ID de la obra: 322

El Ritual Del Tiempo

Mezcla
R
Finalizada
4
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251 páginas, 83.421 palabras, 22 capítulos
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Últimos Días

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Agosto 1997 Neville y Luna compartían una tristeza que nadie más comprendía del todo. El aborto había sido un golpe silencioso y devastador, una herida invisible que cargaban en secreto. Habían decidido no contarle a nadie. No querían miradas de lástima ni susurros a sus espaldas. El mundo ya estaba lo suficientemente roto como para cargar con otra pérdida más. Cuando alguien les preguntaba por sus caras largas o por qué Luna parecía más ensimismada que de costumbre. Neville solo esbozaba una sonrisa cansada y decía. —Nada... solo estamos cansados. Luna, con su habitual aire etéreo, se refugiaba en su mundo de criaturas imaginarias, pero incluso en su mirada se había apagado algo. La chispa de su rareza seguía allí, pero ahora parecía más frágil, más distante. Pero no era solo la pérdida lo que pesaba sobre Luna. Ella era una Black. Y los Black no olvidaban. "La comadreja menor la pagaría y muy caro". Por las noches, cuando la casa de la abuela de Neville se quedaba en silencio, él se quedaba despierto, mirando el techo, preguntándose si habría sido un buen padre. "Si el niño habría tenido sus ojos o los de Luna". A veces, Luna se acercaba a él, deslizándose bajo las mantas con la misma suavidad con la que hablaba de los Nargles o de cosas que nadie más podía ver. No decía nada, pero su presencia lo calmaba. —Era demasiado bueno para este mundo— susurraba ella en la oscuridad, con esa voz que siempre parecía venir de otro lugar —Quizás algún día vuelva... Neville nunca sabía qué responder. 💛 En la oscuridad de la Mansión Lestrange, el Señor Tenebroso caminaba de un lado a otro, incapaz de aceptar lo imposible. —Potter no puede haber desaparecido— susurraba, más para sí mismo que para los mortífagos arrodillados ante él —No sin dejar rastro. Sus ojos rojos brillaban con una furia apenas contenida. Sus dedos huesudos tamborileaban sobre su varita. Los mortífagos, normalmente arrogantes y crueles, se mantenían en silencio, temerosos de decir algo que desatara su ira. Había enviado espías a cada rincón del mundo mágico, revisado cada profecía en su poder, interrogado a sus seguidores más cercanos... pero Harry Potter se había desvanecido. No estaba muerto. No había sido capturado. No estaba oculto bajo un encantamiento de Fidelio. Harry Potter simplemente no estaba allí. Era como si se hubiera desvanecido del tiempo mismo. 💛 La Orden del Fénix, por su parte, aprovechaba la tregua inesperada para reagruparse. Pero la incertidumbre era un veneno constante. —Esto no es normal— susurró Kingsley Shacklebolt en una reunión secreta en la Madriguera —Voldemort nunca se ha detenido así. 💛 Los que conocían la verdad sobre el viaje de Harry al pasado contaban los días con una mezcla de ansiedad y temor. Cada amanecer los acercaba al 19 de septiembre. Cada atardecer los dejaba con un día menos. Hermione Granger no dejaba de repasar sus libros de magia temporal, buscando una respuesta que la dejara dormir tranquila. La teoría era clara. Si todo salía bien, Harry volvería en la fecha exacta en que había desaparecido. "Pero... ¿y si no?" Había repasado fechas, hecho cálculos, analizado cada hechizo involucrado. La incertidumbre seguía carcomiéndola. —Si Harry no vuelve el 19 de septiembre... entonces significará que algo falló— murmuró, marcando con fuerza la fecha en su calendario encantado. Draco Malfoy, sentado al otro lado de la mesa, mantenía el ceño fruncido mientras revisaba los mismos textos antiguos. La idea de que Potter pudiera haber quedado atrapado en el pasado no le gustaba... pero la idea de que no volviera le gustaba aún menos. "¿Como le hablaría a su bisabuelo? ¿Las cosas seguirían igual?" —No tiene sentido que no regrese— dijo, chasqueando la lengua —La magia temporal siempre busca restablecerse. —¿Y si cambió algo importante?