Los secretos que esconde la Noche
20 de julio de 2025, 12:23
Viernes 31 Octubre 1941
La última semana de octubre transcurrió con una calma inusual en Hogwarts. Las clases avanzaban sin incidentes, y los pasillos del castillo se llenaban de estudiantes emocionados por la llegada de Halloween. Sin embargo, lo que comenzó como un viernes aparentemente tranquilo, terminó siendo todo lo contrario.
Alphard Black había sido invitado a una fiesta de Halloween organizada por los Hufflepuff. En un principio, la idea de asistir a una celebración en la casa más subestimada de Hogwarts le pareció entretenida, aunque no esperaba mucho. Después de todo, los Hufflepuff tenían fama de ser amables y trabajadores, no precisamente el tipo de personas que organizaban fiestas memorables.
Pero cuando Alphard mencionó la invitación a su hermana, a Hércules y a Abraxas, todos se mostraron interesados. Si los Hufflepuff hacían una fiesta, al menos valía la pena ver si era tan aburrida como imaginaban.
La velada comenzó con un aire de tranquilidad. Al entrar a la sala común de Hufflepuff, decorada con calabazas encantadas que flotaban sobre las mesas llenas de comida y dulces, el grupo de Slytherins se preparó para una noche de conversaciones educadas y juegos inocentes.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que descubrieran la verdad sobre los Hufflepuff.
Había algo en su hospitalidad que resultaba peligrosamente convincente. Se movían con naturalidad entre los invitados, asegurándose de que nadie tuviera su copa vacía por demasiado tiempo. Lo que al principio parecía una simple reunión entre amigos, pronto se transformó en una fiesta descontrolada.
Para sorpresa de los Slytherins, los Hufflepuff no solo eran buenos organizando eventos, sino que también sabían cómo hacer que una noche fuera inolvidable. Entre juegos de apuestas mágicas, duelos amistosos y una cantidad alarmante de bebidas encantadas, la sala común de Hufflepuff se convirtió en el epicentro del caos.
Hércules, que en un principio había tomado asiento en un rincón con la intención de observar, terminó arrastrado a una competencia de "Adivinanzas Mágicas" en la que los perdedores debían aceptar un hechizo sorpresa. Alphard, por su parte, se encontró en medio de un improvisado torneo de quidditch... dentro de la sala común, usando escobas miniatura que se descontrolaban con facilidad.
Abraxas, que solía mantener una actitud elegante y reservada, descubrió que los Hufflepuff tenían un extraño talento para persuadir a los más orgullosos a participar en sus locuras. Terminó siendo desafiado a un duelo de encantamientos, en el que, para su humillación, fue vencido por una estudiante de tercer año que apenas parpadeó al desarmarlo.
Walburga, siempre calculadora, miraba la escena con una mezcla de diversión y desconfianza. No entendía cómo una casa con fama de ser la más "Tranquila" de Hogwarts podía transformarse en algo tan... salvaje.
—Nos han engañado— murmuró Alphard con una risa entre dientes, mientras intentaba evitar que una galleta encantada tratara de meterse sola en su boca.
—Definitivamente nos han engañado— respondió Hércules, sosteniendo su copa con cautela mientras observaba a un grupo de Hufflepuff persuadiendo a un Gryffindor para que probara una bebida que cambiaba el color del cabello cada vez que alguien decía su nombre.
La noche continuó con desafíos cada vez más absurdos y una energía contagiosa que atrapó a todos en la sala. Para cuando la fiesta terminó, los Slytherins habían cambiado por completo su percepción de la casa amarilla.
Los Hufflepuff no solo eran leales y justos. También eran astutos, manipuladores cuando querían serlo, y sobre todo, imposibles de subestimar.
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Noviembre 1941
Harry nunca imaginó que su vida daría un giro tan inesperado. Viajar al pasado y alterará todo lo que alguna vez creyó inmutable, la línea de tiempo que conocía, se transformó en algo completamente distinto.
Pero fuera cual fuera la línea del tiempo, las dos tenían algo en común, el extrañaba a su familia y amigos, si es verdad con esta nueva realidad tal vez extraña a mas personas de las que debía.
Jamás creyó que podría llevarse bien, con Draco o ser él favorito de tía Bella, sin duda alguna era a la que más extrañaba.
