su corazón para no sentir que se perdía a sí mismo al perder la amistad de los demás.
Porque si era capaz de actuar como si aquello hubiera sido planeado entonces no dolería tanto, porque cuando le respondió, ni siquiera pensó antes de hablar, porque a veces, solo a veces, es mucho más fácil estar enojado que triste.
Había una frase que su padre solía decir. Una que había adoptado. Se la había parafraseado a Evan en el patio de los Malfoy. Aún recordaba la facilidad con que la había dicho acerca de Avery. Así que, tal vez, en ese momento, también se le hizo fácil repetirla.
—No hace falta hacer enemigos si puedes obtener algo de ellos.
Barty y James habían compartido su tiempo, la historia de sus vidas, miedos, inseguridades y victorias juntos; pero ahora él estaba destruyendo todo aquello con la ligereza de unas cuantas palabras.
Sirius soltó un silbido de burla a espaldas de James.
—Wow, Crouch —se burló entre risas—, no podías haberla cagado más —se volteó hacia James y lo jaló suavemente del brazo—. Vamos, Prongs. No hay nada más que hablar aquí.
—Basta, Sirius —le respondió James enojado y se soltó de su agarre. Sirius se sorprendió ante la brusquedad con la que dijo aquello—. ¿Qué carajos, Crouch? ¿Quién hace algo así? ¿Por qué pondrías en riesgo la felicidad de tu mejor amigo?
Barty bufó con resentimiento.
¿Qué sabía él de la felicidad de Regulus?
Un torrente de palabras amenazaba con brotar de sus labios. Verdades que había guardado en silencio durante semanas. Eran palabras que no había querido pronunciar, que guardaba por respeto a Regulus. Temía herir, lastimar y romper la frágil tregua que los mantenía unidos. Eran palabras que ni siquiera se había permitido pensar, recuerdos dolorosos que había enterrado en las profundidades de su mente.
Un tormento interno se liberaba en forma de confesión dolorosa.
—Es bastante irónico que digas eso, Potter. ¿Sabes por qué? Porque tú —lo apuntó con el dedo en el pecho—, solo llevas unos cuántos meses en la vida de Regulus, pero yo llevo a su lado muchísimo más tiempo. ¿Qué sabes tú de proteger a Regulus si nunca has estado a su lado en sus peores momentos? —miró con odio a Sirius— ¿Pensaste en él cuando te llevaste a su hermano, pero no a él, lejos de Grimmauld Place sabiendo lo que ocurría en ese lugar? —se rió sarcásticamente—, pero ahora todo eso quedó en el pasado. ¡Borrón y cuenta nueva! —negó con la cabeza—. ¿Sabes qué? Yo no lo he olvidado. No he olvidado la manera en que Regulus sufrió cuando ustedes dos lo convirtieron en la diana de práctica de sus padres. Y ¿sabes otra cosa? ¡Sí! No quería que estuvieran juntos. Porque sé que eventualmente tú y tu ego lo van a arruinar todo. Porque siempre lo vas a elegir a él —señaló a Sirius—, antes que a Reggie. Y yo siempre voy a elegir a Reggie, antes que a cualquier otra persona.
Las miradas de James y Barty se cruzaron como dos espadas en un duelo silencioso.
—Crees que me conoces pero no es así —le respondió James—. Si eso es lo que en realidad piensas…
—Es lo que en realidad pienso —confirmó con odio.
Tras unos segundos cargados de tensión, James se dio la vuelta, alejándose de Barty con pasos pesados, como si cada uno le pesara una tonelada. Su mirada se posó en Sirius, buscando refugio en su amigo, buscando un oasis en medio de la guerra que lo consumía.
—No vale la pena —le dijo Sirius suavemente.
A Sirius no le importaba James, solo le importaba ganar.
Vaya mejor amigo.
James no dijo nada más antes de marcharse de la sala común.
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Barty entró al dormitorio sintiendo como el mundo se desmoronaba pedazo a pedazo bajo sus pies, esperando ver a la única persona que podía ayudarlo a arreglar todo ese desastre, esperando volver a sus brazos como la noche anterior, volver al lugar que era como su hogar. Pero cuando cruzó el marco de la puerta, Evan no estaba allí. Ni Evan, ni sus cosas.
Abrió el armario y los cajones en el escritorio con desesperación, revisó la superficie desnuda de la cama donde ya no había sábanas. Todo estaba vacío. Era como si nunca hubiera estado allí, como si todo hubiera sido un invento de su imaginación.
Temió que su padre estuviera en lo correcto, que hubiera perdido la cabeza por completo, que se hubiera inventado a Evan.
Lo único que había en su lado de la habitación era una nota doblada a la mitad sobre la mesa de noche que compartían, y cuando Barty la leyó, el mundo terminó de caerse frente a sus ojos.
“Lo siento, Barty… ”
¿Cómo no lo vio venir?
Tal vez de haber estado menos distraído, se hubiera dado la media vuelta y la hubiera visto: la maldita ola silenciosa que ahora lo estaba ahogando.