— preguntó Hermione en voz baja. Draco no respondió: "Si había tenido que elegir entre arreglar el pasado y garantizar su regreso... ¿Qué había hecho?" Ronal Weasley, aunque menos dado a la paranoia, también sentía la tensión en el aire. No hablaba mucho del tema, pero cualquiera que lo conociera bien sabría que la espera, lo estaba volviendo más irritable. —Harry siempre hace cosas imposibles— dijo, con una mueca de fastidio —Seguro regresa de la nada, con una nueva cicatriz y una historia ridícula sobre cómo sobrevivió. Andrómeda Tonks, por otro lado, mantenía la calma. —Los Black siempre encuentran la forma de volver a casa— dijo simplemente. Ella había pasado la vida viendo cómo su familia escapaba del destino que parecía inevitable. Si alguien podía desafiar al tiempo mismo, ese era Harry James Potter Evans Black. Nymphadora Tonks, con su embarazo avanzado, simplemente suspiraba cada vez que escuchaba su nombre. —Si algo le pasa, lo mato cuando vuelva. En un rincón silencioso de la casa, Cygnus Black III se mantenía al margen. Desde la Navidad anterior, su mundo había cambiado de una forma que nunca había esperado. Hércules Black o mejor dicho Harry Potter era su padre. Su sangre. El niño que había adoptado, al que había criado bajo su protección sin saber la verdad... resultó ser su padre. —Volverá— afirmó con dureza, cuando Andrómeda lo encontró en la biblioteca —Es un Black. No se perderá en el tiempo como un idiota. Pero sus manos apretaban la copa de brandy con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Andrómeda lo miró en silencio. Sabía lo que le costaba admitirlo. Cygnus estaba asustado. Había pasado toda su vida sin saber ¿Quién era su padre? Ahora que lo sabía, no estaba dispuesto a perderlo de nuevo. 💛 No solo sus amigos esperaban a Harry. Voldemort estaba obsesionado con encontrarlo. Había utilizado todos los métodos posibles: rastreos mágicos, espías, maldiciones antiguas... y aún así, Harry Potter había desaparecido. —Esto no es normal... un año y ese mocoso no aparece— susurró en voz baja en una de sus reuniones con los mortífagos —Potter no es tan astuto como para ocultarse de mí. Pero lo estaba. Y eso lo volvía más peligroso. 💛 Pero... él que estaba realmente listo para golpear a Harry en cuanto lo viera no era Voldemort no, era... Era Dean Thomas. Porque, de todos los enemigos que Harry había acumulado, pocos estaban tan furiosos como Dean. —Voy a romperle la cara— dijo en voz alta, sin importarle que Seamus intentara calmarlo —¡Teníamos reglas! ¡Ella era mi novia! Porque, por más que Ginny tratara de explicarlo, Dean no podía olvidar que Harry se había besado con ella mientras aún eran pareja. (Imagina si supiera que no solo se besaron). Para algunos, Harry Potter era él Elegido. Para Dean Thomas, Harry Potter era un bastardo con quien tenía una cuenta pendiente. 💛 Septiembre 1997 Un nuevo año escolar había comenzado en Hogwarts, pero la ausencia de Harry Potter seguía siendo el tema de conversación en cada pasillo, cada rincón del castillo. Los rumores se esparcían como fuego en un campo seco. —Está muerto...— susurraban algunos con expresiones sombrías —El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado lo atrapó antes de que pudiera huir. —¡Tonterías!— contradecían otros —Potter se largó porque tenía miedo. —Seguro escapó al extranjero— agregaba un estudiante de Ravenclaw. —¿Y si lo secuestraron los mortífagos?