ID de la obra: 266

Ficlets de ángeles y demonios

Slash
G
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1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 33 páginas, 10.358 palabras, 16 capítulos
Descripción:
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Saúl y Paimon

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La noche en el palacio era silenciosa. Muy, muy silenciosa. Saúl no podía mover su cuerpo, pero si sus ojos. Miró a su costado, donde debería estar su hermosa esposa durmiendo a su lado, pero solo vio moscas cubriendo lo que parecía ser una masa de carne palpitante. Un jadeo quedó atorado en su garganta. Casi sintió qué lo ahogaba pero aunque lo intentó no pudo abrir sus labios para dejarlo salir. Un brisa fuerte entró por su ventana abierta y el aire de la habitación se volvió pesado de golpe. Las manos del rey comenzaron a sudar, sabiendo bien qué significaba. Eso había vuelto. Sus ojos se movieron a la esquina oscura de su habitación, la sombra en esa área era más profunda qué cualquier otra área del palacio. Desde que Samuel le había dado su advertencia de que su Dios se había apartado de él era parte de su habitación se había oscureció, incluso durante el día la evitaba. Pero cada noche quedaba a la merced de la presencia qué ahí se escondía. En medio de las sombras y la oscuridad de la noche podía distinguir la silueta de una persona o algo que aparentaba ser una. Era alto, y su figura esbelta. Una larga melena negra caía como una cascada por sus hombros. Veía sus joyas brillar, la tela de su vestido moverse suavemente. Pero en su rostro no había nada. Era como ver a un pozo sin fondo, con solo dos ojos azules mirándolo de vuelta. No era la mirada de un depredador, no veía al poderoso rey siquiera como una presa. Lo que había en ellos era diversión, pues veía al soberano como su juguete. Los ojos de Saúl lo miraron con odio, con su orgullo herido dando patadas de ahogado. Pero aquella cosa solo entrecerró los ojos, como hace la gente cuando sonríe tanto que incluso sus ojos lo refleja. Y dio un paso fuera de las sombras. La mirada casi desafiante del Rey cambió en un instante. Con sus ojos abriéndose del miedo. Esa cosa nunca se había acercado a él. Siempre permanecía quieto regocijándose en su miseria de estar atrapado en su cuerpo sin poder moverse. Pero eso parecía ya no ser suficiente para eso. La figura subió a su cama, con la misma lentitud tentadora con la que lo hacían sus concubinas hasta quedar encima de él. Su cabello oscuro caía a cubriéndolos cubriéndolos como un velo, dejándolo sin nada más que poder ver más que a la oscuridad donde debía estar su rostro, encontrándose con esos ojos azules que lo miraban fijamente. Lentamente bajó hasta queda cara a cara. Saúl podía sentir las lágrimas caer por los costados de su cabeza, como un niño temeroso qué sé encuentra de frente con un león. Sintió el aliento frio de ese ser contra su oreja. Y por primera vez, desde que había aparecido para atormentarlo, le habló. —Tu Dios por el que luchaste te ha rechazado —dijo con una voz qué sonaba como un coro de voces de hombres y mujeres, sobreponiéndose las unas con las otras—. Él te ha abandonado y la corona qué te prestó ya no vale nada... El espíritu soltó una carcajada burlona, que heló la sangre de Saúl. —En este palacio no eres rey... Pues el único rey aquí soy yo... —el ente volvió ponerse cara a cara con él, sus ojos azules ahora brillando en una emoción apenas contenida—. Yo soy tu rey, Paimon. En ese instante fue como si un peso invisible se retirara de su cuerpo y se sentó de golpe en la cama. Gritando y jadeando con desesperación, cómo si no hubiera llegado aire a sus pulmones en toda la noche. Su esposa, asustada, se despertó de inmediato y puso sus manos en su hombro. —Mi rey, ¿qué te sucede? —Llama a David —dijo sin mirarla. —¿Qué dices? —¡Qué llames a David, mujer! Su grito la tomó por sorpresa, casi asustandola, y salió corriendo de la habitación en busca del joven qué tocaba para su marido. Saúl se quedó solo en la cama. Levantó la mirada a la esquina donde ese espíritu siempre lo miraba por la noche pero ahora no veía nada ahí. Pero él sabía que estaba de pie ahí, mirándolo, alimentándose de la locura en la qué, poco a poco, iba cayendo. Esperando al momento de poder consumirlo por completo.
Notas:
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