Pero también estaba la señora Druella Rosier la exesposa de Cygnus, quien fue como su madre y aún mantenían cartas con ella, seguro estaría muy preocupada.
También estaba el retrato Wally, el cuadro que siempre gritaba con furia en Grimmauld Place, sangre sucia, traidores... Y otras cosas, pero se dio cuenta que a él nunca lo grito, pero si le tenía una rabia a Hermione, más a ya de que fuera hija de muggles, pero nunca supo él porque la odiaba tanto.
El señor Tonks también era hijo de muggles a él también lo insultaba, pero con Hermione era otro nivel.
Ahora que estaba en el pasado con su Reina, entendía muchas cosas, a Wally no le importaba el "Niño Que Vivió", ni su título de "El Elegido". Lo veía por lo que era: un chico con demasiadas cicatrices en el alma y con más defectos de los que él mismo reconocía. Ella nunca lo miró con idolatría, sino con una ternura que lo desarmaba. No era que ignorara sus errores; por el contrario, Wally podía enumerarlos con facilidad. Su torpeza al caminar, su tendencia a perder los lentes, la forma en la que su mente se dispersaba cuando se ponía nervioso pero jamás lo juzgó por ellos.
Harry sentía que, por primera vez, alguien lo amaba simplemente por ser él.
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Hércules no podía dejar de preocuparse. Wally llevaba días con un comportamiento extraño, y aunque ella insistía en que solo era el olor de la comida, él sabía que había algo más.
Para empezar, su alimentación había cambiado drásticamente. Solo toleraba cítricos, y parecía que cualquier otro tipo de comida le revolvía el estómago. Luego estaban las náuseas, que se volvían más frecuentes cada mañana. Y lo peor de todo: el cansancio. Walburga dormía demasiado, pero cuando Hércules estaba con ella, parecía no querer separarse de su lado.
Él no quería presionarla, pero estaba claro que algo no iba bien. Y entonces, llegó el día en que todo se tornó más serio.
Estaban en la biblioteca cuando sucedió. Walburga hojeaba un libro de Runas Antiguas, con el ceño ligeramente fruncido, cuando de repente dejó caer la pluma que sostenía. Hércules alzó la vista justo a tiempo para ver cómo su rostro perdía todo color.
—Wally...— comenzó a decir, pero antes de que pudiera moverse, ella se desplomó sobre la mesa.
El pánico lo golpeó de inmediato.
—¡Wally!— exclamó, sujetándola antes de que cayera al suelo.
La biblioteca quedó en completo silencio por unos segundos antes de que los murmullos comenzaran a llenar el aire. Hércules no perdió tiempo. La levantó en brazos con facilidad y salió apresurado de la biblioteca, ignorando las miradas curiosas de los estudiantes.
La llevó directamente a la enfermería, su mente trabajando a toda velocidad mientras intentaba comprender qué le pasaba.
Cuando Poppy los vio entrar, frunció el ceño con preocupación y los guió rápidamente a una de las camas.
—¿Qué ha pasado?— preguntó, mientras comenzaba a revisar a Walburga.
—Se desmayó de la nada— respondió Hércules, aún con el corazón latiéndole con fuerza.
Poppy suspiró y movió su varita sobre Walburga, murmurando hechizos de diagnóstico. Mientras lo hacía, Hércules tuvo un momento para observarla con más atención.
Era joven, apenas catorce años, pero se notaba en su porte la seguridad de alguien que tenía un objetivo claro en la vida. Su túnica de Hogwarts tenía el emblema de Ravenclaw y a diferencia de otras estudiantes de su edad, ella parecía desenvolverse con la confianza de alguien mayor.
—Eres muy buena en esto— comentó Hércules, tratando de calmar su propia ansiedad.
Poppy le dedicó una pequeña sonrisa.
—Siempre quise ser medimaga— dijo con sencillez —Por eso me permiten ayudar aquí. Mis notas en Pociones y Herbología son de las mejores.
Harry asintió.
—Lo lograrás. Serás una gran medimaga.
El brillo en los ojos de Poppy al escuchar eso le hizo pensar que pocas personas le habían reconocido su talento de esa manera.
