ID de la obra: 266

Drabbles de ángeles y demonios

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planificada Mini, escritos 26 páginas, 12 capítulos
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Miguel y Gabriel

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—Me ama, no me ama. Me ama, no me ama... Gabriel estaba terminando de ordenar sus pergaminos cuándo volteó a ver a su pareja con curiosidad. —Miguel, ¿ahora que haces? Miguel estaba recargado contra el arco de la entrada al estudio de Gabriel, sosteniendo una peonia en sus manos con pétalos arrancados. —Pongo en práctica un juego de adivinación de los humanos. Se supone que arrancando los pétalos de una flor puedes saber si tu ser amado corresponde tus sentimientos. La respuesta de Miguel fue tranquila, mientras volvía a arrancar pétalo por pétalo,dejando que estos cayeran suavemente en el suelo. —¿Y para que necesitas tal cosa? Tu y yo llevamos más tiempo juntos del que los humanos pueden medir. Creo que es bastante obvio que te amo. La expresión de Miguel se mantuvo serena como siempre pero Gabriel notó como sus alas se agitaron levemente por sus palabras. —Lo se. Pero nunca está de más asegurarse, ¿no? Tal vez podrías estar omitiendo la verdad por comodidad. —¿Tu lo que quieres es jugar conmigo verdad? —Suspiró Gabriel, resignándose ante el pequeño juego de su amado. —Solo un poco. Miguel siguió arrancando los pétalos hasta que no quedó ninguno, terminando con un "me ama". La expresión de Miguel se suavizo en respuesta mientras volteaba a ver a Gabriel. —Parece que aún me amas, aún después de tantos años juntos. —Eso debió de ser una gran sorpresa. Porque admito que mi costumbre de no levantarme de la cama hasta darte un beso en los labios es bastante ambigua —contestó con un toque de sarcasmo. Miguel sonrió mientras descansaba su cabeza en su pecho. —Oh, bastante. No sabes lo confundido que me dejas cada día cuando abro los ojos y lo primero que veo es tu rostro mirándome con infinito cariño. No puedo evitar preguntarme ¿de verdad me amará o solo es la fase de la luna de miel? —Miguel, de verdad estas empeñado en medir mi paciencia contigo ¿no es así? La suave risa de Miguel fue toda la respuesta que necesitó. Aún si intentaba sonar firme su acto siempre caía ante su amado. Él simplemente tenía un don para tocar su espíritu con sus acciones más sencillas. —Tú realmente serás mi perdición. —¿Eso hace que me quieras menos? Gabriel lo miró con ternura y se inclinó para frotar la punta de sus narices. —Nunca.
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