Capítulo 5 - Aquaman me escupió un bicho marino y aún así no fue el que me pidió que sea su novia
1 de julio de 2025, 14:37
Narrado por Hermione Granger
Ese verano fuimos a la playa.
Pansy y yo.
Dos adolescentes mágicas, sin padres, sin responsabilidades y sin ninguna intención de portarnos bien.
No conocíamos a nadie. Y eso, a esa edad, es lo mejor que te puede pasar.
Nos hospedamos con Tonks (sí, esa Tonks), que básicamente fue la única adulta responsable lo suficientemente irresponsable como para dejarnos andar solas.
Gracias, prima.
Y entonces los vimos.
Un grupo de cinco chicos.
Nuestra edad.
Pelo revuelto, bronceados mágicos, tatuajes de henna que seguramente no sabían usar bien…
Y uno de ellos…
Uno de ellos parecía Aquaman.
Narrador: No era Jason Momoa. Era Rolf Scamander, versión adolescente, con más magia que sentido común.
Lo vi sobre la espuma, parado en una tabla encantada, controlando las olas como si fueran parte de su escenografía personal.
Y sí… me gustó.
Mucho.
— “Yo quiero ese,” le susurré a Pansy.
— “¿El que parece que huele a algas?”
— “El mismo.”
Se acercaron.
Y entonces, como en una comedia de mal gusto, empezaron a lanzar nombres al azar.
— “¿Claudia?”
— “¿Vanessa?”
— “¿Bárbara?”
— “¿Agatha?”
¿En serio?
¿AGATHA?
Narrador: Porque claro, Hermione y Pansy son nombres súper fáciles de adivinar, muchachos.
Por suerte (o no), Tonks estaba cerca.
Y Tonks, siendo Tonks, no pudo con su alma y soltó:
— “Ella es Hermione, y esa de ahí es Pansy. Son primas. Las buenas noticias terminan ahí.”
Y entonces, Aquaman, o sea Rolf, vino y me escupió un bicho marino.
Sí.
Un bicho.
Directamente sobre la pierna.
¿Una especie de gesto tribal? ¿Un código de apareamiento mágico marino?
No sé.
Pero me gustó.
(¿Por qué? No tengo idea. No lo analicemos).
Narrador: Porque la adolescencia es un delirio hormonal que nadie regula.
Sin embargo, no fue él quien me pidió que sea su novia.
Fue su amigo.
Anthony Goldstein.
Anthony era… dulce.
Alto, con sonrisa de poster, y una forma de hablarme que hacía parecer que yo era un unicornio rescatado de la extinción.
— “Eres como una princesa antigua. Misteriosa. Poderosa. Frágil… pero fuerte.”
Y yo, que tenía arena hasta en el alma, le creí.
Empezamos a salir.
Paseos por la playa, helados encantados, caminatas de noche con luciérnagas que hacían coreografías.
Y yo me sentía… querida.
Un poco adorada.
Un poco confundida.
Y ahí llegó el intercambio.
Un mes en Castelobruxo, la escuela de magia en Brasil.
Quince días de campamento con chicos de todas las escuelas mágicas del mundo.
Muchos.
Muy guapos.
Muy extranjeros.
Y yo… le fui fiel.
Porque soy Hermione Granger.
Y cuando me comprometo con algo, lo hago bien.
Narrador: Y también porque tenía la absurda esperanza de que Anthony sería el primer novio que no desaparecía como un hechizo mal lanzado.
Después del campamento, me quedé en casa de unos tíos.
Y ahí me llegó una lechuza.
Con una carta.
Una carta que decía:
“No puedo con la distancia. Eres increíble, pero creo que lo mejor es terminar antes de hacernos daño.”
– Anthony.
¿QUÉ DAÑO, ANTHONY? ¿QUÉ DISTANCIA? ¡FUERON 15 DÍAS!
El timing, además, impecable.
Justo cuando por primera vez tenía la oportunidad de estar rodeada de magos guapos, tropicales, y con acento que me hacía derretir.
Pero no.
Yo estaba ocupada siendo leal a un idiota con problemas de tolerancia geográfica.
No lloré.
Pero lo odié.
Con fuerza.
Con un enojo más grande que el Amazonas.
Y cuando volví a verlo, fingí no verlo.
Literal.
Pasé caminando por su lado como si fuera un banco de piedra encantado.
Cero emoción.
Cero reacción.
Narrador: Por dentro estaba insultándolo en todos los idiomas que había aprendido en el campamento.
Y así terminó mi verano romántico.
Con un Aquaman que me escupió y un novio que duró menos que un hechizo de risa.
Pero bueno… al menos aprendí que ni siquiera siendo una princesa misteriosa, poderosa y frágil pero fuerte… estás a salvo de que te rompan el corazón.
Aunque sea poquito.