— preguntó una chica de Hufflepuff, con los ojos muy abiertos —Tal vez lo están torturando en algún calabozo oscuro... —Por favor— bufó un Slytherin con desdén —Si Potter estuviera en manos de los mortífagos, el Señor Tenebroso ya se habría encargado de presumirlo. 💛 En la Torre de Gryffindor, el ambiente era aún más tenso. —¿Y si está escondido?- susurró Lavender Brown —Tal vez la Orden del Fénix lo tiene oculto en algún sitio secreto. —¿Y por qué no ha enviado noticias?— preguntó Parvati Patil con una ceja arqueada —Ni una sola carta, nada. 💛 En el Gran Comedor, las especulaciones se volvieron cada vez más descabelladas. —Dicen que Potter se unió a los mortífagos— soltó Theodore Nott con una sonrisa burlona —Que se cansó de luchar y decidió cambiar de bando. —¡Ridículo!— intervino Ernie Macmillan, indignado —Harry Potter jamás traicionaría a la Orden. —¿Y si se convirtió en un fantasma?— preguntó un estudiante de primer año con voz temblorosa —Quizás murió y ahora ronda Hogwarts sin que nadie lo sepa. Incluso los profesores parecían incómodos ante la incertidumbre. Minerva McGonagall mantenía el rostro impasible, pero su mirada afilada dejaba claro que también estaba esperando respuestas. Nadie sabía la verdad. 💛 Viernes 19 de septiembre 1997 El día que habían estado esperando durante meses por fin había llegado. Desde Navidad, cada uno de ellos había contado los días con una mezcla de anticipación y miedo. Ahora ya no había más espera. Según sus cálculos, Harry debía volver en la noche, exactamente a la misma hora en la que había desaparecido. El plan era sencillo: aparecería en el dormitorio de sexto año de la Torre de Gryffindor, justo en la cama que había ocupado antes de ser arrastrado al pasado. Pero había un problema. Dean Thomas. El chico no había superado del todo lo ocurrido con Ginny. Todavía guardaba rencor a Harry, y aunque el tema parecía olvidado, Ron y Seamus sabían que Dean estaba esperando la oportunidad para ajustar cuentas. No podían arriesgarse. Así que, con la excusa de una ronda nocturna por los terrenos, Seamus lo convenció de salir a caminar cerca del lago antes del toque de queda. —Venga, estuviste encerrado todo el día— dijo Seamus con un tono despreocupado, ocultando su verdadera intención —Necesitas aire. Dean aceptó con un encogimiento de hombros. Todo estaba listo. 💛 El sol ya se había ocultado detrás del castillo, dejando el cielo teñido de un azul profundo, salpicado de estrellas. Hogwarts dormía en un engañoso silencio. Las aguas del Lago Negro reflejaban la tenue luz de la luna, tranquilas y apacibles. Nada parecía fuera de lugar. Hasta que ocurrió. El viento, que hasta ese momento había sido apenas una brisa nocturna, se convirtió en un torbellino gélido que azotó los terrenos de Hogwarts con una fuerza inesperada. El lago, en su acostumbrada quietud, comenzó a agitarse, como si algo estuviera emergiendo desde sus profundidades. El aire se volvió denso, cargado de magia antigua y salvaje. La temperatura descendió de golpe, dejando vaho en los labios de Seamus y Dean. Una neblina espesa comenzó a formarse sobre la superficie del lago, extendiéndose como una sombra líquida, ocultando el agua bajo su velo fantasmal. Entonces, con un sonido desgarrador, el agua explotó hacia arriba en una cascada de oscuridad y espuma. Algo, o alguien, estaba surgiendo. De entre la bruma y la negrura de la noche, una silueta delgada emergió. Harry Potter había vuelto. Su cabello, negro y rebelde como siempre, chorreaba agua que caía en delgados hilos por su rostro. Sus gafas estaban torcidas, con gotas de agua deslizándose por los cristales. Su piel estaba fría y pálida por el súbito cambio de temperatura, y su expresión era de cansancio. Pero