Sin embargo, su atención regresó de inmediato a Walburga cuando esta comenzó a moverse lentamente, abriendo los ojos con visible confusión.
—¿Qué...?— murmuró, mirando a su alrededor antes de fijar la vista en Hércules.
—Te desmayaste— le informó él, tomando su mano con suavidad.
Walburga parpadeó, y por primera vez, Hércules notó un destello de vulnerabilidad en sus ojos.
Fue entonces cuando las piezas comenzaron a encajar en su mente.
El rechazo a la comida, las náuseas matutinas, el cansancio extremo, el desmayo...
Su estómago se revolvió con la realización.
No podía ser.
Pero al mismo tiempo, tenía sentido.
Si hacía cuentas Cygnus nacía a mediados de Julio eso significa que Walburga ya estaba embarazada.
Pomfrey, trazaba runas de diagnóstico sobre un pergamino con una gota de sangre de Walburga.
—Solo será un momento— murmuró Poppy, aunque sus cejas fruncidas delataban su preocupación. La tinta dorada en el pergamino comenzó a girar, formando símbolos ancestrales que solo los entrenados podían leer.
Walburga apretó la mano de Hércules.
—No importa lo que diga, prométeme que no harás nada estúpido— su voz era firme, pero el temblor en sus palabras traicionaba su miedo.
El pergamino emitió un destello plateado. Pomfrey palideció.
—¿Qué ves?— preguntó Hércules, aún que ya sabía la respuesta.
Poppy tragó saliva.
—Estás... embarazada.
Hércules y Walburga se quedaron en silencio por un momento después de que Poppy saliera de la enfermería, dándoles privacidad. Él aún sostenía su mano con firmeza, sus pensamientos un torbellino de emociones. Walburga, por su parte, mantenía una expresión serena, aunque sus ojos revelaban una mezcla de determinación y vulnerabilidad.
—Quiero tener al bebé— dijo finalmente, su voz suave pero segura.
Hércules asintió lentamente, sin soltar su mano.
—Está bien— susurró —Lo que tú decidas, se hará.
Ella esbozó una pequeña sonrisa, conmovida por su apoyo.
—Sé que no será fácil— continuó —Y que en algún momento tú... tendrás que regresar a tu tiempo.
Harry tragó saliva, sin responder de inmediato. Era cierto. No sabía cuánto tiempo más estaría en 1941, pero eventualmente la magia que lo había traído aquí se rompería o el tiempo mismo lo reclamaría.
"¿Por eso Hércules había desaparecido sin dejar rastro, regreso a su época y no pudo volver?" pensó Harry.
—Pero cuando eso pase— Walburga siguió, acariciando suavemente sus dedos con los suyos —Al menos tendré un recuerdo de ti.
Hércules sintió que su corazón se apretaba en el pecho. No sabía qué decir, así que solo se inclinó hacia ella y la besó con ternura. Fue un beso sin prisa, sin desesperación, solo un pacto silencioso entre los dos.
Cuando se separaron, Walburga suspiró.
—Por ahora, no quiero que nadie sepa. Necesito tiempo para pensar, para prepararme.
—De acuerdo— aceptó Hércules sin dudar.
En ese momento, la puerta de la enfermería se entreabrió y Poppy regresó, con una expresión expectante.
—¿Todo bien?— preguntó en voz baja.
Walburga asintió.
—Quería pedirte algo. Quiero que esto se mantenga en secreto, al menos por ahora. ¿Podrías ayudarnos con los controles sin decirle a nadie?
Poppy frunció los labios, pensativa, pero luego asintió con decisión.
—Lo haré— prometió —Pero si en algún momento tu salud está en riesgo, no dudaré en buscar ayuda.
Walburga sonrió levemente.
—Eso es justo.
Justo cuando terminaban la conversación, la puerta volvió a abrirse de golpe y dos figuras entraron a la enfermería: Alphard y Abraxas.
—¿Qué pasa aquí?— preguntó Alphard, cruzándose de brazos con el ceño fruncido.
Hércules y Walburga intercambiaron una mirada rápida.
—Nada— respondió Walburga con naturalidad, pero Alphard no se lo tragó.
—¡Ja! Te conozco, Wally. Algo tramas.
Abraxas, por su parte, miró fijamente a Hércules, como si intentara leer su mente.
