ID de la obra: 266

Drabbles de ángeles y demonios

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planificada Mini, escritos 26 páginas, 12 capítulos
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Lucifer y Paimon

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La sala del palacio de Asmodeus estaba llena de risas pomposas y miradas coqueta. Sus fiestas siempre eran así, incluso los demonios más altivos terminaban dejándose llevar por la energía sensual que emanaba de su dominio. O bueno, al menos la mayoría. —Es hora de irnos. —¿Tan rápido? Pero Lucifer, ni siquiera hemos bailado todavía. —¿Y? Tú y yo sabemos bien como terminan las fiestas de Asmodeus. Y hoy no estoy de humor para eso. Paimon suspiró con fingida decepción. —Oh, Lucifer. Y yo que me e roto la cabeza para escoger un vestido acorde a la ocasión. Preguntó Paimon. Mientras daba una vuelta para darle una visión clara de cada ángulo de su vestimenta. Estaba usando un vestido sencillo. De tela blanca, ceñido de manera exquisita en el torso, pero que caía como una cascada desde su cadera. El material, ligeramente translúcido, revelaba apenas lo necesario para dejar volar la imaginación de quien lo viera. —¿Ni siquiera podrías quedarte un poco más por respeto a mi esfuerzo? —preguntó, con un tono de falsa suplica. —No —contestó tajantemente. Pero ni siquiera se molesto en no verlo como si lo desnudara con la mirada. Paimon ni siquiera se molesto en contener su risa satisfecha por su reacción. —Eres cruel, mi rey. —¡Paimon! Querido, es un honor tenerte aquí. La voz profunda y cálida lo llamó desde el centro de la sala. Era su anfitrión, Asmodeus. Que con cada paso los pliegues de su vientre se agitaban y la enorme boca en la parte posterior de su cabeza jadeaba de anticipación mientras más se acercaba al rey. —Asmodeus, otra fiesta sublime. Todos los invitados se ven extasiados por la energía de esta noche. —Lo se, mis fiestas siempre reflejan perfectamente mi estilo. Y claro, las píldoras qué puse en las bebidas ayudaron mucho para hacer que los más estirados aflojen. El demonio comenzó a reírse como si fuera la broma más graciosa del mundo. —Oh, Asmodeus, tu realmente nunca cambias. —No me gusta alterar mi encanto natural —su mirada finalmente se enfocó en Lucifer, que se veía sombrío reclinado contra una columna—. ¡Lucifer! Así que aquí estabas. Sabes, hace rato unas ricas sucubos preguntaron por ti. —¿Me interesa? —dijo con una mueca de disgusto. —Bueno, ya te haz follado a su madre Lilith, pensé que apreciarías el dato. Pero parece que es de esos días malos ¿eh? —Tu lo que quieres es que sacarme de quicio, ¿no? —Tranquilo, Lucifer, no vine a buscar problemas contigo, solo vine a pedirle un baile a Paimon. Paimon arqueo una ceja. —Oh, ¿a mi? De todos los invitados aquí presentes qué seguro se mueren por un baile contigo. —Considérate afortunado. El rey del oeste dirigió una mirada a Lucifer. Que se veía solo fastidiado en el exterior, pero Paimon lo conocía muy bien. Podía ver como sus ojos se clavababan en Asmodeus, cómo si quisiera matarlo con la mirada. Y supo de inmediato lo que tenia que hacer. —Sería un honor, Asmodeus. Asmodeus no dudo en tomar su mano al recibir la afirmación. Guió a Paimon hasta el centro del salón, donde comenzaron a baila al ritmo de la música. Con Paimon teniendo una mano en su hombro y Asmodeus con una mano en su cadera. Una mano peligrosamente cerca de la curva de su trasero. Durante todo el baile Paimon pudo sentir la mirada de Lucifer, como si quemara su piel, después de todo Lucifer no era de los que les gustaba compartir, mucho menos a su fiel confidente. Cuando la música paró Paimon se apartó de Asmodeus, negando sus peticiones de otro baile y volvió a su lugar a la derecha de Lucifer. —¿Todavía quieres irte? No hubo respuesta. Lucifer solo lo miraba con una ira a penas contenida. —Vamos Lucy. ¿Tanto te molestó que bailará con Asmodeus? No te preocupes, si quieres a la siguiente bailare contigo. —Oh, definitivamente bailaras para mi —dijo con su voz peligrosamente medida— pero no aquí. Paimon solo pudo sonreír por lo que implicaba su amenaza. —Te tomaré la palabra, querido. Solo entonces Paimon tuvo una razón de peso para aceptar irse con Lucifer de regreso a su palacio. Al final ni siquiera ellos eran inmunes a los deseos que despertaba el estar en los dominios del rey de la lujuria.
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