lo más llamativo era su ropa. Vestía un pijama de tela suave, de un tono azul oscuro con pequeños bordados plateados en forma de lunas y estrellas. La túnica estaba ligeramente abierta en el cuello, mostrando un atisbo de su clavícula, y el pantalón, de la misma tela, estaba empapado y pegado a su piel. Iba descalzo, sus pies hundiéndose ligeramente en la hierba mojada. Y en una de sus manos, como si fuera el objeto más normal del mundo, sostenía un pañal sucio. La escena quedó congelada en el tiempo. El lago, ahora calmándose, dejó escapar sus últimas ondas en la superficie. La niebla comenzó a disiparse lentamente, pero el frío en el aire persistió. Harry parpadeó. Miró a su alrededor con agotamiento. —TE MATO, POTTER— grito a todo pulmón Dean... 💛 Septiembre 1942 Antes de partir a Hogwarts, Poppy Pomfrey se tomó el tiempo de visitar a Walburga en la residencia Black. El número 12 de Grimmauld Place se sentía sombrío, con sus pesados cortinajes oscuros y el aire impregnado de un silencio tenso. La mansión, con su elegancia antigua. Poppy no se dejó intimidar. Caminó con paso decidido hasta la habitación de Walburga, donde la encontró sentada en un sillón junto a la cuna de su hijo, con el cabello oscuro recogido en un moño desordenado y ojeras marcadas bajo sus ojos. Su porte altivo seguía intacto, pero su fragilidad era evidente para quien supiera dónde mirar. —Debo asegurarme de que estás bien antes de irme— anunció Poppy con su tono práctico de siempre, sacando su varita con un gesto eficiente. Walburga le lanzó una mirada de advertencia, pero Poppy la ignoró, acercándose sin vacilar. Movió la varita en el aire, sus ojos escaneando los resultados con una expresión de concentración. —No necesito que me revises como si fuera una enferma— gruñó Walburga, cruzándose de brazos en un gesto de "fastidio". —El agotamiento no es una enfermedad, pero sí puede matarte si no descansas lo suficiente— replicó Poppy sin levantar la vista de su diagnóstico, su tono tan firme como siempre. Walburga frunció el ceño, dispuesta a replicar, pero algo en la mirada de su amiga la hizo detenerse. No era la eficiencia de una futura medimaga; era preocupación genuina. Así que, por una vez, no discutió. Hércules, que observaba la escena desde el umbral, sonrió para sí mismo. A su modo, Poppy estaba cuidando de Walburga como una hermana "mayor" lo haría: con regaños disfrazados de consejos y con firmeza en lugar de dulzura. Era el tipo de afecto que Walburga rara vez recibía, uno que no exigía nada a cambio. Por unos segundos, la frialdad de Grimmauld Place pareció ceder un poco, suavizada por la silenciosa compañía de quienes aún se preocupaban por ella. 💛 El silbato del Expreso de Hogwarts resonó en la estación de King's Cross, anunciando la partida de otro año escolar. Las despedidas apresuradas, los últimos abrazos y las promesas de escribir cartas se entremezclaban con el bullicio de los estudiantes que se apresuraban a ocupar sus compartimentos. Sin embargo, algo se sentía diferente en la atmósfera, una ausencia que, aunque sutil al principio, pronto se volvió imposible de ignorar. Walburga Black no subió al tren. El rumor corrió como pólvora entre los pasillos del Expreso, avivando las conversaciones de los estudiantes más chismosos. Algunos aseguraban que estaba enferma, otros susurraban que su familia había decidido retirarla de Hogwarts por razones desconocidas. Las teorías variaban con cada boca que repetía la historia, transformándose con cada nueva versión. Pero aquellos que realmente la conocían sabían la verdad. Walburga no había regresado porque su hijo aún era demasiado pequeño. 