—¿Todo está bien?— preguntó con un tono más serio.
Hércules forzó una sonrisa.
—Sí, solo... Wally no se sentía bien, eso es todo.
Alphard entrecerró los ojos, claramente desconfiado.
—¿Seguro?
Poppy intervino con rapidez.
—La señorita Black solo tuvo un pequeño desmayo, por estrés, nada grave. Pero necesita descansar.
Alphard pareció evaluar la situación por un momento, pero finalmente suspiró.
—Bien— para alivianar el ambiente agregó —Pero si resulta que me estás ocultando, que estás embarazada, lo lamentaras.
Walburga rodó los ojos.
—Sigue soñando, Alphard.
Mientras Abraxas y Alphard conversaban con Poppy, Hércules sintió la mano de Walburga apretar la suya con suavidad. Miró sus ojos oscuros y vio la misma determinación de siempre.
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Durante las siguientes semanas, Hércules y Walburga encontraron en la enfermería un refugio discreto. Poppy cumplió su palabra y los ayudó con controles periódicos, asegurándose de que Walburga estuviera sana. Hércules, por su parte, no se separaba de ella siempre que podía, asegurándose de que comiera y descansara lo suficiente.
Sin embargo, Alphard no tardó en notar que algo estaba fuera de lugar.
—Cada vez que te busco, estás en la enfermería o con Hércules— señaló una tarde, cruzándose de brazos mientras observaba a su hermana con suspicacia —¿Desde cuándo te enfermas tanto?
—Desde que el clima cambió— respondió Walburga con indiferencia.
—No es cierto— insistió Alphard, mirando a Hércules de reojo —Algo me están ocultando.
—Déjalo, Alphard— intervino Abraxas, aunque su tono dejaba en claro que él también tenía dudas —Si quieren decirnos, lo harán cuando estén listos.
A pesar de sus palabras, Alphard no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. Durante los días siguientes, él y Abraxas intentaron seguir a Hércules y Walburga, pero Poppy se convirtió en su mejor aliada, encontrando excusas para alejarlos cada vez que se acercaban demasiado.
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Diciembre 1941
En los primeros días de diciembre, un acontecimiento inesperado sacudió su rutina.
La noticia de Hércules llegó a los Black.
Cuando los padres de Walburga se enteraron de su existencia, su primera reacción fue el enojo, estaban furiosos por el hecho de que su hija pasaba tanto tiempo con un desconocido del que nadie les había hablado. Sin embargo ese no fue el caso del Lord Black. Sirius Black II, él si quería conocer al famoso Hércules que avía adoptado su apellido.
Entre otros de la familia, algunos por curiosidad y otros para saber que les podía decir del futuro.
No fue hasta que los padres de Walburga se enteraron de que Hércules era del futuro, que se interesados en conocerlo mejor, le enviaron una invitación formal para que pasara la Navidad con ellos. Hércules/Harry, sorprendido, no estaba seguro de qué responder, pero cuando vio la manera en que Walburga lo miraba, supo que no podía rechazar la oferta.
—Si quieres que vaya, iré— le dijo en voz baja.
Walburga sonrió, aliviada.
—Gracias, Hér.
Él tomó su mano y la apretó con suavidad.
—Por ti y por el bebé, haría cualquier cosa.
Walburga bajó la mirada, una pequeña sonrisa en sus labios.
La Navidad con los Black prometía ser un evento lleno de secretos, pero Hércules estaba dispuesto a enfrentarlo todo con tal de permanecer cerca de ella.
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Octubre y Noviembre 1996
El ambiente en Hogwarts estaba más apagado de lo habitual. La desaparición de Harry Potter había dejado una sombra de incertidumbre y miedo que ni siquiera la fiesta de Halloween organizada por Dumbledore pudo disipar. A finales de octubre, cuando se celebró el evento, menos de la mitad de los estudiantes asistieron. Los murmullos en los pasillos no eran sobre disfraces o bromas, sino sobre teorías e hipótesis acerca del paradero del Elegido.
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Mientras tanto, en la mansión Black, la noticia de la desaparición de Harry había llegado hasta Druella Rosier, ex esposa de Cygnus Black. Residiendo en Francia, Druella no se enteró hasta que la noticia se esparció por toda Europa, y su reacción fue inmediata: regresó a Inglaterra hecha un torbellino, exigiendo respuestas.
