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Insane, inside, the danger gets me high
Can’t help myself, got secrets I can’t tell
(c) Sam Tinnesz – “Play With Fire”
Jimin se enterró en el trabajo. Se ofrecía para las misiones más peligrosas, las más sucias, las más imposibles, solo para no pensar en la abstinencia. Los elixires que usaba para contener los síntomas de la “Mino-adicción” comenzaban a perder efecto. Las pociones para dormir apenas funcionaban. Los estimulantes mantenían su cuerpo en pie, pero ya no bastaban. No podía comer, así que dependía de pociones nutritivas para no desmayarse y conservar algo de masa muscular. Todo el resto —incluidas sus mejillas redondas— había desaparecido hacía tiempo. Se negaba a ver a Min. Aunque Namjoon — el Ministro, nada menos — y Taehyung —su molesto mejor amigo— se lo rogaban. Pero Jimin sabía que cerca de Min perdería el control. Y el Slytherin no dudaría en meterle otro puñetazo… o mandarlo de una al Azkaban. Al comenzar la quinta semana de su detox de Yoongi, Jimin sentía que un tsunami había arrasado con lo poco que quedaba de él, seguido de un incendio que redujo sus restos a cenizas. Ya no era más que una cáscara vacía. O moría pronto… o necesitaba verlo. Tocarlo. Dormía donde caía. El sofá. El suelo. La cama se volvió inútil. No podía quedarse quieto, todo le molestaba. Cada fibra de su ser gritaba por ayuda. Una tarde, se levantó del suelo y bebió té frío directamente de una taza abandonada. Fue entonces cuando sintió que no estaba solo. Sacó la varita por instinto y la apuntó al intruso. — ¿Vas a maldecirme, Park? — dijo una voz seca, arrogante, con su cadencia característica. Reuniendo toda la poca fuerza que le quedaba, Jimin pasó junto a la figura, se dejó caer en el sofá, dejó caer la varita a sus pies y se cubrió la cara con las manos. — Min. Una palabra. Tres letras. Mil emociones. Y un temblor por todo el cuerpo. — ¿Qué haces aquí? — susurró, aspirando el aroma que lo volvía loco. — Una vez me arrastraste hasta aquí en contra de mi voluntad. Lo tomé como una invitación permanente. — Si no quieres que repitamos lo de la última vez, te lo pido en serio: vete. No sabes todo lo que está pasando — aún con las manos en la cara, Jimin luchaba contra el deseo brutal de lanzarse sobre él y gritar: “¡Te necesito, Min Yoongi!” Silencio. Por un segundo, pensó que Yoongi había desaparecido. Pero entonces sintió cómo el sofá cedía a su lado… y una mano, tibia y dudosa, se posaba en su cuello, justo bajo el nacimiento del cabello. Como una lluvia diamantina cayendo sobre un suelo seco, abrasado por el sol. Jimin inspiró con dificultad. El tacto lo llenaba de paz… y de hambre. De más. Se acurrucó contra esa mano y gimió suavemente cuando Yoongi se acercó más, dejándolo apoyar la cabeza en su hombro. Jimin pegó la frente a su cuello, luchando contra la necesidad imperiosa de besar esa piel blanca, perfecta. Ya no importaba por qué había venido Min, ni con qué intención. Su sola presencia, ese simple contacto… lo era todo. Y así, sin resistirse, Jimin se rindió al sueño. Un sueño profundo, dulce, abrazado por la única cosa que ahora consideraba divina: Min Yoongi.