💛 En el número 12 de Grimmauld Place, lejos del bullicio del tren y los murmullos de los estudiantes, Hércules se quedó junto a ella. Había considerado volver a Hogwarts con los demás. Parte de él anhelaba la rutina estructurada del colegio, la "seguridad" de sus muros de piedra, la posibilidad de perderse entre libros de hechizos y duelos de varitas. Pero cada vez que miraba al bebé dormido en su cuna, envuelto en suaves mantas bordadas con el escudo de los Black, sentía que su tiempo se deslizaba entre sus dedos, escapándose como arena en el viento. Cada latido del reloj era una cuenta regresiva. No sabia cuando seria su ultimo día en el pasado pero sabia que le quedaba poco tiempo. No podía dejar a Walburga sola, no cuando aún luchaba con los cambios abruptos que la maternidad había traído a su vida. No cuando la sombra de la desaprobación de ciertas personas de la familia aún pesaba sobre ella, sofocándola con expectativas imposibles. Pero, sobre todo, no cuando aún quedaban tantas cosas sin decir, tantas promesas sin cumplir. Porque, tarde o temprano, tendría que irse. Y cuando ese momento llegara, no habría forma de volver atrás. ¿O sí?... Así que decidió quedarse un poco más. "Ella no puede con todo sola", fue la excusa que le dio a cualquiera que preguntara. Y la mayoría la aceptó sin más. 💛 Mientras los mayores se ocupaban de sus responsabilidades, el pequeño Orión Black estaba por comenzaba su tercer año en Hogwarts. Y estaba absolutamente furioso. —¡Esto es una tontería!— espetó, golpeando la mesa con la palma de la mano —¡Walburga se queda en casa y yo tengo que volver a Hogwarts como si nada! Nadie en Grimmauld Place le prestó demasiada atención. Su madre, Melania, apenas alzó una ceja desde su sillón, y su padre, Arcturus III, ni se molestó en apartar la mirada de la carta que estaba leyendo. Incluso Alphard, que solía entretenerse molestando a su primo, estaba demasiado ocupado disfrutando de su último día de vacaciones. Pero Orión no dejaba las cosas tan fácilmente. —¡No es justo! ¡Walburga es la que siempre decía que Hogwarts era lo más importante y ahora se queda en casa como una...! —Ten cuidado con lo que vas a decir— interrumpió Hércules, que estaba recostado en un sofá cercano, hojeando un libro con aparente "interés". Orión se mordió la lengua y fulminó con la mirada a Hércules, quien ni siquiera se molestó en levantar la vista. Para Orión, él era una de las mayores fuentes de su frustración. Nunca había confiado en Hércules del todo y le irritaba profundamente la "influencia" que tenía sobre la mayoría de la familia, le quito a su "mujer" y su maldito hijo será el futuro lord Black. ODIABA A HÉRCULES. Pero lo que más le molestaba en ese momento era otra cosa. —Tú también te quedas— dijo con el ceño fruncido, cruzándose de brazos como si esperara que Hércules se sintiera culpable por ello —Pero yo tengo que irme. Hércules, lejos de tomarse en serio su indignación, dejó el libro a un lado y le revolvió el cabello con una sonrisa burlona. —Sobrevivirás— dijo con fingida solemnidad. Orión se apartó de inmediato, chasqueando la lengua con disgusto mientras se alisaba el cabello con furia. —No hagas eso. Hércules alzó una ceja, claramente divertido. —¿Hacer qué? ¿Esto? Y antes de que Orión pudiera reaccionar, volvió a despeinarlo con más insistencia. —¡Para!— gruñó el menor, alejándose con un manotazo. Hércules se rio entre dientes. Era tan fácil sacarlo de sus casillas que casi se sentía injusto. —Ah, Orión, ¿Qué harás sin mí para molestarte todos los días? Orión le dirigió una mirada asesina, la mandíbula tensa y los puños cerrados a los costados. —Cuando vuelva de Hogwarts, voy a asegurarme de que recuerdes lo insoportable que eres. Hércules sonrió con superioridad. —Lo espero con ansias. Orión resopló y, sin decir nada más, dio media vuelta y salió de la habitación con pasos pesados. 