—¡¿Cómo es posible que nadie me haya dicho nada?!— exclamó al llegar a la casa Black, su mirada encendida de furia —¡Harry también es mi hijo!... ¡Sabía que algo le pasaba! No respondía mis cartas, pero jamás... jamás imaginé que era porque había desaparecido— insistió Druella, su rostro reflejando preocupación genuina.
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En medio del caos familiar, Bellatrix comenzó a obsesionarse con la idea de que Harry no solo había desaparecido, sino que tal vez estaba destinado a algo más grande.
—Y si...— murmuró una noche, con la mirada perdida en la chimenea —¿Y si él simplemente no desapareció sí no que está cumpliendo su destino?
Nadie quiso prestarle demasiada atención a su teoría.
Así que ella se dedicó a investigar más, durante su investigación encontró "Rituales de la Sangre y el Tiempo: Conexiones con el Futuro". Le llamo la atención, pero cunado trato de abrirlo no pudo.
Walburga desde su retrato estaba satisfecha, su nieta jamás podría abrir el libro, si no sabia el hechizo. Y obviamente no sabía el hechizo, porque fue ella misma quien lo inventó.
Pero Bellatrix no se rindió siguió buscando, encontró más fotos y registros familiares de la época de 1941-1942...
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Tercer Año
Fue en su tercer año cuando todo comenzó. Peter Pettigrew había escapado de Azkaban, y Harry, como siempre, estaba decidido a meterse en problemas.
Draco y Hermione, aunque enemigos declarados, compartían una preocupación común: mantener a Harry con vida.
—¿Por qué no puedes ser más cuidadoso?— Hermione le gritó a Harry después de que este anunciara su plan de ir a Hogsmeade, a pesar de que Peter Pettigrew supuestamente lo estaba cazando.
—No necesito que me cuiden— respondió Harry, con esa terquedad que lo hacía tan valiente y tan imprudente.
—Claro que no— Draco intervino, con su habitual sarcasmo —Por eso casi no te mata un dementor en el tren.
Ron, que estaba con ellos, intentó mediar, pero era evidente que ni Hermione ni Draco iban a dejar que Harry se arriesgara solo.
Fue en la Casa de los Gritos donde su alianza se solidificó. Harry, en un acto de imprudencia que los dejó a todos sin aliento, decidió investigar el lugar donde supuestamente la rata se escondía.
—¡Estás loco!— Hermione le dijo, mientras Draco preparaba un hechizo de protección.
—No puedo quedarme de brazos cruzados— respondió Harry, con esa mirada de determinación que siempre lo llevaba al borde del desastre.
Draco quien lanzó el hechizo que los salvó de una trampa mágica. Desde ese día, algo cambió entre ellos.
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Cuarto Año
En su cuarto año, Ron, Draco y Hermione se encontraron trabajando juntos nuevamente, esta vez para ayudar a Harry en el Torneo de los Tres Magos.
—No puedes hacer esto solo— Hermione le dijo a Harry, mientras revisaban un libro de hechizos avanzados.
—No tengo otra opción— respondió Harry, con esa mezcla de valentía y terquedad que lo caracterizaba.
Draco, aunque no lo admitiría en voz alta, estaba igual de preocupado.
Fue él quien le pidió a Hermione que lo acompañara al Baile de Navidad, un gesto que sorprendió a todos, incluida a ella.
—¿Me estás invitando al baile?— Hermione preguntó, con una ceja levantada.
—No lo tomes tan en serio, Granger— respondió Draco, aunque el rubor en sus mejillas delataba su nerviosismo.
Fue esa noche, bailando bajo las luces mágicas, cuando algo más que amistad comenzó a florecer entre ellos. No eran novios, pero ya no eran simples amigos.
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Presente
La luz de la luna filtraba entre los estantes polvorientos, iluminando el libro abierto que yacía olvidado sobre la mesa de roble. Mostraba diagramas de líneas de tiempo entrelazadas, pero ni Draco ni Hermione prestaban atención. Las palabras habían quedado atrás, ahogadas por el crujido de pergaminos desplazados y el sonido de sus respiraciones aceleradas.
