Capítulo 9 - Tornillos, sonrojos y el chico demasiado perfecto para mí
1 de julio de 2025, 16:02
Narrado por Hermione Granger
Con George nos conocíamos de siempre.
Era el hermano divertido de mi mejor amiga.
El gemelo menos explosivo.
El Weasley con sonrisa de comercial de pasta dental y alma de inventor caótico.
Siempre nos habíamos llevado bien.
Cómplices de travesuras, sarcasmos y alguna que otra apuesta fallida con dulces que te hacían hablar en idiomas antiguos.
Pero nunca había pasado nada.
Hasta el cumpleaños de Ginny.
Fue una de esas fiestas tranquilas, con pastel, música y cierta cantidad de alcohol disfrazada de ponche familiar.
George y yo compartimos más de lo usual.
Charlamos. Reímos.
Y al volver, en el carruaje, fuimos los últimos en subir.
Nos sentamos juntos.
En silencio.
La noche estaba helada y yo, fiel a mi mala circulación, murmuré:
— “Tengo las manos congeladas…”
Y él, sin dudar, tomó mis manos entre las suyas.
Empezó a frotarlas.
Suaves.
Cálidas.
Casi como si ya lo hubiéramos hecho mil veces.
Nos miramos.
Y sí, hubo sonrojos.
De esos reales, que te suben por la nuca y se te instalan en las orejas.
Muy incómodo. Muy tierno. Muy maldita sea.
Narrador: Hermione fingió que no sintió nada.
Spoiler: sí sintió. Y fuerte.
Después de eso, empezamos a escribirnos por espejo.
Charlas eternas.
Temas absurdos.
Teorías mágicas.
Y una noche… ya con sueño y efectos residuales de una poción energizante mal medida… le escribí:
— “¿Y los tornillos?”
A lo que él, con toda la lógica del universo, respondió:
— “¿Qué?”
Y después:
— “¿Qué tornillos, Hermione? ¿De dónde sacaste eso?”
Y yo, ya sentada en la cama, despeinada y confundida, solo pude pensar:
“¿Soñé que era carpintera? ¿Quién soy? ¿Bob el Constructor Mágico?”
Narrador: Nadie lo sabe. Solo que fue adorable. Y que George se rió tanto que me mandó un sticker animado de un clavo bailando.
Poco a poco, comenzamos a salir.
Con cuidado. Con risas.
Con dulzura.
Ginny no estaba muy feliz, claro.
Porque “es mi hermano, Hermione”.
Y “tú eres mi amiga, Hermione”.
Y “no quiero imaginar nada raro entre ustedes, Hermione”.
Pero Harry y Ron hablaron con ella.
Y como siempre, el trío salvó la situación.
George fue perfecto.
Demasiado perfecto.
Todo era lindo.
Y lo pasábamos bien. Muy bien [insertar guiño coqueto jaja].
En la tienda de los gemelos, "hacíamos bromas."
En los callejones de Hogsmeade, "nos escondíamos."
Y hasta fuimos al cine muggle.
Última fila. Mucho suspenso. Poca atención a la película.
Pero…
No todo en una relación es “pasarla bien”.
Un día, me di cuenta de que todo se había vuelto rutina.
Demasiado estable.
Demasiado cómodo.
Como una taza de té que ya no humea.
Y por el bien de los dos, hablamos.
Con honestidad.
Con cariño.
— “¿Sabes? Creo que esto ya no va a más.”
— “Sí, yo también lo siento. Pero gracias por ser tan tú.”
Narrador: Fue el rompimiento más sano de la historia de Hermione. Lo cual también fue perturbador.
No hubo gritos.
Ni cartas ardientes.
Ni canciones de despecho.
Solo dos personas que se quisieron bien, pero no tanto como para quedarse.
Y aunque no terminamos juntos…
Siempre que lo veo, recuerdo los tornillos.
Y sonrío.