Capítulo 7 - Lagunas mentales, chimeneas malditas y la vez que me enamoré sin permiso
1 de julio de 2025, 15:12
Narrado por Hermione Granger
Draco volvió.
Otra vez.
Y, como siempre, justo cuando yo ya estaba bien.
Tranquila.
Organizada.
Con mis emociones dobladas por color y tamaño, guardadas en un estante invisible.
Tenía 17 años.
Y esta vez, yo era la que estaba enganchada.
Narrador: Porque el universo tiene sentido del humor, y decidió invertir los papeles.
Salimos a Hogsmeade.
Solo nosotros dos.
¿Romántico? Sí.
¿Peligroso? También.
Especialmente porque cometí el error de pensar que media fruta tropical contaba como almuerzo.
Sí.
Medio melón.
Y después: whisky de fuego.
No uno.
No dos.
No quiero dar números.
Narrador: Todas las botellas. Gracias.
Laguna mental #1: una carcajada mía demasiado aguda.
Laguna #2: Draco, con su cara de “esto ya se me fue de las manos”.
Laguna #3: él discutiendo con Crabe, que terminó trayéndome comida mientras murmuraba “otra vez no”.
El estaba preocupadísimo.
Me abrigó.
Me ayudó a caminar.
Y cuando vio que estaba mareada como giratiempos descompuesto, me llevó a la biblioteca de la mansión Malfoy.
Sí, esa con la chimenea grande, las cortinas pesadas, y el ambiente de novela gótica con presupuesto.
Se quedó conmigo.
Sentado al lado.
En silencio.
Sin decir nada más que lo justo.
Me cuidó.
Y eso… eso fue peor que cualquier hechizo.
Porque Draco puede tener muchas cosas: actitud, estilo, ego, rarezas…
pero cuando quiere, sabe ser tierno.
Y a veces… eso es más peligroso que cualquier beso.
Narrador: Porque uno no se enamora cuando lo besan. Uno se enamora cuando te cuidan sin necesidad de hacerlo.
Laguna #4: espera, esa soy yo? Encima de él? Hermione no te conocía así
Laguna #5: chau ropa, hola Hermione campeona de monta de potro salvaje
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí y haciendo eso.
Pero me quedé dormida.
Y cuando desperté, estaba en casa.
Me había cargado.
Literalmente.
Según mamá, Draco me llevó como si fuéramos recién casados y pidió disculpas al llegar.
Papá casi lo fulmina con la mirada, pero como es el hijo de su amigo, y como aparentemente yo estaba entera y sin daño cerebral… lo dejó entrar.
Él me acomodó en mi cama, y se fue.
Así, sin pedir nada.
Al día siguiente, mi memoria seguía borrosa.
Lo llamé.
— “¿Pasó algo?” —le pregunté, sin rodeos.
Y él, con ese tono Malfoy tan característico, respondió:
— “Pasó de todo.”
Narrador: Hermione se quedó paralizada. No porque no lo esperara. Sino porque no sabía qué parte dolía más: lo que pasó o lo que no recordaba.
Esa noche volvimos a vernos.
Salimos.
Hablamos.
Nos reímos.
Y le dije:
— “¿Sabes qué es lo peor? Que me perdí lo que probablemente fue uno de los mejores momentos contigo… ¿crees que podamos repetir mi primera vez?”
Y así lo hicimos.
Sin mareos.
Sin tragos.
Sin chimeneas ni bibliotecas embrujadas.
Bajo las estrellas.
Y fue perfecto.
Tan perfecto que me lo creí todo.
Sentí que tal vez esos niños con triple nacionalidad llegarían algún día.
Durante un mes…
Sentí que lo tenía todo.
Que él me veía.
Que esto iba en serio.
Y luego, llegaron sus amigos.
Y con ellos, llegó la distancia.
No la geográfica.
La emocional.
Draco empezó a desaparecer.
De mis días, de mis mensajes, de mis momentos.
Y yo… yo seguía ahí.
Esperando.
Creyendo.
Llorando.
Viví semanas con los ojos hinchados.
Como si el maquillaje supiera que estaba rota.
Y un día… simplemente decidí dejar de buscarlo.
Porque si hay algo que Hermione Granger no permite es que la ignoren.
Narrador: Aunque duela. Aunque lo extrañe. Aunque todavía escuche su voz cuando no puede dormir.
— “Nadie le rompe el corazón a Hermione Granger,” me dije frente al espejo, con los ojos rojos y la nariz tapada.
— “Y menos este estúpido y perfecto trofeo internacional.”