Secreto
2 de julio de 2025, 13:57
El Emperador tiene muchos secretos.
Algunos son peores que otros. Pero hay uno en específico que lo hace sentir avergonzado de sí mismo. A veces deja que su cuerpo de carne, el se eleva en un vuelo espiritual, su forma inmaterial brilla como el sol y aún así permanece oculto de la vista de los humanos comunes, de sus hijos, los custodes e incluso de Malcador. Nadie puede verlo ascender y atravesar el plano en el que se encuentran para llegar a la dimensión que estaba encima de ellos. Sus viajes a la disformidad eran su más grande y vergonzoso secreto.
Sintió la mirada de los seres que ahí habitaban sobre él. Riendo y murmurando. Se burlaban de la ironía de que el hombre que decía que iba a liberar a la humanidad de las viejas creencias sobre las divinidades y demonios viniera a entregarse a una entidad tan antigua que había ascendido al puesto de dios.
El Emperador vio una silueta frente a él. La figura de una mujer, más hermosa que ninguna mortal que hubiera conocido antes. Pero todavía había algo terrible en ella, ninguna mujer tendría manos que terminan en garras, orejas puntiagudas como los eldars o cuernos saliendo de su cabeza en los que se enredaba su cabello. Pero aún así, era hermosa.
El cuerpo de esta entidad, al igual que el suyo, era más bien energía que adopta una forma humanoide por comodidad. O más bien, para la comodidad del regente de Terra.
Slaanesh. La deidad del caos del exceso y el placer. Lo que la convertía en una amenaza para la humanidad. Una enemiga del Emperador. El la odiaba y deseaba su desaparición. Y aún así él...
—Todavía sigues deseándome. Volviendo a mí ahogado en tu propia vergüenza.
Y ella lo sabía, claro que lo sabía. Conocía todos los deseos del hombre y él no era la excepción.
Slaanesh extendió sus brazos con una sonrisa maliciosa. Y el Emperador, aún con todo el poder que tenía, no se resistió al toque de su amante y se entregó voluntariamente a su abrazo.
—Esta será la última vez... —dijo débilmente el Emperador mientras aquellas manos con garras acariciaban su forma espiritual.
—Querido, de todas las mentiras que has dicho, esa es la más grande de todas.