💛 Con la antigua prefecta de Slytherin fuera del colegio, el nombramiento de Lucretia Black como su sucesora era casi un hecho predecible. Nadie se sorprendió cuando su nombre fue anunciado en la sala común al inicio del curso. Su porte impecable, su mirada fría y analítica, y su habilidad para mantener el control en cualquier situación la habían convertido en una líder nata dentro de la casa. Sin embargo, su ascenso no se detuvo ahí. Apenas unas semanas después, fue nombrada oficialmente capitana del equipo de Quidditch de Slytherin. No hubo celebraciones ni discursos emotivos cuando recibió el puesto. En su lugar, se limitó a dirigirse a los jugadores con una expresión de absoluto desinterés por cualquier cosa que no fuera la victoria. —No tengo tiempo para tonterías— declaró con frialdad, cruzando los brazos mientras recorría con la mirada a los miembros del equipo —No me interesa si hay que reemplazar a la mitad del equipo. Solo quiero la Copa. Los jugadores más experimentados intercambiaron miradas incómodas. Walburga Black había sido una capitana feroz, pero con ella existía cierto margen para la camaradería entre los jugadores más competentes. Lucretia, en cambio, parecía verlos como piezas reemplazables en una estrategia mayor. Bajo su mando, los entrenamientos se volvieron más intensos, los errores menos tolerados. Nadie se atrevía a fallar frente a ella. Alphard Black, ahora en cuarto año, observaba todos estos cambios con una mezcla de diversión y resignación (cuando se acordaba que el también pertenecía al equipo). No tenía el temple de su hermana ni la ambición de su prima, pero tampoco estaba particularmente sorprendido por la forma en que todo se estaba desarrollando. Junto a Lucretia, Abraxas Malfoy iniciaba su último año como prefecto masculino de Slytherin. Aunque su relación estaba lejos de ser amistosa, funcionaban bien juntos: Lucretia era la estratega, la mente calculadora que aseguraba la disciplina en la casa, mientras que Abraxas poseía la influencia política necesaria para manejar las conexiones y alianzas dentro y fuera de Slytherin. Días antes de que comenzaran los partidos de Quidditch, mientras tomaban el té en el Gran Salón, Abraxas compartió sus pensamientos con Alphard, su tono ligero pero con un trasfondo de verdad. —Lucretia ha convertido esto en una dictadura— comentó con una media sonrisa, removiendo su té con calma —A este paso, la Copa de Quidditch será nuestra, pero todos en el equipo temblaremos cada vez que ella entre al campo. Alphard soltó una breve risa, apoyando la taza sobre el platillo con elegancia. —Es una Black. Es de esperarse. Y conociéndolos, nadie en Slytherin se atrevía a desafiar el nuevo orden. 💛 19 septiembre 1942 El día amaneció con un aire distinto, pesado, cargado de una sensación de inminencia que Hércules no podía ignorar. Había algo en el ambiente que lo inquietaba, como un eco lejano que vibraba en lo más profundo de su magia, una advertencia que no lograba descifrar del todo. Era como si una cuerda invisible estuviera tensándose cada vez más, preparándose para romperse en cualquier momento. Walburga también lo sintió. Desde que abrió los ojos esa mañana, una opresión sorda la atenazaba, como si algo vital se estuviera desvaneciendo lentamente. No supo ponerlo en palabras, pero la ausencia de esa sutil conexión mágica que había sentido desde que realizó el ritual, que trajo a Hércules le dejó un vacío helado en el pecho. La magia que los unía estaba desapareciendo. No lo dijo en voz alta. No quería darle poder a la posibilidad que la aterrorizaba. Si pronunciaba las palabras, si admitía siquiera la idea de que el tiempo de Hércules podía estar terminándose, entonces