—Granger...— Draco murmuró contra sus labios, sus dedos enredándose en su pelo crespo con urgencia contenida.
—Cállate, Malfoy— ella respondió, mordiendo su labio inferior con una ferocidad que lo hizo gemir.
No hubo más palabras. Las manos de Draco encontraron el cierre de la túnica de Hermione, deslizándola de sus hombros con una paciencia que contrastaba con la tormenta en sus ojos plateados.
Hermione tiró de su corbata, desabrochando los botones de su camisa con dedos temblorosos.
Cuando sus pieles se encontraron, el aire vibró como si la propia biblioteca contuviera el aliento.
—¿Estás segura?— preguntó él, deteniéndose a un centímetro de sus labios. Su voz, áspera de deseo, cargaba una vulnerabilidad que solo ella conocía.
—Sí— susurró, sellando la palabra con un beso que sabía a tinta y manzanas verdes.
Draco la levantó sobre la mesa, apartando grimorios y mapas estelares con un movimiento de brazo. El frío de la madera contra su espalda hizo que Hermione arquease, pero el calor de sus manos pronto lo compensó.
Cuando Draco entraron en ella, fue con una rapidez que la hizo gritar de dolor.
—Eres un bruto, anim...— comenzó a decir Hermione, pero Draco capturó sus palabras con otra caricia de labios y lengua.
—Perdón— susurró.
Ella lo fulminó, y tu vieron que esperar varios minutos a que se acostumbrara, Draco besaba, sus pechos, clavícula, mejillas, mentón, labios... todo para que Hermione se tranquilizara, Draco no aguantaría mucho más y como no quiera lastimarla su única opción era salir de ella y masturbarse.
Pero entonces Hermione movió su cadera, en señas de que estaba lista, el ritmo comenzó despacio, un baile de olas rompiendo contra acantilados. Hermione lo estudió como a un texto cifrado: los músculos tensos de sus brazos.
—Dragon...— jadeó ella, clavando las uñas en sus hombros cuando el placer comenzó a superar el dolor.
Draco aumento la velocidad lentamente, llevándola al borde con embestidas calculadas que hacían temblar los estantes. Un frasco de cristal con lágrimas de fénix rodó por el suelo, estallando en brillos dorados que iluminaron sus cuerpos entrelazados.
—Hermione— rugió él cuando el clímax los golpeó.
Ella respondió mordiendo su hombro, ahogando un grito que resonó entre las páginas de libros antiguos. Cuando el mundo dejó de tambalearse, Draco apoyó la frente contra la suya, sus rubios cabellos mezclados con los de ella.
El silencio que siguió solo era roto por sus respiraciones entrecortadas. Hermione, con el cabello desordenado y los labios hinchados, miró a Draco con una mezcla de incredulidad y algo más profundo.
—Draco... ¿Qué somos?— preguntó, su voz temblorosa pero firme.
Él la miró con una sonrisa traviesa, sus ojos grises brillando con una mezcla de satisfacción y ternura.
—Una bruja y un mago— respondió, con ese tono sarcástico que siempre la sacaba de quicio.
Hermione lo empujó furiosa, pero antes de que ella pudiera sacar él pene de Draco, él la atrajo de nuevo hacia un beso apasionado.
—Somos lo que tú quieras— susurró Draco contra sus labios, antes de comenzar de nuevo las embestidas, esta vez con una intensidad que la hizo gemir su nombre una y otra vez.
—Draco...— jadeó ella, sus uñas clavándose en su espalda mientras el placer la consumía.
—Hermione...— respondió él, su voz ronca y llena de deseo.
Cuando llegaron al clímax por segunda vez, el mundo pareció detenerse. El silencio que siguió fue cómodo, lleno de una intimidad que ninguno de los dos había experimentado antes.
—¿Novios?— preguntó Hermione, mirándolo con una mezcla de esperanza y vulnerabilidad.
Draco la besó apasionadamente, sellando su respuesta sin necesidad de palabras.
—Sí— murmuró finalmente, sus labios rozando los de ella.
Se besaron de nuevo, olvidándose por completo de que estaban en la biblioteca, buscando pistas de donde podría estar Harry, rodeados de libros antiguos y pergaminos mágicos.
En ese momento, lo único que importaba eran ellos.