Drabbles de ángeles y demonios

Paimon caminaba con una amplia sonrisa llevando en sus manos una canasta con todo tipo de cosas, desde vegetales hasta algunas frutas, todas frescas y de excelente calidad. Después de todo, su pequeño merecía solo lo mejor. Se dirigió al establo, que más bien parecía una residencia de algún demonio influyente, y quitó el candado de la puerta. —Alahador, ya llegué corazón. Su tono sonó más dulce y cariñoso qué de costumbre, como si llamara a un niño pequeño, aunque en realidad se refería a su dromedario qué descansaba en el centro de la habitación sobre unas finas mantas bordadas. El animal se levantó animado al ver al rey demonio llegar y se acercó para frotar su cabeza contra él. —Oh, yo también estoy feliz de verte mi niño, pero mis reuniones con Lucifer duraron más de lo esperado. Alahador bufó molesto y comenzó a golpear el suelo con sus patas delanteras. Molesto ante la mera mención de Lucifer. Paimon se burló divertido al ver la reacción de su fiel compañero. —¿Sigues sin poder soportarlo? Oh, mi pequeño, no es tan malo como crees, tal vez si te dieras la oportunidad de conocerlo verías porque le quiero tanto. El dromedario comenzó a emitir fuertes sonidos de molestia, su volumen sólo podía compararse con la fuerte voz de Paimon cuando era invocado por humanos o cuando tenía que poner a demonios inferiores a él en su lugar. Aún así eso no pareció molestar al rey que solo rodó los ojos aún con una sonrisa. —, Ya, ya Alahador, no hay porque montar un escándalo. Es más, te contaré un secreto pero que se quede entre tu y yo —Paimon tomó la cabeza del animal entre sus manos y lo miró a los ojos con ternura—. Si tuviera que escoger a quién quiero más, si a ti o a Lucifer, me temo que mi amado rey quedaría muy decepcionado de quedar en segundo lugar. Alahador siguió mirando a su amo antes de inclinar su cabeza y comenzar a lamerlo, se notaba contento por ganarle a Lucifer. —Oh, eres un pequeño malcriado ¿verdad? Pero será mejor que dejes los besos para después, te traje tu comida favorita —dijo colocando la cesta frente a él— hoy vas a comer como un verdadero rey Alahador, bueno, igual que siempre en realidad. Mientras Paimon colmaba de afecto a su amado animal Lucifer apretó una copa en su mano con tanta fuerza que reventó, asustando a sus sirvientes. No sabía por qué, pero sintió como si hubiera perdido un enfrentamiento de manera humillante sin siquiera haber podido dar pelea.