haría real lo inevitable. Hércules, por su parte, decidió ignorar la sensación. Se aferró con terquedad a la rutina, como si al repetir los mismos gestos de siempre pudiera atarse al presente "a su presente", evitar que se deslizara entre sus dedos. Se mantuvo ocupado. Ayudó a Walburga con las tareas del bebé, revisó unos libros que había dejado olvidados sobre la mesa de noche e incluso pasó un rato organizando sus pertenencias sin ningún motivo aparente. Era una forma de distraerse, de no pensar en la incertidumbre que crecía en su interior. Su varita nunca estaba lejos de su alcance, una costumbre arraigada en él desde hacía mucho. Pero hubo algo que sí olvidó. Algo pequeño, insignificante. El Mapa del Merodeador. No se dio cuenta de que no lo tenía consigo. Ni siquiera lo buscó. Y es que, después de tanto tiempo, había olvidado que no lo tenia en su poder. Walburga lo había guardado desde que ambos terminaron su sexto año, y él nunca lo había reclamado. Un detalle sin importancia. 💛 —Considéralo un préstamo— le dijo con una sonrisa ladina cuando se lo entregó. Walburga entrecerró los ojos, sosteniendo el pergamino con desconfianza. —¿Por qué me lo das? Hadrian se encogió de hombros. —Porque confío en ti. 💛 La noche transcurría tranquila, envuelta en la penumbra cálida de la habitación. Solo la lámpara de la mesita de noche proyectaba un resplandor tenue, iluminando el espacio con una luz suave y dorada. El sonido rítmico del viento filtrándose por las ventanas y la respiración pausada del bebé creaban una atmósfera casi irreal, como si el tiempo mismo se hubiera detenido por un instante. Hércules, junto a la cuna, se ocupaba de cambiar el pañal de Cygnus con una concentración casi absurda. A pesar de su torpeza inicial, había adquirido cierta destreza en la tarea. Movía sus manos con precisión, asegurándose de limpiar y acomodar todo con cuidado, mientras el bebé lo observaba con ojos verdes, grandes y curiosos, como si tratara de descifrar cada uno de los movimientos de su padre. Desde la cama, Walburga los miraba con una sonrisa cansada, pero genuina. —Voy a obligarte a hacer esto más seguido— bromeó, recostada entre las almohadas. Hércules bufó, levantando el pañal sucio con fingido dramatismo, como si fuera un trofeo de guerra. —No es tan difícil. Solo hay que... Su voz se cortó de golpe. Una luz blanca, brillante y cegadora, estalló a su alrededor, envolviéndolo por completo en un resplandor puro y violento. La habitación, que momentos antes se había sentido acogedora, se llenó de una energía vibrante, abrumadora, que electrificó el aire en un solo latido. Walburga sintió la magia cambiar de golpe, un vacío helado expandiéndose en su pecho como una grieta desgarradora. El ritual. La magia que lo mantenía allí... —No...— susurró con horror, incorporándose de inmediato. Hércules sintió la magia recorriéndolo como un río desbordado, arrastrándolo lejos. No había dolor, solo una presión ineludible tirando de él en todas direcciones, como si la realidad misma estuviera colapsando en torno a su cuerpo. Lo entendió en ese instante. Su tiempo se había acabado. Miró a Walburga, a su hijo, y sonrió, con la serenidad de alguien que ya había aceptado su destino. —Te amo— dijo, su voz teñida de una calidez infinita —Los amo... —¡Hércules...!— Walburga se lanzó hacia él, su mano extendiéndose en un intento desesperado por aferrarlo. Pero era demasiado tarde. La luz lo consumió en un parpadeo y cuando sus dedos finalmente alcanzaron el espacio donde él había estado, solo encontraron aire vacío. Hércules desapareció. En la penumbra de la habitación, la magia chisporroteó unos instantes más antes de desvanecerse por completo.
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