Capítulo 1 - Terry Boot no me rompió el corazón (excepto que sí)
1 de julio de 2025, 11:27
Narrado por Hermione Granger
No me rompió el corazón.
Terry Boot era solo un compañero de clases con buen rendimiento, una sonrisa simétrica, y una voz que, casualmente, se me quedaba pegada al tímpano como un encantamiento de eco prolongado.
Pero no. No me rompió el corazón.
Narrador: Sí lo hizo. En mil pedacitos con forma de “me voy a Beauxbatons”.
Terry era de Ravenclaw, lo cual ya me resultaba perturbador. Porque una cosa es respetar a los Ravenclaw como especie, y otra muy distinta es gustarte uno.
Yo siempre pensé que si algún día me enamoraba, sería de alguien que supiera debatir temas éticos con un mínimo de humildad, no de un chico que hacía que incluso “¡aquí!” sonara filosófico.
Era inteligente, claro.
Pero su inteligencia era de esa que no necesita alardes. Natural. Despreocupada. Casualmente brillante.
Lo cual me irritaba.
Y me gustaba.
Y me irritaba por gustarme.
Se sentaba dos filas atrás en Encantamientos, pero en las prácticas se escurría a mi lado como quien no quiere la cosa.
— “¿Ese movimiento de muñeca es tuyo o de Flitwick?”
— “Mío. Él dice que exagero, pero yo creo que dramatizar un poco ayuda a canalizar mejor la intención mágica.”
— “Interesante. Y muy tú.”
¡¿Muy yo?! ¿QUÉ SIGNIFICA ESO?
Lo anoté como potencial insulto encubierto. Más tarde decidí que era un halago.
Cinco días después, se convirtió en la frase que subrayé tres veces en mi diario. Que no era un diario. Era… un cuaderno de observación emocional. Puramente académico.
A veces caminábamos juntos al Gran Comedor.
Él se saltaba el desayuno y aparecía con las puntas del cabello húmedas, lo que me parecía de una descortesía imperdonable hacia la estructura del día.
— “¿No desayunaste otra vez?”
— “No me da hambre temprano.”
— “Estás maltratando tu metabolismo.”
— “¿Eso es una intervención?”
— “Es una queja formal.”
Y él sonreía.
Esa sonrisa.
Maldito.
Cuando no hablábamos, me bastaba mirarlo.
Tenía ese tipo de cara que se queda. Nada dramático. Solo… interesante.
La clase de rostro que uno podría practicar para dibujar, y no aburrirse nunca.
(Y sí. Lo dibujé. Solo para practicar. Aunque jamás pude terminar la nariz.)
Para cuando llegamos a tercer año, yo ya había aprendido a controlar mis emociones como toda bruja razonable y hormonalmente neutral.
Narrador: No era hormonalmente neutral. Era emocionalmente negada.
Y entonces lo dijo:
— “Mis padres me están transfiriendo a Beauxbatons.”
…Perdón, ¿qué?
¿Qué demonios tenía Beauxbatons que no tuviera Hogwarts? ¿Una fuente de agua bendita en los baños? ¿Bibliotecas con perfume? ¿Uniformes con pliegues emocionales?
— “Ah. Qué bien. Tiene mucho prestigio.”
— “Sí. Creo que me irá bien.”
Lo dijo con una sonrisa. Como si se estuviera yendo a por pan y volvía en quince minutos.
Como si no me acabara de arrancar el alma y mandarla con su lechuza particular a territorio francés.
Y después… se fue.
Ni una carta.
Ni una pluma.
Ni un “te voy a extrañar un poquito aunque sea porque me corregías los ensayos con pluma roja y una agresividad entrañable.”
Yo fingí que no me importaba.
Y lo fingí tan bien que convencí a todos.
Menos a mí.
Pasé una semana sin estudiar. Lo cual es lo más cerca que estuve de una crisis existencial grave.
Luego lo reemplacé con listas de hechizos que dominaría antes que él, por si algún día volvíamos a vernos y quería recordarle quién era la jodida Hermione Granger.
Spoiler: no funcionó.
Años más tarde, cuando yo ya había besado a varios imbéciles y sobrevivido a una guerra, llegó una carta.
Desde Francia.
Papel grueso, aroma a menta. Tinta azul. Letra todavía bonita.
“Siempre estuve enamorado de ti.
No te lo dije porque tenía miedo de perder tu amistad.”
Ay, Terry.
Qué lindo. Qué cobarde. Qué tarde.
Una parte de mí —la estúpida romántica enterrada bajo toneladas de lógica y trauma escolar— se derritió.
La otra, más realista, pensó: “Y tú eras de Ravenclaw, ¿eh?”
Guardé la carta. No respondí.
Me gusta conservar pruebas de que las cosas que sentí fueron reales.
Incluso si no sirvieron para nada.
Incluso si no fui suficiente para que él se quedara.
Y así fue como Terry Boot se convirtió en el primero de muchos.
El primero que no me rompió el corazón.
Narrador: Excepto que sí. Obvio que sí.