Un viernes distinto
30 de junio de 2025, 23:07
El viernes llegó y los tres amigos estaban en el comedor conversando. Ron y Hermione cansados, ella aún con sus orejas de burro, y sabiendo que más tarde tendrían que ir a trabajar el usual turno nocturno, él en el bar de Gregor y ella en la farmacia del barrio que funcionaba 24 horas. Aún no pasaba las 48 horas de su castigo, así que seguía con las orejas de burro que Dolores le había puesto, parecía que nunca se irían pero ya pronto pasaría el momento.
Harry por otro lado, les platicaba con algo de pesimismo y fatiga que tendría que ir a la casa de Umbridge a la mañana siguiente desde muy temprano. Él sabía que era por su bien y para aprender más y es por ello que no ponía más objeción y solo le quedaba resignarse pero aún así, dos días enteros en la casa de su maestra menos preferida no era nada agradable.
Esa tarde Dolores salió temprano de Hogwarts, estaba ansiosa por el suceso que le esperaba al día siguiente y por las próximas muchas horas venideras. Salió de la escuela para ir a un puesto del mercado acompañada de Severus. Ella quería buscar ropa sensual que resaltara su figura de mujer madura y experta en los placeres de la piel, pero que también le diera un aspecto juvenil y fresco que pudiera atraer a un chiquillo tonto de 19 años.
Ahí en el puesto se encontraron con Melva, la candente y seductora mujer que atendía el local. Dolores en su deseo le dijo con todos los detalles posibles el plan que tenía y Melva le ayudó a elegir los atuendos más atrevidos y provocativos que tuviera para una fina dama como lo era ella. Severus le ayudaba a elegir, mientras él se probaba tangas y trusas que le ayudasen a ocultaran sus glúteos marchitos. Así mismo se medía chalecos de cuero, gorras, chaquetas y botas largas de cuero que lo hicieran ver más peligroso e imponente ante un chico que ya en sí le tenía miedo.
Dolores Umbridge en cambio se medía los negligee más diminutos y reveladores, las cadenas más incitantes para sus pezones firmes y robustos, colas de zorro o de conejo que le hicieran sentirse la princesa de su propio cuento. Se vieron ella y Severus y se desearon tanto o quizá más que aquella primera vez en aquella fiesta de Dumbledore, cuando escondidos en un baño del segundo piso se entregaron a los placeres de sus carnes.
Ya todo estaba listo, Melva los acompañó hasta la salida, contenta de poder brindarles sus servicios y satisfacerlos en más de una manera a ambos.