ID de la obra: 315

Manual de Relaciones y Otras Maldiciones - Dramione

Het
R
Finalizada
1
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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52 páginas, 20 capítulos
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Capítulo 4 - Draco Malfoy, los pasaportes mágicos y la balada que todavía me da vergüenza ajena (y ternura)

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Narrado por Hermione Granger Draco Malfoy no estudiaba en Hogwarts. Y eso, honestamente, ya lo hacía misterioso. Tenía ese aura de personaje de novela que aparece cada tanto, te desordena los sentimientos, y luego se va con la misma elegancia con la que llegó. Iba a Ilvermorny, la escuela mágica americana donde aparentemente todos los alumnos son prodigios con trauma emocional. Y de todas las personas que podrían haber llegado a pasar las vacaciones con mi familia, tuve que ser yo la elegida para recibir al heredero Malfoy. — “¿Pero por qué a mi casa?”, pregunté, con un plato de cereales en la mano y media dignidad en el rostro. — “Bueno, Hermione,” respondió mi madre, con la voz más casual del planeta, “es que los Malfoy siempre han pensado que si tú y Draco terminan juntos, sus nietos tendrían doble nacionalidad mágica. Española y americana.” ¿Perdón? — “¡¿QUÉ NIETOS?!”, chilló mi papá, escupiendo el café. — “Hermione ni siquiera sabe si le gustan los chicos todavía, ¡por Merlín!” Mi madre se rió. Como si hablar de matrimonios concertados mágicos internacionales fuera una anécdota de sobremesa. Y mi abuela, que para estas cosas siempre opina con sabiduría de CEO de familia, dijo: — “A mí me parece bien. Hermione heredaría todo, y manejaría las empresas mejor que cualquiera.” Y Lucius Malfoy, por carta, estaba completamente de acuerdo. "Es qué acaso esa familia nos espía o hay cámaras en mi casa." Yo tenía trece años. Y la presión geopolítica de mi útero ya era internacional. Narrador: Porque cuando eres brillante y con doble nacionalidad, no eres una niña. Eres un tratado diplomático con piernas. Llegó Draco. Con capa. Con abrigo oscuro. Con esa cara perfecta y el cabello platinado que parecía peinado por los vientos ancestrales de Escandinavia. Mi primer pensamiento fue: “Tampoco es para tanto.” Narrador: Fue para tanto. Y ella lo sabe. Fuimos a cenar a la Mansión Malfoy. Lucius me preguntó por mis notas como si fueran acciones en Gringotts. Narcissa me trató como si yo fuera una princesa vikinga exiliada. Y Draco… Draco me miraba. No de forma desagradable. De forma intensa. Como si tuviera que memorizar mi rostro para un retrato que iba a pintar en su torre secreta después. Y ahí comenzó el circo. El heredero Malfoy decidió que quería llamar mi atención. Y lo hizo como si estuviera ensayando una obra de teatro de tercer año. Tosía cada vez que me distraía. Me ofrecía agua aunque mi vaso estuviera lleno. Tropezó con una alfombra (que claramente conocía) y dijo: — “¡Uy! ¿Siempre ha estado esa alfombra ahí?” Yo… me reí. ¿Cómo no? Era ridículo. Y adorable. Porque lo estaba intentando. Conmigo. La que usaba túnicas planchadas pero sin gracia. La que leía más de lo que hablaba (aunque hablaba muchísimo). La que tenía el pelo como un incendio controlado. Y entonces llegó mi fiesta. Me aburrí a los cuarenta minutos. Y le escribí por espejo: “¿Puedes venir por mí?” Cinco minutos después, ahí estaba. Con su capa de príncipe maldito. Y su cara de “yo siempre llego justo cuando me necesitas”.“Hace frío,” dijo. Y me cubrió con su capa. Y me abrazó. Y sin mediar palabra… nos besamos. Fue suave. Inesperado. Demasiado cinematográfico. Pensé: “Por favor que esto no sean mariposas. Que sea gastritis. O fiebre. O hipoglicemia. Pero no me estén gustando estas cosas.” Narrador: Spoiler: eran mariposas. Y tenían capas negras y voz baja. Después del beso, nos quedamos sentados afuera, mirando las estrellas, con una manta flotante encantada y el silencio que solo dos adolescentes confundidos pueden compartir. Y entonces, como si no fuera suficiente con el beso, la capa, y el abrazo… Draco Malfoy dijo: — “Quiero dedicarte una canción.” Yo asentí, ya sin poder confiar en el universo. Y él, con tono dramático, me cantó “Creep” de Radiohead. Sí. Creep. Esa que dice “I’m a weirdo… what the hell am I doing here?” Y yo… Yo lo miré. Y pensé: "¿Está bien este chico?" Narrador: No. Está enamorado. A su estilo raro, melancólico, profundo y terriblemente Malfoy. No dije nada. Me reí, otra vez. Pero muy bajito. Porque algo dentro de mí —algo más allá del sarcasmo y el ego— se estaba rompiendo un poquito. Él me miraba como si yo fuera algo sagrado. Como si nunca hubiera conocido a alguien como yo. Y lo peor… es que empecé a creerle. A fin de año, decidí llevarlo a Hogwarts. ¿Por qué? Porque sí. Porque era mi novio. Porque quería que todas lo vieran y pensaran: “¿En serio está con ella?” Y que luego me vieran a mí y pensaran: “Wow. Ella debe tener magia que no enseñan en clase.” Fue mi novio trofeo. Y lo disfruté. Y me sentí poderosa. Narrador: Hasta que volvió a Estados Unidos y la distancia hizo lo suyo. Tres meses después, sin peleas, sin dramas, simplemente… dejamos de hablar. Las cartas se fueron volviendo más cortas. Las conversaciones más forzadas. Y un día, ninguno de los dos escribió más. ¿Lo sufrí? Un poquito. ¿Lo extrañé? Más de lo que admitiré jamás. Pero lo superé. Porque soy Hermione Granger. Y los Granger no lloramos por chicos a distancia. Narrador: A menos que nos canten baladas emocionales bajo las estrellas. Entonces sí. Lloramos un poquito. Pero con dignidad.
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